Hace años, curiosamente por estas fechas, todos me decían que estaba sordo.
- ¿Qué has dicho?
- Josito, estás como una tapia. Vete al médico.
Creíame sordo, al menos con un tapón en el oído bien hermoso que me impidiera escuchar las conversaciones.
- Perdona, ¿qué has dicho?
Sí, tenía que estar sordo. Casi lo sentía, mientras iba derecho al otorrinolaringólogo, que me hizo pruebas, cubrió un oído, me habló y pidió que repitiera sus palabras. Me hizo preguntas sobre mí, mientras él cerraba los ojos y tapaba el otro.
Miró a través del pabellón auditivo con sus aparatejos, hizo un gesto meditativo y concluyó:
Miró a través del pabellón auditivo con sus aparatejos, hizo un gesto meditativo y concluyó:
- Tienes una audición perfecta.
El tapón había sido somático, la sordera, también.
- Estás distraído, absorto. Es sordera selectiva, de la parte central, psicológica. No atiendes, te abstraes. - aseguró el médico.
"Sordera de la parte central", escribí en un sms a uno de los amigos que me habían acusado de Helen Keller de la vida.
Quizá ellos necesitaban un logopeda para hacerse entender. Entonces recordé que el colega que tenía que repetirme las cosas con más frecuencia era precisamente aquel que mayor número de tonterías decía.
De manera inconsciente, lo desoía.
El déficit de atención. Qué gran invento de nuestro tiempo. Siempre he pensado que está fuertemente vinculado con... Perdón, acabo de perder la concentración. Siempre he pensado que está fuertemente vinculado ¿con qué?
En fin, con la generación Facebook, creo que esa era la idea general. Sí, muchas pantallas, mil mensajes y la incapacidad de dedicar la atención en una cosa concreta.
Si, al final del día, te pidieran un resumen de todo lo que has leído, recibido y aprendido en tu smartphone y en las redes sociales, dirías un simple:
Si, al final del día, te pidieran un resumen de todo lo que has leído, recibido y aprendido en tu smartphone y en las redes sociales, dirías un simple:
- Nada, nada relevante.
Nada. La nada perfecta, ideal para la suspensión intensificada de los sentidos. Para acallar todo aquello que debes hacer. Es la amiga íntima de la procrastinación, la amante bandida de la vagancia.
Yo, como gran sordo selectivo, sé de lo que hablo.
Yo, como gran sordo selectivo, sé de lo que hablo.
Cuando consigo romper el déficit de atención, en el momento en que dejo de contemplar la pantalla, miro a mi alrededor y me encuentro con la nada perfecta.
Es tan terrorífica que vuelvo la vista al teclado. Es el modo de desoír el vacío que me rodea y desatender las cosas pendientes, mientras retroalimento mi creciente aislamiento.
El autoengaño es tan desproporcionado que, igual que me creía con un tapón en el oído, ahora pienso que esta nada es simplemente perfecta. Trato de convencerme que estoy bien así, sin trabajo, sin gente alrededor.
Sólo con la compañía de televisiones que se encargan de vivir por mí. Solo.
Sólo con la compañía de televisiones que se encargan de vivir por mí. Solo.
Hace un año, curiosamente por estas fechas, me miraba al espejo, me escribía una carta desde el futuro y confesaba el tiempo que llevaba sin trabajar.
Confiaba en el mañana; a estas alturas, la dinámica habría cambiado, pensaba. ¡Já! Añade un año al desempleo.
Hoy me vuelvo a mirar en el espejo, pero no contaré los años ni los meses, ni mucho menos los confesaré, porque no tengo ganas. Sólo siento rabia.
No le voy a echar la culpa a la crisis, porque sé muy bien que es cosa mía. Es la sordera selectiva y el autoengaño motivado, que se excusa, se culpa y se perdona. En esa espiral, siempre, una y otra vez.
Confiaba en el mañana; a estas alturas, la dinámica habría cambiado, pensaba. ¡Já! Añade un año al desempleo.
Hoy me vuelvo a mirar en el espejo, pero no contaré los años ni los meses, ni mucho menos los confesaré, porque no tengo ganas. Sólo siento rabia.
No le voy a echar la culpa a la crisis, porque sé muy bien que es cosa mía. Es la sordera selectiva y el autoengaño motivado, que se excusa, se culpa y se perdona. En esa espiral, siempre, una y otra vez.
Frente al espejo que dice la verdad, me veo sin nada decisivo que hacer, sin energía para cambiarlo. Esperando que pasen los días, los meses, los años. A la espera de quién sabe qué. Horas muertas, mando a distancia y rutinas que simulan profesión, dedicación, oficio. Día tras día. El tiempo vuela, joder.
Podré sedarme todo lo que quiera con películas y paseos, pero me conozco bien. Sé analizarme, conozco mis resortes, mis argucias, mis enemigos interiores. Sé lo que estoy haciendo, hacia dónde me dirijo, de qué lugar estoy huyendo.
Podré sedarme todo lo que quiera con películas y paseos, pero me conozco bien. Sé analizarme, conozco mis resortes, mis argucias, mis enemigos interiores. Sé lo que estoy haciendo, hacia dónde me dirijo, de qué lugar estoy huyendo.
Si hoy dijera la verdad, aseguraría que odio el trabajo. Aunque no odio trabajar exactamente. Es más, ahora mismo lo necesito más que cualquier otra cosa. Una ocupación que me deje exhausto y me impida comerme el tarro.
Lo que detesto es la espantosa parafernalia: las relaciones laborales, simular que soy una persona diferente, sonreír, callar, acatar órdenes de gente más tonta que yo, soportar compañeros.
La fuerza de la gente ante las situaciones que viven cada día en sus ocupaciones me parece increíble. La envidio y también me atemoriza.
Temo que el trabajo me haga duro como ellos. Me cambie, me haga una persona triste. En cierta manera, ya lo consiguió. El tiempo que he estado trabajando es cuando me he sentido más solo y más inútil.
Y también odio trabajar en cosas para las que no sirvo. Porque no sirvo para gran cosa.
Temo que el trabajo me haga duro como ellos. Me cambie, me haga una persona triste. En cierta manera, ya lo consiguió. El tiempo que he estado trabajando es cuando me he sentido más solo y más inútil.
Y también odio trabajar en cosas para las que no sirvo. Porque no sirvo para gran cosa.
En realidad, sólo sé besar y escribir. Lo apuntaré en el currículum, sí. Besos y posts. El resto, sordera.
Hoy puedo poner mil excusas para obviar al resto del mundo.
Puedo poner excusas para no salir este viernes, o el pasado, o el siguiente.
Diré que es el frío, el dinero, el hecho de que los bares están medio vacíos, que hace frío, mucho frío, que se ha descargado una película de Kobayashi, que estoy mejor en casa, que mañana empiezo la novela, que no es cuestión de resaca.
Puedo poner excusas para no salir este viernes, o el pasado, o el siguiente.
Diré que es el frío, el dinero, el hecho de que los bares están medio vacíos, que hace frío, mucho frío, que se ha descargado una película de Kobayashi, que estoy mejor en casa, que mañana empiezo la novela, que no es cuestión de resaca.
El otro día, encontré otra disculpa. Quiero evitar el momento en que alguien me pregunta:
- ¿A qué te dedicas?
Durante estos años, he respondido de las más imaginativas maneras.
He llegado a decir "guionista", porque es lo último que estudié y la supuesta profesión. Pero ¿puedes decir que eres guionista cuando hace años que no escribes una secuencia y, aún más tiempo, del que te pagan por ello?
Otras he dicho "escritor". Es la respuesta más de tirarse el rollo, aunque quizá sea la más acertada. Eres artista y, por tanto, vives del cuento. Entendible. "Escritor". Pocos escritores comen de lo que escriben y bien se conoce que esto lo estás leyendo de gratis.
Algunas ocasiones he contestado:
- ¿Yo? A la prostitución. Serán sesenta euros.
Los chicos listos entienden que es una broma y quieren saber más.
Si digo que soy guionista, puedo añadir remates. Preparando proyectos, escribiendo un blog, esperando que pase la crisis. Cosas así, que no dicen nada, aunque simulan movimiento, acción, motivación.
Lo malo es cuando se ponen curiosos y quieren saber la dirección del blog. O, peor, cuando me preguntan de qué vivo. Esos últimos me van a juzgar necesariamente con la mirada, así que contesto entonces:
Lo malo es cuando se ponen curiosos y quieren saber la dirección del blog. O, peor, cuando me preguntan de qué vivo. Esos últimos me van a juzgar necesariamente con la mirada, así que contesto entonces:
- De la prostitución. Serán sesenta euros.
A veces, desmadejo la madeja y digo simplemente:
- ¿Yo? A nada.
Sí, a la nada perfecta. Es mi profesión, mi oficio y mi beneficio. Este paraje insólito, donde el que tendrá que adivinar su futuro debe ser otro. Yo, no.
Todos los días me repito que he de encontrar la manera de romper hábitos y buscar fuerzas para salir de la nada perfecta.
Mientras, veo al resto de la gente, corriendo por la vida, relacionándose, encontrando cosas nuevas que hacer, engordando currículums, navegando a viento y marea en un inclemente paisaje laboral.
Mientras, veo al resto de la gente, corriendo por la vida, relacionándose, encontrando cosas nuevas que hacer, engordando currículums, navegando a viento y marea en un inclemente paisaje laboral.
Y yo, helado, petrificado en la orilla, con la mirada perdida, demasiado miedoso para meter un solo dedo del pie en el agua fría.
Soy un maldito Peter Pan.
Soy un maldito Peter Pan.
Me disculparás hoy, me juzgarás, llorarás por mi talento desperdiciado, me darás ánimos. Y yo escribiré otro post emocionante dentro de cierto tiempo, donde te contaré que todo sigue igual o que todo ha cambiado.
No es cuestión de mirar atrás ni de pensar en futuros mejores. Tal vez, hartarme de mi perfecta nada en este mismo segundo sea la posible respuesta.
Aunque, sinceramente, no tengo ni puta idea de cómo salir del embrollo de mi dudosa madurez como persona. Este post, como yo, no encuentra conclusión.
Aunque, sinceramente, no tengo ni puta idea de cómo salir del embrollo de mi dudosa madurez como persona. Este post, como yo, no encuentra conclusión.
Hace muchos años, por estas fechas, todos me decían que estaba sordo. Ahora, hoy, sólo sé que estoy tonto, tonto, tonto.