viernes, 30 de noviembre de 2012

"Furtivos"


La muerte de una personalidad tan decisiva en el cine español como José Luis Borau obliga a rememorar su filmografía, fruto de una obra corta y esporádica, pero siempre interesante.
En ella, y después de tanto tiempo, continúa brillando aquel título que lo consagró, aún su película más especial y significativa: "Furtivos".


Obra crucial, tanto por su condición de divulgable clásico como por su importancia histórica, "Furtivos" veía la luz dos meses antes de la muerte de Franco. 
Desde su concepción, se vivió como un desafío a todos los niveles. 
Una vez terminada y vista, la censura se decía alarmada ante la intensidad y erotismo de ciertas escenas. Borau se negó a cortarlas, por lo que la condena y el ostracismo parecían el siguiente paso.
Pero el reloj ya marcaba 1975. Si la polémica cerraba algunas puertas a "Furtivos", su triunfo en el Festival de San Sebastián y su inesperado éxito de taquilla le abrió otras tantas.
Como obra luchadora y superviviente, se erigía en valiosa pieza de la Transición, que narraba la parálisis cultural y la gangrena social del país devenido del régimen.


"Furtivos" se vale del drama rural para establecer una mirada a la España profunda, esa que se cuenta desde el dominó, la caldereta y la puta miseria.
El protagonista es Ángel, un joven cazador furtivo, que trampea ilegalmente en la montaña. Allí vive con su madre, Martina.
Martina, la vieja bruja, no verá con buenos ojos la nueva adquisición de su retoño: Milagros, una chica fugada de un reformatorio religioso.
Ángel se casa con Milagros y la instala en la casa, ante el disgusto de la madre, destronada de su papel de mujer decisiva.

 

El relato se revela perverso y sórdido, pero también poético y exquisitamente sutil, cuando termina por destapar la olla más pestilente de la vida de Martina y su hijo. Son furtivos por cazadores y son furtivos en sus secretos.
La película se revela como una revisitación de la tragedia de Edipo, además de una mirada a la negrísima realidad del incesto y el abuso como los auténticos precios de la represión y la incultura.


Como muchos dramas producidos en España durante aquellos tiempos, "Furtivos" se vale de la metáfora para ajustar cuentas con el franquismo.
El "mondo facha" aparece representado en ese Gobernador civil - interpretado con especial delectación por el propio Borau -; un hombre infantil y estúpido, pero avasallante y cruelmente autoritario. 
Como ya había hecho Carlos Saura en "La Caza", la secuencia de una cacería es el escenario clave de la simbología.


El Gobernador es un espejo del mismo Franco, poderoso indisputable a pesar de su flagrante imbecilidad. 
Que Martina haya sido su ama de cría, que lo llame "mi rey" y que le sirva la comida sin rechistar convierten a la madre en el símbolo de la propia España; obediente, frustrada, atrasada, árida, tan devoradora como devorada. 
Martina sujeta con sus garras a su hijo, así como la sociedad española ataba en corto a su juventud, y reacciona con violencia cuando Ángel se acerca a la liberación, representada por Milagros, la chica polucionante, volátil, inasible, el soplo de aire que se atreve a entrar en la casa viciada.
Los seres de "Furtivos" escenifican un traumático choque de fuerzas, que desemboca en conclusión melancólica. 
La última imagen representa el dolor de lo perdido y nunca recuperable, el sentimiento fundamental de la generación aludida.


Además de su complejidad temática y simbólica, donde realidad política, denuncia social y cuento de hadas se dan la mano, "Furtivos" es una obra que debe mucho de su distinción a sus actores, desde la cara impagablemente tristona del cantautor Ovidi Montllor hasta el tour-de-force de la inconfundible, magnífica Lola Gaos.
No hay duda de que "Furtivos" es Lola Gaos; de hecho, Borau siempre dijo que la propia actriz supuso su inspiración al verla como Saturna en "Tristana". 
De Saturna, pensó en Saturno devorando a sus hijos y nació el germen de esta historia de madres miserias y animales atrapados.


"Furtivos", película dura y sin concesiones, también aparece fascinante y cautivadora. 
Su rica simbología puede pasar desapercibida por muchos espectadores actuales, pero la visceralidad de lo que cuenta se mantiene intacta a través del poder de sus imágenes. 


Podría decirse que el auténtico cazador de "Furtivos" siempre fue el mismo Borau y sus presas, nosotros.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Jason Momoa


Cuentan las anécdotas que Jason Momoa se lanzó a recrear un baile ritual hawaiiano en pleno casting para "Game Of Thrones". 
Entre el número y lo descomunal del caballero en cuestión, no quedó ninguna duda de que el papel del temperamental rey dothraki era suyo.


Momoa ya había deslumbrado, una década antes, en otro casting. 
Su mirada, sus peculiares cejas y sus firmes carnes se hacían billete directo hacia inesperado debut en las pantallas televisivas, adecuadamente shirtless, cortesía de "Baywatch: Hawaii".


Hasta entonces, el joven Jason sólo había trabajado esporádicamente como modelo y, por entonces, era dependiente de ropa en su Honolulu natal. 
Él mismo diría que nunca se recuperó del susto de conseguir un papel protagonista de la noche a la mañana, y, como resultado del shock, tardaría mucho tiempo en reaccionar profesionalmente y conseguirse un agente.


Sus intervenciones se hacían esporádicas desde "Baywatch: Hawaii", si bien pronto se iniciaría un culto secreto por esa maromez que roza lo insensato, ante la que sólo se puede decir un Wow de impresión.


La primera impresionada y convencida fue Lisa Bonet, quien lo convertía en segundo esposo y padre de dos churumbeles. 
Bonet, quien fuera catódica Denise Huxtable y señora de Lenny Kravitz en otro tiempo, le echaba el guante allá por 2007 y no ha querido soltarlo desde entonces.
El amor coincidía con un buen momento profesional para Momoa, que recuperaba la suerte gracias a "Stargate: Atlantis". 
Para esta serie de ciencia-ficción militar, Jason interpretó a Ronon Dex, soldado interplanetario de rastas, personaje que encantó a los seguidores.


Supuso primer paseo por el mundo de las sagas frikis, antes de intervenir en su papel más famoso hasta la fecha: el Khal Drogo para la temporada inaugural de "Game Of Thrones".
Pintura guerrera, desconocimiento de lo que significa una camiseta y brutalidad ancestral definían la figura y el cuerpo de ese Drogo, que miraba a Daenerys desde su caballo.
Esa primera escena de Momoa en "Game Of Thrones" fue el momento donde la serie de la HBO nos convencía completa y maromialmente.


Descomunal Momoa para descomunal personaje para descomunal serie. 
2011 se hacía buen año para Jason, donde sería conocido internacionalmente y nunca más olvidado.
Aún así, su intentona de erigirse como nene de la acción cinematográfica se topaba con cierta decepción.
El remake de "Conan" se las prometía muy felices, pero los resultados de taquilla no fueron nada bárbaros, pese a contar con un generoso despliegue de bíceps, pectorales y demás anatomía de Jason.


Jason no ha querido rendirse y ya se las ve con Stallone en "Bullet To The Head", entrega de acción cuyo estreno se fija para el próximo año.
Como villanísimo sexy de la función, Momoa se propone dar un nuevo aldabonazo para que la industria lo tome en cuenta.


Para nosotros, todo momento será bueno para recuperarlo, pero bien sabemos que se aconseja tomar el aliento antes de mirarlo.
La cicatriz que recorre su ceja causa tanta obsesión como sus pectorales, mientras su presencia se cuenta igual de imponente que tierna se destila su sonrisa. 
Es un diez de tío y, desde aquí, le enviamos nuestro más cordial odio a Lisa Bonet.


Al final, siempre me hago la misma pregunta: ¿Jason Momoa es de verdad?

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Extraños En La Noche


Lucho por conciliar el sueño esta noche. Pero la ciudad tiene los sonidos, y mi cabeza, los ruidos.
Es axioma que siempre me tocan vecinos fogosos. En esta ocasión, el protagonista del sexo next-door no es aquel cachas adorable y promiscuo.
Ahora son hombre y mujer en plena acción nocturna. No les he visto las caras. Sólo los he oído varias veces, dándole al asunto.
Ella es tan falsa follando que ya la he nominado al Razzie. Su novio no se acordará de Rebecca de Mornay y se creerá todos esos orgasmos, pero yo sí me acuerdo y esos gemidos son bad acting
Al fin y al cabo, yo también aprendí a follar viendo a Rebecca.


- Dios, ¿estás ahí?. Soy yo, Josito Montez. Esta noche no me duermo ni de broma. Tú sigue callado, así te va. ¿Acaso has probado a vivir en mi cabeza? Es el lugar donde conviven cinco posts a la semana, doce series, canciones, películas, vidas de actores, dramas de la gente que conozco, toda la intensa actividad de cierta red social, menús de dieta, tablas de ejercicio, negras expectativas de futuro, además de las necesidades básicas del ser humano. Si no tuviera que comer, domir o cagar, sería muy feliz. 

Si pudiera desconectarlo todo. Lo he intentado. He apagado el ordenador. Todas las luces. Pero mi cerebro es como un DVD-R, loco en el lector, dando vueltas, asfixiado, cargando datos, calentando el aparato, demandando atención. Todo lo que he hecho, todo lo que he visto, todo lo que recuerdo, todo lo que debo hacer mañana. 
La vecina gime. Música, música, necesito música en los auriculares, para mis oídos. No, son sonidos, más datos, mayor estrés. 


He de encontrar algo que no requiera recibir información ninguna. Me afeito, me corto las uñas, vacío los cajones de la mesilla, tirando a la basura lo innecesario.
Si mi cerebro fuera ese cajón de la mesilla...

- Celador de este bello psiquiátrico, lo que más me estresaba en aquella época era la definitiva adicción, es decir, el Facebook. No era la invasión de la privacidad, porque ya no había privacidad que invadir. El Facebook era, simplemente, la locura. 

Están ahí, a cada hora del día. Echarle un ojo es obligado. De manera inadvertida, puedo mirar el reloj y darme cuenta de que llevo dos horas en la página, sin hacer otra cosa. Perdiendo el tiempo que no tengo, ese tiempo por el que suspiro esta noche, antes de dormir.


Pero, oh, están todos allí. Gente que adoras, gente que no aguantas, gente que conoces de toda la vida, gente de la que te gustaría saber más, gente amable y atenta, gente pesadísima y exigente de atención. Ni que decir tiene que ésta última es la más estresante.
Como en la sociedad misma, la educación es requerida. Como en la sociedad misma, la sonrisa de cóctel vive a dos puertas del vete a la mierda.  

- Doctor, pretendía que intuyeran a la persona detrás del personaje.
- ¿Cuál es la diferencia? - pregunta el doctor, como si me respondiera.


"El Facebook es, efectivamente, la sociedad", pienso en esta noche insomne.
Igual de atronadora, pero aún más viciada de información desbordada, de estrés digital, de demandas visuales, de concentración en un mismo y estúpido punto. 
Es un vicio agotador y, al final, una burda imitación a la vida. Tanto ruido, tanto drama, tanta comedia, tanto ingenio, tanta gilipollez, para luego mirar alrededor y ahogarme en la verdad.
El silencio de sepulcro de la habitación y la inequívoca soledad del homo sapiens facebookiense.

- ¿Dónde estuvo usted entre los años 2008 y 2012? - inquiere el fiscal del distrito.
- ¿Yo? ¡Dándole a Inicio y Perfil, señoría!


A tientas, enciendo la luz del cuarto de baño y el espejo me trae el reflejo de Josito Montez.
¿Acaso para terminar este año también habré de dejar otra adicción? ¿Entender los días sin el Facebook? ¿Matar la virtualidad? ¿Recobrar la realidad? ¿Cuál es la diferencia?
Qué idea tan estresante a esta hora de la madrugada.


Quién tuviera lo que recibe ahora la vecina. Seguro que me quedaba dormido inmediatamente. 
Esos dos extraños en la noche son como amigos de Facebook: desparramando privacidad sobre mí para acercarse en la oscuridad del anonimato. Que se callen ya, joder.
Ella prorrumpe en uno de sus orgasmos de mentira, mientras él hace el gemido de eyacular. Ella le dice "te quiero tanto, te quiero tanto...".
Oh, la ironía. El orgasmo es de mentira. El "te quiero tanto", de verdad. Porque, sí, está claro, lo quiere, por eso finge el orgasmo. Un acto de amor machista, pero acto de amor, al fin y al cabo. Quién pudiera amar así, de esa manera tonta y sencilla.
La envidia también es estresante.
Los vecinos terminan, hablan, uno de los dos va al baño, se ríen, duermen.
El brrrrrr de un generador en el patio se apaga. Sólo cuando se apaga, me percato del ruido que ha estado haciendo toda la noche. Brrrrrrr.

- Esta ciudad me mató, doctor. Esta ciudad y sus brrrs y sus orgasmos fingidos.

Al final, con estrés o sin él, me quedo dormido en algún lugar perdido de la noche. Curiosamente, consigo el descanso. O su imitación más exacta. Con esta cabeza mía, quién sabe ya la diferencia.

martes, 27 de noviembre de 2012

Reflejos de Gary Cooper


Se contó desde las botas de montar hasta los cigarrillos bien fumados, desde la mirada tranquila hasta la intensidad de su presencia. 
Gary Cooper, estrella y macho de Hollywood, niño de Montana devenido en duradera sensación de las pantallas, emblema de un cine antiguo que sólo podía conjugarse con hombres tan rotundos como él.
Todavía hoy Gary Cooper permanece como uno de los caballeros más hermosos, sensuales y elegantes que han pisado las pantallas. 
"Gary no era listo ni culto. Lo eligieron por su físico, como a casi todos los actores, que, al final, es lo que importa", diría Marlene Dietrich.


Nunca se paró de quererlo, una vez llegó a decirse que era el mayor hacedor de dinero de su país y, solo ante el peligro o en compañía de otros, fue una contradicción andante como todo americano de pro.
Lo explosivo de su imagen y su figura le venía por esa aleación de rusticidad y finura, quizá porque había nacido en plena Montana de padres británicos.
En algún lugar de su camino al estrellato, alguien escribió que no había esperanza en su talento escénico. Pero tan alto como era, tal imagen fidedigna de los héroes del Viejo Oeste, que pronto caería en una sucesión de títulos donde cruzaba las praderas pioneras, desenfundaba ante los canallas y enseñaba a fumar a toda una generación de espectadores.
Fue en la oscarizada "Alas" donde empezaría el mito Gary. Sólo le bastó una escena. 
Lo llamaron gorgeous, mientras el público se quedaba sin aliento ante tanta belleza americana. Carole Lombard encontraría la palabra perfecta: semental.

"Alas"

El semental Cooper se calzaría nuevamente las botas para "The Virginian", primer western sonoro y el que asentaría ese vaquero dandy y cool de los primeros años treinta, que lo grabaría en las bobinas y las retinas de la Depresión.


Lubitsch lo demandó exquisito, y su altura a fuerza de desgarbo servía como irónico guante a comedias de puertas y dobles entendidos como "Design For Living" o "La Octava Mujer de Barba Azul". Sin embargo, la comedia sofisticada le parecería lejana a este Gary, cuyos focos cedería gustoso al entonces incipiente Cary Grant.
Por entonces, también quedó claro que el uniforme le quedaba tan perfecto como el traje vaquero, y ahí estaba, haciendo arder a Marlene Dietrich en "Marruecos", llorando por Helen Hayes en "Adiós A Las Armas" o desatando pasiones coloniales en "Tres Lanceros Bengalíes".

"Tres Lanceros Bengalíes"

Era el huracán Cooper, pero el verdadero sentido de su imagen, la raíz de su carrera, el arado de sus héroes cercanos y corazonables fue cosa de Frank Capra.
Capra lo llamaba Longfellow Deeds y John Doe para dos de sus mejores películas. 
En "Mr. Deeds Goes To Town" y "Meet John Doe", Gary Cooper, a golpe de sátira social, incorporaba a dos cruzados cotidianos, que hacen frente a las adversidades de la época con la simple reivindicación del espíritu humano.
El estilo cooperanio - pausado, exquisitamente intuitivo, apabullante de pura calma - apareció en este par de fábulas caprianas, donde estuvo mejor que siempre.

"Mr. Deeds Goes To Town"

Fue entonces cuando Hollywood lo lanzaba como una de sus caras más reconocibles, uno de los cimentadores de su mito, en función de validarse frente a un público atenazado por la crisis y la vuelta del fragor bélico.
En "El Sargento York", Cooper interpretaba al famoso campesino que tornó su pacifismo en acción heroica, símbolo entonces de la necesaria intervención norteamericana en la Segunda Guerra Mundial. 
En la película, Cooper leía la Biblia, miraba con esos ojos y luchaba con la virilidad de los mejores. No extrañó a nadie que ese año le tocara un Oscar como una catedral.

"El Sargento York"

Héroe doméstico y, a la vez, divino. Era todo lo que querían ser otros. Era un espejo en el que mirarse e inspirarse.
Hemingway lo amaba platónicamente, lo veneraba, y aplaudió de emoción cuando lo eligieron de protagonista para dos adaptaciones de sus novelas.
Cooper respondía: "En mi vida, creo me habré leído poco menos que media docena de libros". Era el tarugo adorable, aquel que acudir cuando todo se va a la mierda. 


Sus héroes ya no eran dandys, ahora eran el reposo de una América redefinida. Cooper era, como rezaba una de sus películas, el orgullo de los yanquis.
Si era bonhomía en celuloide, el Gary Cooper de la vida real se conocía como un sátiro glotón y revientacamas de mucho cuidado.


Todo se lo comía. A todas se las comía. Hay cronistas que no se andan con rodeos: "Gary Cooper se acostó con todas y cada una de sus compañeras de reparto". 
Los habituales cazadores de bisexualidades hollywoodienses también han hablado de escarceos con hombres; de hecho, el diseñador Cecil Beaton afirmó mantener una aventura con el machote.

Con Lupe Vélez

Lupe Vélez fue el primer amor público y publicitado de Gary Cooper, a tenor de las sonadas broncas que protagonizaba la mexicana al irrumpir en el rodaje de "Marruecos". Tenía motivos: Marlene también tuvo ración de Gary.
En 1933, Cooper se casaba con la que sería su esposa durante toda su vida, Veronica Balfe. Un matrimonio que vivió entre las tormentas de la infidelidad, hasta el que pareció un punto de no retorno, al pairo de otro caldeado rodaje.
En "El Manantial", Gary se veía las caras con una veinteañera Patricia Neal. 
Película tan hot dio paso a un romance hot. El escándalo estuvo servido, y Maria, la única hija de Cooper, llegó a lanzarle un escupitajo a Patricia Neal para explicitarle su opinión sobre el asunto.

Con Patricia Neal en "El Manantial"

Las cosas se agravaron cuando Patricia anunció embarazo y Gary le pidió que abortara. Neal, deshecha, se dio la vuelta y no regresó.
Al cabo de los años, Gary se reconciliaría con su esposa y tanto ésta como su hija llegarían incluso a firmar una paz duradera con Patricia Neal.

Con Veronica Balfe

La década de los cincuenta pillaba desprevenido al gran Cooper y un par de fiascos parecieron condenarlo a cierto ocaso. 
Pero los tranquilos golpean dos veces, y apareció "High Noon", la película de Gary Cooper por excelencia.

"High Noon"

Le dio su segundo Oscar, mientras aparecía el vaquero desencantado en un Oeste distinto, más cercano a la realidad atribulada de una posguerra paranoica. 
Cooper, como anticomunista declarado, representaba irónicamente al héroe metafórico de los perjudicados por las listas negras de McCarthy. 
Él había defendido aquello llamado "valores americanos", pero nunca dio nombres ni le gustó lo que ocurría.
"Gary fue conservador, pero no derechista", diría Patricia Neal para definir a un hombre que sentía antes que pensaba, que miraba más que entendía, que hacía lo que creía justo y prefería navegar solo.
Es decir, más norteamericano que el chicle.


En 1961, la Academia de Hollywood se sentía aún en deuda con él y le concedía un Oscar honorífico. Su gran amigo, James Stewart, lo recogió en su nombre.
"Estamos muy orgullosos de ti", dijo Jimmy, "todos nosotros". Stewart no pudo reprimir las lágrimas. 
Al día siguiente, la prensa contó el porqué: Gary Cooper se moría de cáncer.
La enfermedad fue fulminante y se lo llevó con sesenta años. 
En su funeral, media profesión acudió a despedirlo, entre lágrimas de tranquilidad, esa misma tranquilidad que su mirada firme y pura concedió tantas veces a las plateas que soñaban con tipos como él.
Los héroes de Gary tocaban la tuba, callaban o sacaban las pistolas. Y, en todo momento, el mundo parecía un lugar decididamente más seguro con Cooper, infinitamente más hermoso.
Gary Cooper fue el lugar donde vivían los buenos de verdad.


Oh, sí, puedes decirlo y repetirlo: Ya no quedan hombres como Gary Cooper.

lunes, 26 de noviembre de 2012

El Imperio de La Expectativa


Sabe el chef que su plato estrella podrá tener los mejores ingredientes, el más claro oficio detrás de su elaboración y la más bella de las presentaciones, pero si se olvida de echarle la sal, no habrá mayor fracaso que aquel nacido al calor de la expectativa.
Entre expectativas, nació y se desarrolla la vida de "Boardwalk Empire", la saga retrogangsteril de la HBO, ahora en la recta final de su tercera temporada.
Creada por Terence Winter - quien fuera una de las fuerzas vivas detrás de "Los Soprano" -, el drama transporta a la época de la Ley Seca, para indagar en los orígenes del crimen organizado bajo el signo de la desmitificación histórica. 
"Boardwalk Empire" es una historia de violencia y la entiende como cultural, arraigada en el alma de los pueblos y el destino de las ciudades, abrazada y asimilada dentro del capitalismo.
Como producción de la HBO, la serie se anuncia como plato de excepción, lleno de ingredientes dramáticos para conquistar y una apariencia tan deslumbrante que, más de una vez, propicia un genuino síndrome de Stendhal.

Kelly MacDonald

Desde sus primeros episodios, "Boardwalk Empire" recibió un aplauso más o menos general, si bien siempre ha sido una cuestión gélida para muchos críticos y la mayoría de la audiencia. ¿Le faltaba la sal desde su principio? Decía un comentarista a propósito: "La serie me gusta. No me encanta". 
"Boardwalk Empire" ha navegado recelosa entre esa condición de éxito moderado y sus pretensiones de clásico televisivo. Y, como hemos dicho, atiborrada de expectativas, las mismas que han propiciado sensaciones dispares entre los televidentes.
Los que esperaban algo más, se impacientaron con "Boardwalk Empire", comparándola negativamente con "Los Soprano".
Los que acudimos a ella como un deber, la encontramos sorprendente, una serie vívida y terriblemente hermosa, que podía sublimar hasta el miscasting de Steve Buscemi como macho alfa del gangsterismo de Atlantic City. 
Tan sublimado el miscasting que Buscemi se convertía en lo mejor de la función y la clave de su dinamismo. De hecho, ahora que la serie resbala, la mirada de Buscemi sigue siendo tabla de salvación.

Steve Buscemi y Meg Chambers Steedle

Atendiendo a la decepcionante tercera temporada en la que ha concurrido "Boardwalk Empire", me atenaza la pregunta: ¿acaso la hemos sobrevalorado? 
Como ha sucedido con "True Blood" este mismo año, los defectos inherentes han empezado a desbordar la pantalla desde el momento en que la serie ha perdido la capacidad de convicción.
La sensación desabrida es irónicamente mayor cuando "Boardwalk Empire" todavía presenta secuencias exquisitas, diálogos maravillosos e ideas geniales. Todos los ingredientes, pero, en esta temporada más que en ninguna otra, la sal brilla por su ausencia.
A falta de un capítulo para cerrarse hasta el año que viene, puede decirse que el tercer curso de "Boardwalk Empire" ha sido un tedio. 
No tanto por el proceder premioso - seña de una casa que suele sacar el plato en el último momento -, sino por la estructura deslavazada de cada episodio y de la temporada en general. 
Es una serie que pierde el tiempo a espuertas, dando protagonismo a personajes que no sirven, pero también cuando se detiene en lo compuesto de sus secuencias, confundiendo puntilla con detalle y reforzando la sensación de artificialidad.


En "Boardwalk Empire", tiende a notarse el guionista listillo que hay detrás, ese que se detiene para subrayar la tesis, el mismo que se impone sobre los personajes y se luce antes que comprometerse con el ritmo de lo que está contando. 
Otro ejemplo del pedante desajuste aparece en esos seres de "Boardwalk Empire" que se comportan de manera bastante animal para luego soltar unas frases que sólo podría pronunciar el más poeta.


Pero el clamoroso paso en falso de esta temporada ha sido la incorporación de ese inefable villano llamado Gyp Rosetti, un brutal cambio de tono, una brocha gorda en una serie que presume de pintar con finos pinceles. 
Importar a un psicópata para animar el asunto es una concesión a lo barato; darle una explicación freudiana a su comportamiento ha sido tan gracioso como holgazán.

Bobby Cannavale como Gyp Rosetti

Sea Rosetti u otro antagonista más plausible, cada temporada se está revelando como un "Protagonista vs. enemigos de turno", esquema general de muchos productos televisivos. 
Y, por tanto, la serie naufraga en sus ampulosas pretensiones desde el momento en que no es más que muchas otras y usa similares costurones para durar y durar.


¿Estaba ese costurón desde antes? Quizá.
Aclamamos la temporada anterior, pero es muy responsable del descalabro de ésta. 
El final del año pasado se nos presentó muy espectacular, valiente, suntuosamente dirigido. Ahora, en retrospectiva, parece una equivocación, dado que eliminar personajes valiosos tiende a desequilibrar dramas tan alambicados.
Mutarles la personalidad también.


Es éste el caso de Margaret. 
Terence Winter impuso evolucionarla hasta una versión twenties de Carmela Soprano, igual que pretendiera originalmente que su serie sirviera como respuesta vintage a la saga de Tony y compañía. 
Sin embargo, Margaret Thompson se revela como un personaje más caótico que ricamente contradictorio. Es una mujer que piensa y se comporta como una señora de su época en unas ocasiones y como una chica de la actualidad en otras. 
Entregarse al adulterio podría ser tan habitual entonces como ahora, pero la complejidad y las dudas de esa decisión para una mujer como Margaret, para un tiempo como la década de los veinte y para un lugar puritano como los Estados Unidos, no aparecen por ninguna parte. 
Margaret no sólo le dijo que sí a Owen, sino que dio el primer paso con una abierta sonrisa y una ligereza netamente 2012.
Y todo pensado y conducido para que el final de esa trama sea, por supuesto, lleno de desencanto, muerte y soledad, como todas estas series que, de regodearse tanto en el pesimismo, terminan por resultar previsibles y curiosamente moralistas. 
Ya es cuestión de echarles un ojo para saber que la cosa va a acabar mal.


Si los personajes de "Boardwalk Empire" se estructuraban en una escalera, en función de sus niveles de moralidad y corrupción, ahora todos aparecen en un mismo nivel de cinismo irredento y paralítico.
En "Boardwalk Empire", casi todas las discusiones terminan en humillación, paliza y/o asesinato. Y, cada vez, de una manera más caprichosa, gratuita, concedida al exceso. 
Es el lugar donde todo bar acoge una pelea, donde se dispara a un adolescente cuando menos te lo esperas o se procede a reventar un cráneo del modo más pérfido que se le ocurra al guionista/artificialista de turno.
No es una buena historia de violencia cuando, al final, es un relato de mamporros. Terrence Winter ha olvidado la notable diferencia.


Al final,  uno termina por preguntarse donde está la gente normal, esa que no entierra cadáveres en el jardín ni acomete incestos ni odia a todo el que ve.
Y, por ello, como retrato histórico, "Boardwalk Empire" es una mirada tan interesada como deficiente. Si sesgado es contar únicamente las glorias del pasado, sesgado es centrarse sólo en sus miserias. No es desmitificación, es sadismo y delicuescencia.
Los personajes de "Boardwalk Empire" se visten de 1923, pero su actitud es pura posmodernidad: desconfiados, desesperanzados, fastidiados, quejosos, sin aplomo ni temor de Dios.
Terence Winter ignora la suprema ingenuidad y el tremendo pudor que reinaban en una época como la que está retratando, enfrascado en sus sombras y, finalmente, caído a la retrofilia, la violencia explotativa y la melancolía de diseño. 

Michael Shannon

No sólo falta la sal, sino que este plato está muy hecho por un lado y demasiado crudo por el otro. 
De resultas, ¿es "Boardwalk Empire" un drama histórico, una versión catódicamente aligerada de "El Padrino", un cómic de gángsters o la apuesta de la HBO para ese Emmy a la mejor serie dramática que nunca conseguirá?


Como santo y seña de este 2012, "Boardwalk Empire" es un vistoso pastiche sin rumbo conocido.
Pero, en realidad, sólo necesitaría cambiar sus pretensiones por diversión para que nada de lo anterior importara.