Sucedió una noche de 2012.
Entré en una cafetería, abierta de madrugada para trabajadores tempraneros y borrachos de última hora. No te será difícil adivinar de cuál de los dos grupos formaba parte.
El camarero se acercó, al verme sin mirarme, y mientras me preparaba el bocadillo, ese que iba a engullir para tapar las tropecientas ginebras previas, la televisión tomó protagonismo.
Ante una metralleta de recortes sociales y trágicos porvenires, una señora muy facha, sentada en un hemiciclo, dijo lo que pensaba:
- ¡Que se jodan!
Mastiqué el bocadillo, mientras intentaba encontrarle sentido. ¿De qué hablará esta señora?. Luego pensé que mejor no la llamaba señora. Al final, resolví que lo había dicho era una ridiculez. Quién se iba a joder ahora, si jodidos estábamos ya. Qué redundante es la gente mala.
La novedad era que el país había hecho oficial mi estado, aquel con el que
adornar publicaciones de Facebook, lamentos, memorias y postreras ebriedades.
¿Profesión? Que me jodan.
Volví a casa. Bien hidratado, desayunado, solo y bien jodido.
Aquella noche, para colmo, no ligué con ningún caballero. Si no te joden literalmente, te quedas más jodido figuradamente.
Porque, cuando no tienes nada que hacer, te resta el sexo, las noches de desvelo, los bocadillos de tortilla recalentada y volver a casa.
Así que no había nada que hacer para evitarlo: 2012 se escenificaba como el año para joderse. Lo leí en los periódicos, lo oí en la radio, lo escribí en el Facebook.
Como 2010 y 2011, las buenas noticias fueron raras y deportivas. No ganábamos a nada, lo perdíamos todo, día a día, sesión plenaria a sesión plenaria, decreto ley a decreto ley, pero la pelota no nos la quitó ni Dios.
Por las noches, se oían los helicópteros, sobrevolando las manifestaciones. Yo me acordaba del Ejército Simbiótico de Liberación y corría las cortinas.
Ese helicóptero era más inquietante que cualquier serie que he visto en el año.
Jodido año, también porque las series no daban lo que tenían que dar. Como todas las drogas, llega un momento en que dejan de proporcionarte el chute deseado. Hay dos opciones: o te metes más o, simplemente, las abandonas.
Sustituí unas adicciones por otras, unas noches por otras, unas jodiendas por otras. Así fue 2012, cambiar, improvisar, tomar decisiones irrevocables y, acto seguido, hacer lo contrario.
Pasaron las noches y los días. Dijeron que nos iban a rescatar, pero nadie vino a por mí, cuando tendido en la cama, resacoso, concluí que había hecho mal dejando mis actividades blogueras.
Caminaba por la ciudad, me sentía solo, me entregaba al Facebook, intentaba escribir algo bueno y, antes de dormir, tenía sed de alcohol. Vi "Días Sin Huella" y me sentí identificado.
Las copas dejaron de hacerme efecto justo cuando las resacas comenzaron a ser dolorosas.
Sería alguna noche de verano, no sé si aquella también sobrevolada por algún helicóptero. A la mañana siguiente, fui a la policía, denuncié que me habían robado la cartera en pleno ciego y entonces decidí que no iba a beber nunca más.
Lo decía muchas veces, pero como un chiste.
Ese día no hubo retorno. Me di cuenta que podía escribir mi vida como una sucesión de noches pedescas y hacía varios años que había dejado de disfrutarlas de verdad.
Parafraseando a la canción más oída en el año, el alcohol fue sólo alguien que solía conocer. Por fin, una decisión irrevocable. Si me pongo melodramático - no me cuesta nada -, aseguraría que parar el copichuelismo me salvó la vida.
La "señora" del hemiciclo me recomendó que me jodiera, pero yo descubrí que cuanto más jodido, más fuerte me había hecho.
Es la ironía de muchas existencias humanas, de todos los períodos de crisis, de todas las ruinas históricas. Como una conclusión extraída de la peor novela moralista, cuanto más empobrecidos, más heroicos somos.
Así, 2012, que tenía todas las papeletas para ser aún peor que 2011, se reveló como uno de los mejores años de mi vida.
Ironía, cachondeo, sorpresa. Llámalo como quieras. Al final, amé 2012.
Ironía, cachondeo, sorpresa. Llámalo como quieras. Al final, amé 2012.
No tanto por lo que pasó o dejó de pasar, sino porque de entre la bruma de sus primeros seis meses, entró una inesperada luz para los otros seis.
Miré a mi alrededor, volví a Blogger, escribí lo que me pasaba y exorcicé lo que pensaba, mientras dejaba de beber, de acostarme con tipos que no me gustaban y de sentir pena por mí mismo.
Adelgacé más de diez kilos, porque me conté un cuento de superación y luego me lo apliqué.
Cuando me dijeron que se acababa el mundo, sólo pude expresar: ¿Ahora? ¡Pero, señor mío, si acabo de despertar!
Superé la noche del "que se jodan", porque jodido ya estaba. Y toqué fondo para tomar impulso.
Ahora me asomo a la ventana, miro a los helicópteros sin miedo y el sol de 2013 me acaricia como si me agarrara los mofletes, con orgullo, con la sensación del deber cumplido.
Respiro el día de hoy, que es lo más valioso que tengo.
Que me jodan literal o figuradamente. Yo perduraré. Y, para 2013, sólo deseo que tú también.
Se comprueba una vez más que después de la tormenta llega la calma, y que siempre hay un rayito de luz esperándonos al final de los senderos más oscuros. Que bien que te tengamos de regreso, y mil bendiciones para este año nuevo, que seguramente estará lleno de éxitos. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Viva! Vivan las entradas llenas de optimismo real, consciencia y buen espíritu.
ResponderEliminarGenial Josito, a perdurar ;)
ResponderEliminarTe quiero mucho..
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