La última gran obra de Francis Ford Coppola veía la luz en 1992, a razón de enésima adaptación de la novela de Bram Stoker.
El chupasangres de Transilvania era un personaje tan emblemático como agotado, y la asombrosa habilidad de este "Drácula" fue compaginar la fidelidad al argumento original con una mirada novedosa - entendida por algunos como blasfema -, que abriría las aguas a una serie de revisiones high profile de clásicos a lo largo de la década de los noventa.
Ninguna igualaría la distinción de "Drácula", esa mezcla ideal entre fondo y forma, esa consecución de una obra carismática y bellísima.
Winona Ryder como Elisabetha/Mina |
El "Drácula" de Coppola se asume como una historia de amor antes que como un cuento de terror, más una ópera de pasiones que un drama victoriano.
Es Stoker de partida, pero es Coppola en todo el camino. De hecho, se diría que este "Drácula" nace espiritualmente de la última secuencia de su película anterior: "El Padrino III".
Por fuerza, el vampiro debía ser un doloroso que clamara a los cielos en un lenguaje extranjero.
Y, para ello, se buscó en la posible inspiración histórica que tuvo Bram Stoker para crear su personaje: Vlad Tepes, el Empalador.
Gary Oldman como Vlad/Drácula |
Se introduce así la historia de un príncipe transilvano, que, destrozado de dolor tras la muerte de su Elisabetha, renuncia a la Iglesia Católica, a la que defendió con brutales sangrías y empalamientos en el campo de batalla contra los musulmanes. Enfurecido y maldito, Vlad jura con resurgir de la tumba.
Vlad es Drácula que, siglos más tarde, desde la vejez y la reclusión, preparará su regreso a la civilización como el necesario retorno a la juventud.
Gary Oldman y Keanu Reeves |
El inquietante vampiro recibe a Jonathan Harker en su pavoroso castillo.
Drácula creerá más que nunca en el destino cuando descubra el daguerrotipo que lleva Harker: la imagen de Mina Murray, doble en vida de su nunca olvidada Elisabetha.
Entre la venganza y las ganas de recuperar a su amada, Drácula desembarca en Londres, donde siembra el terror de noche y se reencuentra con Mina/Elisabetha de día.
Multiforme, romántico, repugnante, violento, caballeroso, el hombre más fascinante de todos los tiempos, así es el Drácula coppoliano, que debe gran parte de su seducción a la exquisita, tan emotiva interpretación de Gary Oldman.
Alrededor del magnético personaje, la búsqueda de lo operístico se asiste en sonidos, desgarros, gritos de dolor, vestidos de Kabuki y gemidos de sexo.
Pero este "Drácula" también bebe del cuento de hadas, de las leyendas centroeuropeas, de la novela rosa, de la tradición fotográfica y de la fascinación por lo antiguo: los libros viejos que contienen las respuestas, los barcos que zozobran en la tempestad, las cartas nunca enviadas de Mina y, por supuesto, el cinematógrafo.
Cuando Drácula y Mina entran en una sesión de cine, Coppola hinca la rodilla y rinde homenaje a toda la Historia del celuloide.
En su "Drácula", están las deudas con los Dráculas pasados - especialmente, aquellos rojos y sexuales que contó la Hammer -, y se potencia el lado de antihéroe hermoso, de protagonista absoluto, de ese personaje que sale de las sombras y se convierte en el preferido por el público.
"He cruzado océanos de tiempo para encontrarte" |
Se conserva su violencia, su corrupción, sus crímenes. Mina se odia por amarlo, pero no puede evitarlo.
Es una historia de amor en mayúsculas, porque habla de la bendición y de la maldición que trae el sentimiento sublime.
El amor es lo que mueve a las personas, es lo que los hace encontrarse, incluso a través del tiempo, es lo que vive tras la tumba, es lo que quedará de nosotros.
Pero su irrealización y sus tragedias también nos hacen infelices, amargados, feos: ahí está Drácula llorando, al recibir la noticia de la boda de Mina, y se deforma, se bestializa nuevamente, para acabar con Lucy esa misma noche.
Pero su irrealización y sus tragedias también nos hacen infelices, amargados, feos: ahí está Drácula llorando, al recibir la noticia de la boda de Mina, y se deforma, se bestializa nuevamente, para acabar con Lucy esa misma noche.
"Drácula" también es una película golfa, terriblemente erótica. De nuevo, se acudía a la novela para indagar entre sus líneas.
Stoker planteaba el problema de la irrupción de la bestia en una civilización tan reprimida como la sociedad británica en tiempos de la reina Victoria.
El vampiro significaba la lascivia, la seducción irrefrenable, el sexo extraconyugal, con ese aspecto fálico que tienen sus acentuados colmillos.
El vampiro significaba la lascivia, la seducción irrefrenable, el sexo extraconyugal, con ese aspecto fálico que tienen sus acentuados colmillos.
Lucy Westenra se nos cuenta como una zorra virgen, que baja las escaleras voluntariamente, vestida de rojo, para entregarse a la simiesca bestia.
Mientras, sus pretendientes no se pueden resistir a ella ni aun viéndola convertida en monstruo.
Mientras, sus pretendientes no se pueden resistir a ella ni aun viéndola convertida en monstruo.
Sadie Frost como Lucy |
Los justicieros, capitaneados por Van Helsing, hallan la definitiva demostración de su masculinidad, clavando estacas, llenándose la cara de sangre y persiguiendo al vampiro, que no es más que su indisputable rival en las camas.
Drácula es ese amante bandido, que se desliza por las sábanas de Mina y la seduce. Ella chupa su sangre como si le hiciera una felación, pero también como si comulgara.
Porque Drácula es religión.
El vampiro es vampiro por renunciar a la fe pero, como condenado eterno, como ángel caído, pedirá por Dios en el último momento con las mismas palabras de Jesucristo.
En la tranquilidad de la iglesia y tras la muerte definitiva, el terror se termina, las luces se encienden y la voz de Mina recuerda que todo ha sido por amor.
"Drácula" fue generalmente bien recibida en su momento y supuso un gran éxito de taquilla, aunque también despertó a una notoria división de opiniones entre la crítica.
En cualquier caso, quedó claro que no es una película para todos los gustos.
Como obra, es un popurrí sin complejos, una desvergüenza similar a las obras de Powell y Pressburger, donde los colores explotan, la música acentúa las pasiones, las caras de los actores se vuelven locas, el montaje epata - como ese efecto de la cabeza volante de Lucy y el trinchar de la carne -, y los homenajes a obras pictóricas de alto nivel se combinan con concesiones al melodrama más básico.
Quizá el fallo garrafal de la película es Keanu Reeves, fatal como Jonathan Harker, con esa voz anodina y esa expresión fría, aunque, tal vez, era lo apropiado para el petimetre que incorpora.
Mejor fortuna la de Anthony Hopkins, que interpreta con deleite al venerable Van Helsing, y también la debutante Sadie Frost, una Lucy inolvidable.
A pesar de todas las genialidades del maestro Coppola, bien sabemos que este "Drácula" hubiese sido mucho menos sin Gary Oldman, pero también sin la música de Wojciech Kilar.
La partitura abunda en la vibración emocional de la película, en la reconversión de la leyenda en historia de amor, con una sonoridad exquisita, llena de neorromanticismo y hallando plenamente el punto entre horror y fascinación que propone este "Drácula".
Anthony Hopkins como Abraham Van Helsing |
La suntuosidad a todos los niveles habla del triunfo del diseño de producción.
El horror vacui y el eclecticismo radical de "Drácula" alumbrarían el camino de todas las reversiones posteriores sobre mitos del fantástico, en particular, y de la ficción universal, en general.
Veinte años después de su estreno, el "Drácula" coppoliano sigue manteniendo su capacidad de deslumbrar, llenar los ojos y emocionar hasta la lágrima, y continúa ostentando un puesto en las listas de películas favoritas de muchos amantes del cine.
En la mía, sin ir más lejos.
Qué año el del estreno de "Drácula"... Descubrí a Gary Oldman, aluciné con la película, me aprendí de memoria la banda sonora, me compré el cómic, me hice con un troquelado de cartón del cartel de un cine, me mataba por ver el vídeo de Annie Lennox... He rejuvenecido veinte años con este post. Desde luego, marcó un antes y un después.
ResponderEliminarMuchas gracias, como siempre.
En mi caso, mi amor por esta película no se remonta a tantos años atrás y ojalá hubiese tenido el gustazo de haberla disfrutado en su día en una buena sala de cine, pero aun así la pasión que despierta en mí esta película y ese fantástico Gary Oldman siguen sin poder superarse por ninguna otra. Está claro que la versión de Coppola ha sido, es y será la adaptación por antonomasia más aplaudida y admirada de todas, y desde luego todos los elogios que podamos darles no serán inmerecidos, porque a día de hoy sigue emocionándonos hasta el tuétano. Incluso Keanu Reeves, pese a su tremenda sosería, fue un gran acierto por parte del director para contrastarlo con el portentazo visual que suponía ver a Gary en escena.
ResponderEliminarY respecto a la BSO no puedo decir nada más que no hayas dicho ya Josito... Si hay algo por lo que también esta película tiene su merecido lugar en el podio, es también sin duda por la maravillosa BSO de Wojciech Kilar <3
¡Fantástico post draculiano, Josito! No podías haber expresado mejor las emociones que nos produce ver esta película una y otra vez, y que podrán seguir siendo mil veces más, pero la seguiremos adorando :)
Besos
Pd: cuánto adjetivo junto he puesto por aquí, pero es que si me pongo a hablar de Drácula y, en concreto, de esta película, me podría pegar todo el día hablando de lo mucho que la adoro, jajaja ^^
Me flipa la primera foto que has colgado, con ese plano cenital del moño del vampiro. Dan ganas de llevarla a una peluquería y decir: "Esto es lo que quiero".
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