miércoles, 23 de enero de 2013

Más Allá de Leo


- ¿Y de dónde eres, tío?
- De Rumanía - contestó Leonardo.
- Oh - pensé yo.
Le dije que tenía que ir al baño y no volví a su lado. 
Aquella había sido una de tantas noches en mi bar habitual. Esa noche, bebía mi copa, apoyado en la pared, y él estaba cerca, hablando con un amigo. 
Lo miré y me recordó a alguien. No me pareció demasiado guapo, pero, sin duda, era muy atractivo. 
Volví a fijarme en él y se dio cuenta. Me devolvió la mirada con anhelo y, cuando mis ojos regresaron a él, no perdió tiempo y me dijo:
- Hola.
Empezamos a hablar y parecía prometedor. Luego me dijo que era rumano y entonces me acordé de los vecinos de ese país que tuve que soportar durante varios años. 
Desconfiar era quizá oportuno, especialmente a esas horas y en ciertos lugares. Pero pasar de él desde que me dijo de dónde venía fue un señor acto de xenofobia.


A la semana siguiente, llegué al mismo bar. Leonardo estaba allí y me volvió a saludar a lo lejos. Con la mirada me pidió que me acercara. 
Quizá el alcohol me hizo olvidarme de mis prejuicios y hablamos, hablamos, hablamos. Al rato, nos besamos. 
Más tarde, acabamos en mi casa. Yo miraba de reojo la cartera y el ordenador entre beso y beso, por si Leonardo no fuera lo buen chico que parecía. Aún desconfiaba.
Recuerdo con mayor nitidez la mañana siguiente, cuando sentí por primera vez su calor. 
Ya habíamos follado, pero ese despertar, al volvernos a tocar, entre el sueño y nuestras erecciones, fue cuando empecé a sentir a Leonardo.
- Me lo he pasado muy bien.
- Yo también - contesté.
- Qué pena que no te gusten los chicos rumanos.
- He cambiado de opinión.
- ¿Quieres que nos veamos otro día? - me pidió, mientras se hundía en mi cuello.
- Claro.
 Me llamó esa misma noche, para preguntar qué tal estaba.
Al día siguiente, quedamos después de cenar en otro bar, más íntimo. Hicimos por conocernos, por caernos bien. 
Me dijo que era de Transilvania. Como el Conde Drácula, añadí. Él puso cara de "siempre me dicen lo mismo" y yo me reí.


La barra trasera del bar estaba cerrada y ahí pudimos estar solos. Nos besamos y magreamos como animales. Lo recuerdo como uno de los momentos más felices de mi vida. Leonardo y yo, y nadie más, ni siquiera el tiempo.
Más que rumano, físicamente parecía italiano. Tenía el pelo muy negro y fuerte, la nariz recta y distinguida. Los ojos, preciosos. 
Los rasgos de la cara le hacían una expresión muy melancólica. Cuando sonreía, cualquiera diría que le devolvía la fe al mundo.
No tenía cuerpazo, pero lo compensaba sobradamente con la polla... Oh, Dios, qué milagro de la Naturaleza. Qué calor.


Me contó cosas de su vida. En Rumanía, llegó a servir en el ejército. Emigró por trabajo, y también porque, según él, el asunto gay en su país no está muy aceptado. 
Había llegado a España hace un par de años, en autobús desde Rumanía. Viajó durante 48 horas.
- Pero vi toda Europa.
Cuando llegó a Madrid, sólo sabía decir "Hola". Ahora hablaba y escribía perfectamente castellano, sin haber acudido a ninguna clase de idiomas.
Le gustaba España. Allí tenía su familia, sí, y aquí estaba solo, pero tenía amigos y trabajo.
Leonardo trabajaba de pinche en la cocina de una pastelería. 
Yo le dije que, el día menos pensado, iría a esa pastelería, pediría dar las gracias personalmente al cocinero, entraría donde estaba él y le agarraría el paquete mientras trabajaba. 
No falla que les hagas imaginar una sexualización de su ambiente laboral. Se vuelven locos del morbo.
- ¡Feo!
- ¡Tú más! - le respondí.
Nos vimos varias veces más. Él llegaba cansado, porque venia de trabajar largas horas. Se iba después del sexo. Me dijo que no podía conciliar el sueño con alguien al lado.
Durante esas semanas, ambos estuvimos con otros chicos, pero, poco a poco, al menos por mi parte, sólo pensaba en Leonardo. 
Él me dijo que yo era su favorito. Yo no le dije que me gustaba muchísimo, que quería algo más con él.
- Tu nombre suena a DiCaprio.
- En realidad, me llamo Leonte. Lo de Leonardo era para hacerlo más español.
- Vale, Leo entonces.


Le confesé a mi mejor amigo que Leonardo/Leonte me tenía en sus manos. Era el mejor polvo del mundo y, además, era un chico decente, educado, nada petardo, de los que nunca se encuentran. 
Conocerlo coincidió con mi cumpleaños y yo sólo quería a Leo para celebrarlo. Se lo dije y él me dejó un mensaje en el buzón de voz, con aquel acento de Vlad Drakul:
- Hola, Jossse, soy Leo. No te prrrrrometo nada, pero prrrrocuraré pasarrrme.
Llegó y fue el mejor 5 de octubre posible. Me trajo una tarta de chocolate, me folló y me deseó que cumpliera muchos más. 
Cuando se marchó, vivía yo pletórico en mi cama, sin saber que aquella iba a ser la última noche que pasaría con Leo.


Le envié un mensaje noches más tarde y no me contestó. Me lo encontré horas después y se excusó, diciendo que lo acababa de mirar, que no me enfadara. Que yo era su favorito, que nos veíamos al día siguiente.
Dejé de esperar pronto, mientras pensaba en los motivos. ¿Fue por lo que yo era? ¿Fue por lo que no era? ¿Algo le había molestado? 
Le eché la culpa a aquel momento cuando nos estábamos besando y, de repente, la magia se rompió por un instante y quedó el vacío. 
Yo regresé de ese vacío. Me preguntaba si él no lo superó. Si lo notó y supo que no había nada más que decir entre nosotros.


¿Recuerdas las aplicaciones de los primeros tiempos del Facebook? Aquellas que te decían "¿Qué personaje de tal serie eres?" o "Pídele un consejo a tu madre". Yo encontré una que decía: "Pide la puta verdad".
Yo pedí la puta verdad a la aplicación y la respuesta fue como si me la diera Dios: "Él sólo te quiere por el sexo".
Leo nunca me mintió. Dijo que no buscaba nada serio, las relaciones se le hacían muy pesadas y le gustaba estar solo. Quizá, porque lo había estado muchas veces en su vida, viajando entre tantos países, aprendiendo idiomas de los que sólo conocía una palabra, caminando por calles muy lejos de casa, sin poder dormir en camas ajenas donde sólo buscaba un poco de calor de los extraños.
Nos tropezamos varias veces de casualidad y hablábamos más fríamente. 
Yo tenía que buscar el modo de odiarlo para poder olvidarlo. Y cuando lo vi ligando con un chico parecido a mí, decidí que ese sería el momento.
La última vez que nos acercamos fue unos meses después.
- ¿Y qué? ¿No tienes novio?
- No, ya sabes que no tengo suerte.
- ¿Y aquel chico con el que te vi aquella vez?
- Bah, ese me duró menos que tú.
- Vaya.
Nos miramos, nos sonreímos. Nos entrelazamos las manos. Nos dimos el último beso de nuestras vidas. Dijo que se tenía que marchar, como siempre. Y yo me olvidé del orgullo:
- Llámame cuando quieras.
Pasaron los años y lo vi en contadas ocasiones, cada vez menos. Nos saludábamos a lo lejos. A veces, dos besos, pero seguíamos nuestro camino. Desapareció, desaparecí.
Una noche del último verano, él salía cuando yo entraba. Del mismo bar donde nos habíamos conocido tres años antes. 
Se sorprendió al verme tras tanto tiempo y tardó en reaccionar.
- Hola. - le dije yo, recordándole la primera palabra que supo de nuestro idioma.
- Hola. - me contestó él, con esa sonrisa que devuelve la fe al mundo.


Creo que, cuando uno nunca ha encontrado el amor, tiene que recordar el calor. Y el de Leo puedo sentirlo ahora mismo.
Podré decir mil veces que lo odio, que él se lo perdió o que lo mío es un caso de fiebre transilvana. Pero sé que fui feliz durante unos instantes. Y siempre sonrío cuando recuerdo aquellos días y noches con Leo, como si fueran lo más cercano a vivir una vida de verdad, sin imitación posible.
Así que, guapo, si alguna vez lees esto, ya sabes: Llámame cuando quieras.

3 comentarios:

  1. Cuanto sentimiento en estas líneas... me he sentido muy identificado. Suena a tópico, pero todo llega... te lo digo por experiencia.
    Besos Josito

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  2. Qué bonito todo.. casi mejor así, siempre te acordarás de Leonte.

    A mí me gustan mucho los rumanos, en general. Haber hay de todo, pero de físico suelen ser guapísimos. Y lo que es verdad es que en su cultura ahora mismo hay mucha más homofobia que aquí.

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  3. Hola, Josito
    Estoy convencida de que cuanto más te sorprende la otra persona más te engancha y lo peor de todo es que no sabes que el abismo está ahí y de pronto te caes ... Bufff Sin embargo, lo de recordar no lo llevo bien. Prefiero soñar y si no olvido, no tiro para adelante.
    Me encantó leerte.
    Salu2

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