Lucho por conciliar el sueño esta noche. Pero la ciudad tiene los sonidos, y mi cabeza, los ruidos.
Es axioma que siempre me tocan vecinos fogosos. En esta ocasión, el protagonista del sexo next-door no es aquel cachas adorable y promiscuo.
Ahora son hombre y mujer en plena acción nocturna. No les he visto las caras. Sólo los he oído varias veces, dándole al asunto.
Ella es tan falsa follando que ya la he nominado al Razzie. Su novio no se acordará de Rebecca de Mornay y se creerá todos esos orgasmos, pero yo sí me acuerdo y esos gemidos son bad acting.
Al fin y al cabo, yo también aprendí a follar viendo a Rebecca.
- Dios, ¿estás ahí?. Soy yo, Josito Montez. Esta noche no me duermo ni de broma. Tú sigue callado, así te va. ¿Acaso has probado a vivir en mi cabeza? Es el lugar donde conviven cinco posts a la semana, doce series, canciones, películas, vidas de actores, dramas de la gente que conozco, toda la intensa actividad de cierta red social, menús de dieta, tablas de ejercicio, negras expectativas de futuro, además de las necesidades básicas del ser humano. Si no tuviera que comer, domir o cagar, sería muy feliz.
Si pudiera desconectarlo todo. Lo he intentado. He apagado el ordenador. Todas las luces. Pero mi cerebro es como un DVD-R, loco en el lector, dando vueltas, asfixiado, cargando datos, calentando el aparato, demandando atención. Todo lo que he hecho, todo lo que he visto, todo lo que recuerdo, todo lo que debo hacer mañana.
La vecina gime. Música, música, necesito música en los auriculares, para mis oídos. No, son sonidos, más datos, mayor estrés.
He de encontrar algo que no requiera recibir información ninguna. Me afeito, me corto las uñas, vacío los cajones de la mesilla, tirando a la basura lo innecesario.
Si mi cerebro fuera ese cajón de la mesilla...
- Celador de este bello psiquiátrico, lo que más me estresaba en aquella época era la definitiva adicción, es decir, el Facebook. No era la invasión de la privacidad, porque ya no había privacidad que invadir. El Facebook era, simplemente, la locura.
Están ahí, a cada hora del día. Echarle un ojo es obligado. De manera inadvertida, puedo mirar el reloj y darme cuenta de que llevo dos horas en la página, sin hacer otra cosa. Perdiendo el tiempo que no tengo, ese tiempo por el que suspiro esta noche, antes de dormir.
Pero, oh, están todos allí. Gente que adoras, gente que no aguantas, gente que conoces de toda la vida, gente de la que te gustaría saber más, gente amable y atenta, gente pesadísima y exigente de atención. Ni que decir tiene que ésta última es la más estresante.
Como en la sociedad misma, la educación es requerida. Como en la sociedad misma, la sonrisa de cóctel vive a dos puertas del vete a la mierda.
- Doctor, pretendía que intuyeran a la persona detrás del personaje.
- ¿Cuál es la diferencia? - pregunta el doctor, como si me respondiera.
"El Facebook es, efectivamente, la sociedad", pienso en esta noche insomne.
Igual de atronadora, pero aún más viciada de información desbordada, de estrés digital, de demandas visuales, de concentración en un mismo y estúpido punto.
Es un vicio agotador y, al final, una burda imitación a la vida. Tanto ruido, tanto drama, tanta comedia, tanto ingenio, tanta gilipollez, para luego mirar alrededor y ahogarme en la verdad.
El silencio de sepulcro de la habitación y la inequívoca soledad del homo sapiens facebookiense.
- ¿Dónde estuvo usted entre los años 2008 y 2012? - inquiere el fiscal del distrito.
- ¿Yo? ¡Dándole a Inicio y Perfil, señoría!
A tientas, enciendo la luz del cuarto de baño y el espejo me trae el reflejo de Josito Montez.
¿Acaso para terminar este año también habré de dejar otra adicción? ¿Entender los días sin el Facebook? ¿Matar la virtualidad? ¿Recobrar la realidad? ¿Cuál es la diferencia?
Qué idea tan estresante a esta hora de la madrugada.
Quién tuviera lo que recibe ahora la vecina. Seguro que me quedaba dormido inmediatamente.
Esos dos extraños en la noche son como amigos de Facebook: desparramando privacidad sobre mí para acercarse en la oscuridad del anonimato. Que se callen ya, joder.
Ella prorrumpe en uno de sus orgasmos de mentira, mientras él hace el gemido de eyacular. Ella le dice "te quiero tanto, te quiero tanto...".
Oh, la ironía. El orgasmo es de mentira. El "te quiero tanto", de verdad. Porque, sí, está claro, lo quiere, por eso finge el orgasmo. Un acto de amor machista, pero acto de amor, al fin y al cabo. Quién pudiera amar así, de esa manera tonta y sencilla.
La envidia también es estresante.
Los vecinos terminan, hablan, uno de los dos va al baño, se ríen, duermen.
El brrrrrr de un generador en el patio se apaga. Sólo cuando se apaga, me percato del ruido que ha estado haciendo toda la noche. Brrrrrrr.
- Esta ciudad me mató, doctor. Esta ciudad y sus brrrs y sus orgasmos fingidos.
Al final, con estrés o sin él, me quedo dormido en algún lugar perdido de la noche. Curiosamente, consigo el descanso. O su imitación más exacta. Con esta cabeza mía, quién sabe ya la diferencia.
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