jueves, 12 de junio de 2014

Historia de Tres Ciudades



"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. 
La edad de la sabiduría y también la de la locura; 
la época de la fe y de la incredulidad; la era de la luz y las tinieblas; 
la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. 
Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; 
caminábamos hacia el Cielo y nos perdíamos hacia el Infierno..."

Charles Dickens, "Historia de Dos Ciudades"


Todo lo poseo y no tengo nada, camino hacia el Cielo y me pierdo hacia el Infierno, digo para refutar la idea del post de ayer: sólo soy capaz de entenderme de una manera melodramática. Es el mejor modo que tengo de conciliar el sueño.
Hablando de sueños, precisamente en ellos empezaría mi historia de las tres ciudades. 
En algunas ocasiones, sueño que ando por calles de las ciudades en las que he vivido. Pero son calles por las que no he caminado con frecuencia en la realidad, por las que me perdería. Lugares que parecen reclamar mi visita sólo cuando estoy durmiendo. Quizá en esas calles poco transitadas por mí encontraría lo que no he encontrado. O son un simple símbolo de inseguridad, esa sensación que atenaza en toda pesadilla. Además de caminar por esas calles ignoradas, también me sueño conduciendo por carreteras, agarrando el volante, sabiendo que no pasará nada si mantengo la calma, sigo adelante y voy en línea recta. Gran sueño de inseguridad para mí, sin duda, que no tengo ni idea de conducir un coche.


Sí, he vivido en tres ciudades. Veintidós años en La Laguna, diez años en Madrid, un mes y medio en Londres. 
Llamar ciudad a mi La Laguna da un poco de risa en comparación con las otras dos. Pero yo crecí pensando que era una ciudad. De hecho, la gente que vive en La Laguna cree que vive en una ciudad. Quizá porque tampoco es exactamente un pueblo. No todo el mundo se conoce, hay barrios, servicios municipales e incluso algunas avenidas donde el tráfico se detiene y comienzan las bocinas. 
Es de los lugares más fríos de las islas Canarias y las nubes sempiternas que cubren sus tardes le han valido el apodo de Mordor, especialmente vista su bruma al subir por la autopista desde la soleada Santa Cruz.
La Laguna vive entre la universidad y los bares, entre las plazas y el mercado, entre las calles solitarias y las casas antiguas, tan jodidamente hermosas. 
La gente es cálida, sonriente, saludable, pero también envidiosa e incluso arrogante. 
Te mira con susto y guarda una opinión sobre ti. Si no tiene ganas de saludarte, dejará de hacerlo un día y ya no lo hará más. 
Es bruta, pero se las da de fina. Si anoche te emborrachaste con ellos, ya eres su amigo. Acudirán a ti con los brazos abiertos. En definitiva, es como yo.
Si vas a La Laguna, tomaremos un cortado por la tarde, nos emborracharemos por la noche y volveremos a casa, caminando, maldiciendo el frío húmedo de ese lugar de clima extraño y cambiante, sólo posible por estar en altura, con el Atlántico en furia creciente, encima de una laguna perdida que le dio su nombre, entre las casonas de gente que se piensa aristócrata y los pisos de estudiantes de todos los lugares del archipíélago.
Entre el día que mis padres se conocieron, se casaron y la eligieron como el sitio donde trabajar, crecer y vivir para siempre. 
Entre los días en los que yo nací y las noches en las que me fui.


Hace diez años que marché de La Laguna y, cuando he vuelto en semanas sueltas por vacaciones, apenas la he mirado con mucho detenimiento. 
Si comprobé que había cambiado mucho. De repente, actividades culturales, rincones encantadores. La vieja ciudad fría y dormida se hacía repentinamente moderna, inquieta. ¿Será verdad o será un espejismo?
Yo he odiado La Laguna, pero sin demasiada dedicación. Ha sido más bien un desentendimiento. Yo no puedo vivir aquí, decía. La verdad es que no he podido vivir con mi familia, que es distinto. 
Pensé que el amor estaba en otra parte, hice caso a los que me dijeron:
- Josito, tú aquí no tienes nada que hacer, vete fuera.
Y lo hice. 
Cuando me recuerdo con veintidós años, maletas enormes, en el aeropuerto de Barajas, despertado a un frío distinto, seco de necesidad, apabullante de vaho, sólo puedo enternecerme. Creía que lo sabía todo, creía que iba directo al Cielo. 
Y me enamoré de Madrid hasta el tuétano. Lo pasé fatal los primeros meses y no me rendí ni un segundo. Era el desafío y la promesa, era el lugar temible pero también extrañamente hogareño. Sentía que me dirigía a alguna parte.


Esa década en Madrid ha sido la vida, incluso hasta cuando le di la espalda. Madrid fue todo. Siento ahora mismo el viento en la cara de cuando llegó el primer metro al que me subí tanto como la pared en mi espalda donde me arrinconaban los caballeros en el bar de ligoteo.
Oh, echo de menos Madrid. Anoche soñé que volvía a Madrid, sí. Pero echo de menos el Madrid de antes, el previo a la crisis, el fiestero, el que estaba vivo. Quizá eche de menos al Josito de entonces, tal vez sólo vivo en el peor de los tiempos. 
¿Es incorrecto echar de menos la prosperidad, el derroche, los días buenos, esos que fueron los culpables del descalabro económico? Es inevitable. Y tengo la sensación de que las cosas no volverán a ser las mismas, ni incluso aunque el mundo se recupere el día de mañana de esta interminable crisis. Los años veinte no volvieron nunca. Madrid, mi Madrid, preveo que tampoco.


El desencanto por una ciudad me llevó a buscar otra, que se las prometía formidable e insuperable. Pero usted no puede olvidar a un gran amor con un repuesto mecánico. 
Y, menos, con una ciudad tan complicada como Londres, la tercera en discordia, la que no odiaré ni amaré. Un mes y dos semanas no es nada. 
Me reservaré la opinión sobre este monstruo, porque entiendo que tiene sus fans. Aún es pronto para entender cuál es el significado de esta ciudad en mi vida. ¿Un error por la precipitación? De manera optimista, una extraordinaria parada en el camino, que me dirigió a donde quería ir, que me puso en evidencia desde que me echó el ojo, que no era lo que buscaba, que quizá haya más suerte la próxima vez.


Esta historia de tres ciudades termina con la elección inevitable de una de ellas. Al menos, por hoy, porque tengo la sospecha de que no voy a parar de hacer maletas en toda mi vida. Este culo mío nació para la inquietud.


Mientras decido sobre mis decisiones, esta historia de tres ciudades terminará en la primera. Exactamente lo que he temido todos estos años: volver a La Laguna. 
Estoy aterrorizado en muchos aspectos y lógicamente frustrado, pero también siento una extraña tranquilidad. Siento la brisa de un sitio tan limpio y bonito. Tengo más amigos y gente querida allí que en ningún otro lugar del mundo. Me he perdido tantas cosas. Bebés que han nacido, padres que han envejecido, 
El otro día una amiga de la isla me dijo: "Llevamos mucho tiempo buscando nuestros sueños en otra parte y, a veces, están al lado de casa".
Cómo me hizo pensar la muy puñetera. En La Laguna, no todos se conocen. Yo no los conozco a todos. Hay calles que nunca he caminado.


¿Es La Laguna el lugar donde escribir una novela, donde empezar otra vez, donde hacer una parada y tomar fuerzas para buscar la cuarta ciudad? ¿Es la ciudad donde vivir para siempre, donde todo será más fácil, más barato? 
Es la ciudad donde tener aquello que nunca he tenido: paciencia, bendita paciencia. Es el sitio donde encontraré la tranquilidad o donde entenderé que eso no existe. 
La Laguna es mi hogar, o uno de los muchos hogares que puedo crear, recortar, imaginar, soñar y tropezar para levantarme de nuevo. Regresaré a mi casa y haré lo posible para hacerle volver, decía la O'Hara. Yo lo haré para hacerme volver. 
He fracasado, he sucumbido, me he equivocado, me he dormido en los laureles, he perdido frente a mi pereza y bajo la crisis. Sí, y hoy me he dado cuenta. En la tercera ciudad. Oh, ya va cobrando sentido.
El sábado vuelvo a La Laguna, porque no me queda otro remedio, porque lo poseo todo y no tengo nada, porque me desvié en el camino al Cielo, porque es lo mejor y lo peor que puedo hacer, porque no soy el único, porque quiero que lo entiendas, porque quiero ignorar a los que me juzgan.


Porque quiero conciliar el sueño esta noche, convencido de que hago lo correcto, para soñar con las calles que no he caminado, esas que dan miedo, esas que cuentan las historias de todas las ciudades del mundo.
Esas calles donde paseas tú y donde debo encontrarte, amor de mi vida.

1 comentario:

  1. Oh, qué-identificada-me-siento. Todo irá bien, ponte un propósito a corto plazo, uno a medio y otro a largo, de progresiva dificultad. El a largo puede ser encontrar el amor de tu vida.

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