En otros tiempos, el futuro lo representaba el cine, esas imágenes que se movían como por arte de magia, otro invento más de la revolución tecnológica.
Cual expresión artística, el cine también contaría nuestras miradas futuristas, nuestro profundo temor al mañana, nuestra necesidad de saber qué pasará.
En la propia esencia de la ficción, está la curiosidad por el capítulo siguiente y el cine basa sus argucias en el suspense dramático. Ver una película es estar en esa oscuridad misma de la vida, donde lo predecible es tan doloroso como lo inesperado.
Desconocer el porvenir es ese enigma del ser humano, que se contagia al espectador, precisamente en una sala oscura, indefenso, con dos horas por delante, donde todo - o nada - puede pasar.
El futuro preocupa un día, se olvida al otro. Como los personajes de las películas, hacemos planes e improvisamos por el camino.
Esa manera de pensar es la manera de pensar del cine, que se cuenta en presente y proporciona la ilusión de que lo sucede en la pantalla está ocurriendo en la vida real.
Pero, ¿qué ha pensado el cine sobre el futuro?
Como cualquier manifestación artística o reflexión humana, ha visto el mañana con ojos de presente. Toda entrega de lo futurible está mediatizada por las épocas, las modas, los hechos históricos más recientes y los fenómenos culturales imperantes.
Aunque, si hay otra constante en los cuentos futuristas y la ciencia ficción, es el temor al mañana. El futuro, de manera casi insorteable, se narra como un paraje desagradable, una distopía, esa sociedad indeseable que nos merecemos.
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"Alphaville" |
El futuro es un castigo divino, entendemos.
Ni el cine ni nosotros lo predecimos como un lugar mejor, sino como el latigazo a nuestra soberbia, donde el espíritu humano, la cultura y la Naturaleza sucumbirán al imperio de la máquina. ¿De dónde surge esa visión?
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"Blade Runner" |
En primer lugar, de la propia incertidumbre, de la visión trágica de la existencia y de la misma estructura de nuestras vidas, esas que acaban necesariamente en muerte.
La caída de la humanidad como el final del mundo está en todas las tradiciones y culturas.
En la Edad Media, se entendía el Apocalipsis como el tiempo donde caerían todos los pecados mortales bajo el rayo de un Dios-señor atronador, que se encargaba de que pagaran pecadores por justos.
El Juicio Final podía consolar a muchas almas en pena, pero daba mucho miedo a todos. El futuro, ya por entonces, consistía en ajustar las cuentas.
Las narraciones futuristas y especulativas que el cine heredaría estaban en sintonía con los avances tecnológicos de la centuria anterior.
En el siglo XIX, se pusieron de moda las historias más famosas sobre la evolución posible del ser humano, donde los inventos, los viajes espaciales o las migraciones temporales entraban en juego.
Como decíamos, el cine fue uno de esos inventos y una de sus primeras y más divulgadas imágenes fue un viaje a la Luna.
¿Hasta dónde podía llegar el ser humano?, se preguntaban narradores y filosófos. Y la siguiente pregunta era, ¿estaba preparado?
El cine deseaba ser visionario y contó el futuro con decorados excéntricos y robots sexuales. Es decir, con "Metrópolis".
Esa ciudad aglomerada, congestionada y fatalmente deshumanizada, que ha olvidado los viejos valores en función de los vanos placeres es el ejemplo de que, en toda ciencia ficción, hay cuento moral y escepticismo sobre los avances del progreso.
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"Metrópolis" |
La deshumanización pasaba curiosamente por la entrega carnal, como simboliza la falsa Maria, que, a la manera de un personaje biblico, se viste de ramera peligrosa y vuelve locos a los hombres. ¿Es acaso la ciencia ficción un género conservador?
Los nazis adoraron el sentimentalismo de la película, mientras la Historia del Cine quedó impresa de esa visión fabulosa y fastuosa del tiempo del mañana.
Herbert George Wells llamó a "Metrópolis" la más tonta de las películas, quizá por la ingenua conclusión de que cualquier conflicto se soluciona en el corazón de los pueblos.
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"Metrópolis" |
Más escépticas eran las historias de Wells sobre hombres invisibles y guerras de los mundos.
Orson Welles retransmitió su invasión alienígena cual noticiario en 1938 y el país entero se llenó de paranoia. Fue esa clara ocasión donde se evidenció la inseguridad de la sociedad ante los azares de la vida, incluso aunque vinieran anunciados al descabellado ritmo de marcianitos verdes.
El futuro como un decorado palacial, a la manera de "Metrópolis", reaparecería muchas veces.
Entre ellas, en la película dirigida por el precisamente decorador William Cameron Menzies, "Things To Come", obra de culto basada en texto de Wells sobre futuros donde se suceden guerras ultradestructivas y sistemas indeseables.
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"Things To Come" |
La mirada del futuro como una crónica anunciada, que se remarcaba en grandes letras e improbables escenarios, dio paso a la ciencia ficción entendida como subgénero.
Durante muchos años, mirar al futuro en el cine fue asunto de la parodia y la serie B, de aspecto inofensivo, aunque rica simbología.
En los años cincuenta, la ciencia ficción estadounidense cuenta, debajo de su camp, el temor atómico, la paranoia anticomunista, la obsesión por la estabilidad y la represión sexual.
Los robots tiene el mismo componente erótico que la María de "Metrópolis", mientras las oscuras amenazas extranjeras se entienden como desintegradoras de un estilo de vida pacífico y ordenado.
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"Planeta Prohibido" |
En los años sesenta, se labró el camino para entender la ciencia ficción cinematográfica con el mismo nivel que la literaria.
Con "1984" bien aprendida, el temor al futuro era el temor al Estado policial, de pensamiento único, ese que arrasara con la cultura y la disensión.
Temas que aparecen en cineastas de la Nouvelle Vague, como Godard y su iconoclasta "Alphaville", o Truffaut y "Fahrenheit 451", adaptación del relato de Ray Bradbury acerca de un mañana donde todos los libros se queman por orden sumarísima.
A nivel comercial, dos éxitos librarían a la ciencia ficción de los márgenes del bajo presupuesto.
Por un lado, "El Planeta de los Simios", otra pesimista visión de un mañana donde la humanidad vive subyugada por unos monos que han heredado todas sus vanidades y las han multiplicado por mil.
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"El Planeta de los Simios" |
Y, por otro, "2001, una Odisea del Espacio", de Stanley Kubrick. Como buen paranoico, el señor Kubrick siempre observó el mañana con preocupación y ya contó el pavor por la guerra nuclear en la sátira "Dr. Strangelove".
Según relato de Arthur C. Clarke, con "2001", aparecía la visión definitiva del mañana, como ese lugar lacónico de puro silencioso, perdido en larguísimos viajes a través del espacio, en busca de aliviar nuestra soledad de terrestres.
Como en todo viaje al futuro, la verdadera odisea se vivía hacia nuestro interior, hasta los resortes de nuestro pensamiento, hasta las telas de nuestra angustia.
"2001" era ese inquietante caminar por el filo de lo incognoscible, de aquello que nunca seremos capaces de entender.
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Keir Dullea en "2001, Una Odisea del Espacio" |
Desde entonces, la ciencia ficción ha sido el género predilecto de aquellos que se preguntan nuestro porqué, mientras se desarrollan argumentalmente como pugnas por recuperar lo perdido en el tiempo. Muchos de esos viajes al futuro concluyen con un necesario regreso al presente, al hogar, a nuestra "pax romana".
De manera innovadora, Steven Spielberg confió en el futuro.
Como cineasta optimista y adorador del progreso, sus "Encuentros en la Tercera Fase" fueron pioneros en observar el mañana y lo desconocido con ojos de fe.
Antes que una decadencia de nuestros valores, quizá llegue la solución a nuestras tristezas, más que nunca en aquellos años setenta del desencanto.
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François Truffaut en "Encuentros en la Tercera Fase" |
Películas que predicen el futuro no necesitan art-decó ni robots. Y ahí está "Network", que en 1976, vio la televisión y la globalización como las definitivas fuerzas del mañana. La entidad visionaria de esa película es escalofriante; como pocas, adivinó lo que iba a suceder.
En 1982, la deshumanización y la reaparición de la vil metrópolis reapareció, y de qué manera, en "Blade Runner".
Su diseño de producción predijo con claridad el inevitable panorama sórdido y azotado por la lluvia ácida que presentarían muchas grandes ciudades en cuestión de años.
Pero su discursiva se centra en el significado de la humanidad atrapada en mundos sofisticados; replicantes, yuppies, "Blade Runner" cuenta, sobre todo, los años ochenta.
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Rutger Hauer en "Blade Runner" |
En esa misma década, Terry Gilliam también se apuntaría otro tanto en cuestión de grandes obras distópicas con "Brazil".
Bajo el faro orwelliano, nos contó un futuro espantoso, burocrático, tubular, carcomido por la frivolidad y la indiferencia social, y estrictamente vigilado. Es la sociedad con déficit de atención, atontada por la televisión, estúpidamente romántica y conformista.
"Brazil" es otra película realmente visionaria, donde su excentricidad original aparece hoy como dolorosa actualidad en muchas de sus conclusiones.
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Jonathan Pryce en "Brazil" |
El genio del cómic Alan Moore también insistiría en esa idea de la televisión conjugada con el neofascismo en dolorosas advertencias como "V de Vendetta", donde, a la manera de "Brazil", el terrorismo parece la única respuesta posible del individuo para defenderse y vengarse.
La preocupación por las pantallas ha insistido en los últimos años en sus capacidades amoralizantes.
Ya estaba apuntado, un tanto puerilmente, por Kubrick en "La Naranja Mecánica", donde la juventud es gamberra por aburrimiento y estética y cualquier culpa pasa por el frío sistema en el que se desarrollan.
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Malcom McDowell en "La Naranja Mecánica" |
Episodios como la matanza de Columbine asemejaban esa clase de distopías, donde el cerebro sobreexpuesto se anula de piedad y compasión, e imita el mundo imaginario y visceral de los videojuegos de destrucción; éstos, a menudo, situados en futuros destruidos, oscuros y belicosos, antitesís completa del mundo en el que viven sus consumidores.
Por el momento, no hay nada científicamente demostrado, aunque el hecho de que Hollywood prefiera su violencia bien glamourosa tampoco debe ayudar mucho.
Más allá del siglo XX, las predicciones tremendistas sobre el mañana no han dejado de estar en boga.
Se temía el cambio de siglo, espantaba el Apocalipsis maya y las ficciones cinematográficas ilustraron cataclismos, fallos técnicos y el brutalísimo colapso de un planeta que no puede estar más alambicado.
Como siempre, con ese punto de contar el caos al espectador para devolverlo a la estabilidad en el último minuto y/o con la indicación moralista de lo que vendrá si seguimos malgastando agua, obviando el reciclaje o relativizando el amor de nuestros familiares.
Después de tanto cuento de terror sobre los mañanas del mundo, habría ahora que plantearse el futuro no como esa noche oscura donde nos aventuramos, sino como el lugar que superamos una y otra vez, día a día, año a año.
Hablar del futuro con tristeza es lo mismo que callar sobre la muerte: se les hace un favor, se permite que nos conquisten.
En palabras de Patrick Dixon, tomemos las riendas del futuro o el futuro tomará las nuestras.