jueves, 30 de enero de 2014

Vendrá El Lunes


Cosas de escritores son bloqueos mentales, esos que obstruyen las ideas y hacen mayormente infeliz.
Por lo tanto, será cuestión de vernos el lunes por aquí, porque hoy, señores míos, no discurre esta cabeza mía. Y tampoco es plan de volverse loco.

Un beso para todos,

JM

miércoles, 29 de enero de 2014

La Censura y El Cine


El cine, como el arte, puede poner contra las cuerdas a quien lo contempla. Sacude muchas de sus nociones morales, de su fe por el mundo, de lo que cree y de lo que siente repugnante.
El cine también combate desde sus imágenes, lo que ha preocupado a los gobiernos, a las iglesias, a las doctrinas socio-económicas, a las expectativas culturales. ¿Son esas películas el definitivo resorte para la rebeldía?, se preguntaron las altas esferas desde la popularización del invento.
Cuando el cine se pone fiero, entran los cortes. Llega la censura. 

Michael Douglas y Sharon Stone en "Instinto Básico"

Entre imposiciones claras y sugerencias implícitas, la censura ha existido entre diversos factores y se dijo más virulenta si el decoro del público, el autoritarismo gubernamental o la reacción religioso-conservadora vivían en alza. 
La censura es la policía del cine. Interviene cuando se la llama. Desde el espectador preocupado hasta el gobierno aludido, una película candente puede convertirse en un asunto de Estado. Cortar, remontar o sencillamente prohibir han sido las respuestas habituales.

Maureen O'Sullivan y Johnny Weismuller en "Tarzán y su Compañera"

Organizada en comités o bajo trámites oficiosos, la censura ha estado fundamentada en perseguir las tres cosas que más incomodan a la audiencia: el sexo, las palabrotas y la violencia. 
Es lo que hace una película dura y, en grados superiores, lo que la deviene en obscena o aberrante.
Pero también la censura ha sido implacable con cualquier ataque al establishment, al ejército y a las políticas en boga del momento.


La censura ha sido identificada con la conservaduría, pero también ha sido aceptada por muchas sociedades, a la búsqueda de una presunta protección de la infancia. 
La ocultación de imágenes supondría la conservación de la inocencia hasta la llegada de la madurez, situada a los dieciocho años, donde el cerebro podría descifrar y entender la carnalidad o descarnalidad de lo mirado. 

Elizabeth Taylor en "De Repente, El Último Verano"

La historia de la censura cuenta que, en ocasiones, el efecto de ocultación ha provocado el efecto contrario y, en cualquier caso, no eran los niños en los que se pensaban cuando se censuraba o prohibía una película. Era en todos aquellos que se sentían incómodos cuando se contaban sus verdades íntimas o las oscuridades de su existencia social en una sala de cine. 
La censura ha sido la definitiva arma de la hipocresía y el mejor cine ha luchado contra ella, entre argucias, licencias y grandes fallas, que han permitido desvelar que abrir los ojos a la realidad no estaba tan mal.


Nuestros bisabuelos consideraron muy obsceno el primer morreo que vieron en pantalla, en un corto de los hermanos Lumiére, llamado precisamente "El Beso". 
Fue el escándalo que dio origen a la relación entre sexo y cine, entre fluidos atendidos y espectadores erotizados. 
El trauma de las audiencias también articuló la aparición de la película escandalosa, que, de manera inevitable, despertaría el morbo de la sociedad y sería tan condenada como devorada. 
Hasta los años treinta, no existió un código de censura regulado en el cine norteamericano y toda esa era previa es lo que se conoce como el "pre-Code". 
El catálogo de las películas pre-Code es sorprendente, por cuanto evidencia cuánto perdería el cine desde que empezó a censurarse oficialmente. 

Clara Bow

En ellas, se tratan temas de interés humano con explicitud y sin demasiada moralina. Es una pena que muchos de esos títulos luzcan tan viejos y rudimentarios - la mayoría vienen de los primeros y crepitantes tiempos del sonoro -, porque, si fueran revisados por mayor número de espectadores, recuperarían el estatus de clásico que no debieron perder.
Póngase el ejemplo de la directora Dorothy Arzner que realizó dos melodramas feministas llamados "Christopher Strong" y "Merrily We Go To Hell", que abordaban temas insólitos como el adulterio, la autodestrucción y el papel de la mujer en una relación sentimental.

Sylvia Sydney en "Merrily, We Go To Hell"

Aquella era pre-Code también fue la época de las farsas sexuales de Ernst Lubitsch, como "Design For Living", en la que Miriam Hopkins no podía elegir entre Fredric March y Gary Cooper y terminaba por quedarse con los dos.
Mientras, otros directores saltaban a la calle y ofrecían un cine de impacto, acorde con tiempos paupérrimos.
La agresividad de "Wild Boys On The Road", donde no falta delincuencia, violación, venganza y pellizcos en el culo, todavía asombra.

"Wild Boys Of The Road"

Se cuenta que fue la Depresión lo que aceleró la explicitud de las películas por una estrategia comercial. 
Las piernas femeninas, el aroma a vicio, el retrato de la Hollywood decadence y la recreación de las fiestas imparables de la época eran buenas artimañas para atraer al público, así como los gángsters, las pistolas y las risas de los malvados.
El asunto preocupó a la industria, que veía un decrecimiento de su noción de calidad en favor de argucias explotativas, mientras los propios actores que protagonizaron algunas de esas películas manifestaron su disgusto por dar mala imagen a sus fans.


La leyenda reza que la implantación del Código de Censura se hizo urgentísima tras la fiesta en la que murió Virginia Rappe. 
En un sarao babilónico de aquellos que se organizaban en Hollywood, el cómico Fatty Arbuckle violó con una botella a la starlet, que murió desangrada poco después.
El escándalo arruinó a Arbuckle, desató la indignación del país y plantó la figura del congresista republicano Will Hays en Tinseltown. 
Hays comenzó a redactar un memorándum sobre los síes y noes que iban a regir el cine, el comportamiento de las estrellas en público y la imagen general de la industria hollywoodiense.

Will Hays

La necesidad de las "películas limpias" fue también la necesidad de un Hollywood regulado, que no se buscase problemas con el Gobierno y pudiese seguir independiente. Bajo unas normas precisas, claro.
El cine pre-Code no sólo se estigmatizó, sino que muchas de esas películas no pudieron ser reestrenadas durante décadas y, por tanto, quedaron en el olvido.
"El Signo de la Cruz" fue la primera víctima del Código Hays. 
La ironía: era una película religiosa, ambientada en el alba de la Cristiandad. 
Cecil B. De Mille decíase glosador de la palabra de Dios, pero no podía reprimir sus ganas de escenificar el pecado en todas sus facetas. Y una épica supuestamente piadosa era condenada por la Legión Católica por la Decencia y urgida por el nuevo Código a cortar las imágenes más fuertes.

Claudette Colbert en "El Signo de la Cruz"

El Código Hays decía que todo delito y trangresión debía ser castigado en pantalla, jamás celebrado. No se permitían desnudos, ni ataques a las religiones ni a las instituciones del Estado ni al estilo de vida norteamericano. La violación, el suicidio, el antisemitismo y la homosexualidad eran temas tabúes que, en ningún modo, podían ser contados en imágenes.
Aparecía el cine reprimido, que define gran parte del clasicismo de Hollywood. Los polvos quedaban entendidos en el fundido a negro y sólo los casados podían compartir cama, beso o amorío. El adulterio también era un tabú, tanto como cualquier tipo de relación preconyugal o embarazo fuera del matrimonio.
Durante años, muchas películas se codificaban para contar esas cosas sin contarlas. 
Una secuencia de "Un Lugar en El Sol" muestra a Shelley Winters acudiendo al médico con un problema inconfesable. Hay que afinar el oído y captar el doble sentido: se ha quedado embarazada sin casarse, el novio la ha dejado por otra y está pidiendo un aborto.
Si no eres avispado, la secuencia no se entiende.


La llegada de la Segunda Guerra Mundial intensificó la producción de cine amable y sentimental. Las comedias pasaron de ser sexuales a románticas y la inocencia de las pantallas decíase vinculada a la presunta bonhomía de sus audiencias.
El noir fue la respuesta sin responderla. Aunque sus delincuentes morían o sucumbían en el último rollo, había algo distinto en ellos. 
El público deseaba que ganasen, que se saliesen con la suya, porque en el cine negro, se contó el dilema y la facilidad de caer en el lado oscuro de la vida. El final era moralista, porque lo exigía el Código, pero los espectadores ya sentían una emoción nueva.

Humphrey Bogart e Ida Lupino en "High Sierra"

Y siempre quedaron los matices, las pistas. Aparece Peter Lorre en "El Halcón Maltés" y nunca se dice qué es su personaje. Pero lo ves. Es marica.
La ruptura del Código Hays fue paulatina, imperceptible al principio, finalmente imparable. Aparecía en películas de prestigio, que se envalentonaban e imponían su calidad y sus Oscars por encima de los censores. Sucedía en "Gentlemen's Agreement", drama que denunciaba el antisemitismo, o en "Belinda", donde se contaba una violación con un embarazo como saldo.
Grandes directores protestaron durante años por la imposibilidad de contar bien muchas historias, como John Huston en "Sólo Dios lo Sabe", que narraba el encuentro entre un soldado y una monja en una abandonada isla del Pacífico. A fuerza de Código, no podía pasar nada entre ellos y la película cojeaba.
Al final, entre las contradicciones y las brechas, el Código perecía en los años sesenta, cuando era incapaz de controlar lo que aparecía ahora en las pantallas norteamericanas. 

Elizabeth Taylor y Richard Burton en "¿Quién Teme a Virginia Woolf?"

La retahíla de insultos de "¿Quién Teme a Virginia Woolf?", los litros de sangre de "Bonnie & Clyde" y la anatomía de Anne Bancroft en "El Graduado" se dijeron culpables de que el sistema Hays se declarase muerto y enterrado.
Se buscó la sustitución y otro hombre de Washington, Jack Valenti, confeccionó el sistema de clasificación por edades, votado por la MPAA (Motion Pictures Association of America), que supone una orientación para padres sobre lo que deben o no deben ver sus hijos. La clasificación se basaba en supuestos y el más alto grado prohibitivo se bautizó entonces con la letra "X".
La clasificación X, que recibieran películas como "Cowboy de Medianoche", "La Caída de los Dioses" o "Novecento", conoció su grado de perversión y terminó identificada con cines explotativos y pornográficos, que, libres y bien sueltos, estallarían en los años setenta.
Si Hollywood conseguía librarse de un tipo de censura, los países de allende los mares tenían problemas similares con las películas. La censura actuaba - y actúa - en todos lados. 

Grace Kelly, Clark Gable y Ava Gardner en "Mogambo"

El franquismo en España no puede contarse sin su pavor a las películas y sus listados in crescendo eran elaborados con la asistencia de la Iglesia Católica. 
El remontaje o la total prohibición eran normas, pero también el cambio del diálogo a través del doblaje, lo que producía efectos disparatados en la comprensión de las películas. 
La estigmatización de ciertos títulos como pecaminosos alentaron la imaginación de la oprimida sociedad, que pensaron que Rita Hayworth se desnudaba por completo en "Gilda" o que algo terrible sucedía en "La Gata Sobre el Tejado de Zinc".


La década de los setenta vio la caída de las viejas censuras, pero atendió también al florecimiento de un nuevo tipo de persecución, aún más virulenta. 
Muchas películas fueron consideradas vomitivas y obscenas, dieron más de un quebradero de cabeza a sus creadores - cuando no se enfrentaron a demandas judiciales - y algunas siguen prohibidas en ciertas naciones.
"La Naranja Mecánica", "El Último Tango en París", "El Imperio de los Sentidos", "Los Demonios", "Calígula": el cine-trauma, aborrecido, escandaloso, visceral, que demostraba que la inocencia del espectador era un país del que quedaban muchas provincias por conquistar. 

Vanessa Redgrave en "Los Demonios"

De vuelta a Hollywood, la soltura de las imágenes era evidente, pero aún sujeta a restricciones. 
La clasificación por edades de Valenti se revela más perversa, conforme han pasado los años. En 1990, cambiaba la "X" - ya completamente identificada con el porno - por la "NC-17".


Esta última, aplicada por primera vez a "Henry & June", significa que sólo se recomienda para adultos.
En la práctica, condena a la película al fracaso comercial y la oscuridad, porque las mayores redes de exhibición del país se negarán a proyectarla en sus salas. 
"Showgirls" pudiera entenderse como un descalabro en taquilla, pero, de hecho, sólo lo fue por recibir la NC-17. En los cines estadounidenses donde se proyectó fue un éxito y arrasó en su edición en VHS.
El documental "This Film Is Not Yet Rated" habla de la dictadura en la que se ha convertido la MPAA y su sistema de clasificación por edades. 
Nos cuenta una organización que opera en un anonimato digno de la CIA y cuyas decisiones son vinculantes e inapelables.


Colocaron la NC-17 a "American Psycho" por el "tono general", mientras películas de acción y violencia frívola pasan sin ningún problema por su escrutinio.
No tuvieron ningún problema con el disparo en la cabeza de "Boys Don't Cry", pero exigieron el corte del orgasmo de Chloë Sevigny. 
La incomodidad ante el placer femenino de los hipócritas clasificadores es la respuesta; también ante la homosexualidad.

Chloë Sevigny y Hilary Swank en "Boys Don't Cry"

La MPAA aparece como el brazo armado de una industria machista y reaccionaria, que se defiende así del cine independiente, extranjero o follonero. 
Como asegura Kevin Smith en el documental, si se trata de proteger y educar a los niños, el primer barómetro de su calificación debía ser la escenificación de la violencia falsa y la insistencia en las agresiones a la mujer. Dos cosas que aparecen continuamente en el cine actual de Hollywood.

Drew Barrymore en "Scream"

Nosotros podemos decirnos libres de ese sistema de clasificación, porque las películas cortadas a petición de la MPAA llegan a nosotros de manera íntegra. 
Pero cualquier tipo de censura implica autocensura para los creadores. Y así se contagia la mojigatería, a nivel internacional. 
Le puedes ver el coño a Margot Robbie, aunque sólo el culo a Leonardo DiCaprio. No hubo corte, sólo que la producción se reprime de entrada. Es la regla no escrita, pero entendida: si la pone a cuatro patas, le dan un R, pero si le provoca un orgasmo, NC-17.
Es ese mismo imperio del remilgo el que me impide postear las bellas tetas de Kate Winslet, porque Blogger, empresa norteamericana, me aplicaría un aviso a la entrada de este blog sobre contenido para adultos. 
Un oficioso NC-17, cuya función se me escapa en estos tiempos donde se puede ver una polla bien hermosa a un solo clic.

Kate Winslet en "Titanic"

Si es una imposición institucional, gubernamental o religiosa, habría que acusar a los que relativizan el problema de la censura total o parcial en aras de esa protección infantil, cuando sólo se está articulando un conflicto de incomodidad adulta, inmadurez sexual, intolerancia u homofobia.
También tendemos a observar con condescendencia los mitos de la censura, cuando todavía nosotros reaccionamos ante nuevas agonías fílmicas. 
La censura es pedida expresamente en muchas ocasiones y los creadores de películas prohibidas se han quedado solos ante la indolencia de los demás, que sólo se han dignado a decirles: "esta vez te has pasado, Stanley".
Últimos casos de películas que han suscitado un asco radical serían "The Human Centipede" o "A Serbian Film", baratas muestras de cine enfermo, y denominadas execrables, vomitivas y perseguibles por el mismo público que se dice de vuelta de todo. 
La última desataba prohibición y demanda contra director y exhibidores. ¿Es explotación o esa cuerda que quedaba por tocar? Ahí está la discusión.


La nula simpatía que producen la película y su creador han abierto otro episodio dentro de nuestra tensa relación con lo que queremos o no queremos ver en las pantallas.
Lo curioso es que nadie ha obligado nunca a nadie a ver una película. Siempre existe una elección. O la ves, o no la ves, o te largas en medio de la proyección. 
Si no hay delito en la elaboración del producto, la indignación por lo que haga sentir el resultado no debería devengar en ajusticiamiento. Y, si una película se odia de verdad, por chapucera, ofensiva o loca del moño, lo apropiado es ignorarla, no clamarla como el Anticristo.
Antes de verla, lea la sinopsis o pregunte a un amigo. A mí me funciona siempre.

martes, 28 de enero de 2014

El Esplendor En Natalie Wood


Fue aquella niña de ojos grandes transformada en la joven que se embebía de neurosis y fragilidad.
Siempre la misma Natalie Wood, la pequeña Natalie, la inteligente Natalie, la flor de Hollywood quien muriera como viviera: entre la luz y la sombra.


Producto del cine en tiempos de cambio, Natalie Wood representó un tipo de mujercita que crecía rebelde sin causa y encontraba la pasión como quien la descubriera por primera vez. 
Tan efectiva fue la correspondencia entre lo que se vivía en la psique de las espectadoras y lo que protagonizaba Natalie en pantalla, que la actriz quedaría en la memoria como uno de los más altos iconos de los años sesenta.
Linda y bien peinada, su momento dramático consistía en romper esa idílica imagen de nena cincuentesca y demostrar infelicidad en función de histeria. Sus heroínas chillaban por amor, porque no podían pedir sexo.
Más encantadora que dúctil, Natalie Wood fue una actriz autodidacta, labrada en la profesionalidad desde su infancia, fascinada por intérpretes mucho mejores que ella. 
Cuando fue la adecuada para el papel y el director encontraba la manera de aflorar esa indiscutible sensibilidad, Natalie se las decía maravillosa. 


El público y los amantes del cine decidieron adorarla. El secreto vivió entre ese par de ojazos que miraban tristes y cómplices y la fortuna de participar en algunas de las películas más memorables de la Historia.
De secretos vivió también la privada Natalie Wood, depositados en los divanes que recogían sus angustias, en las retiradas profesionales y en los amores agridulces.
Su muerte sería la incógnita final de una mujer de incógnitas.


Hollywood era ese sueño que cumplir para la madre de Natalia Nikolaevna Zakharenko. 
Familia de inmigrantes rusos y ucranianos, perdidos entre la geografía norteamericana, todo cambió cuando la pequeña Natalia consiguió un pequeño papel en una película. 
La madre, sin medir previsiones, mudó a toda la parentela a California, pero las promesas se aplazaron y el teléfono nunca sonó.
La niña Natalia creía ciegamente en todas las bondades que ofrecía el cine, bajo aquellas mentiras que le había inculcado su stage mother. Desde que tuvo noción de sí misma, el esfuerzo de la nena vivíó en ensayar la cara precisa para posar delante de las cámaras. 
Años después, una prueba victoriosa colocó a Natalie Wood en "Tomorrow Is Forever", junto a Claudette Colbert y Orson Welles. El gran Orson llenaría de elogios a la pequeña, cuyo nombre sería indispensable a partir de entonces.
Como actriz infantil, Natalie Wood se consagraría como fascinadora de la audiencia en "Milagro en la Calle 34", donde interpretaba a la niña que no creía en Santa Claus hasta que se le aparece en Macy's y le quita el precoz escepticismo.

"Milagro en la Calle 34"

Este clásico navideño hizo que la monada Wood fuera demandada durante los años cuarenta en una sucesión de películas, a cuyos rodajes dedicaría su infancia. El trabajo era interrumpido sólo para que Natalie recibiera un mínimo de tres horas diarias de escolarización.
Natalie Wood recordaría esa época como una infancia rodeada de adultos, entre la timidez y la urgencia por hacerlo bien y deprisa. 
Pudo sucumbir a los dictados de la industria aunque, como pocas, nadó con gracia y tuvo mucha suerte.
Sus nuevas heroínas hacían mayor a Natalie Wood tanto para el público como para ella misma. Ninguna fue tan decisiva para esa llegada a la edad adulta como la Judy de "Rebelde Sin Causa".

Con James Dean en "Rebelde Sin Causa"

En la oda a la incomodidad juvenil de Nicholas Ray, Natalie ofreció su primera señorita de los nervios, desde que entiende que su padre ya no le va a dar un beso. Encontrarse con James Dean fue la mejor de las contrapartidas.
"Rebelde Sin Causa" inauguró el estilo favorito de personajes en los que Natalie Wood se sumergiría a partir de entonces, mientras la fijaba como actriz de primera línea.
Al año siguiente, irrumpía como Debbie en "Centauros del Desierto" (The Searchers). Aunque fuera un personaje breve, los que han visto la película saben que forma parte de una de las secuencias más emocionantes del séptimo arte.

Con John Wayne en "Centauros del Desierto" (The Searchers)

Lejos de las cámaras, quedaban aventuras reales para la joven Natalie, que vivía enamorada de Robert Wagner - quién no - desde que lo vio en la gran pantalla. 
El estudio apañó la cita y ya estaban preparadas las notas de prensa antes de que los lindos jovenzuelos siquiera se encontrasen. El apasionado amor, quizá no tan previsto.


Así lo contó él: "Recuerdo el instante en que me enamoré de ella. Una noche, a bordo de un pequeño barco de mi propiedad, ella me miró con amor y sus ojos marrones iluminados por una linterna. Ese momento cambió mi vida".
La pareja se casaría en plena ebullición de sus carreras y para deleite de todos los fans, que se volvían locos sólo de verlos juntos. Al cabo del tiempo, la escasa suerte profesional y la borrasca estuvo servida entre ellos.
Ese primer matrimonio entre Natalie y Robert terminaba a los cinco años.


Tras el divorcio, se impuso la búsqueda de un comeback en condiciones para Natalie Wood.
Impactada por la interpretación de Vivien Leigh en "Un Tranvía Llamado Deseo", Natalie quería la oportunidad de trabajar para el director Elia Kazan y conocer los entresijos del nuevo método interpretativo lanzado por el Actors Studio.
La película se llamó "Esplendor en La Hierba". Fue, quizá, su mejor actuación. 

"Esplendor en la Hierba"

Como Wilma Dean, la chica loca de amor y reprimida de sexo por Warren Beatty, Natalie se entregó como nunca, a riesgo de perder la razón del mismo modo que su personaje.
Quien no llore con su expresión en la última secuencia, no tiene sangre en las venas.
El arduo trabajo le reportó las mejores críticas de su vida y un romance cuchicheado con Warren Beatty.

Con Warren Beatty

"Esplendor en la Hierba" dijo de Natalie Wood lo que ya se sospechaba: que era la más excitante estrella de Hollywood de entonces, cetro que compartiría con Audrey Hepburn y Elizabeth Taylor en los años posteriores.
Como ellas, Natalie era imposición y aval de taquillazo. 
Así, aunque no era ducha para el musical, la pusieron a la cabeza de "West Side Story" como la ensoñada Maria. 
Ella no quedó satisfecha con su aparición en "West Side Story", pero el público renovaba el amor por ella, una y otra vez.

Como Maria en "West Side Story"

Seguía creciendo y ahí la veíamos en el infravalorado drama "Amores Con Un Extraño", en el que se quedaba embarazada tras un quickie con Steve McQueen y se demostraba esa aleación exacta: era una actriz de icono y caché y, a la vez, ideal para protagonizar dramas de sensible dificultad.

Con Steve McQueen en "Amores Con Un Extraño"

Más díficil todavía se las decía en dramas ambiciosos, aunque poco distinguidos, como "Inside Daisy Clover" o "Propiedad Condenada". En ambos demostró muchas de sus limitaciones como intérprete y sus detractores se lanzaron a por ella.
Ya desde sus primeros años como adulta en Hollywood, Natalie se había agarrado de la psicoterapia para ahuyentar sus miedos, mientras bebía demasiado en las fiestas, se obsesionaba por Warren Beatty o descubría las ventajas de las píldoras. 
La inseguridad y las fobias plagaron muchos pasajes de su vida y sus rodajes y, en 1966, decía poner obligado parón tras la agotadora "Propiedad Condenada".
Las películas se dispersaron.
Su cómico, relajado retorno en "Bob, Carol, Ted & Alice" la ponía de nuevo en su lugar: en lo más alto de la taquilla y en el más fidedigno emblema generacional. 

Con Elliot Gould, Robert Culp y Dyan Cannon en "Bob & Carol & Ted & Alice"

Pero, cuando se casaba con el productor Richard Gregson y quedaba embarazada de su primera hija, proclamaba que prefería una vida más hogareña, pidiendo aquello que no tuvo para su propia infancia.
Su matrimonio con Gregson duró apenas cuatro años, al término de los cuales sus ojos volvían a reflejarse en la dorada linterna del barco de Robert Wagner.
En 1972, regresaba a los brazos de su primer amor y se casaba con Wagner por segunda vez.


"Eres mi marido, mi pequeño, mi fuerza, mi debilidad, mi amante, mi vida", le escribió en una carta.
Se embarazó nuevamente antes de que acabara la década y no volvería a activarse en la profesión hasta que vio a sus hijas crecidas.
La televisión recogería sus antiguas ambiciones en eróticos remozados de "La Gata sobre el Tejado de Zinc" y "De Aquí a la Eternidad", mientras las vacaciones con Robert Wagner se decían eternas y sembradas de broncas y reconciliaciones.


En el rodaje de "Brainstorm", Natalie Wood estrechó lazos de amistad con Christopher Walken quien, invitado a una noche en el Splendor, el barco del matrimonio, despertó los celos de Robert Wagner.
Entre sombras, suspicacias y testimonios cambiados a lo largo de los años, no hay nada cierto ni probado en la últimas horas de Natalie Wood. Sólo la fabulosa ironía de su muerte.
Si revisamos "Esplendor en la Hierba", hay una secuencia donde el personaje de Natalie se tira al lago con intención suicida. Según Elia Kazan, la cara de horror de la actriz era real. Natalie le tenía pánico al agua desde un episodio de su infancia en el que estuvo a punto de ahogarse.
"Siempre he estado aterrorizada de las aguas. El agua oscura, el agua del mar o del río", dijo, aunque nunca dudó en subirse a los barcos de Robert Wagner.
Aquella noche de 1981, Natalie Wood caía por la borda del Splendor y moría ahogada en las aguas de Santa Catalina. 
Tenía 43 años.


Robert Wagner lloró sobre su tumba, mientras media profesión asistía estupefacta al suceso que ocupó primeras planas de prensa. 
El forense dictaminó que Natalie había caído por accidente, tras darse un golpe, con el alcohol como factor determinante.
Décadas más tarde, el capitán del barco cambiaba su versión y señalaba a Robert Wagner como el culpable de todo lo sucedido aquella noche. Wagner contraatacaba con autobiografía, hablaba de dolor e insistía en la versión del accidente.
Hace dos años, se reabría el caso súbitamente y las nuevas pesquisas dejaban el interrogante. "Causas sin determinar", cambiaban los expertos en la versión oficial de la muerte, para delirio de los fascinados por esta historia.


La tristeza quedó, en cualquier caso, por la muerte prematura de una de las damas más especiales de Hollywood, a la que se vio crecer y sobrevivir, como ninguna otra, en tantísimas ocasiones.
A Natalie Wood se la lloró con fuerza, incluso aunque hubiese perdido su corona de estrella muchos años antes de su fallecimiento. 
Previo a su adiós de la vida, aseguraba: "¿Sabes lo que quiero en realidad? Quiero el ayer.".


Y ahí quedó el auténtico secreto de la despertada a las alegrías y decepciones del espectáculo, aquella que vivió en los focos de los fotógrafos, desde el día en el que se hizo una mujer hasta la mañana siguiente de su muerte. 
Si Natalie Wood perdió algo en ese ayer al que quería volver, al que se lo dio todo, la suerte fue nuestra, al tener el inmenso placer de mirarnos a través de su mirada.
Recuperarla en sus películas significa probar su inmortalidad.

lunes, 27 de enero de 2014

Clive Standen


Cuando resta un mes para que vuelva "Vikings" a The History Channel con su segunda temporada, voy yo, más tarde que la vida, y me zampo su primer curso durante la última semana, movido por las nuevas maromiales que me llegaban a ojos sobre el casting de la serie.


Empezada la función, a punto estuve de darme de coscorrones contra la pared por haber tardado tanto tiempo en descubrir a Rollo Lothbrok, el bellérrimo y cainesco hermano del protagonista, interpretado por el actor irlandés Clive Standen.
Aparecía el elemento para que mis sentidos entraran en una suspensión inmediata. Odín mío, qué buen Rollo.


Reconozco que me costaba seguir parte del dialogado de la serie, especialmente cuando Clive Standen, todo greñas, músculos, mirada y demás imponencia viril, estaba en plano y me hacía perder cualquier concentración.
Pero pude averiguar que se trata de una serie entretenida, de calidad moderada, que se parece a muchas otras y, aún así, tiene buenas virtudes: entre ellas, un intento de contar algo de Historia medieval, mientras el sexo y la violencia se mueven en un justo punto, lejos de la agobiante explotación que hacen series similares en estos tiempos.
La narrativa es sencilla, pese a su irregularidad, y el tono, correcto.


En cualquier caso, lo que nos interesa hoy es que Rollo se descamisa con buena periodicidad.
Incluso cuando el bárbaro decide bautizarse como estrategia política no valen ropajes; su arribada a la Cristiandad, en plenas aguas y a pectoral descubierto, se me revela como la mejor celebración sacramental posible.


Para Clive Standen, no es la primera serie que lo viste - y desviste - de época.
Los aficionados a series de ambientación añeja ya lo habían podido cazar en "Robin Hood" de la BBC y "Camelot" de Starz, donde llamó poderosamente la atención, como Archer y Gawain. respectivamente.


Actor devenido del teatro y con unos treinta y dos años de lo más aprovechados, quizá cueste reconocerlo sin los aderezos vikingos sobre su cara, aunque los ojazos resulten inconfundibles.


Un tipo guapísimo, al que pedirle el número de teléfono y una promesa matrimonial, aunque, sin ninguna duda, las barbas, el pelo largo y la pinta de garrulo son la auténtica respuesta a nuestro furor.


Los buenos números de "Vikings" durante su primer curso el pasado 2013 obligaron a una renovación inmediata y, por ahí se lució Clive para presentar segunda temporada en la Comic-Con.


Recién llegado del rodaje, apareció con barbas y ganas de pelea para delirio de propios y extraños, acompañado por su hermano y rival en la serie, Travis Fimmel.


¿Qué sucederá entre ellos?, inquirían los seguidores.
El cliffhanger de la primera temporada de "Vikings" acabó en inevitable ruptura fraternal entre los dos poderosos guerreros y las primeras imágenes ya revelan la batalla a discreción, donde Rollo luchará pecho al aire, vive Dios, y se escenificará el mismo dilema que se hacen muchas y muchos fans de la serie: ¿Team Rollo o Team Ragnar?


Obviamente, yo soy team Rollo y no veo más allá del pedazo de macho, aunque también recibiría con los brazos abiertos - y lo que no son los brazos - a los otros chicos de la serie en estos lunes maromiales, ya sea el charliehummanesco Travis Fimmel o el jamesmcavoyiano George Blagden.
A las imágenes me remito para explicar porqué Clive Standen ha sido el primero en aterrizar por aquí.


La idea merece ser repetida. Esta vez, a todo color.


Quién fuera la "mosca" de History Channel o, quizá, la tinta de los tatuajes para estar más cerca.


Será cuestión de seguir atentos a "Vikings", que vuelve el 27 de febrero con toda la carne en el asador y esperemos que también con la intención de dejar vivo y ligero de ropa a Rollo todo lo que sea posible.


Es el suspiro repetido: quiero rollo con Rollo.