2014 empezó hace mucho tiempo. Sucedió en un amanecer frío, despertado en un parque, bajo la copa de un árbol, yo, escondido ahí, junto a otro chico con el que acababa de compartir algo más que una conversación.
Primer drama: no era el hombre con el que quería estar.
Sucedió en La Laguna, mi ciudad natal, de vacaciones navideñas para ver a la familia. Unos días y volvería a Madrid.
Entonces todo era aquel chaval de Polonia, que había conocido en Chueca unas semanas antes de la Navidad. No paraba de pensar en él, porque era lo último que había sucedido en el año anterior. Y, allí, en aquel parque, en aquel frío, me prometí:
- No creo que vuelva mucho por La Laguna. Tengo que hacer un plan para no tener que volver. Tengo que irme de España.
En aquellos primeros días del año, vi una película que se titulaba como el brindis que hacía su actor protagonista, el incomparable Fredric March. Se prometía en matrimonio y, consciente de que iba a ser un desastre, decía:
- Alegremente, nos vamos al infierno.
Merrily, we go to hell. Go to hell significa irse a la mierda en una traducción más precisa.
Así, que alegremente tomé muchas decisiones y levanté la copa, sin calcular dónde pisar el embrague y cómo pisar el freno para no cruzar la línea. En aquellos entonces, yo no sabía nada del freno ni del embrague.
De vuelta a Madrid, volvieron las mismas complicaciones de siempre, el similar estrés y otro descorazón más a la abultada lista de descorazones. El chico polaco me volvió loco lo justo y necesario para que no hubiera grandes esfuerzos por mi parte por conocer a otro más en todo 2014.
Agotado de los síes y los noes, los parece que síes y los parece que noes. Ducha de agua fría era el caballero de la Europa del Este en cada una de sus apariciones, pero igual de helado que su país era ese agua que caía en pleno enero en todas mis duchas. El termo, otra vez, roto.
Comencé a soñar con una ciudad eficiente, limpia, dinámica, con trabajo para todos, que me sacara de la alienación en la que se había convertido mi vida madrileña. Y el sueño se hacía exponencial a medida que pasaban los días.
Días de 2014, cuántas cosas pasaron en ellos.
Me enteré que mi vecino era actor porno gay, que no había mejor manera de empezar el día que con las locas noticias de El Mundo Today o que servidor guarda un sospechoso parecido con el actor del cine mudo Richard Barthelmess.
De pronto, 2014 se conjugó con Londres, con ilusiones, con sombras en la caverna, con pasos hacia adelante. Por fin, tras años de apatía, recibía el saludo de los demás ante mi propia acción. Oh, qué intoxicante fue, qué exacerbador de emociones.
Si hay algo que he aprendido este año es que cuando todos estén de acuerdo en que es una buena idea, yo debería hacer exactamente lo contrario.
Mucha gente fue a la guerra por hacer caso a sus amigos.
Alegremente, borré todos los subtítulos de las películas para aprender más inglés, mientras regresaba el agua caliente, literal y figuradamente.
Por fin, llegó el día.
Por fin, llegó el día.
Ir a Londres y volver ha sido, sin duda, el acontecimiento de mi 2014, porque narré el antes, el mediante y el después con todo lujo de detalles en el Facebook; la ilusión, el desconcierto, la decepción. En realidad, fue sólo un mes y medio. Nada en comparación con más sucesos, más eventos del año.
Mientras estaba en Londres, me llegaban noticias de partidos políticos nuevos que llegaban para quedarse, de reyes que dejaban la corona en sus primogénitos, de fotos filtradas, de escandalosas revelaciones.
A través de esos parques que parecían producidos por David O. Selznick, caminando por esas calles llenas de comercios en cadena, pasé de la fascinación a la indiferencia en cuestión de una semana. Alegremente, me había ido a la mierda. Porque aquello era justo lo contrario a lo que yo estaba buscando. Y lo que buscaba, queridos seguidores de mi 2014, era detener el grado de estrés que llevaba arrastrando años. Ejem, ese lugar no es el indicado.
Lloré, pero no por nada de lo que me había sucedido - en realidad, nada malo pasó-, sino porque había caído en la trampa de cambiar de marcha sin pisar a fondo el embrague.
Entonces, no sabía nada de marchas. Sólo que había saltado hacia delante sin saber y aquello era una Nada bien grande.
Inservible como todas las nadas y agotadora como la peor de ellas.
Alegremente, a la mierda. El plan abortado como la ley del ministro dimitido.
Is it alright, now that you got what you want?, me cantaba la ELO en los auriculares, allí en el metro, en el autobús y en todos aquellos eternos, adocenantes viajes en el transporte público. La realidad es igual en todas partes, concluí, pero hay sitios en los que es más coñazo que nunca.
Me cansé de dar explicaciones, de pedir afirmaciones ajenas que jamás llegaron y, en el momento más crítico, me pasé los dedos por el cabello mientras me duchaba y oh, terror, se me estaba cayendo el pelo.
Hice las maletas y volví a La Laguna, porque no tenía ganas de hacerme viejo.
- No creo que vuelva por aquí. - había dicho en enero. En junio, me tragué las palabritas, una a una.
En 2014 me tragué más palabras. Dije que no necesitaba un smartphone y ahora me cuesta entender cómo pude vivir tanto tiempo sin uno. Repudiaba los ebooks y ese Kindle me ha acompañado tantas y tantas veces.
Los subtítulos volvieron, las lecturas regresaron en español. Cuando subí al avión y oí nuestro idioma, por fin, la calma. De vuelta a casa. Sin pensarlo, porque sí.
"Llego con muchos planes, muchos objetivos, muchas cosas que contar", dije al aterrizar. En realidad, estaba pendiente de lamerme las heridas y ordenar la testa.
Entonces me di cuenta que no sólo tenía que curar ese mes y medio en Londres, sino los diez años en Madrid.
Había pasado mucho tiempo fuera. La salud regresó, el pelo paró de caerse. En verano, encontré la paz necesaria, la comodidad después de años de caminar, caminar, jamás llegar a fin de mes y frustrarme, frustrarme.
La vida en las grandes ciudades es morderse la cola, es aislarse, es ponerse triste porque sí. Y, en estos tiempos que corren, más que nunca.
Tal vez, un tiempo había terminado. Probablemente, no me quedó otra.
Tal vez, un tiempo había terminado. Probablemente, no me quedó otra.
El terror a volver a meterme en una casa con mi familia se disipó pronto, quizá por armarme de paciencia como reflejo instintivo.
Ahí siguió veloz el 2014, con sus imputaciones por las mañanas, con sus violaciones falsas al alba, con las caras comparadas de Renée Zellweger por las tardes, con la tristeza profunda del perro que asesinaron por aquello del Ébola y la enfermera en las noches de desvelo.
Dimisiones, famosas en la cárcel, una lista inacabable de fallecimientos. Se murió la Temple, se murió el Rooney, se murió la Bacall, se murió la Rainer. Y también el gran maestro de todos, Gabriel García Márquez, y el pequeño maestro mío, Juan Miguel Lamet.
El año era intenso, lo sabía mientras lo estaba viviendo. Semanas que parecían vidas, donde aprendía y rectificaba al mismo tiempo. En las que creía tener la solución y luego hacía un pfff de contrariedad.
No ha habido recetas que funcionaran ni conclusiones de las que vanagloriarse en este 2014.
No ha habido recetas que funcionaran ni conclusiones de las que vanagloriarse en este 2014.
Sólo lo he bailado y ahora saludo al final, con el sombrero de copa al aire.
Dos cosas fueron decisivas a lo largo del verano. Leyendo "El Manantial", de Ayn Rand, comprendí la importancia que le estaba dando a la opinión y aprobación de los demás. No sé si lo he conseguido por completo, pero aseguro que es donde más lejos he llegado en este año. Me importa un huevo como norma general.
Y, en "Mamma Roma", esa frase que dice la Magnani: "Como acabes, es culpa tuya". De nada ni de nadie más.
Contó mi existencia y la de tantísimos. Años elaborando listas de a quiénes echar la culpa, cuando sólo hay que hacer listas de maromos, películas por ver y nuevas heridas que lamer.
Será por Ayn Rand pero acabó mi verano con la victoria de los objetivos, eso que está tan de moda ahora.
No hay trabajo, así que márcate objetivos tales como saltar a la comba o recitar el alfabeto cirílico con un chupa-chups en la boca. Qué triste evangelio ese. Oh, dame trabajo y acaba con este sufrimiento.
Mis objetivos han sido aprender a conducir e ir al gimnasio, dos cosas que nunca pude hacer en Madrid, porque era altamente improbable que agarrara un coche en plena metrópolis y altamente imposible que me llegara el dinero para costearme autoescuelas y centros del culticuerpo.
Los imaginé como los dos objetivos a cumplir para salvar el honor de este 2014, pero me ha dado por pensar que lo hago porque lo hago, porque está bien y porque sí, y no para colocarme medallitas, ni decir "mira, mira, con lo inútil que era, ahora cambio a tercera con soltura y hago lumbares desafiando el vértigo".
Como dije el otro día en Facebook, este año brindo porque demostré mi propia incapacidad para hacer muchas cosas y me alegro, porque no me perdí a mí mismo ni caí preso de los cantos de sirena. Brindo por lo que no hice, porque lo que no empecé y por lo que dejé a medias. Detesto el "tú puedes", sí.
Cuán de moda ha estado el podemos y otras formas de posibilismo en 2014. Yo puedo hacer unas cosas, y otras, no. Es la certeza en un año sin verdades absolutas.
Y, oh, los dos empujones que he recibido este 2014.
Uno, de un tipo que estaba de jefe de voluntarios en un festival al que me apunté en Londres, y el segundo, del brutísimo monitor de mi primer gimnasio.
En las dos ocasiones, fue como salirse de la escena y mirarla atónito. En las dos ocasiones, sonreí por no llorar, me di la vuelta y no volví. Lo que me arrepiento es haber dudado de si debía haberlo aguantado.
Sucedió en 2014, cuando pensaba que estaba en el camino y, algo, de repente, me decía que no andaba bien situado. Me volví loco un segundo, lo resolví al siguiente, regresé a mi carril.
Uno, de un tipo que estaba de jefe de voluntarios en un festival al que me apunté en Londres, y el segundo, del brutísimo monitor de mi primer gimnasio.
En las dos ocasiones, fue como salirse de la escena y mirarla atónito. En las dos ocasiones, sonreí por no llorar, me di la vuelta y no volví. Lo que me arrepiento es haber dudado de si debía haberlo aguantado.
Sucedió en 2014, cuando pensaba que estaba en el camino y, algo, de repente, me decía que no andaba bien situado. Me volví loco un segundo, lo resolví al siguiente, regresé a mi carril.
No está mal dejar las cosas, abandonarlas, decir que no las vas a hacer porque no quieres, porque no son lo tuyo, porque no te dan la puta gana, pero lo apropiado es saltar de inmediato a otro quehacer, sin perder el empuje, sin dormirse. Y, así, me falló el primer gimnasio, acerté de lleno con el segundo.
Me fallaron muchas ciudades, pero caí en una que es mi casa, con todo lo que significa. Y volver ha sido bueno, ha sido triste, ha sido alegre.
Alegremente, guardé la maleta y dejé que cogiera polvo.
Volver a casa ha sido reencontrarme con muchas cosas, claro. Algunas que no puedes recuperar porque el tiempo pasó, otras que hablan de las limitaciones de este lugar - ¡¿dónde coño están los bares de maricones?! -, aunque el regreso ha sido beneficioso para mi salud, mi tranquilidad y el inevitable ajuste de cuentas conmigo mismo.
Y siempre he tenido el cine y las series, desde "Lo Importante es Amar" hasta "Johnny Apollo", desde "House of Cards" hasta mi maravillosa revisión de "Doctor en Alaska". Pantallas hermosas de mi vida.
La continua vivencia de experiencias no es tan decisiva como el provecho que se saque de ellas y me atrevo a decir que, en este 2014, tremendo él, el año y yo nos hemos entendido a la perfección en ese sentido.
Lo empecé echando un polvo en el parque y lo termino aprendiendo a aparcar en cuestas. No sé si me gusta la progresión, pero me divierte muchísimo. Porque la vida me sorprende, tanto para bien como para mal, y. en todos los caminos que he recorrido, no he perdido la capacidad de llorar, ni de desesperarme y ni confiar en un mañana mejor, más emocionante, acompañado de un caballerete que me adore y un montón de dinero con el que disfrutar de lo lindo.
Lo único que me cuesta ajustar del 2014 es lo intermitente que se ha vuelto mi publicación bloguera. Los viajes y los súbitos cambios de horario han sido letales y seguros propiciadores de bloqueos creativos. Cuando vuelvo a estas letras, es cuando me doy cuenta de lo mucho que lo echo de menos y de lo tantísimo que hace por mí.
Es un lujo que me entrego, es otra casa a la que no paro de volver. Y, en este último retorno, han regresado también las buenas visitas. Aquí y en El Tercer Secreto. Es el auténtico broche de oro de este 2014 de idas y venidas.
Escribir, escribir. Dudo de todo en este Fin de Año, pero escribir una novela sigue siendo el axioma. ¿Era ese el único objetivo? ¿Era ese el lugar al que tenía viajar? Claro que sí. Brindaré por más palabras, por mejores éxitos, brindaré por hacer lo que realmente quiero hacer. Lo que sí puedo.
Amigo, me voy de 2014 sin planes laborales, sin encantos sentimentales y sin un duro en el bolsillo. Todo lo que le pedí al año no lo conseguí, pero logré tantísimo a cambio.
Viví y no imité a la vida más de lo necesario. Conocí compañeros de piso que se convertían en amigos y me recordaban que ser sociable y encantador no me cuesta nada.
Lo conté todo en Facebook y lo seguiré contando. Todo sobre Madrid, Londres, La Laguna, las tres ciudades. Y todo sobre mi búsqueda, pasándome de la raya o quedándome corto, sin controlar el vehículo del futuro, mientras las cosas simplemente suceden y me enseñan el valor con el que me voy a otro año: la paciencia.
Lo conté todo en Facebook y lo seguiré contando. Todo sobre Madrid, Londres, La Laguna, las tres ciudades. Y todo sobre mi búsqueda, pasándome de la raya o quedándome corto, sin controlar el vehículo del futuro, mientras las cosas simplemente suceden y me enseñan el valor con el que me voy a otro año: la paciencia.
Sucedió en 2014, el año en que conseguí despertarme antes de las doce todos los días, apretar el acelerador de mi existencia y echarme en el sofá a ver otra película sin temor de ser juzgado por nadie.
A 2015 no le pido nada, sólo más vida. Como toda la que me ha ofrecido este maravilloso, terrorífico 2014.
Alegremente, me fui a la mierda, pero, coño, qué gran año.
Y, para ti, querido lector, mi amor por tus ojos atentos ha sido la constante, lo que permanece tal y como estaba hace doce meses.
Feliz Año Nuevo, y ahora alzo la copa por ti y por un saludable 2015 que nos mantenga juntos y, sobre todo, revueltos.