domingo, 21 de diciembre de 2014

Notas del Suicidio


De repente, el último verano, Robin Williams agarró su cinturón y se colgó. Hacía dos agostos, el director Tony Scott, sin dudar un instante, salió de su coche y se tiró de un puente. La semana pasada, un empresario arruinado, sin célebre nombre, lanzó su coche, armado de una bomba casera, contra la sede del partido gobernante en España, bajo la decisión de llevarse a todos los políticos en su espectacular suicidio. Se quedó en intento, frustración, manos esposadas y bomba sin explotar, pero el suceso cubrió las noticias, las entretuvo, propició una reacción entre el escalofrío y una irremediable simpatía. Si te vas, llévatelos, sí.
Los suicidios no suelen ser simpáticos. El caso de Robin Williams es paradigmático de la profunda tristeza que arrastra. Es más que la muerte, pensamos, es la negación de más días y mejores noches, es la aceptación del fracaso, es la caída de la esperanza, esa que nos ata al mundo y nos libra de la locura de nuestras incertidumbres.
Robin decidió marcharse como la mayoría de los suicidas. En un arrebato de desesperación. Una enfermedad degenerativa entraba en juego y él, que había superado adicciones, descalabros y decepciones, dijo que no podía más. Su suicidio fue, como todos, una declaración. Una declaración de esas que afirman el dicho de que una imagen vale más que mil palabras.


Con Robin, el suicidio fue descifrable. El Parkinson era la respuesta. Con Tony Scott, jamás nos dieron una explicación. Hubo una nota que nunca se hizo pública y la teoría sobre su muerte quedó suspendida en el tiempo. Cosas que olvidar para seguir viviendo, para no ir detrás de él.
Explicación congruente o no, el suicidio no se entiende ni se asimila. Es la idea descabellada por excelencia. Puede entrar en nuestra mente y puede incluso llegar a conquistar la convicción, pero desafiar el último límite de nosotros mismos - la propia preservación - es el enigma que precede a la ya de por sí enigmática muerte.
Cuando decidí escribir sobre el suicidio, me pregunté: ¿es acaso una cuestión de los seres humanos?
Si somos los únicos entes vivientes con conciencia de serlo, somos los únicos con la capacidad de destruirla. Sería lógico.
Pero, ¿no conocen los animales de la desesperación, de la locura, del insufrible padecimiento? Según he leído, poco se ha estudiado del suicidio animal, pero existe. Se ha detectado. Hay seres vivos que hasta explotan repentinamente. Sí, lo decían los proverbios, lo sabíamos: en toda vida, existe una destrucción.


¿Por qué se suicida la gente? Los estudios se aceleraban de sociología y se intensificaban cuando en las comunidades residenciales de la América media, el suicidio adolescente se convertía en una epidemia alarmante. ¿Están tan aburridos? ¿Viven tan alienados? ¿O sencillamente se apuntan a toda moda?
En los paneles clínicos, la voluntad suicida nace de un padecimiento mental. Los enfermos psiquiátricos más graves componen la mayor porción de suicidas efectivos del mundo. Las adicciones, las ruinas económicas y los sucesos calamitosos también conducen al suicidio.
Además de pensar si el suicidio era una cuestión exclusivamente humana, también me preguntaba, ¿por qué unos se suicidan y otros no?
Es decir, gente que atraviesa guerras, hambrunas, violaciones, torturas y todo lo malo y podrido que te puede pasar en la vida, sigue adelante. Se recompone de algún modo insondable y, aunque se noten las costuras de lo padecido, esas botas han nacido para caminar.
Otros, en cambio, no aguantan más una tarde de tedio en el MacDonald's y adiós, mundo cruel.


Muchos se suicidaron en el Berlín de 1945, mientras otros vivieron entre las ruinas y de ellas, salieron, quizá prostituidos, siempre míseros, destruidos, catatónicos. Pero vivos, jodidamente vivos. ¿Por qué no se mataron ante el panorama? ¿Me hubiese matado yo?
Concluyo que no es la situación en sí lo que lleva al suicidio, sino lo que dicha situación llega a perturbar mentalmente. Hay gente que aguanta un maremoto y otra ni un portazo. Es así.
Las crónicas del suicidio, ya sea en Berlín, Wichita o Waco, son gélidas de necesidad. Propician una mueca helada de onda expansiva que no se quita jamás. La familia queda cordialmente destruida de por vida y es probable que alguno de sus miembros siga los mismos pasos. Los amigos, las comunidades también sufren el embate. Es la noción de un fracaso general. "No pidió ayuda" se descifra como un "no pudimos ayudarlo". A la cruda aparición de la muerte de manera imprevista, se suma la culpa.
De ahí la mala prensa del suicidio. Es ese acto egoísta, es ese boomerang que no para de ir y volver, que hace daño a todos, mata a uno y avasalla a tantos. Como dice Cesare Pavese, el suicida es un homicida tímido.
Quizá por ello, el suicidio es de un mal gusto ancestral y dígase tabú en muchas culturas, algunas remontadas a la Antigüedad. El suicidio está feo, es un pecado, es un atentado contra Dios, quien es el que decide esas cosas, y quien se atreva, no recibirá santo sepulcro, mientras sus familiares habrán de sobrevivir bajo un necesario velo de vergüenza.
Ese ataque taimado e hipócrita a los suicidas se contrarresta con la excesiva sacralización del acto en otras sociedades. El suicidio honorable o también llamado haga el favor de tomar la vía rápida para quedar bien.
Hablo de los violentos, innecesarios, inexcusables harakiris para preservar el honor propio con espadas, sangre y tripas desperdigadas.


Suicidio bueno, suicidio malo, qué cosas. El mundo está tan majareta que no entiendo cómo no se ha suicidado todavía.
Como la muerte era una cosa muy afecta al Romanticismo, el suicidio se veía en tiempos tan neogóticos como la idea más emotiva de todas. Uno se mata por amor o por desamor y ya pueden caer lágrimas del Cielo que no habrá escenario más espectacular que irse por propia voluntad con el corazón roto. La excesiva glamourización del asunto, especialmente convincente para ciertas edades atribuladas, hizo la cosa aún más preocupante y aún más tabú, sobre todo cuando lo romántico se conjugaba con un nuevo invento: el cine.
El suicidio es un espectáculo también en el cine y hay más de una secuencia de muerte infligida que está entre lo más poético y hermoso jamás filmado. Esas playas de "Humoresque" o "Ha Nacido Una Estrella", por ejemplo.
Cuando imagino mi hipotético suicidio, pienso en meterme en el océano. ¿Será porque me gusta el mar o porque, otra vez más, me descifro según viejos melodramas hollywoodienses?


En cualquier caso, el suicidio fue cinematográfico desde siempre. En realidad, obedece a la más pura escenificación. La decisión del momento exacto, la disposición de los elementos, el decorado, el grado de dramatismo o violencia, la quietud, el tiempo, la expectativa. Es decir, cine. 
El suicidio articula no sólo el conflicto que lleva a él, sino la personalidad del que lo gestiona. Si alguien quiere descansar, se dormirá. Si alguien quiere sentir, se tirará por la ventana.
Y todo suicida expresará algo, denunciará una situación, señalará un dedo, porque lo hace contra otro u otros.


La soledad y la incomprensión están detrás de muchos suicidas.
En los dramas clásicos, aparecen los más trágicos homosexuales, que sin poder afrontar la pulsión de sus deseos, se matan y libran a la sociedad de un problema menos.
Creíase superado y llegaron las listas de adolescentes que aún se suicidan entre el acoso escolar y la homofobia. Hasta en ese dramático escenario, el suicidio es también un grito de rabia, una denuncia, un dedo corazón levantado contra un mundo intolerante e impasible ante el sufrimiento ajeno.
El suicidio también conoce su vertiente frívola, dígase de aquellos que lo medio intentan, que hablan de él cuando tienen el día flojo, que amenazan con hacerlo u otras maneras de cantar las mañanas. Algunos dan la sorpresa y lo consiguen. Otros, sencillamente, han encontrado en el terror que suscita la sola idea esa manera perfecta de llamar la atención.
Porque el que quiere suicidarse de verdad lo hará. Encontrará el modo y, tarde o temprano, se ejecutará sumarísimamente a sí mismo. Quizá se lleve a otros u otras por delante, tal vez se apague en silencio. En cualquier caso, todos hablarán de él. Su vida estará marcada por ese final. No se recordará tanto lo que hizo como el modo en el que se despachó. Nombrarás a Virginia Woolf, a Robin Williams, a Capucine y la desazón se cernirá sobre sus logros, porque éstos se empequeñecieron ante el más descomunal de los fracasos. 
El suicidio es una mala idea, sí, porque es la última idea que tendrás.
Conviene evitarlo como un ejemplo. El suicidio es la garantía de la nada, no hay duda. Pero, como genuino acto de desesperación y padecimiento, hay que parar de una puñetera vez de juzgarlo con condescendencia.
Cuando el dolor es tan fuerte, vivir sí es la peor idea. Y muchos pensadores afirman que el suicidio no es la negación de la vida, sino su más pura afirmación. Cómo debe ser la vida, cómo no debe ser. Al suicida es lo único que le queda y bien puede hacer con ella lo que considere. Es suya.


Jeffrey Eugenides en su novela-análisis, "Las Vírgenes Suicidas", concluye que el suicidio es el acto de rebelión contra el tiempo, contra Dios, contra el puro azar. Ahora decido yo, por fin, rompo el reloj, ese que marca lo que me queda de existencia, y el tic-tac es mío, para siempre y hasta nunca.
Incluso el sólo pensamiento del suicidio es ese aliviador incorrecto. Dice Nietzsche que con él, se logra soportar más de una mala noche. 
Imaginar la muerte elegida para continuar al día siguiente con la vida, esa cuyo rumbo no podemos decidir. Oh, Dios, déjame mover la ficha, ahora juego yo, aunque sea en la más cruenta fantasía.


El suicidio es horrible, sí. La muerte, también. Pero hablemos hoy de ambas cosas, escribamos sobre los tristes fracasos, pensemos un poco en ellos, lo necesario, porque dan miedo y, como todo miedo, sólo se apacigua al prender de las velas, cuando decidimos avanzar por el pasillo de nuestra oscuridad.
Y a todos los que se fueron por sus propios medios, ahí va mi saludo, mi interrogante, mi inevitable culpa, mi profundo terror a que llegue un día en que, de repente. ese sea también mi juego.

4 comentarios:

  1. Muchas gracias, Sebastián, y bienvenido!!

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  2. Buff¡ qué razón llevas. A mí me preocupa que alguien de mi entorno no me diga Help. Por mi parte, pienso que antes tomaría un avión a cualquier sitio.... Por cierto, a veces, todos morimos o nos suicidamos un poquito en determinadas ocasiones, no? Me alegro de que hayas vuelto. Te redescubrí hoy.
    Milty

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  3. Me encantó eso de que nos morimos y nos suicidamos un poquito, Milty. Welcome back!

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