jueves, 16 de abril de 2015

La Corona de Harrison Ford


Hermosa, tan favorecedora faz del éxito norteamericano, Harrison Ford fue el rey incontestable de una época.
Nuestras vidas se tropezaban con su rostro ceñudo en todas partes: en los grandes carteles, en las películas que estrenaban en televisión a las nueve de la noche, en las portadas de las revistas, ya fuera pistola en mano, vestido de smoking o con el látigo bien preparado. 
Harrison también irrumpía en sueños, eróticos o no, porque era el héroe depurado, porque estaba buenísimo, porque Hollywood consigue meterse en nuestras ensoñaciones tanto como en nuestras vigilias.
Harrison Ford, buena mezcla de sueño y realidad, es ese tipo duro encantador, un actor trabajador antes que genial y un señor de extraordinario buen ver, con un cuerpo atlético, pero sin excesos. 
Parece que lo modelaron en una fragua sabida de nuestros delirios. Regresa la pregunta: Hollywood, ¿se puede saber dónde encuentras estos buenos materiales?


Harrison se convirtió en una estrella en una era donde se pregonaba que las estrellas ya no existían.
Natural heredero de sus dos actores favoritos - Gary Cooper y Gregory Peck -, siempre quiso ser el hombre de acción que piensa antes de meter el puñetazo. 
Sus personajes no responden a impulsos, sino que aspiran a manejar la situación con lo que tienen dentro de sus cabezas. Se mueven por ética, por justicia, por salvar el día. Y Harrison corre como corriera cualquiera: con la mandíbula apretada, con todo el cuerpo y con cara de ay, que me atrapan.
Durante los años ochenta, fue el macho al que todos querían parecerse y al que tantos y tantas querían meter en la cama. Tom Cruise era demasiado aniñado, Mel Gibson, demasiado estridente, Arnold Schwarzenegger, demasiado nada.
Harrison los superaba casi sin esforzarse, incluso cuando se limitaba a interpretar personajes que se llaman Jack. 


La cicatriz en el mentón, la mirada de perrito, la sonrisa de socarrón; Harrison Ford viste de chaqueta con la misma convicción que aparece lleno de mierda desde un puente colgante. Con Harrison, se va a la aventura y, a la vez, se despierta a la sensación de estar en casa.
Los negociantes de Tinseltown lo reconocieron durante mucho tiempo como una garantía de negocio seguro; no en vano, sumadas las recaudaciones de sus películas, es el actor más taquillero de la Historia. 
Pero Harrison también tiene su buena nómina de títulos incomprendidos que han despertado a una adoración postrera. Harrison Ford, además de estrellona del cine comercial, ha sido un tipo de culto.
Como su vida privada se ha dicho hermética, gran parte de la verdad sobre Harrison es una historia que quizá se cuente mañana. 
¿Es Indiana Jones?, tal y como dicen los directores que lo conocen o del modo en que se vislumbra en sus hazañas cotidianas, desde estamparse con aviones hasta sus obras sociales. ¿O es sólo ese enésimo espejo de perfección en el que queremos mirarnos?
El tiempo y las biografías más jugosas nos lo dirán.


Harrison Ford aseguró en cierta ocasión que su interés por la interpretación fue tardío, casi accidental, siempre inseguro. Aún así, sus padres habían sido actores durante cierto tiempo y los dos habían abandonado la profesión artística por trabajos más estables.
Desde Chicago hasta Los Ángeles, desde su nacimiento en 1942 hasta su llegada a los estudios televisivos de los años sesenta, Harrison se subió a las tablas para superar su timidez y le tomó gusto al asunto, buen hijo de sus padres. Y, quizá por el mismo ejemplo paternal, dudó hasta el último día de que tuviera futuro en la actuación.
Firmado un contrato con la Columbia como extra televisivo, las primeras apariciones de Harrison Ford, algunas no acreditadas y muchas siquiera con una línea de diálogo, se contaron entre dos décadas y terminaron por desesperarlo. 
Para proveer a su familia - por entonces, estaba casado con Mary Marquard, con quien tuvo dos hijos -, decidió buscar una ocupación más provechosa.


De manera autodidacta, Harrison Ford se entregó por completo a la carpintería y, en cuestión de pocos años, se convirtió en uno de los profesionales de moda en Los Ángeles, demandado por gente importante y actores conocidos.
Y ahí está la leyenda. Tanto George Lucas como Francis Ford Coppola, los directores que lo descubrieron para el cine, lo conocieron por pedir sus servicios como carpintero. A Lucas le construyó unos gabinetes en su casa y, para Coppola, se encargó de la ampliación de su oficina.
Ambos, agradecidos y quizá sabidos del desperdiciado empuje y enterados del obvio físico del muchacho, le ofrecieron papeles secundarios en sus películas.


El primer rol relevante de Harrison fue Bob Falfa para "American Graffiti", mientras Coppola le brindaba intervenciones, muy inusuales en retrospectiva, en la torva "La Conversación", donde Harrison era un inquietante middle man, y en la épica "Apocalipsis Now", en la que aparece brevemente como el militar encargado de explicar la misión a la que se enfrentará el protagonista.
Colocarlo de Han Solo fue una decidida apuesta, como lo era todo en "La Guerra de las Galaxias". 
Harrison no era conocido, pero tampoco sus jóvenes compañeros de reparto, y además la película era un ejercicio de nostalgia, como tantos que se hacían en aquella época. 
En 1977, "La Guerra de las Galaxias" demolía las expectativas e inaguraba el cine como ese parque de atracciones donde los niños podían gritar hasta desgañitarse; era la chocolatina hecha motion picture. 
Y Harrison, como el canalla, hermoso Han Solo, individualista hasta el minuto en que hay que dejar de serlo, encantó a las audiencias.
Él entendió entonces que tratar la madera ahora iba a ser sólo un hobby.


Han Solo inauguró la buena racha de Harrison Ford y también su personalidad blockbuster, aunque habría que esperar unos años para repetir el mismo estallido de excitación en las plateas.
1980 traía la intrigante secuela, "El Imperio Contraataca", más oscura y compleja, en la que una de las imágenes más terroríficas era aquel gesto de Han petrificado en carbonita, justo después de decirle a Leia que I love you
Aquella segunda parte de la saga galáctica fue un auténtico eclipse total de corazón y la carbonita mental de la sugestionada generación no se desharía hasta conocer el desenlace.


La buena relación con Lucas bien pudo ser el pase directo al siguiente juguete que preparaba, esta vez con Steven Spielberg detrás de la cámara, pero lo cierto es que Indiana Jones iba a ser Tom Selleck. Como éste no estaba disponible, llamaron a Harrison. ¿Cómo se te queda el magín?


"En Busca del Arca Perdida" presentó al arqueólogo maromial como personaje para la posteridad y las salas de 1981 se reventaron con otro serial retrofílico que entusiasmó a la chavalada. Harrison, aún más caliente, abría la veda de sus héroes inteligentes y nos contaba del íntimo placer de verlo magullado. 
Es axioma: si un personaje de Harrison sufre una herida, es probable que lo siguiente sea un óptimo descamisamiento.


Al año siguiente, Harrison aparecía en su película más ambiciosa: "Blade Runner".
Era Deckard, el encargado de cazar androides sentimentales en una congestionada y futurible Los Ángeles. 
En su momento, la esplendorosa obra maestra de la ciencia ficción se tropezó con una soberana indiferencia, pero no pareció afectar a la probidad de Harrison como leading man. De hecho, fue la refutación tras Indiana Jones. 
El tiempo puso a "Blade Runner" en su lugar y, como protagonista, Harrison se ganaba tantos corazones entre la cinefilia sesuda como los que se afirmaba entre el gran público.


Volver a sus seres estrella siempre ha sido el movimiento preferido de Harrison, y los ochenta exigían más Han Solo para "El Retorno del Jedi" y más Indiana Jones, ya fuera en el Templo Maldito o en la Última Cruzada, donde deleitó con una gran química con Sean Connery.


En medio, se permitió cambiar de registro y, en ocasiones, acertando de pleno y agradando también al público que prefería verlo en acción.
Fue inusual su detective policial escondido en una comunidad amish para la también insólita "Único Testigo"; para muchos, su más fina y poderosa interpretación.
Hasta la fecha, representa su única nominación al Oscar.


Peter Weir lo dirigió en ese "Único Testigo", y también lo condujo en "La Costa de los Mosquitos", según la alegórica novela de Paul Theroux. 
Sería por el cambio integral de su imagen o por las reservas ante una película genuinamente complicada, "La Costa de los Mosquitos" fue saludada a su estreno como uno de los auténticos tropiezos de Harrison Ford, quien, no obstante, la considera su aventura más arriesgada y una predilecta de su filmografía.


Gustoso de la versatilidad, se le vio con el pelo tazón y agobiadísimo para Polanski en "Frenético" y suave y cómico para la fantasía yuppie "Armas de Mujer", donde, como buen caballero, dejó que Melanie Griffith y Sigourney Weaver le robaran la cardada función. 
Aún así, era difícil resistirse a él. Como le dice Sigourney en "Armas de Mujer": "ay, había olvidado lo guapo que eres". 


Los números en taquilla lo recordaron con el crepúsculo de la década, que lo veía mejor huyendo de los malos como Jack Ryan que amnésico como Henry.
Los noventa se pregonaban terreno de artefactos musculosos como "Juego de Patriotas" o "El Fugitivo", donde Harrison no paraba de correr, de herirse, de trepidar. 
Madurez envidiable, el pelo tan peinado. Un Harrison Ford más conservador en aspecto, pero con su corazón siempre latiendo demócrata y preparado para el triunfo de su colega Bill Clinton. 


La corona de Hollywood era indisputable, mientras los rumores lo contaban como todo un gruñón en los rodajes. 
Siempre muy independiente y asqueado de la compraventa de la vida privada en el negocio del espectáculo, se agenció un señor rancho, donde todavía practica sus dos pasiones: la carpintería y los aviones. En una ocasión, relató que, a veces, se subía al avión si tenía ganas de salir a por una hamburguesa.
Aunque poco se ha dicho de su vida personal y ni sus cinco hijos ni sus dos ex mujeres le han dado disgustos en público, el divorcio de la guionista Melissa Mathison, su segunda esposa, sí ocupó líneas de prensa en 2004 por ser el más caro de la historia de Hollywood hasta entonces.
Los mismos periodistas volvieron a sacar la lupa cuando se comentó que, en una ceremonia de los Globos de Oro, Harrison había conocido a Calista Flockhart, la popular Ally McBeal.
Tras muchos años de relación y rumorología, terminaría por convertirla en la tercera señora de Ford, mientras conservaba su interés por contar cero detalles a los medios de comunicación.


Su carrera cinematográfica lo ha confirmado como superviviente, pero las alegrías han sido menos de las esperadas y pocos de sus títulos desde finales de los noventa han pregnado en el imaginario colectivo. 
Se permitió un regreso a su personaje estrella por la alegría de reencontrarse con Steven Spielberg y Karen Allen y con la vanidad de contar al mundo de que quien tuvo, retiene.
Los fans odiaron la innecesaria "Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal", pero Harrison se salió con la suya al demostrar que es el viejo más marchoso de la comarca.


En las últimas décadas, se reserva y se prefiere esporádico, e incluso ahora se quiere secundario, quizá porque ya no está para mayores trotes, tal vez porque la función no está tan asegurada incluso para los que aún son tan amados. 
A pesar de todo, parar es imposible para este inquieto y ahí se daba una buena hostia hace unas semanas cuando salía a pasear con el avión, a su 72 años. 
Al mundo se le cortó el aliento un segundo ante la gravedad del accidente, pero estamos hablando de Indy, bitches
Si para el eterno regreso a Indiana Jones siempre está dispuesto, Harrison confesaba que Han Solo era un personaje superado, que no volvería a él. 
Nunca digas nunca, y estas Navidades vuelven las "Star Wars" y yo me pregunto si acaso se habían ido alguna vez. 
Treinta años después de "El Retorno del Jedi", Harrison Ford reaparece como Han Solo en "The Force Awakens". 


"Chewie, we're home", dice en el trailer difundido esta misma tarde, justo cuando he comprendido que esa película va a arrasar como si no hubiera mañana para los justos.
Chewbacca es el mismo de siempre, Harrison, casi que también. Volver a casa, conocida sensación con un hombre al que odiar jamás ha sido una opción.
Yo, sencillamente, me lo zampaba entero.

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