domingo, 22 de diciembre de 2013

Imitación A La Navidad


Queridos todos:

"Imitación A La Vida" aprovecha el parón navideño para tomarse unas breves vacaciones y volverá el día 6 de enero. 
Hasta entonces, nos leemos en mi perfil del Facebook y en las minicríticas de El Tercer Secreto, blog que no parará de actualizarse.
Si no lo has hecho ya, recuerda votar al Maromo del Año, que será coronado precisamente a nuestro regreso. 
Que pases una felicísima Navidad y que el 2014 sea todo lo que el Cielo permita y más.

Un beso enorme,

Josito Montez

jueves, 19 de diciembre de 2013

Mi Dulce, Triste 2013


Los años pasan, nosotros permanecemos. 
Fue la línea que escribí la medianoche en la que terminó 2012 y empezó 2013. 
Esa madrugada de Año Nuevo, volví a ver "Dulce Pájaro de Juventud", con la música del "Ebb Tide" mediada por el sonido de las gaviotas. Los años pasan, las películas permanecen, yo sigo siendo el mismo, con los ojos intactos y la misma emoción por las mismas tragedias.
Todas las mañanas - o, mejor dicho, mediodías - de 2013 desperté con la sensación de que el año podía ofrecerme más de lo que me estaba dando, despertara en una habitación de hotel, en mi casa, fuera capaz de conciliar el sueño o echara las cuentas del insomnio. 
Al final, de los sueños, sólo quedó la conclusión: menos ennervantes tazas de café con leche, más ejercicio.
En 2013, empecé a hacer footing y mi cuerpo mejoró. Más ligero y más guapo me vi en el espejo. Me dejé crecer el pelo hasta tal punto que descubrí con asombro que lo tengo rizado. 
Esos rizos era un punto de maravillosa complicación, otra pregunta qué hacerse al levantar: peinarse o no peinarse. 
La indecisión estuvo a la orden del día, los rizos se enrevesaron, los meses pasaron.


Si me pidieran un resumen exigente y culposo de 2013, diría que no ha pasado nada. Pero sería injusto conmigo mismo, con el año. 
Pequeños cambios y grandes hallazgos se han vivido en silencio, lentamente, entre tardes de invasiones de polillas, limpiezas generales y posts emocionales.
Las noticias decían cosas sobre campeonatos de balonmano que se ganaron, encuentros de fútbol que se perdieron, trenes que descarrilaron de dramática velocidad, amiguitas entrañables, princesas imputadas, jóvenes chechenos en Boston y muertes de celebridades. 
En 2013, se murieron hasta las que no se morían. Es decir, la Montiel y la Fontaine.


A todo, contesté con una cucharada de Carte D'Or y otra tanda de abdominales. 
Llegó Michelle, pronto, en enero. 
Michelle era mi primera televisión en HD y la culpable de gran parte de mi aislamiento durante los pasados doce meses. Había demasiado que ver en esos colores, en esas posibilidades del scope
Las películas ahora se respiraban de tal textura y brillo. ¿Cuántas películas habré visto en 2013? Cientos y cientos. Noche tras noche. Como mínimo, dos al día. Vi las que no había visto, volví a ver las que no recordaba. 
Ha sido una experiencia maravillosa, de esas que iluminan y no se olvidan, por todo lo que aportan, desde la simple paz a la inquietud por descubrir más. El cine, de nuevo, placer y perdición.


Desperté en dos habitaciones de hotel, aunque fue excepción. 
Los bares, medio vacíos por la crisis, mataron los 'juergues'. Y cada vez me era más costoso salir, en todos los sentidos. 
En plena muchedumbre de las noches de Chueca, me sentí como una Reina de las Nieves, allá arriba en mi castillo, frío de indiferencia. 
Volver a casa se hacía demasiado fácil, desde que la fiesta había perdido la convicción de otrora. Con la apatía y el remordimiento de la mano, puse la excusa:  
- Ya no quedan hombres como Jay Gatsby, esos que se hacen millonarios sólo por la ilusión de volver a besarte la mano.
Más Straciattella, mientras veía el drama y la comedia al alcance de la mano.
Sucedía en Michelle y sus hipnosis. Y también el drama y la comedia en los periódicos, que ilustraban cuentas tesoreras apuntadas en un papel, mientras el país se hacía cada vez más pobre, más triste, más desolado. No termina, no quiere terminar. Quizá mi estado de ánimo ha sido por solidaridad, por contagio. 
Quedó la rebeldía. Quedó decir, cual Reese Witherspoon detenida, aquello de: 
- ¡Usted no sabe quién soy yo!
Los años pasan, nosotros permanecemos, recordé, para poder asirme en plena caída.


El footing me llevó a través del frío, bajo el calor, después de escribir dolorosos posts que hablaban de mi familia, de la gente que quiero, de cierto maricón a la vida que acabó por superar todos sus miedos. 
Y también habló de aquella noche, donde Paloma apareció de la mano de Eva, me contaron que estaban enamoradas y me señalaron como su Cupido. Se habían conocido en mi muro del Facebook.
El muro del Facebook fue refugio y esclavitud. 
Fue donde conté mi operación de encías y mis paperas, donde expresé mi repugnancia por la basura que asolaba Madrid, donde eché pestes de las últimas ceremonias de premios, donde dije que mis vecinos me molestaban e intrigaban al mismo tiempo.
Mis vecinos vivieron por mí, mientras yo intentaba desoír aquello que simbolizaba su presencia. Vive, vive, vive. 
Preferí las pantallas, de Godard a Hitchcock, de Stephen Boyd a Franco Nero, de "ER" a "Sirens", de Scorsese a "The Story Of Film". 
Microcríticas y terceros secretos fueron tendencia, razón de ser y sinvivir. "Imitación A La Vida", mi obsesión, el lugar donde volví a encontrarte, intentando mejorar cada día, aprendiendo más de los tropiezos.


Cumplí 32 años en 2013 - ¡casi la edad de Cristo! - y hubo tiempo para reconectar con amigos, para comenzar proyectos, para avivar esperanzas. 
Al final, quedó la tristeza de no saber hacia dónde me dirigía y el arrepentimiento por malgastar el tiempo. 2013 fue el año donde me di cuenta de que tenía que cambiar de vida. No había otra opción. 
Dije en cierta ocasión que no quería planes ni me fiaba de su valía, pero para 2014 haré todos los propósitos del mundo, simplemente porque debo cumplirlos. 


El pelo se me rizaba aún más en agosto mientras la homofobia rusa me partía el corazón. 
Las noches se apagaban con la tristeza de ese descorazón y no acabó el verano sin que dijese que el amor se había venido abajo en mis planes. ¿Era anorexia emocional? ¿O es que la realidad no estaba a la altura de mi amada ficción?
En "Pierrot El Loco", un personaje dice que la realidad se parece más a la ficción de lo que la gente cree. 
Quizá porque nuestra necesidad de orden es tan profunda como nuestro deseo de sorpresa; en esa cuerda floja, es donde vivimos y también donde somos personajes. 
Siempre esperando que llegue aquello que nos haga felices hasta que llega la convicción de que hay que mover el culo para conseguirlo.


Tras soñar con mi muerte azul y sin poder ajustar las cuentas de 2013, volví a salir a la calle y entré otra vez en un bar, con la intención de quedarme hasta que cerrara. 
Fue el último viernes. 
Y un chico se me acercó, me preguntó el nombre, me habló de su vida, nos besamos, dormimos juntos y me miró como todos esperamos que nos miren. Como si no estuviera solo en este mundo. Como si no lo hubiese estado jamás.
2013 no quería acabarse hasta ese momento. Cuando he vuelto a sentir la ilusión, eso que creía perdido, eso ahora que me devuelve al mundo.


He dudado de muchas cosas durante este año y he renegado de ellas cual apóstol, pero ahora sé que sigo siendo el mismo. El incurable, a salvo, agarrado a un tronco en plena tempestad, ansioso por saber qué pasará a continuación. 
Los años pasan, nosotros permanecemos. 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El Futuro y El Cine


En otros tiempos, el futuro lo representaba el cine, esas imágenes que se movían como por arte de magia, otro invento más de la revolución tecnológica. 
Cual expresión artística, el cine también contaría nuestras miradas futuristas, nuestro profundo temor al mañana, nuestra necesidad de saber qué pasará.
En la propia esencia de la ficción, está la curiosidad por el capítulo siguiente y el cine basa sus argucias en el suspense dramático. Ver una película es estar en esa oscuridad misma de la vida, donde lo predecible es tan doloroso como lo inesperado. 
Desconocer el porvenir es ese enigma del ser humano, que se contagia al espectador, precisamente en una sala oscura, indefenso, con dos horas por delante, donde todo - o nada - puede pasar. 
El futuro preocupa un día, se olvida al otro. Como los personajes de las películas, hacemos planes e improvisamos por el camino.
Esa manera de pensar es la manera de pensar del cine, que se cuenta en presente y proporciona la ilusión de que lo sucede en la pantalla está ocurriendo en la vida real.


Pero, ¿qué ha pensado el cine sobre el futuro? 
Como cualquier manifestación artística o reflexión humana, ha visto el mañana con ojos de presente. Toda entrega de lo futurible está mediatizada por las épocas, las modas, los hechos históricos más recientes y los fenómenos culturales imperantes. 
Aunque, si hay otra constante en los cuentos futuristas y la ciencia ficción, es el temor al mañana. El futuro, de manera casi insorteable, se narra como un paraje desagradable, una distopía, esa sociedad indeseable que nos merecemos.

"Alphaville"

El futuro es un castigo divino, entendemos.
Ni el cine ni nosotros lo predecimos como un lugar mejor, sino como el latigazo a nuestra soberbia, donde el espíritu humano, la cultura y la Naturaleza sucumbirán al imperio de la máquina. ¿De dónde surge esa visión?

"Blade Runner"

En primer lugar, de la propia incertidumbre, de la visión trágica de la existencia y de la misma estructura de nuestras vidas, esas que acaban necesariamente en muerte. 
La caída de la humanidad como el final del mundo está en todas las tradiciones y culturas. 
En la Edad Media, se entendía el Apocalipsis como el tiempo donde caerían todos los pecados mortales bajo el rayo de un Dios-señor atronador, que se encargaba de que pagaran pecadores por justos. 
El Juicio Final podía consolar a muchas almas en pena, pero daba mucho miedo a todos. El futuro, ya por entonces, consistía en ajustar las cuentas.


Las narraciones futuristas y especulativas que el cine heredaría estaban en sintonía con los avances tecnológicos de la centuria anterior.
En el siglo XIX, se pusieron de moda las historias más famosas sobre la evolución posible del ser humano, donde los inventos, los viajes espaciales o las migraciones temporales entraban en juego.
Como decíamos, el cine fue uno de esos inventos y una de sus primeras y más divulgadas imágenes fue un viaje a la Luna.


¿Hasta dónde podía llegar el ser humano?, se preguntaban narradores y filosófos. Y la siguiente pregunta era, ¿estaba preparado?
El cine deseaba ser visionario y contó el futuro con decorados excéntricos y robots sexuales. Es decir, con "Metrópolis". 
Esa ciudad aglomerada, congestionada y fatalmente deshumanizada, que ha olvidado los viejos valores en función de los vanos placeres es el ejemplo de que, en toda ciencia ficción, hay cuento moral y escepticismo sobre los avances del progreso.

"Metrópolis"

La deshumanización pasaba curiosamente por la entrega carnal, como simboliza la falsa Maria, que, a la manera de un personaje biblico, se viste de ramera peligrosa y vuelve locos a los hombres. ¿Es acaso la ciencia ficción un género conservador? 
Los nazis adoraron el sentimentalismo de la película, mientras la Historia del Cine quedó impresa de esa visión fabulosa y fastuosa del tiempo del mañana.
Herbert George Wells llamó a "Metrópolis" la más tonta de las películas, quizá por la ingenua conclusión de que cualquier conflicto se soluciona en el corazón de los pueblos.

"Metrópolis"

Más escépticas eran las historias de Wells sobre hombres invisibles y guerras de los mundos. 
Orson Welles retransmitió su invasión alienígena cual noticiario en 1938 y el país entero se llenó de paranoia. Fue esa clara ocasión donde se evidenció la inseguridad de la sociedad ante los azares de la vida, incluso aunque vinieran anunciados al descabellado ritmo de marcianitos verdes.
El futuro como un decorado palacial, a la manera de "Metrópolis", reaparecería muchas veces.
Entre ellas, en la película dirigida por el precisamente decorador William Cameron Menzies, "Things To Come", obra de culto basada en texto de Wells sobre futuros donde se suceden guerras ultradestructivas y sistemas indeseables.

"Things To Come"

La mirada del futuro como una crónica anunciada, que se remarcaba en grandes letras e improbables escenarios, dio paso a la ciencia ficción entendida como subgénero.
Durante muchos años, mirar al futuro en el cine fue asunto de la parodia y la serie B, de aspecto inofensivo, aunque rica simbología.
En los años cincuenta, la ciencia ficción estadounidense cuenta, debajo de su camp, el temor atómico, la paranoia anticomunista, la obsesión por la estabilidad y la represión sexual.
Los robots tiene el mismo componente erótico que la María de "Metrópolis", mientras las oscuras amenazas extranjeras se entienden como desintegradoras de un estilo de vida pacífico y ordenado.

"Planeta Prohibido"

En los años sesenta, se labró el camino para entender la ciencia ficción cinematográfica con el mismo nivel que la literaria.
Con "1984" bien aprendida, el temor al futuro era el temor al Estado policial, de pensamiento único, ese que arrasara con la cultura y la disensión.
Temas que aparecen en cineastas de la Nouvelle Vague, como Godard y su iconoclasta "Alphaville",  o Truffaut y "Fahrenheit 451", adaptación del relato de Ray Bradbury acerca de un mañana donde todos los libros se queman por orden sumarísima.
A nivel comercial, dos éxitos librarían a la ciencia ficción de los márgenes del bajo presupuesto.
Por un lado, "El Planeta de los Simios", otra pesimista visión de un mañana donde la humanidad vive subyugada por unos monos que han heredado todas sus vanidades y las han multiplicado por mil.

"El Planeta de los Simios"

Y, por otro, "2001, una Odisea del Espacio", de Stanley Kubrick. Como buen paranoico, el señor Kubrick siempre observó el mañana con preocupación y ya contó el pavor por la guerra nuclear en la sátira "Dr. Strangelove".
Según relato de Arthur C. Clarke, con "2001", aparecía la visión definitiva del mañana, como ese lugar lacónico de puro silencioso, perdido en larguísimos viajes a través del espacio, en busca de aliviar nuestra soledad de terrestres.
Como en todo viaje al futuro, la verdadera odisea se vivía hacia nuestro interior, hasta los resortes de nuestro pensamiento, hasta las telas de nuestra angustia. 
"2001" era ese inquietante caminar por el filo de lo incognoscible, de aquello que nunca seremos capaces de entender.

Keir Dullea en "2001, Una Odisea del Espacio"

Desde entonces, la ciencia ficción ha sido el género predilecto de aquellos que se preguntan nuestro porqué, mientras se desarrollan argumentalmente como pugnas por recuperar lo perdido en el tiempo. Muchos de esos viajes al futuro concluyen con un necesario regreso al presente, al hogar, a nuestra "pax romana".
De manera innovadora, Steven Spielberg confió en el futuro. 
Como cineasta optimista y adorador del progreso, sus "Encuentros en la Tercera Fase" fueron pioneros en observar el mañana y lo desconocido con ojos de fe. 
Antes que una decadencia de nuestros valores, quizá llegue la solución a nuestras tristezas, más que nunca en aquellos años setenta del desencanto.

François Truffaut en "Encuentros en la Tercera Fase"

Películas que predicen el futuro no necesitan art-decó ni robots. Y ahí está "Network", que en 1976, vio la televisión y la globalización como las definitivas fuerzas del mañana. La entidad visionaria de esa película es escalofriante; como pocas, adivinó lo que iba a suceder.
En 1982, la deshumanización y la reaparición de la vil metrópolis reapareció, y de qué manera, en "Blade Runner".
Su diseño de producción predijo con claridad el inevitable panorama sórdido y azotado por la lluvia ácida que presentarían muchas grandes ciudades en cuestión de años.
Pero su discursiva se centra en el significado de la humanidad atrapada en mundos sofisticados; replicantes, yuppies, "Blade Runner" cuenta, sobre todo, los años ochenta.

Rutger Hauer en "Blade Runner"

En esa misma década, Terry Gilliam también se apuntaría otro tanto en cuestión de grandes obras distópicas con "Brazil".
Bajo el faro orwelliano, nos contó un futuro espantoso, burocrático, tubular, carcomido por la frivolidad y la indiferencia social, y estrictamente vigilado. Es la sociedad con déficit de atención, atontada por la televisión, estúpidamente romántica y conformista.
"Brazil" es otra película realmente visionaria, donde su excentricidad original aparece hoy como dolorosa actualidad en muchas de sus conclusiones.

Jonathan Pryce en "Brazil"

El genio del cómic Alan Moore también insistiría en esa idea de la televisión conjugada con el neofascismo en dolorosas advertencias como "V de Vendetta", donde, a la manera de "Brazil", el terrorismo parece la única respuesta posible del individuo para defenderse y vengarse.
La preocupación por las pantallas ha insistido en los últimos años en sus capacidades amoralizantes. 
Ya estaba apuntado, un tanto puerilmente, por Kubrick en "La Naranja Mecánica", donde la juventud es gamberra por aburrimiento y estética y cualquier culpa pasa por el frío sistema en el que se desarrollan.

Malcom McDowell en "La Naranja Mecánica"

Episodios como la matanza de Columbine asemejaban esa clase de distopías, donde el cerebro sobreexpuesto se anula de piedad y compasión, e imita el mundo imaginario y visceral de los videojuegos de destrucción; éstos, a menudo, situados en futuros destruidos, oscuros y belicosos, antitesís completa del mundo en el que viven sus consumidores.
Por el momento, no hay nada científicamente demostrado, aunque el hecho de que Hollywood prefiera su violencia bien glamourosa tampoco debe ayudar mucho.
Más allá del siglo XX, las predicciones tremendistas sobre el mañana no han dejado de estar en boga. 
Se temía el cambio de siglo, espantaba el Apocalipsis maya y las ficciones cinematográficas ilustraron cataclismos, fallos técnicos y el brutalísimo colapso de un planeta que no puede estar más alambicado.
Como siempre, con ese punto de contar el caos al espectador para devolverlo a la estabilidad en el último minuto y/o con la indicación moralista de lo que vendrá si seguimos malgastando agua, obviando el reciclaje o relativizando el amor de nuestros familiares.


Después de tanto cuento de terror sobre los mañanas del mundo, habría ahora que plantearse el futuro no como esa noche oscura donde nos aventuramos, sino como el lugar que superamos una y otra vez, día a día, año a año. 
Hablar del futuro con tristeza es lo mismo que callar sobre la muerte: se les hace un favor, se permite que nos conquisten.
En palabras de Patrick Dixon, tomemos las riendas del futuro o el futuro tomará las nuestras.

martes, 17 de diciembre de 2013

La Fascinación y Peter O'Toole


Peter O'Toole diría que la distinción de los actores del ayer residía en los mismos cimientos. "Teatro, teatro, teatro, teatro", insistió. 
También debió añadir la excentricidad como el requisito indispensable de actores de tanta fascinación impresa sobre sus caras. 
Como muchos compañeros de escuela y generación, O'Toole encontró gran parte de su fuerza en los pecados personales, vividos sin complejos, superados tras dolorosas resacas.
Perfecta dicción, miradas de emoción y un dominio del escenario que devenía en fabulosa furia, Peter se decía un actor consumado, profesional, difícil, inquieto, transmutado entre cinematografías.
También fue considerado el más bello entre los bellos. "Si fueras más bonito, serías Florence de Arabia", dicen que le dijo Noël Coward.


"Lawrence de Arabia" fue la epopeya que lo puso en el mapa, en la mente del gran público y, quizá, en la Historia del Cine, pero no es la única película que tuvo el gusto. 
Peter, a salvo de las inclemencias de su salud, en contra de los efectos de la vejez, fue señor de mal asiento y su inquietud artística duró hasta el penúltimo día.
Podría decirse que la carrera de este rubio calavérico de ojos azules y brillantes es irregular, pero no sería una apreciación exacta. Pocas irregularidades fueron tan fructíferas y afortunadas, en todo caso, la victoria se contó entre la supervivencia y la fidelidad a sí mismo. 
Peter siempre fue el mismo talentoso y sus apariciones especiales, tardías, al margen, ocultas o de culto, resultarían tan espectaculares como sus protagonistas.


Peter Seamus O'Toole nació en Irlanda, cuentan algunos datos. Otros señalan que su partida de nacimiento consta en la localidad inglesa de Leeds, el mismo lugar donde creció. 
Ni él mismo sabía exactamente dónde había nacido ni cuándo, pero quizá lo hizo entre orgullo irlandés y distinción inglesa, entre un padre corredor de apuestas y una educación en un colegio de monjas, entre la guerra y la vocación artística.
La poesía o el teatro. Esos eran sus dos sueños. Lo poético no lo perdió cuando se subió a las primeras representaciones ni cuando cruzó las puertas del anhelado Old Vic. 
Allí, puro Shakespeare, en compañía de actores como Richard Harris o Alan Bates. 
Desde entonces, ya eran acusados como esos jóvenes majaretas, sin saber el magnífico juego que darían en la década de los sesenta.


Con un entrenamiento clásico hasta la médula, Peter apareció delante de las cámaras en pequeñas producciones televisivas para debutar finalmente en el cine en 1960.
Se abría el momento decisivo, que esperaría dos años hasta el estreno de "Lawrence de Arabia", su primer título de importancia y, a cuya imagen, quedaría identificado en el imaginario colectivo.
El enigma que representaba T.E. Lawrence requería un hombre adecuadamente enigmático, y el fresco Peter fue la respuesta de David Lean. El público adoró al rubio, aún más hermoso vestido de túnica y desierto, mientras ofrecía una interpretación sabia y confiada, poco común para un actor tan joven.


Como decía Coward, Peter era muy guapo. 
Pero no un galán al uso, ni según recetas prescritas por Hollywood; delgadísimo y sofisticado hasta el punto de cierto afeminamiento, era la prototípica figura británica que proporciona una poderosa sensación de ambigüedad. 


Tras "Lawrence de Arabia", estrenaba una buena reválida de su creciente reputación como actorazo. El papel era el rey Enrique II, la película se llamaba "Becket" y se resolvió a cuestión de duelo interpretativo con Richard Burton.
En la producción de "Becket", ya se evidenció la calaña de O'Toole que, como Burton, conjugaba declamación con intoxicación. 
Se cuenta que los iban a buscar en las tabernas para continuar el rodaje y los encontraban completamente inconscientes de alcohol en el suelo.


Como Richard Harris, Oliver Reed o su colega Burton, Peter despertaba al infierno en sus juergas diarias. Bebía alcohol y fumaba marihuana a ojos de todos y jamás pidió permiso ni perdón.
Sí se disculparía por jugar sobre seguro con "Lord Jim", decepcionante adaptación de la novela de Joseph Conrad, donde se limitó a imitar su actuación en "Lawrence de Arabia" y se ganó un sonoro abucheo.
Fue un primer tropiezo, disculpado mientras se le ponía a la cabeza de populares comedias como "What's New, Pussycat" o "Cómo Robar Un Millón", claros intentos de la industria hollywoodiense de convertirlo en estrella, si bien O'Toole siempre eligió el desafío por encima de la maquinaria y el teatro se mantuvo como indispensable recámara 


Todavía daba golpes tan contundentes como "El León en Invierno", donde repetía como Enrique II.
Esta vez, enfrentado a Katharine Hepburn, a quien llamara amiga e ideal compañía de escenario.


El fracaso comercial de "El Hombre de La Mancha" pudo borrarlo de las agendas más ardientes de Hollywood que, desde entonces, prefiría nominarlo al Oscar de vez en cuando antes que colocarlo de cabeza en las más costosas producciones.
Era un actor exigente y costoso de complacer, inseguro como los mejores, histérico y maniático. "No soporto la luz. Odio el clima. Mi idea del Cielo es moverme de una habitación llena de humo a otra", diría, nunca mejor contado.
O'Toole también se decía contestatario, envuelto en políticas y reivindicaciones durante toda su vida y fue relevante su oposición a las guerras imperialistas de Corea y Vietnam, así como su rechazo a ser nombrado Lord.
Su deteriorada salud se relevaba como la verdadera piedra de toque en su trayectoria, vivida con especial preocupación a mediados de los años setenta. 
Un cáncer de estómago mal diagnosticado estuvo a punto de llevárselo entonces, mientras se evidenciaba el pavoroso efecto de las borracheras en su físico. Desde entonces, moderaría radicalmente el consumo, si bien la juventud y la buena salud nunca regresaron.
Por entonces, la actriz Sian Phillips, su mujer y la madre de sus dos hijos mayores, pedía el divorcio y publicaba autobiografía donde hablaría de sus tempestades con O'Toole, aquellas donde el alcoholismo había traído celos, crueldad mental y el fracaso de la felicidad.


Desde las ruinas, Peter decidía incorporarse.
Espectacular volvió, aunque de una manera muy underground, en "The Stunt Man", título de culto para el que brindó una de sus más deliciosas interpretaciones. 
Era el alocado director de cine que parece desplegar un plan para acabar con su especialista.


Más popular fue su giro cómico en "Mi Año Favorito", donde interpretaba a un ídolo venido a menos. Como muchas de sus apariciones humorosas, O'Toole parodiaba su ultrarefinada imagen.
En los años ochenta, recuperó las ganas de marcha y era un placer tropezárselo, más seguro que nunca, no tan lindo como en sus primeros tiempos, pero igual de versátil e inesperado en las más variadas producciones televisivas y cinematográficas. 
Ostentaba el cetro de señor venerable, cuya simple presencia indicaba inversión en qualité.
Debía ser el factor que lo había nominado en tantas ocasiones al Oscar, aunque también se ganara el dudoso honor de ser el actor más nombrado y nunca vencido en las apreciaciones de la Academia. 
Sus ganas de marcha en la profesión quedaron más claras cuando se le ofreció el honorífico y lo rechazó en primera instancia. Quería ganarlo en competición. Aún así, se lo dieron, lo recibió, lo agradeció y, un par de años después, volvía a la tanda con "Venus".


El viejo zorro duraría más que ningún otro de sus compadres de juerga de los años sesenta y firmaba proyectos y se plantaba en rodajes cuando finalmente ponía obligado freno y anunciaba retiro durante el verano de 2012.
Víctima de una larga enfermedad de nombre aún no trascendido, Peter O'Toole moría el pasado sábado en Londres. 
Lo hacía con unos hermosos ochenta y un años y puede irse tranquilo: su muerte ha propiciado una emocionante atención sobre su figura y su trayectoria. 
Justo la que merece.


Vibrante hasta en aguas calmas, bonito un día, cautivador durante todo el camino, atravesara el desierto entre lágrimas o atronara Cortes medievales con despótica risotada, vivir con Peter O'Toole fue un caótico, inmenso, irrepetible placer.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Maromos y 2013


Vuelve la votación, señoras y señores. O, mejor dicho, La Votación.
Confieso que he perdido la cuenta de cuántos certámenes anuales hemos celebrado, pero no la ilusión por celebrar otro Maromo del Año.
Más que una tradición, es religión. Si no terminamos el año del bíceps del más macizo y encantador de nuestros hombres de pantalla, no lo terminamos, no.
Para quien se inicie en la elección del Maromo del Año y ande corto de reflejos, digamos que consiste en una votación de todos los lectores del blog entre seis bellos candidatos para decidir quién merece singular honor.


En 2013, ha habido muchos motivos masculinos para suspirar y ha sido especialmente difícil reducir la lista a seis nombres. 
Como de costumbre, de una pasada edición sólo el ganador encuentra el privilegio de repetir, al que se añaden otros cinco guapos, de relevancia cinecatódica durante estos doce meses y cuyos paseos por nuestros lunes han sido especialmente piropeados.
Los maromos de este año son:


DANIEL BRÜHL



HENRY CAVILL



NIKOLAJ COSTER-WALDAU



MICHAEL FASSBENDER


LIEV SCHREIBER


AARON TAYLOR-JOHNSON


Me iba con los seis a una isla desierta y... nunca más se oyó de Josito Montez. 
De momento, tenemos que quedarnos con uno. Imposible decidir, aunque necesario hacerlo. Tu voto es el modo.
La única manera de votar se encuentra en el widget de la columna de la derecha del blog, dispuesto exclusivamente para la ocasión. 
No se aceptan votos en comentarios o mensajes. 


La elección del Maromo del Año durará hasta el 6 de enero, el mismo día donde proclame el ganador y le dedique un post exclusivo, bien trufado de fotos, como quien le coloca corona de laurel a nuestro hombre para la eternidad.
La decisión vuelve a ser tuya. Toma aire, columna de la derecha, elige a tu favorito y, ¡vota!