El fenómeno de la delincuencia juvenil encontró lecho de ficción en la serie B durante los años cincuenta, para recibir, en 1961, un espectacular refrendo a golpe de musical fastuoso, bajo el nombre de "West Side Story".
Película popularísima en su momento, consagrada como un éxito a todos los niveles y hoy uno de los títulos indispensables del género, esta película adaptaba una obra de Broadway de similar resonancia.
Richard Beymer y Natalie Wood |
Basaba su narrativa en "Romeo y Julieta", o aquello del amor surgido de entre el odio.
En "West Side Story", los dos amantes, Tony y Maria, pertenecen a diferentes razas, y éstas viven en una pelea constante en las calles.
Se alinean en dos bandas rivales, encomendadas al nombre de los Jets y los Sharks. Por un lado, los niños blancos pobres y, en frente, los inmigrantes portorriqueños recién llegados al conflictivo barrio.
Los Sharks vs. los Jets |
La musicalización del contenido pasa por dinamizar los sentimientos en solfa: la violencia y la pasión encuentran coreografía, movimiento, canción.
"West Side Story" partía a la mitad el género musical, abría un hito y lo reconvertía. Lo devolvía a las calles, tal y como había hecho Gene Kelly para regenerarlo a principios de los cincuenta, y en esta ocasión de manera aún más compleja.
Hasta el delito, el enfrentamiento, la intimidación y el asesinato se cuentan con la música y el movimiento armónico.
Hasta el delito, el enfrentamiento, la intimidación y el asesinato se cuentan con la música y el movimiento armónico.
Russ Tamblyn como Biff |
La coreografía de apertura, donde los Jets y los Sharks se persiguen y enfrentan, amanece como la invitación a un musical distinto, aguerrido, un tanto iconoclasta y, a veces, alucinante, que viene firmado por Robert Wise y Jerome Robbins.
Fue Robbins, coreográfo y diseñador de la producción, el auténtico responsable de la creatividad de "West Side Story", el propulsor de esa entidad callejera y su estilización.
Bajo su batuta, las bandas caminan y saltan, implacables y gráciles al mismo tiempo, comandadas por el élfico Russ Tamblyn y el afeminado George Chaikiris, quienes marcan el ritmo.
La película se mueve dura y excitante, precisa y suave. Su impecable sentido del ritmo se resuena en los silbidos, los chasquidos de dedos, los zapatazos.
Rita Moreno como Anita |
Aún así, "West Side Story" dista de ser perfecta y, en ello, tiene un papel primordial la hollywoodización del material y la dudosa elección de los actores protagonistas.
A la mitad del rodaje, Jerome Robbins sería expulsado de la producción por su perfeccionismo y sus retrasos. Aún así, se le llegó a acreditar como co-director y ganaría también uno de los tantos Oscars que recibió la película.
Robert Wise se hizo con el control de "West Side Story" y, como director netamente hollywoodiense, aceptó las concesiones.
La llegada de Natalie Wood venía a cumplir varias constantes de la época en este tipo de producciones.
Natalie Wood como Maria |
En primer lugar, que se eligiese una estrella de cine como protagonista por encima de la actriz que había incorporado a Maria en Broadway.
Natalie no tenía buena voz para cantar y, también por inercia de la industria, se llamó a Marni Nixon para que la doblara.
Pero lo que menoscaba la racialidad de "West Side Story" es el hecho de que la heroína portorriqueña sea interpretada por una blanca, otro hábito del Hollywood bajo censura de entonces.
Así, el romance interracial aparecía contado, pero no se devolvía su imagen. Tony y Maria serían de distintas etnias sobre el papel, pero en pantalla eran dos blancos besándose.
Richard Beymer y Natalie Wood como Tony y Maria |
Aún así, Natalie no está nada mal. El problema reside en la nula química con Richard Beymer, un actor poco experimentado y escasamente atractivo. Sin duda, una pobre elección para Tony y, además, dirigido con el azúcar que aportó Robert Wise.
El contraste entre la parejita cursi y las intenciones callejero-trangresoras de "West Side Story" fue la diana para el dardo que le dedicó Pauline Kael, una de las escasas voces críticas que arremetieron contra la película en su momento.
A pesar de que Maria y Tony bien pudieron ser otros, a pesar de la irrupción de lo rosáceo, el contraste criticado por Kael es precisamente el bouquet de la película.
Por un lado, la mediocridad, la violencia y el sucio secreto de que los que se pegan lo hacen para aliviarse, para excitarse, para sofocar su odio hacia el mundo.
Por otro, los que sueñan con aislarse de la realidad, con mundos perdidos de romanticismo, con coros angelicales y con los beneficios de la noche.
Esa mezcla, para Kael y otros entendida como la debilidad de la película, es lo que la hace tan hipnótica.
Y, pese al poco carisma de la pareja protagonista, por alguna razón secreta - quizá, simple astucia lacrimógena - es inevitable emocionarse con el final que se les reserva.
"West Side Story" podrá considerarse el triunfo del estilo sobre la
sustancia, aunque no sería algo ni novedoso ni particular en la Historia de
Hollywood.
Es, ante todo, una experiencia profundamente
cinematográfica, que pierde mucho de su espectacularidad vista en
televisión.
El color de "West Side Story" se vive con el tono de la explosión, ante una fotografía que se beneficia de la locura de la película.
Un ejemplo: Maria danza y da vueltas en su habitación con la promesa del baile en el instituto y, mientras gira, los colores se distorsionan, las formas se difuminan e irrumpe ese gimnasio irreal y surreal, donde los chicos se mueven como dioses, para entregarse posteriormente a ese mambo que hace mover al más pintado.
Mambo! |
Entran las canciones tintadas de discurso social como "America", donde Rita Moreno y George Chaikiris arrollan con el escenario y terminan por robar la película, o "Officer Krupke", otra muestra de que los secundarios son los que no pierden comba.
Bien sabemos que elegir nuestro número o canción favorita es tarea difícil entre el opíparo menú y la generosa duración de "West Side Story".
En 1961, se inscribía a la duradera moda de películas largas, excepcionales, con miras a los premios de la Academia y caras, muy caras.
Pasaría a las agendas económicas de Hollywood como una de tantas apuestas que se harían en los sesenta por adaptar monumentales obras de Broadway y/o clásicos inmortales; hubo muchas ruinosas, mientras otras se revelarían como rotundos taquillazos, como éste.
La influencia de "West Side Story" se viviría en la prefiguración de una ola del musical juvenil, de largo alcance. De "West Side Story", han bebido de "Grease" hasta "Glee".
Los curiosos deberían correr a por esa maravillosa respuesta española llamada "Los Tarantos", estrenada en 1963, que contaba Romeo y Julieta desde los arrabales gitanos de Barcelona.
En 1961 y tantos años después, "West Side Story" aparece como el estilístico encuentro entre la realidad urbana y la más
desvergonzada fantasía.
Una poderosa imitación a la vida, con la imagen
de lo deslumbrante y la textura de lo que se resiste a perecer.
Uno de mis musicales favoritos, y por supuesto no sé en qué estaban pensando los realizadores para contratar a Beymer teniendo a Elvis Presley tras el papel de "Tony".
ResponderEliminarSiempre me ha parecido que la pareja protagonista está en otra peli, pero puede que efectivamente el toque ideal le complemente muy bien a la realidad del coro, hace que el contraste nos dé en las narices. Eso explicaría el momento "mágico" del baile en el gimnasio.
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