Estrella esencial, hombre para todas las estaciones y dechado de hermosura, Paul Newman aún despierta el mismo furor que aquel día en que Hollywood lo lanzó al mundo.
Se le conoció entonces como el joven sensible y el caballero de aplomo, nacido para protagonizar películas inolvidables. El bellísimo Paul de los ojos azules, dramático, a veces desazonador, siempre tierno.
Hasta en el papel más duro, se mostraba cercano y seductor; hasta cuando era el mayor antihéroe, parecía el mejor de los héroes.
Su vida fue un triunfo casi absoluto, un desafío a los dioses en toda regla. Desafío que protagonizara precisamente el hombre que más se pareciera a un residente del Olimpo.
Glosarlo es contar sus glorias de perfección, mirarlo arranca el más profundo de los suspiros.
Porque Paul Newman era tan jodidamente guapo, tan imposiblemente encantador, que parece un chiste.
Nacido de buena familia, Paul Newman siempre se dijo judío, aunque sólo su padre lo era. Las inquietudes artísticas de su madre condimentaron sus años de crecimiento y se vio así mismo en los escenarios desde muy pronto.
La Segunda Guerra Mundial impuso obligada pausa a sus aspiraciones. Paul cumplió militarmente en el Pacífico, si bien nunca llegó a entrar en batalla.
De vuelta a Estados Unidos, Paul completaba sus estudios de interpretación, se casaba con Jackie Witte y el matrimonio se mudaba a Nueva York a principios de los cincuenta.
Su talento se acurrucó entonces bajo el ala protectora y todopoderosa de Lee Strasberg, dueño y señor del Actors Studio.
Su físico le abrió muchas puertas y, entre la televisión y los teatros, se desarrolló la primera parte de su carrera, que tendría el momento decisivo cuando debutaba en Broadway. "Picnic" fue el aldabonazo inicial, mientras Hollywood lo colocaba en su primera película: "El Cáliz de Plata".
La producción bíblica se saldó con un desastre comercial de órdago, y Newman lo recordaría como una primera película que pudo ser perfectamente la última.
Llegaría "Somebody Up There Likes Me", la biografía del boxeador Rocky Graziano. Un papel originalmente previsto para James Dean significaría la gran oportunidad para Newman, que ofreció una interpretación tan histriónica y notoria que nadie querría olvidarlo jamás.
Más fino estuvo cuando ofreció aquel impresionante Brick Pollitt de la versión Hollywood de "La Gata Sobre el Tejado de Zinc".
Ya no habria vuelta atrás y el cine se rindió ante Newman.
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Con Elizabeth Taylor en "La Gata Sobre el Tejado de Zinc" |
Sus personajes eran tan problemáticos como ardientes, y su imagen, como todas las personalidades jóvenes de la época, se conjugaba con rebeldía e independencia.
En el caso de Newman, matizada con un risueño sentido del humor que no perdió nunca.
En "El Largo y Cálido Verano", se reencontró con Joanne Woodward. Paul y Joanne se habían conocido años antes, pero su amor no prosperó entonces porque él seguía casado y bien atado.
Pero, durante el rodaje de la ardiente película, se cercioraron de que no podían permanecer más tiempo el uno sin el otro.
Paul conseguía el divorcio de Jackie Witte, que sólo sería recordada como su primera mujer y la madre de sus tres hijos mayores. Él, en cambio, nunca la olvidó.
"Me sentí terriblemente culpable cuando abandoné a mi mujer y mis hijos, y llevaré esa culpa por el resto de mi vida... Pero el hecho de que Joanne y yo sigamos juntos después de tantos años, demuestra que tomé la decisión adecuada".
En 1958, Paul y Joanne se casaban en Las Vegas.
Siempre confesaron que tenían personalidades diferentes, donde el único secreto fue el amor y el respeto. Aún así, en aquella ceremonia de Las Vegas, no podían precedir que, como ninguna otra, esa pareja había nacido para durar.
Mientras, Hollywood y Broadway seguían demandando a Newman, que ofrecería en aquellos primeros sesenta, sus interpretaciones emblemáticas, cargadas de sexualidad, neurosis y carisma.
Entre otros, sería el romántico gigoló de "Dulce Pájaro de Juventud", el rústico canalla de "Hud" y el perdedor de solemnidad para la maravillosa "El Buscavidas", quizá el mejor papel de su carrera.
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"El Buscavidas" |
Por encima de su ambición artística, o precisamente a través de ella, se hizo una súperestrella, quizá una de las últimas de Hollywood, de aquellas que se hacían la atracción principal de la película en cuestión.
Y, cuando parecía que se habían agotado los cartuchos, el apogeo newmanesco conseguía otra de tantas reválidas, cuando se combinó con Robert Redford para "Butch Cassidy & The Sundance Kid".
Su interés por prácticamente todo lo llevaría también detrás de las cámaras, donde eligió a su amada Joanne Woodward como musa recurrente de sus películas.
Noble, sincero, sin aliento, Paul compaginó sus múltiples fortunas con su sed de activismo. Lo consideraba lo justo y lo adecuado; no como un mérito, sino como lo que debía hacer.
Nixon lo colocó en su lista de enemigos, mientras Newman se decía democráta y caritativo.
Los beneficios de su cadena de empresas alimenticias se destinaron a toda obra y causa que así lo requiriese, y donde pudo ayudar, allí estuvo él.
Denunció Hollywood como nido de vanidad y trasladó a su familia a Newport, Connecticut, donde, alejado del mundanal ruido, estableció un hogar.
Un hogar que se vería azotado por la tragedia en 1978. Scott, hijo de su primer matrimonio, moría de una sobredosis de drogas. Paul casi se muere de la pena y la culpa.
Scott Newman había intentado seguir los pasos de su padre, sin demasiado éxito. "No sabes lo que supone ser su hijo, no tener ni sus ojos ni su talento ni su suerte", confesó Scott a uno de sus amigos.
Tras su muerte y sin poder hacer nada por enmendar el pasado, Paul construyó una fundación por la prevención de la drogodependencia, con el nombre y en homenaje al hijo perdido.
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Con Scott |
Aunque más esporádico y exquisito, Paul Newman nunca dejó de trabajar y, en los años ochenta, el mundo parecía gritar de desesperación porque le dieran el Oscar de una vez.
Su abogado alcohólico de "Veredicto Final" parecía la mejor apuesta, pero habría que esperar hasta 1986. "El Color del Dinero", secuela de "El Buscavidas", lo veía de nuevo en la piel de Eddie Felson, y, por fin, caía la dorada estatuilla.
Por entonces, lo sabía todo sobre la profesión, y decían los expertos que la experiencia, las arrugas y olvidarse del Actors Studio lo habían hecho mejor actor que nunca.
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"El Color del Dinero" |
Le preguntaron mil veces por Joanne Woodward, la mujer más envidiada de la Tierra.
¿Cómo es posible tanta fidelidad con ese bufé de belleza que es Hollywood? ¿Nunca se ha sentido tentado, señor Newman?, le inquirían.
Él respondió con otra pregunta, esa frase inmortal que sólo puede formular un hombre de verdad: ¿Para qué salir a por una hamburguesa cuando tengo un steak en casa?
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Con su 'steak' en casa |
Fabulosa pareja donde las haya, el matrimonio duró la friolera de cincuenta años, cincuenta largos y cálidos veranos hasta su muerte.
Se ha dicho que hubo algún que otro período de distanciamiento, pero Paul jamás dejó de amar a Joanne.
Anunció retirada artística en 1995, pero volvió.
Su último papel en el cine fue darle voz a uno de los "Cars" de Pixar. No había coincidencia; el automovilismo era una de sus pasiones de toda la vida y qué mejor que interpretar a un coche como colofón.
Cuando ya lo pensábamos inmortal, en 2008, el cáncer de pulmón aparecía con la intención de llevárselo. Paul entendió el final y su voluntad fue morir en casa.
Una mañana de Newport amaneció sin él. Tenía 83 años y el eterno amor del mundo.
"Me gustaría que la gente pensase que detrás de Newman, hay un espíritu activo, un corazón y un talento que no nace de mis ojos azules", dijo en cierta ocasión, como si aún no supiera que lo había conseguido con creces.
Todos dicen que era un dios. Se equivocan. Paul Newman no era un dios. Paul Newman es Dios.