jueves, 5 de diciembre de 2013

Escribir Qué


Nosotros, los que nos atrevemos a poner por escrito una idea, un acontecimiento o un recuerdo tenemos cierta verborrea de masoquistas. No paramos de repetir lo doloroso que es escribir. 
Es un comportamiento prototípico de los artistas: quejarse, no dormir, obsesionarse, beber más de la cuenta, frustrarse e ir por la vida con ojeras y mirada de maldito. 
Qué poco se habla del placer de la escritura. Qué poco se deja fluir el goce de compartir palabras sobre un texto, mientras se vive más pendiente del sufrimiento y del trabajo que implica.
Hoy podría hablar nuevamente de mis agonías escriturarias - es de lo que escribo cuando escribo sobre escribir -, aunque he pensado que mejor cuento sobre su disfrute y quizá lo comparto con vuecencia, el lector. Hasta podríamos escribir algo juntos.
El otro día, leí algo acertado sobre la escritura, tal vez un tanto americano, pero cierto. "Sólo fracasas cuando no escribes". Y es la verdad. 
En el momento en que las mierdas se acaban y se deja que los dedos toquen el teclado como quien ejercita su música sobre un piano, el terror a la oscuridad de la narrativa es mucho menor. Estás nadando y puede que te ahogues, pero nadie te quita la victoria de haberte lanzado al agua de cabeza.


No hay que tener miedo para escribir. Es la primera regla y la única. Sería tan ambicioso como no tener miedo a la vida en general, aunque, como todo en esta existencia, hay que intentarlo. 
Los escritores pensamos demasiado, la inseguridad nos carcome y, además, vivimos en un mundo donde, no sólo está todo inventado, sino también todo comentado. 
Antes que creadores y mucho más que espectadores, somos jueces y críticos de lo tantísimo que vemos y leemos en el universo multipantalla. 
Por eso es tan complicado crear algo por seres de opinión formada, esos que tienden a minusvalorar el arte ajeno.
Cuando se ejercita el propio, se entiende de la dificultad. De la dificultad de afinar, de comunicarlo, de conseguirlo, en definitiva.


Personalmente, he encontrado gran provecho en la sencillez. Quizá porque escribo rápido y la prisa implica ser ahorrativo.
De paso, encontré que así se comunica mejor la idea, sin florituras ni meandros. ¿Acaso escribir ha de pasar por una estrategia hollywoodiense? Al grano, melodrama y todos lloran.
En cualquier caso, el estilo, la dosificación de las palabras, el ritmo y las estrategias emocionales vienen con la práctica. Porque hay que practicar. Practicar mucho. 
Yo escribo todos los días y, aún así, escribo muy poco para lo que debería. Nunca se escribe suficiente y siempre, siempre se puede escribir mejor. 
¿Qué escribimos hoy? ¿Un guión cinematográfico? ¿Un cuento? ¿O vamos derechos a la novela para hacernos ricos, célebres e inmortales de un solo golpe?
La idea se dice lo principal y también lo más difícil de conseguir. Es la pasta base y el motivo por el que embarcarnos en la aventura. 
Habría que señalar que tener una idea o arrancarse inspirado de entrada está sobrevalorado. Porque las ideas y la inspiración se pueden encontrar por el camino. 
De hecho, es donde se halla lo mejor, lo que no sabías, lo que has descubierto cuando has colocado palabras, cuando has discurrido. 
En mi caso, si esperara a que me llegara la musa, con lo vago que soy, no hubiese escrito nada jamás.


Muchos de mis profesores insistieron en la sinceridad. Se es infinitamente mejor cuando se escribe de lo que se conoce, aseguraron.
Es lo mismo que le dijo el Profesor Bauer a Josephine March. Déjate de folletines de espadachines y escribe algo sobre tu familia, especialmente ahora que tu hermanita está a punto de espicharla.
Ese es un consejo para escritores alevines, que deben hallar la voz propia. Porque la ficción también pasa por inventarse mundos propios, contar mentiras enormes y venderlas como cosas fidedignas. 
Yo, que tengo un afán por la verdad y la precisión documental, inventar y disparatar es lo más difícil. Miento fatal.
Así que, ¿escribir qué? ¿Alguna idea en la sala? ¿Un pie forzado con el que comenzar un argumento? Toquemos un poco de melodrama en este piano, ¿sí?
Imaginemos la imagen de cuatro hermanos, de distintas edades, todos muy jóvenes, delante de la casa. El mayor tiene apenas diecinueve años. 
Una cámara de televisión recoge sus caras, desorientado uno, afligida la otra, fastidiado el de más allá, llorando el más pequeño. 
Ha sucedido algo esa mañana y la cámara de televisión, que nos cuenta la tragedia, sube y sube hasta la ventana del primer piso de la casa. Por ahí cayó su madre, dejándolos huérfanos esa mañana.
Las noticias hablan de suicidio, muchos de los vecinos se lo creen y otros lamentarán cuando los niños se encierren en la casa hasta el día en que el inevitable deshaucio se los llevará de allí.
Crecerán entre la delincuencia obligada para sobrevivir, protegiéndose entre ellos con obsesión, los mayores ejerciendo de padres indisputables sobre los pequeños, y siguiendo adelante sólo con la noción de que tienen que vengarse.
Porque la mujer no cayó, sino fue asesinada aquella mañana, y entonces la imagen cambia, se acelera años después y nos trae a los hermanos en círculo devolviendo el golpe.
Un chico de su misma edad es apedreado hasta la muerte en un monte solitario por los huérfanos, ahora crecidos y taimados, que sabían desde el primer día quién había matado a su madre, que esperaron el momento hasta lanzarse como locos a por los hijos del asesino.
Oh, cómo me gusta el melodrama. 
¿Y si hacemos algo de ciencia ficción? 
El futuro. Las Hostilidades arrasan el planeta y ha llegado el toque de queda.
Tú y yo nos enamoramos, pero ahora pasamos hambre en este piso desolado, donde no queda nada. Nos queda odiarnos. Nuestro perro se ha cagado en el pasillo. Hace rato que dejó de ladrar. Probablemente ha muerto.
Llegará el Apocalipsis, mientras yacemos en la cama, uno al lado del otro, ciegos de inanición. No era en 2012. Los monjes medievales contaron mal. El calendario estaba equivocado desde el principio. Era en 2013 y era hoy, justo hoy. El futuro era hoy. Da igual. Antes de que se acabe el mundo esta tarde, sacaré fuerzas para matarte yo, amor mío.
Qué artificial todo, qué poca sinceridad, todo está tan visto, leído, superado y olvidado, diría el protestón, diremos nosotros. Escribamos mejor sobre la historia de nuestros padres. 
Tomemos esta foto de los años setenta. En blanco y negro, por supuesto.
Los dos, en bañador, en una playa. Veranear por entonces era casi una novedad, poco menos que un atrevimiento. La pareja se atrevía a disfrutar de la vida, nada menos.
El bañador completo de ella apenas disimula la barriga. Por fin lo consiguieron. Tres años de matrimonio y, nada, no llegaba el niño. Fueron a médicos, se pusieron tristes, meditaron sobre si habían hecho algo mal. El día menos pensado, sí, estaba embarazada.
En verano, fueron a la playa y se hicieron una foto. Un turista alemán los retrató, ahí para la posteridad, mientras ellos tenían la sensación de que habían hecho lo que tenían que hacer. Una casa, un trabajo, un coche, un matrimonio, un bebé. Todo lo que ofrecía el mundo que conocían. La vida era aquello y nada más. 
En esa playa, en ese instante, se permitían congelar ese momento, quizá por si alguien les pedía cuentas, tal vez con la sombra de que cayera una desgracia que lo cambiara todo. Querían que el mundo recordarse que, al menos, lo intentaron.
Míralos, nuestros padres, quién puede creer hoy que, cuando se hicieron esa foto, no tenían ni veinticinco años de edad. Dos niños crecidos. La vida era aquello.


Ha sido bonito tocar el piano hoy. Más lo será mañana.
No tengo ninguna certeza sobre nada en particular, sólo que sé que soy mejor escribiendo de películas.
Y así, te informo que mañana comienzo otro blog sobre cine, accesorio a éste, que presentaré aquí, en "Imitación A La Vida".
Nos escribimos, nos leemos.

1 comentario:

  1. Me encanta todo lo escribes, admiro a las personas que tienen esa facilidad de expresarse de esa manera tan sensible.

    Salu2!!

    ResponderEliminar