martes, 30 de abril de 2013

El Oro de William Holden


Macho y caballero, inquieto y tranquilo, clásico y nuevo, hombre de cine en todos los sentidos, William Holden se sintió como un regalo para Hollywood.
El dorado Holden era todo en una misma cara, en una misma sonrisa, en un mismo cuerpo.
Traía cierta insolencia heredada de su juventud y la mezclaba con la caballerosidad andante de aquellos tiempos. 
Desde que se rastreó la explosiva combinación, William vivió destinado a convertirse en uno de los actores favoritos del cine norteamericano.


Durante su larga carrera, Holden contaminaría versatilidad escénica con personalidad intransferible, y películas alimenticias con papelones para films memorables.
William tuvo la suerte de participar en un puñado de obras esenciales de su tiempo, y éstas de contar con él.
Nunca fallaba como actor y era jodidamente atractivo como hombre. La amplia sonrisa, la barbilla partida, el pelazo, el porte, la naturalidad. 
Hasta cuando hacía el papel más desazonador y comprometido, aparecía su prototípico cinismo callejero, su sentido del humor, su individualismo, ese que lo hizo icono para muchos chicos y hombres, que lo adoraban y lo imitaban.
Sus excesos privados se lo cobraron, pero siempre quedó aliento para los retornos espectaculares, a los que fue adicto desde el primer día, y para demostrar que el tiempo le otorgaba tantas arrugas como profesionalidad. 
El Holden gorgeous es el joven, pero el Holden más sincero aparecería en sus últimos años.


Al principio, sólo existían comodidades para William Franklin Beedle, Jr, niño bien de una familia mejor, conocida en Ilinois como los Beedle, fortunón construido a beneficios de la industria química.
Su descubrimiento artístico está sujeto a discusión, pero se cuenta que fue atrapado por un cazatalentos de la Paramount, allá por 1937, que lo lanzó desde mal iluminadas tablas teatrales a una pequeña aparición fílmica.


El debut oficial de William Holden se produjo en el llamado "año de Hollywood": 1939. 
Su papel era un joven violinista que cambia sus sublimes aspiraciones por una rápida carrera en el boxeo, para disgusto de su padre.
La película se llamaba "Golden Boy".
Durante el rodaje, los productores manifestaron su deseo de despedir al joven, nervioso e inexperto William, pero Barbara Stanwyck se opuso y batalló por mantener al debutante en la película. 
La confianza de su compañera se dijo contagiosa, "Golden Boy" fue un éxito y Holden le estaría agradecido de por vida a Barbara, a quien llamó salvadora, amuleto de la suerte y llave de su carrera. 
De hecho, llegó a manifestarlo en una ceremonia de los Oscars, muchísimos años después, para aplauso del público y lágrimas de la Stanwyck.

Con Barbara Stanwyck en "Golden Boy"

"Golden Boy" fue el principio de la importancia Holden. Y así lo conocerían: el chico dorado, Golden Holden. 
Por entonces, era aniñado, rebelde antes que los rebeldes y se lo incluyó en las previsiones de todo boy next door a interpretar.
Su carrera se movía por encima de las primeras expectativas, pero la Segunda Guerra Mundial lo llamó a filas y se impuso la pausa.
Tras servir en el ejército durante varios años, volvió a Hollywood.
Recuperaría la tónica previa; diversos géneros, poca carne dramática.
Sonreía mucho, raya al lado para su maravilloso cabello y los años lo hacían más intensamente sexy.


Su primera gran interpretación se haría esperar hasta 1950 y sería cortesía de Billy Wilder. 
En la hipnótica obra maestra "Sunset Boulevard", Holden interpretaba a un guionista sin blanca devenido en gigoló de una putrefacta diva del cine mudo.
Un papel tan jugoso encontraría el cóctel perfecto en el físico de Holden, imposiblemente varonil, galán de noche y nene urbano de día, y él lo remataría con ese inmortal gesto, que contaminaba el oportunismo con la semioculta expresión de naúsea.
Gloria Swanson le clavaba las uñas, lo destruía y le regalaba la pitillera con la frase grabada: Mad about the boy.

Con Gloria Swanson en "Sunset Boulevard"

Hollywood también estaba loco por el chico y lo nominaba al Oscar por primera vez, para observarlo con atención y mimarlo más que nunca. 
Los años cincuenta fueron el momento de desplegar la alfombra, y así Holden rimaba con actor popular, estrella indispensable y machote socorrido. 
Bien podía besar a Grace Kelly o bailar con Audrey Hepburn.
Bien podía sobrevolar los puentes de Tokio Ri o caer sobre Hong-Kong, para que el público llorase a moco tendido con aquello de que "Love Is A Many-Splendored Thing". 
Bien podía ser macho o caballero. O ambas cosas, así se contó el ideal William.

Con Judy Holliday en "Nacida Ayer"

Con Billy Wilder, repitió para "Stalag 17", clásico drama sobre un grupo de tragicómicos prisioneros de un campamento nazi.
Holden interpretaba a Sefton, dosificación de su imagen emblemática: el hombre que sólo se tiene a sí mismo, el superviviente entre la desconfianza ajena, el norteamericano de pro que defiende su personalidad en un ambiente hostil.

Como Sefton en "Stalag 17"

Le dieron el Oscar por esta inolvidable "Stalag 17". 
Holden aseguró que no se lo esperaba ni lo merecía, y entendió la estatuilla como una recompensa a su previo papel de "Sunset Boulevard".


Como los guapos de verdad, quitarle o cambiarlo no le restó atractivo. 
Rubio estaba igual de bueno en "Sabrina", esa película de la que siempre esperamos que el final sea otro. 
Y para "Picnic", su papel más calentito, le depilaron el pecho, pero se ganó igualmente el cetro de gran maromo de los cincuenta.
En "Picnic", era el misfit que aparece en un pueblo de la América profunda y todas las mujeres del vecindario se vuelven locas por él.
La camisa estaba para arrancársela, y Kim Novak, para bailar con ella y enamorarla al mismo tiempo.
Con Kim Novak en "Picnic"

Se necesitaron abanicos ante William Holden en "Picnic" y sería la irrupción del macho sudoroso más comentada de su tiempo, junto al Brando de "Un Tranvía Llamado Deseo". Como éste, Holden todavía incendia los Polos.
La cumbre profesional llegaría en 1957, a golpe de súper taquillazo. 
Fue "El Puente Sobre El Río Kwai", prueba definitiva para este hombre de acción, pero también el previo a cierto declive.

"El Puente Sobre El Río Kwai"

La calidad de las películas menguó, y entre los múltiples factores, apareció la propia apatía.
Holden declaró que había perdido el gusto por la interpretación y la ambición que lo había llevado hasta Hollywood.
Ahora sólo actuaba por el dinero. Llegaría a decir: "Soy una puta, todos los actores son putas. Vendemos nuestros cuerpos al mejor postor".


Hollywood lo ensordecía y alienaba, así que se declaró fan de la aventura y el medio ambiente, cruzando la geografía universal, fundando un parque para la preservación animal en Kenia, que se haría parada y fonda de la jet-set.
Entre aviones, destinos por medio mundo y regresos al cine, los problemas personales hacían acto de aparición, más que nunca en los sets de rodaje.
Ahí estuvo su reencuentro con Audrey Hepburn en la desastrosa "Paris, When It Sizzles", donde, entre bambalinas, William intentó recuperar el affaire que mantuvieron durante "Sabrina".
Las calabazas que recibió estuvieron mediadas por los hectolitros de alcohol que ingería.

Con Audrey Hepburn

Sería el alcoholismo de William Holden el envés de sus múltiples bendiciones profesionales. También el yugo sobre toda su vida, sobre sus relaciones sentimentales.
Aunque casado durante gran parte de su edad adulta con Brenda Marshall, con quien crió tres hijos, Holden estuvo largamente distanciado de ella y mantuvo sonados romances.
A Audrey le prometió que se divorciaría mientras rodaban "Sabrina", pero se dice que ella descubrió que se había practicado la vasectomía y le dio la pista de que no era el hombre de su vida.
A Capucine, la quiso y la protegió de su locura, aunque el amor, de nuevo, se tropezó con la botella.

Con Capucine

Divorciado finalmente de Brenda Marshall en 1971, compartiría la última etapa de su vida con Stefanie Powers.
Entre las tristezas y las desazones, hubo momentos de gloria y el Holden maduro regresó como él sabía: patada en la puerta y peliculón.
"Grupo Salvaje" suponía la entrada del Holden crepuscular a razón de western del ocaso.
Los héroes pistoleros y el silbido de las balas despedían ahora el olor de la decadencia y el síntoma de la amargura, nunca mejor contados que por Sam Peckinpah.

En "Grupo Salvaje"

El aplauso por "Grupo Salvaje" no se hizo esperar y ponía a William Holden otra vez en intereses y agendas hollywoodianas.
Aunque había envejecido con rapidez, el atractivo seguía ahí y le permitía ponerse de cabeza de cartel en taquillazos como "El Coloso en Llamas", mientras se marcaba la interpretación de su vida en "Network". 
Para "Network", ofrecía un vívido retrato de la inadecuación de los hombres del ayer a los nuevos tiempos, entre el nihilismo de la sociedad de la televisión y la vana persecución de una nueva juventud a través del divorcio. 
Cosas que Holden conocía muy bien.

Como Max Schumacher en "Network"

Por entonces, la prensa aseguró que tenía cáncer. Él dijo que no con energía y enfado, mientras el enfisema era quien lo devoraba.
No obstante, el alcohol, amigo y condena, sería el verdugo. Se cuenta que una borrachera fue la causa de la caída fatal, acaecida en 1981.
En su casa de Santa Monica, con 63 años, William Holden se cayó y se rompió la cabeza. Se desangró, solo, sin posibilidad de ayuda. 
Lo encontraron a los tres días.


"No sé bien porqué, pero el peligro siempre ha sido algo importante en mi vida. Ver lo lejos que pudo inclinarme sin caerme, lo rápido que puedo correr sin romperme".
Un día, el incansable temerario se rompió. Quizá, demasiado pronto, tal vez, como final inevitable. 
Detrás, se había contado uno de los actores más adorables y magnéticos del Hollywood de los cincuenta, mil veces resucitado y con tendencia a demostrar que, detrás de su aspecto de hombre sonriente y calmado, había un actorazo sorprendente, aún muy infravalorado.


La prensa y las biografías sobre William Holden siguen siendo escandalosamente escasas, mientras impera la verdad que todo en él se muestra recuperable, aprovechable y digno de homenaje.
Y no hay que explicar porqué, en mi podio de maromos de todos los tiempos, este hombretón ocupa un puesto imprescindible.
Genial cuando sonreía, hermoso cuando miraba con desconcierto, excitante cuando desactivaba bombas, trepidante cuando huía del enemigo.
Un regalo para Hollywood, un regalo de Hollywood.


Ay, qué bueno estaba el muy dorado. 

lunes, 29 de abril de 2013

Ein?

 
"Lo único que tiene sentido es mi cerebro. 
Aprender, tener ideas... así podré pensar, 
conseguir un préstamo estudiantil, 
moler mi propio café y entender la HBO".

Donald Glover en "Community"


"Yo no entiendo nada", musito para mis adentros, mientras veo alguna serie de moda.
Siempre para mis adentros, porque tiendo a pensar que lo visto no es complicado, sólo que yo soy bobo. Sí, debo ser bobo, porque no entiendo nada.
No me enteré de quién era la niña que buscaba Betty en la season premiere de "Mad Men" y, aunque me he leído los libros, tengo que hacer esfuerzos para saber de dónde viene Margaery Tyrell. 
No es la primera vez y suele pasar con frecuencia: secuencias enteras en la completa inopia.
Por fortuna, y como la experiencia de espectador ahora es compartida, me he enterado de que no soy bobo del todo. 
Son series caprichosamente complicadas, que representan el curioso éxito de lo difícil de entender.

"Mad Men"

De manera tradicional, todo relato tiende a exponerse ante un público que lo demanda inteligible. Si no lo entiende, protestará, se dormirá o se irá con la sensación de que le han tomado el pelo. 
En líneas generales, las obras artísticas más exitosas y memorables han sido las asequibles para todas los mentes y todos los públicos. Un lenguaje sencillo, universal, derecho al corazón, sin mayor ingerencia. El cine lo heredó y fue el cimiento de su triunfo.
Pero, precisamente al ritmo de las corrientes artísticas, el cine también vivió su proceso de abstracción. De ser básico, explicativo, a veces redundante, encontraría la modernidad en el enigma, en lo críptico, en la intención poética. 
Y, desde los márgenes experimentales hasta la eclosión de las nuevas olas europeas, nacieron las películas incomprensibles. 
Nadie las entiende, todo el mundo tiene su propia teoría sobre ellas y ni se te ocurra dudar de su significancia cultural.

"La Aventura"

En cierta ocasión, le preguntaron a Robert Bresson sobre si ya no hacía películas para el público. Él dijo: "¿De qué público me habla?" Y los críticos y pedantos de la sala casi lo ensordecen a aplausos.
Lo incomprensible quedó asociado a lo elevado intelectualmente. No es que sea complicado, es que usted es un inculto, se venía a decir. 
No entiende las metáforas, esas que alegremente se pueden colocar sobre esta película tan aburrida y funcionan todas, como si se estuviera comentando una poesía en una clase de Literatura del instituto.
La renuncia al argumento, que sea confuso, que no termine, que contravenga las reglas canónicas, venía a ser una especie de revolución, de respuesta al conservadurismo fílmico. 
El mundo no tiene solución; las películas tampoco deberían tenerlo. Las intenciones por encima del texto, el estilo sobre la sustancia, la mirada sobre lo mirado. Gran parte del cine más aclamado es así. 

"El Árbol de La Vida"

Se cuenta que el espectador de 1934 estaba menos formado audiovisualmente que el de 2013. Y es verdad: en una película de aquella época, había que explicarlo todo, incluir prólogos, establecer la clara ruta de los protagonistas y aligerar la acción. 
Hoy sabemos más con menos, y lo apropiado es buscar el realismo en todas las vertientes.
Así, la última parada de ese aprendizaje audiovisual es contemplar una secuencia como si oyésemos de repente una conversación en el metro. 
No se entiende muy bien de dónde viene, pero interesa, quizá por el tono, tal vez por tener la esperanza, más o menos vana, de desentrañar el drama de lo que está ocurriendo.

"Tinker, Tailor, Soldier, Spy"

¿Es el espectador de hoy un completo aventurero? Se deja seducir antes por las formas, por el brillo del cristal, por la promesa del oro. Renuncia a la sustancia, a la seguridad conocida, y se embarca a la aventura. 
Es el espectador frente a la ficción antisintictáctica que no asegura nada, pero restalla tanto que parece venderlo todo.
Significativo siempre ha sido que, a pesar de la reputación de las películas estilísticas, poéticas o indescifrables, éstas suelen tener menos presencia de la que se supondría en las listas de favoritas del público, sea cual sea el nivel cultural de ese público. 
Quizá, porque son escasamente satisfactorias a nivel emocional. Tras tanta aventura, el espectador es un animalito del Señor y se quedará con el calor conocido.
En cualquier caso, el Ein?, o la bella aventura de lo experimental, de los viajes a ninguna parte, del estilismo como acto de fe, se mantiene como devoción, moda y transgresión en cine y televisión.

"Carretera Perdida"

Ahí está David Lynch, cuyo progreso como cineasta ha sido similar al vivido por Terrence Malick.
Se imponen el rechazo a unos esquemas, ya dominados, entendidos como superados, y el abrazo a una composición formal que se encarama sobre la satisfacción argumental o la sensación de cierre.
La fascinación general por "Carretera Perdida" o "Mulholland Drive" pueden hablar del espectador aventurero, que no necesita sino una atmósfera poderosa y un tono distinto. 
La curiosa victoria del enigma. 
¿Qué quiere decir Lynch? ¿Es su intención en "Mulholland Drive" contar una mujer desdoblada como si fueran dos distintas que se encuentran y se asesinan? ¿O sólo el lado oscuro de Hollywood? ¿Habré de buscar en Internet qué significa la caja? 
La película en sí es una incógnita y también lo que puedo pensar de ella. Entiendo a los que la aman, comprendo a los que la consideran una tomadura de pelo.

Naomi Watts y Laura Elena Harring en "Mulholland Drive"

El atractivo de lo inalcanzable, la sospecha de que hay algo detrás. ¿Es el espectador aventurero como un hombre a la búsqueda de penetrar lo impenetrable? ¿Existe un punto de conquista en las ficciones complicadas?
La HBO es experta. 
Muchas de sus series más celebradas - "The Wire", "Los Soprano", "Deadwood" - son durísimas de roer. Tramas, diálogos, personajes, todo enrevesado, ambivalente, críptico, implícito, ultrasutil.
Si la HBO - y la mayoría de la ficción contemporánea más ambiciosa - identifica violencia y melancolía con realidad y visión crítica, también suele confundir complicación con calidad. 
Esta serie es un rollo, ergo, debe ser buena.

"The Wire"

Quizá la piedra de toque fuera esa indescifrable "Luck", ambientada en el mundo de las carreras de caballos.
David Milch renunció a invitar al espectador por completo; simplemente radiografió el universo y sus lenguajes, imposibles para alguien forastero a las apuestas de hipódromo. 
Para colmo, los personajes hablaban con tan marcados acentos que muchos espectadores estadounidenses activaban los subtítulos para poder comprenderlos.

"Luck"

El tema de "Luck" no era demasiado estimulante de entrada, mientras la nula decodificación no atrajo, sino espantó. 
Porque la cuestión es pasarse de listo, pero no tanto. Aquello de sí a "Mulholland Drive", pero no a "Inland Empire".
Y, cuando se trata de una serie, que, por naturaleza, demanda seguimiento, devoción y crecimiento exponencial, hay que hilar fino, más que nunca.
El término medio, o la consecución de un producto televisivo difícil, aunque listo para ser penetrado, responde al nombre de "Game Of Thrones". 
De entrada, podría resultar curioso cómo una serie tan abigarrada de personajes y argumentos tiene semejante seguimiento y nadie se queja de que hasta el copero se dote de una genealogía complejísima. 
O la gente no lo dice por miedo a que la piensen boba, o le embriaga precisamente lo lioso de la cuestión. O el bobo soy yo.
Leyendo los libros, el asunto es un galimatías. 
Y, si usted no se los ha leído, ¿en serio sabe quién es Margaery? ¿Ya se ha aprendido el nombre de Beric Dondarrion? ¿Sabría diferenciar Bastión de Tormentas de Rocadragón? 
La respuesta es: ¡No importa! ¡Siga viéndola!

Richard Dormer como Beric Dondarrion en "Game Of Thrones"

Las novelas ya presentan ese revestimiento de dureza, a base de complicarse de manera caprichosa. 
Como perfecto ejemplo de best-sellers, viven bajo la noción del cuanto más, mejor. 
Como prototípica saga de estos tiempos, y a la manera de "Lost", lo difícil es comprender su dirección. Es decir, a qué viene esto, a qué viene lo otro, qué me estás contando.
Nada se resuelve, los personajes nunca llegan a sus destinos, todo está emplazado a un final que se dilata y se dilata, y cuando una cosa se termina sólo sirve para disparar otras mil.
Es una narrativa desquiciante, pero el tono, los ornamentos y los - escasos - estallidos de acción resultan tan poderosos al espectador que "Canción de Hielo y Fuego" y su adaptación televisiva representan el definitivo triunfo del Ein?.

Emilia Clarke como Daenerys en "Game Of Thrones"

Es el desafío último al espectador. Insinuarle que hay algo más de lo que ve, invitarlo a comprar los libros para buscar respuestas y diferirlo a un final que ya se anuncia como el Santo Grial de todos los finales. 
La procrastinación hecha saga, lo ininteligible como un valor en sí. 
Pero, oh, será el final definitivo quien diga la última palabra. Es lo que recordarán todos, es lo que satisfará o indignará a la mayoría.
El final es lo que expresará si estaban jugando alegremente con nosotros o si nos querían llevar a alguna parte.

viernes, 26 de abril de 2013

"Drácula de Bram Stoker"


La última gran obra de Francis Ford Coppola veía la luz en 1992, a razón de enésima adaptación de la novela de Bram Stoker.
El chupasangres de Transilvania era un personaje tan emblemático como agotado, y la asombrosa habilidad de este "Drácula" fue compaginar la fidelidad al argumento original con una mirada novedosa - entendida por algunos como blasfema -, que abriría las aguas a una serie de revisiones high profile de clásicos a lo largo de la década de los noventa. 
Ninguna igualaría la distinción de "Drácula", esa mezcla ideal entre fondo y forma, esa consecución de una obra carismática y bellísima.

Winona Ryder como Elisabetha/Mina

El "Drácula" de Coppola se asume como una historia de amor antes que como un cuento de terror, más una ópera de pasiones que un drama victoriano. 
Es Stoker de partida, pero es Coppola en todo el camino. De hecho, se diría que este "Drácula" nace espiritualmente de la última secuencia de su película anterior: "El Padrino III". 
Por fuerza, el vampiro debía ser un doloroso que clamara a los cielos en un lenguaje extranjero. 
Y, para ello, se buscó en la posible inspiración histórica que tuvo Bram Stoker para crear su personaje: Vlad Tepes, el Empalador.

Gary Oldman como Vlad/Drácula

Se introduce así la historia de un príncipe transilvano, que, destrozado de dolor tras la muerte de su Elisabetha, renuncia a la Iglesia Católica, a la que defendió con brutales sangrías y empalamientos en el campo de batalla contra los musulmanes. Enfurecido y maldito, Vlad jura con resurgir de la tumba. 
Vlad es Drácula que, siglos más tarde, desde la vejez y la reclusión, preparará su regreso a la civilización como el necesario retorno a la juventud.

Gary Oldman y Keanu Reeves

El inquietante vampiro recibe a Jonathan Harker en su pavoroso castillo.
Drácula creerá más que nunca en el destino cuando descubra el daguerrotipo que lleva Harker: la imagen de Mina Murray, doble en vida de su nunca olvidada Elisabetha.
Entre la venganza y las ganas de recuperar a su amada, Drácula desembarca en Londres, donde siembra el terror de noche y se reencuentra con Mina/Elisabetha de día.


Multiforme, romántico, repugnante, violento, caballeroso, el hombre más fascinante de todos los tiempos, así es el Drácula coppoliano, que debe gran parte de su seducción a la exquisita, tan emotiva interpretación de Gary Oldman.
Alrededor del magnético personaje, la búsqueda de lo operístico se asiste en sonidos, desgarros, gritos de dolor, vestidos de Kabuki y gemidos de sexo.
Pero este "Drácula" también bebe del cuento de hadas, de las leyendas centroeuropeas, de la novela rosa, de la tradición fotográfica y de la fascinación por lo antiguo: los libros viejos que contienen las respuestas, los barcos que zozobran en la tempestad, las cartas nunca enviadas de Mina y, por supuesto, el cinematógrafo. 
Cuando Drácula y Mina entran en una sesión de cine, Coppola hinca la rodilla y rinde homenaje a toda la Historia del celuloide.
En su "Drácula", están las deudas con los Dráculas pasados - especialmente, aquellos rojos y sexuales que contó la Hammer -, y se potencia el lado de antihéroe hermoso, de protagonista absoluto, de ese personaje que sale de las sombras y se convierte en el preferido por el público. 

"He cruzado océanos de tiempo para encontrarte"

Se conserva su violencia, su corrupción, sus crímenes. Mina se odia por amarlo, pero no puede evitarlo. 
Es una historia de amor en mayúsculas, porque habla de la bendición y de la maldición que trae el sentimiento sublime. 
El amor es lo que mueve a las personas, es lo que los hace encontrarse, incluso a través del tiempo, es lo que vive tras la tumba, es lo que quedará de nosotros.
Pero su irrealización y sus tragedias también nos hacen infelices, amargados, feos: ahí está Drácula llorando, al recibir la noticia de la boda de Mina, y se deforma, se bestializa nuevamente, para acabar con Lucy esa misma noche.


"Drácula" también es una película golfa, terriblemente erótica. De nuevo, se acudía a la novela para indagar entre sus líneas.
Stoker planteaba el problema de la irrupción de la bestia en una civilización tan reprimida como la sociedad británica en tiempos de la reina Victoria.
El vampiro significaba la lascivia, la seducción irrefrenable, el sexo extraconyugal, con ese aspecto fálico que tienen sus acentuados colmillos.


Lucy Westenra se nos cuenta como una zorra virgen, que baja las escaleras voluntariamente, vestida de rojo, para entregarse a la simiesca bestia.
Mientras, sus pretendientes no se pueden resistir a ella ni aun viéndola convertida en monstruo.

Sadie Frost como Lucy

Los justicieros, capitaneados por Van Helsing, hallan la definitiva demostración de su masculinidad, clavando estacas, llenándose la cara de sangre y persiguiendo al vampiro, que no es más que su indisputable rival en las camas.
Drácula es ese amante bandido, que se desliza por las sábanas de Mina y la seduce. Ella chupa su sangre como si le hiciera una felación, pero también como si comulgara.


Porque Drácula es religión. 
El vampiro es vampiro por renunciar a la fe pero, como condenado eterno, como ángel caído, pedirá por Dios en el último momento con las mismas palabras de Jesucristo.
En la tranquilidad de la iglesia y tras la muerte definitiva, el terror se termina, las luces se encienden y la voz de Mina recuerda que todo ha sido por amor.


"Drácula" fue generalmente bien recibida en su momento y supuso un gran éxito de taquilla, aunque también despertó a una notoria división de opiniones entre la crítica.
En cualquier caso, quedó claro que no es una película para todos los gustos. 
Como obra, es un popurrí sin complejos, una desvergüenza similar a las obras de Powell y Pressburger, donde los colores explotan, la música acentúa las pasiones, las caras de los actores se vuelven locas, el montaje epata - como ese efecto de la cabeza volante de Lucy y el trinchar de la carne -, y los homenajes a obras pictóricas de alto nivel se combinan con concesiones al melodrama más básico.


Quizá el fallo garrafal de la película es Keanu Reeves, fatal como Jonathan Harker, con esa voz anodina y esa expresión fría, aunque, tal vez, era lo apropiado para el petimetre que incorpora.
Mejor fortuna la de Anthony Hopkins, que interpreta con deleite al venerable Van Helsing, y también la debutante Sadie Frost, una Lucy inolvidable.


A pesar de todas las genialidades del maestro Coppola, bien sabemos que este "Drácula" hubiese sido mucho menos sin Gary Oldman, pero también sin la música de Wojciech Kilar.
La partitura abunda en la vibración emocional de la película, en la reconversión de la leyenda en historia de amor, con una sonoridad exquisita, llena de neorromanticismo y hallando plenamente el punto entre horror y fascinación que propone este "Drácula".

Anthony Hopkins como Abraham Van Helsing

La suntuosidad a todos los niveles habla del triunfo del diseño de producción.
El horror vacui y el eclecticismo radical de "Drácula" alumbrarían el camino de todas las reversiones posteriores sobre mitos del fantástico, en particular, y de la ficción universal, en general.


Veinte años después de su estreno, el "Drácula" coppoliano sigue manteniendo su capacidad de deslumbrar, llenar los ojos y emocionar hasta la lágrima, y continúa ostentando un puesto en las listas de películas favoritas de muchos amantes del cine.
En la mía, sin ir más lejos.

jueves, 25 de abril de 2013

Henry Cavill


Como expresión de gratitud eterna, tenemos que telefonear cuanto antes a la madre de Henry Cavill  - la Wikipedia me informa que responde al nombre de Marianne -, y decírselo:
- Señora Cavill, es usted una artista.
Obra maestra hecha maromo, Henry Cavill se dice llamar Superman, mirando a cámara, trepidante en rodajes, saludando en estrenos, respondiendo a las preguntas de la prensa, pronto en marquesinas, titulares y cines del mundo entero.
Pero los que lo conocíamos antes de la noticia de su elección como Clark Kent, la supermanidad de Cavill no sonó a novedad. Porque ya lo sabíamos.
Henry es un superman. Henry es ahora Superman. Sólo fue cuestión de hacerlo oficial, de que Hollywood lo entendiese, de que el planeta lo supiese.


Parece que fue ayer, pero han pasado dos años. Dos años desde que se anunció el fichaje cavilliano hasta el estreno de "Man Of Steel", película que viene con las intenciones de hacerse con el verano de 2013.
Que sea buena, que nos guste, que nos convenza ese lado sombrío y soso que se le da ahora a muchas aventuras superheroicas - Christopher Nolan, eres un pesado -, será otro cantar.


Qué quieres que te diga. Con semejante intolerante a la kriptonita, la cosa estará, como mínimo, de muy buen ver.


¿Los ingredientes de la alquimia?
Ojos azules, una fuerte y brillante mata de pelo, acento british - que disimulará para incorporar al americano de las mallas azules -, exquisito pecho - que se conservará bellamente hirsuto, vive Dios -, y una sonrisa de las que matan y resucitan sólo para volver a verla. 


Cuando intuí a Henry entre la aparatosa e historifolclórica "Los Tudor", tuve que pestañear dos veces. Al rato, no hizo falta. Cavill robó el escenario como Charles Brandon. 
No confieso ningún secreto cuando aseguro que vi "Los Tudor" desde el primer episodio hasta el último por una sola razón.


Cavill es lo que se llama un tío bueno, pero un tío bueno estilo de toda la vida. Es decir, el que aparece y te da hasta la risa de lo ridículamente atractivo, bonito y sexy que resulta. 
Del que te enamoras, sin saber cómo se llama, ni si es buena persona, ni si tiene algo interesante que decir.
Seguro que, cuando Henry abre la ventana por las mañanas, los pajaritos se le posan en el dedo y le cantan.


Yo tengo miedo por Henry. Con tanto ruido y tanta atención sobre él, no sé qué pasará. Me embarga la incertidumbre. 
No quiero que los críticos me lo masacren, ni que lo comparen desfavorablemente con Christopher Reeve. ¿Será estrella o acabará estrellado? 
Bah, con ese físico nivel roquita que ahora se gasta, sospecho que las alfombras rojas del mundo entero se desenrollarán solas.


Tanto representantes como productores han emplazado la apuesta Cavill a la carta de Superman. De hecho, el actor ha estado prácticamente blindado a diferentes proyectos durante estos años.
A las últimas entrevistas, Henry ha dicho que quiere trascender lo que no superó Brandon Routh y, entre otros futuros, ya ha puesto la mira en el papel de James Bond cuando Daniel Craig lo abandone.
En cualquier caso, es probable que "Man Of Steel" devenga en franquicia y lo mantenga entretenido y en el aire durante mucho tiempo.


Yo lo quiero tantísimo - es mi segundo marido, compréndelo -, que le deseo muchos parabienes y cientos de motivos para que esboce esas sonrisas imposibles de nene gorgeous.


Y qué pelo, por favor, ensortijado, peinado, despeinado, rapado. Señora Cavill, suegra mía, es usted una artista. 


Hay cosas ambiguas, ambivalentes y delicuescentes en este mundo y, de ironías, vive y se escribe este blog. 
Pero Cavill es la virtud de lo indiscutible. Es Superman y es más guapo que el Sol. Se acabó la discusión, porque nunca la hubo.


La mayor suerte del universo para Henry Cavill: la esperadísima "Man Of Steel" aterriza el próximo catorce de junio.