La niña que andaba descalza por alguna granja olvidada de Carolina del Norte creció un buen día y se hizo tan bella que sólo pudo convertirse en una de las más celebradas diosas del cine.
En sus años de gloria, la llamaron el animal más hermoso del mundo, mientras otros aún sostienen que Ava Gardner es la mujer más guapa que ha registrado cámara cinematográfica.
Se la recuerda y recupera en imágenes como esa mezcla deseada entre ternura y fiereza, entre niña y Afrodita, entre vulnerable y poderosa.
La Gardner fue una cuestión de erotismo, de despertar plateas con la sola irrupción de su rostro, aún más delicioso en Technicolor.
Los talentos, si los tuvo, se ignoraron frente a su apabullante belleza.
"No sabe hablar, no sabe actuar, ¡es maravillosa!", dijeron en la Metro Goldwyn Mayer entre aplausos, cuando la descubrieron y le firmaron un contrato en exclusiva.
Ella era, ante todo, Ava, el Angel de Sinatra, Pandora, la Condesa Descalza, la que se zambulló en la piscina de Ernest Hemingway, para que éste dijera que no se cambiaría el agua jamás.
Viajera, inquieta, agitada, se cuenta que la verdadera Ava fue una señora más interesante, ingeniosa y divertida que la máscara de sexualidad y distancia que le puso Hollywood.
Se evidencia en sus comentarios sobre lo que vio del mundo, de la profesión, de la gente que conoció.
Quizá en el sentido del humor se hallara la respuesta a su supervivencia frente a los inevitables ataques, después de los tormentosos amores, en el momento en que los focos se apagaron, cuando la suprema belleza ya no fue tal belleza.
Los años pasaron para Ava, pero su imagen de esplendor resiste al tiempo y todavía sobrecoge.
Como gran historia de Hollywood, empezó muy lejos de allí, caminando por la plantación de su padre, en pleno Sur, sin zapatos, tan rural Ava Lavinia Gardner.
La menor de siete hermanos, la niña Ava contempló muchas veces la ruina de la familia, que se movió itinerante, entre la prematura muerte del patriarca y la urgencia de seguir adelante.
Ava, destinada a ser una secretaria, tenía 18 años cuando fue fotografiada por su cuñado.
Éste expuso la foto en el escaparate de su estudio y la leyenda cuenta que alguien pasó por allí, acreditándose como agente de la Metro Goldwyn Mayer.
Cuando Ava Gardner llegó a su primera prueba en el estudio, no tenía experiencia artística ni tampoco ninguna aspiración por el medio.
La prueba fue un completo desastre, pero no importó. Muchos que estaban allí aseguraban que no habían visto una mujer tan hermosa en toda su vida.
Como muchos hermosos sin talento dramático discernible, Ava Gardner se construyó como una creación de estudio, que la esculpía mientras la colocaba en pequeños papeles.
Sucedía a lo largo de la década de los cuarenta, donde el principal caballo de batalla de la Metro fue librarla del cerrado acento sureño, que la hacía prácticamente indescifrable.
Si aún no era conocida en el cine durante esa etapa de formación, la farándula ya la empezaba a señalar como starlet de ambición cuando se casó con el astro juvenil Mickey Rooney, que sonreía como nunca al lado de semejante hembra.
"Tal vez él disfrutó del sexo conmigo. Yo, desde luego, no", diría ella con el tiempo.
Con Mickey Rooney |
Después de Rooney, las cámaras de cotilleo volvieron a fotografiarla al lado de Artie Shaw, conocido bandleader de la época, que se haría su segundo marido.
Su vida amorosa se dijo veleidosa desde que puso el pie en los nightclubs de Nueva York y los saraos de Hollywood, y esos dos maridos sólo fueron dos nombres entre la lista de corazones rotos de Ava Gardner, esa que comenzaría a llenarse con el toque de lo legendario.
Ella sonrió ante las preguntas sobre sus amores, se quedó con los mejores recuerdos y procuró mantener buena relación con todos sus ex.
Pero el amor para el que estaba señalada Ava era el público, que casi se vuelve loco por ella cuando la vio en la primera película de importancia.
Era una mujer fatal de tomo y lomo, que seduce y destruye a Burt Lancaster, en el señor clásico del noir, "The Killers".
El sedoso y largo pelo negro, las facciones, los labios, la voz, el cuerpo, las piernas. Y los ojos verdes, llenos de voracidad y, a la vez, tranquilos, cual conscientes de su magnificencia animal.
Ava se decía perfecta, la superación de las sex-symbols anteriores, la tía buena de bandera y la auténtica reivindicación de la mujer morena.
Con Burt Lancaster en "The Killers" |
La Metro no la quiso soltar jamás y la colocó en muchas películas donde el cartel recogía la escultura de sus curvas como principal reclamo publicitario.
"Esa Ava Gardner me quita el sueño", dice un personaje de "The Band Wagon".
Y dicho insomnio se hizo general durante la década de los cincuenta.
En "Mogambo" |
Sus propias noches de desvelo se lo propiciaría Frank Sinatra, al que largamente recordaría como el hombre de su vida.
Frank y Ava conformaron una de esas parejas emblemáticas de la constelación show-business, por todo lo que se amaron y por lo muy imposible que se hicieron las vidas el uno al otro.
Fue una apuesta arriesgada desde el principio.
Sinatra se divorciaba de su mujer y corría en pos de la Gardner, asunto que repugnó a la Iglesia Católica y a las periodistas de Hollywood, que la escribieron como si fuese igual que la zorra que había incorporado en "The Killers".
Ava y Frank se casaron para dar alas a una relación pasional, marcada por los celos y las discusiones.
Cuando ella rodaba "Mogambo", se le ocurrió mirar dentro del taparrabos de uno de los extra africanos.
- Bah, Frankie la tiene más grande.
Con el tiempo, comentarían que eran compatibles en el lecho, para que las broncas comenzaran en el camino al bidé.
Dos abortos se sintieron obligados como demandas de la Metro, pero también como diagnósticos de una pareja condenada más a la borrasca que al hogar.
- No podíamos ocuparnos ni de nosotros mismos - afirmaría Ava para intentar explicarse.
Con todo, Ava y Frank jamás se olvidaron y fueron amigos hasta el último día.
El corazón roto y convertida finalmente en una estrella de Hollywood. Ava Gardner miró a todos lados y dijo que no.
Nunca se sintió segura frente a las luces, bajo los focos, cercada por el escrutinio.
"El estrellato me dio todo lo que no quería", diría la confesa tímida.
Ava se descubría a sí misma con la necesidad constante de aventura, mientras encadenaba amantes y se asentaba durante temporadas en España.
Se amistó fuertemente con Hemingway, con quien acudía a los toros, y le guiñaba el ojo a Dominguín, el mismo que, según cuenta el mito, se puso los pantalones tras acostarse con ella para ir corriendo a contarlo.
Muchos hombres besaron a Ava, que recordaría toda esa época como una locura absoluta, vivida a canalla contracorriente de la España franquista, desde las plazas de toros hasta los sofás del Museo Chicote.
Como muchas personalidades de la época, la contradicción estuvo servida.
Mientras era la más fiestera y libertina, en casa se proclamaba conservadora, apoyaba a los candidatos republicanos de su país y se decía aún con valores de la niña de campo que nunca había dejado de ser.
- Debo haber visto más amaneceres que ninguna otra actriz de Hollywood - todavía aseguraría la muy simpática.
Para el cine, daría su último papel de importancia en "La Noche de la Iguana", por el que recibiría las mejores críticas de su vida.
Como Maxine en "La Noche de La Iguana" |
Regresaría en contadas ocasiones y con la sombra de la inseguridad en cada plató que pisaba.
A finales de los setenta, a ritmo de cine de catástrofes, Ava ya no era tan bella ni tan joven, pero la pusieron como mujer de Charlton Heston en "Terremoto", donde lució como la garantía de lo inapropiado.
Los excesos pasaban debida factura, especialmente el tabaquismo que trajo el enfisema, cada vez más devorador.
Sus puntuales reapariciones se vivieron en televisión durante los años ochenta, para finalmente dejar paso y confinarse en su apartamento londinense.
Los últimos años los pasó en cama, acompañada de su criada favorita y su perro, con el teléfono al lado, recibiendo noticias de sus amigos de siempre, sobre todo, los hombres que no podían olvidarla.
Con la certeza de haber vivido y viajado más de lo que Ava Lavinia hubiera imaginado nunca, la Gardner dijo aquello de "Estoy muy cansada" y se quedó dormida en 1990.
Tenía 67 años y una neumonía que se la llevó discreta, en silencio, descalza. Siempre descalza.
Debido a su irregular relación con Hollywood y la prevalencia de su imagen antes que cualquier otra consideración, las películas realmente memorables de Ava Gardner en Hollywood son menos de las que se piensan, aunque ella está para comérsela en todas y cada una.
En esencia, Ava como figura fue una cuestión de aura, de caché, de look.
Pero qué look.
Esta bella del Señor era ese peligro que nadie quería evitar, era la hembra que dejaba a
los machos besándole el tacón de pura desesperación y, para colmo de
emociones, todavía sonreía como si acabase de salir de aquella granja de
Carolina del Norte.
Con Ava Gardner, hasta los espejos debían romperse de la envidia.
Además Ava es una de esas bellezas sobrehumanas que cae tan bien a hombres como a mujeres, creo que incluso entre sus contemporáneos.
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