martes, 4 de junio de 2013

Papá Hitch


Supremo maestro de ceremonias de las pantallas cinematográficas, Alfred Hitchcock fue también el mayor cómplice del público al que decía torturar.
Se ha escrito y dicho muchísimo sobre el papá del thriller, el cineasta influyente y el genio del suspense, pero poco sobre su audiencia. Esa audiencia que adoró a Hitchcock, la que sigue volviendo a él y la que encuentra lo que busca en esa glamourización de los miedos más esenciales. 
Como nosotros, Hitchcock tenía miedo a ser descubierto, al castigo, a ser confundido con otro, a la sexualidad, a la irrupción de una madre terrible en el vano de la puerta. 
Hitchcock se sumergió en los resortes del morbo e intuyó nuestra suciedad psicólogica, hallazgos que se contaron de incalculable potencia para una época tan falsamente beatífica como la Norteamérica de los años cincuenta.
"Todo está pervertido de un modo u otro", dijo.
El partícipe del ojo de Alfred es el espectador, el mayor culpable, el último seducido en el juego del cineasta.
Porque las películas de Alfred Hitchcock se disfrutan y padecen a los golpes del corazón de ese quien mira.


Él, con voz pausada y humor negro, se hizo la verdadera estrella de sus películas. Bajo complicadas intrigas y misteriosos asesinatos, expresó sus filias, fobias y obsesiones, su retorcida visión de un mundo retorcido.
No fue el primer cineasta que pudo ver su nombre por encima del título, pero sí el primer director cuya cara y figura se harían reconocibles por la audiencia. 
En todas sus películas, hace un cameo como firma necesaria, aunque sería su paso por la televisión lo que reafirmó esa consagración como icono cultural. Lo hitchcockiano vivió y vive más allá del propio Hitchcock.
Sus creaciones, que navegaron entre buenos éxitos y cierta incomprensión, serían alabadas finalmente como la extraña victoria de la autoría en pleno Hollywood. 
Una anomalía: un director personal e intencional que, a la vez, conseguía films populares, entretenimientos únicos, galvanizaciones asistidas, esas que encontraron la tecla de mayor contundencia en "Psicosis", la película que cambió el juego en el panorama audiovisual para siempre, a razón de saltarse las reglas, arrojar explicitud y tirar de la cadena del váter. 
La platea, encantada, sólo pidió más.


La filmografía de Alfred Hitchcock, vasta, irregular, llena de joyas y algún que otro tropiezo, todavía es revisitada por aquellos que quieran saber de qué va esto de las películas, mientras sus obras maestras no paran de escalar puestos en la lista de los celuloides más celebrables de la Historia del Cine.


Alfred Joseph Hitchcock nació en el último año del siglo XIX, cual gota de victorianismo que le perseguiría de por vida.
Fruto de una estricta familia católica, el padre de Hitchcock llegó a enviarlo a la policía, con cinco años y una nota, para que lo encerraran en una celda durante esa noche por portarse mal.
Creció entre temores y opresiones, esas que construyeron al artista detrás del gordo que no encajaba en uniformes, que no era requerido por los ejércitos, que las mujeres no encontraban especialmente apetecible.


Entre sus frustraciones laborales y existenciales, nacieron sus primeros relatos, vendidos a la prensa, mientras la imagen fotográfica le robaba la atención.
En la Inglaterra de entreguerras, se gestó el ojo de Hitchcock que, tras muchos intentos frustrados, rodajes cancelados por falta de fondos y fracasos de salida, conseguía imponerse como director de cine.
Por entonces, se casaba con Alma Reville, su ayudante de dirección, con la que permanecería hasta su muerte. A los pocos años, nacería su único retoño: Patricia.
Alma Reville, acreditada como guionista en muchas de sus películas, ha sido señalada como una figura misteriosa en la obra de Hitchcock, por cuanto no se puede calcular su participación e importancia en ella. 
Las más recientes biografías se han querido acercar al borracoso matrimonio, pero los Hitchcock fueron, en esencia, gente muy tranquila, que prefería pasar sus veladas en casa.

Su boda con Alma Reville

Éxitos resonantes como "The Lady Vanishes" o "Los 39 Escalones" auguraron a Hitchcock como el cineasta más importante de Gran Bretaña, justo cuando Hollywood empezó a llamar a su puerta.
La mudanza a Los Angeles se producía cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, lo que preocupó a Alfred durante aquellos primeros años. La denuncia sobre lo que ocurría en Europa y la necesidad de la cooperación se puede rastrear en "Enviado Especial" o "Naúfragos".
Pero su billete de entrada fue la fastuosa "Rebeca", llena de la inventiva hitchcockiana, por primera vez a la luz de una superproducción. 
Todo lo aprendido no fue nada comparable con todo lo descubierto. 
A cada fotograma, a cada juego de luces, a cada golpe de montaje, Hitchcock encontraba una nueva forma de comunicarse con la audiencia y, a la vez, de pintar sus obsesiones de una manera más retorcida y exquisita al mismo tiempo.

"Extraños en un Tren"

El interés por el psicoanálisis, la irrupción del pasado y los complejos sexuales imbuyeron por primera vez a los personajes del cine norteamericano. El cine se llenaba de la textura de las pesadillas cuando las estrellas se tornaban manojos de nervios, que temían a mamá y temblequeaban con el café en las manos, mientras dudaban si era el momento de aparearse o darle otro latigazo al caballo.
El argumento de espionaje, crimen o asesinato se hizo pronto el accesorio. 
En "Notorious", eclosión del hitchcockianismo por cuanto todo está en el estilo, la trama del uranio se permite indescifrable, al ritmo que el interés de la audiencia se centra en los besos, en la persecución por el castillo gótico y en la huida final.
El cine de Hitchcock habla de represión, pero también del deseo por liberarse, desatar los corsés y bajar las escaleras. Sus personajes siempre terminan por rendirse: sueltan los dedos, desafían los vértigos, se entregan a la pasión.
A la complejidad psicológica de lo que se ocurre y lo que se siente, la cámara hitchcockiana se movía insinuante. 
El director intuía y perpetraba, se lo pensaba escrupulosamente y se dejaba llevar, como si un personaje de sus historias se tratase.

Con Ingrid Bergman en el set de "Notorious"

A medida que los años pasaron, Hitchcock consiguió librarse de Selznick, quien amparó y fiscalizó sus primeras películas, y pudo navegar de manera más independiente, produciendo gran parte de sus películas y haciéndose voz y hombre orquesta de todas ellas.

"La Soga"

Los años lo hicieron su propio anunciante, a medida que la extravagancia de sus empresas crecía. 
La segunda mitad de la década de los cincuenta fue el momento más espectacular, por cuanto se refrendaba en sus constantes, cada vez más restallantes, coloridas, perversas, oníricas.

Doris Day y James Stewart en "El Hombre Que Sabía Demasiado"

El tríptico "Vértigo", "North By Northwest" y "Psicosis" podría ser su perfecto resumen, tanto a nivel formal como por la dispar, casi disparatada, reacción que suscitaron. 
En ellas, está Hitchcock, el enfermizo, el hombre perseguido, el sádico. De ellas, se ha dicho casi todo. Son sus películas más intensamente discutidas, todavía dignas de una buena refriega entre cinéfilos.

Con Janet Leigh en la ducha de "Psicosis"

"Vértigo" ha sido considerada su declaración de intenciones más expresiva y también aquella donde el estilo se troca en discurso claramente artístico. 
Como pieza cinemática, "Vértigo" es la hostia. 
Como entretenimiento en sentido estricto, "Vértigo" es una locura weird, cincuentesca y anticincuentesca al mismo tiempo, llena de pelucas, mujeres muñequizadas, pasión necrófila y final what the fuck.
En todo caso, esa sublimación de una genuina fantasía machista - cambiar a una mujer hasta el punto de la tortura - debe ser el verdadero quid de porqué tantos caballeros la tienen tan arriba en sus preferencias.

James Stewart y Kim Novak en "Vértigo"

El Hitchcock torturador aparecía en sus films y se transfería a las salas de cine, pero, según Tippi Hedren, no era nada comparado con el castigador de los rodajes. 
Las rubias de aspecto glacial y corazón ardiente fueron las heroínas favoritas del maestro durante toda su carrera, desde Madeleine Carroll hasta Tippi, con parada imprescindible en Grace Kelly.

Con James Stewart y Grace Kelly en "Rear Window"

La leyenda cuenta que se enamoraba de todas ellas y la frustración del maestro las hacía infelices en el transcurso de la producción. 
Tippi Hedren, que fue la última rubia, se confesó transmutada y blindada por el director, obsesionado por obtener una réplica de Grace Kelly, su favorita, largamente añorada tras dejar Hollywood por Mónaco.
Otras actrices han puesto en evidencia la visión salvaje de Tippi sobre Hitchcock. 
En cualquier caso, los conflictos y los odios a muerte no son extraños para quien sepa lo que ocurre en los rodajes, cómo son los directores, cómo se comportan los actores y cómo se consiguen las grandes películas.

Con Tippi Hedren en foto promocional de "Los Pájaros"

Grandes, grandes, decían los críticos de Cahiers du Cinema. Truffaut corrió a entrevistarlo y Alfred, que era experto en sí mismo, se lo contó todo. 
Mientras, en Norteamérica no lo tenían claro y abuchearon "Marnie" con energía. Él no se preocupaba, porque no dudaba de que, al año siguiente del estreno, las vindicarían y entenderían.

Su cameo en "Marnie"

Los setenta lo descubrieron con mala salud y los estrenos se dispersaron en el tiempo, pero nunca los proyectos. Firmaba su última película en 1976, en el momento en que podía ver con sus propios ojos el efecto que su estilo tenía en toda una generación de cineastas y consumidores.
Con la sensación del deber cumplido, todavía con esa mente en plena ebullición, el gordo en la sombra se fue a dormir en su casa de Los Ángeles, allá por 1980. 
Un fallo renal fue la causa de que el más inquietante muriese de la manera más plácida.


"Algunas películas son trozos de vida. Las mías, trozos de tarta"
A Hitchcock se le ha homenajeado, se le ha calcado, se le ha serializado como un acto de fe pop. Podría decirse que la secuencia de la ducha de "Psicosis" no es más que el videoclip mitocondrial.

Con Cary Grant en el rodaje de "North By Northwest"

Entre sus innumerables secretos, fue decisivo cómo contó el desequilibrio humano a través del más milagroso equilibrio formal, donde la imagen, el sonido y la vibración de las emociones se besaban, mientras el suspense, alargador de agonías, hacía los retratos más intensos y depredadores.
Como tal depredador, ha sido único y, hasta en sus películas más explícitas y manipuladoras, descansa su infinita elegancia a todos los niveles.
Alfred Hitchcock es lo que hablamos cuando hablamos de cine.

2 comentarios:

  1. Una entrada para enmarcar, como se merece el gran Alfred Hitchcock. "Alfred Hitchcock es lo que hablamos cuando hablamos de cine." Una de las mejores reflexiones que he leido nunca. Felicidades, me ha encantado.

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  2. Si no te importa, cojo prestada esta mirada tan acertada sobre Hitchcock para publicarla en la página de Facebook del Cineforum de Ciudad Lineal.
    Coincide con que nosotros proyectamos Notorious el pasado domingo, jejeje

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