martes, 16 de abril de 2013

Senderos de Kirk Douglas


La barbilla partida, la mirada furiosa, el cuerpo del mayor intenso, el alma del más vulnerable.
Así fue Kirk Douglas, actorazo de los pies a la cabeza y fuerza viva de tantas grandes películas.
Pero, como muchos de sus contemporáneos, la historia más emocionante que nos contó fue la suya propia: un niño de un miserable gueto judío que acabaría convertido en una de las estrellas más potentes de Hollywood.
Como los grandes, fue personal. Kirk abrió las aguas para un nuevo e inquieto hombre de cine, que se decía adicto a todos los retos.


"He hecho mi carrera a base de interpretar a hijos de puta", diría para simplificar los papeles que prefería. 
Y, a la manera de los divos, cuando era el más malo, el más equivocado o el más canalla, no había quien se resistiera a él. Kirk tenía una capacidad de convicción inusual, que aún se irradia desde sus más afortunadas interpretaciones.
Desde muy pronto, Kirk Douglas se dijo dueño y señor de sus películas, y en su ambición y omnipotencia, se escriben muchas de las líneas del macho power del cine norteamericano. 
Hoy, se mantiene como el venerable jerarca de una familia artística y uno de los escasos actores vivos del Hollywood dorado. 


Muchos años y películas antes, era pobre, no tenía ninguna oportunidad y recibía el nombre de Issur Danielovitch Demsky, hijo de unos inmigrantes ruso-judíos.
Su familia sufrió el antisemitismo de aquellos tiempos y vivían encerrados en el barrio de Amsterdam, en Nueva York, mientras muchos puestos de trabajo se les cerraban con el sonido de las más infranqueables puertas.
Como se definiera en su autobiografía, Issur era el hijo del trapero, sin dinero para pagar la matrícula de la universidad, soñando con la interpretación.
Pobreza y sueños debían conjugarse necesariamente con una energía fuera de lo común, y nunca hubo otro como Issur, que pidió un préstamo, trabajó a brazo partido y pudo ingresar en la Universidad de St. Lawrence, mientras su interés por el teatro se materializaba.


En el camino, se cambió el nombre por Kirk Douglas, en el intento de librarse para siempre de esos orígenes que marcan y estigmatizan. Se casó, cumplió en la Segunda Guerra Mundial y, cuando volvió, recuperó las promesas artísticas y encontró el sendero.
Fue Lauren Bacall, antigua compañera de estudios, quien hizo posible que consiguiera su primer papel en el cine. Era el fiscal pelele y alcohólico, dominado por Barbara Stanwyck, en el fastuoso noir "El Extraño Amor de Martha Ivers".
Hubo aplausos y, tras intervenir en clásicos como "Retorno Al Pasado" y "Carta a Tres Esposas", Kirk dio su primer papel protagonista y su decisivo golpe de independencia con "Champion".
El inicio de la importancia Douglas y del estilo de sus héroes: fuertes, contradictorios, cínicos, egoístas, terriblemente atractivos.

"Champion"

El público se rindió al encanto de Kirk y lo asociaría siempre con Burt Lancaster, con quien compartiría escena, sonrisas y acción en varias de sus películas. 
Eran actores de semejante calibre, proclives a dramas punteros y sin perder la distinción de estrellas. Se los entendió como amigos y socios, aunque, entre ellos, siempre hubo envidia y competitividad.

Con Burt Lancaster en "Gunfight At OK Corral"

Ganó todas sus apuestas y Kirk Douglas se hacía pronto en una de las estrellas más gloriosas del Hollywood de los cincuenta, un actor para todas las estaciones, que tuvo la suerte de ponerse a las órdenes de directores tan variopintos como Billy Wilder, Vincente Minnelli o Stanley Kubrick.
Rompió muchos esquemas del Hollywood de entonces y se inmiscuía en la producción de sus películas del mismo modo que se enfrascaba en sus retos interpretativos.
En su papel más arriesgado, por el que debió ganar el Oscar, se volvió Vincent Van Gogh durante todo el tiempo de rodaje, atemorizando a Minnelli en el set y a su esposa en casa.

Como Van Gogh en "Lust For Life"

Con Stanley Kubrick, la cosa se vistió con la etiqueta de lo formidable.
"Senderos de Gloria", demoledora narrativa antibelicista, contó el Kirk comprometido.

Como el Coronel Dax en "Senderos de Gloria"

Y su papel más popular y vibrante se llamaría "Espartaco", el esclavo que se rebeló contra el Imperio Romano. 
En su meticulosa preparación, Kirk Douglas despidió a Anthony Mann e impuso a Kubrick, si bien éste siempre aseguró que "Espartaco" era una película de Kirk Douglas.
"Espartaco" también habló del Kirk democráta, que luchó a brazo partido para que Dalton Trumbo, por entonces guionista blacklisted, recibiera el crédito merecido, por entonces vedado a los marcados por la lista de McCarthy.

"Espartaco"

En todo lo que tocaba Kirk, había algo de él, y allá donde aparecía, sonaba su voz temblorosa, aquejada de esa neurosis cincuentesca, rematada con la mirada desorbitada y los rechinantes dientes. 
Kirk Douglas estaba buenísimo, de físico particular, virilidad a raudales y culo estupendo. Él, vanidoso como ninguno, sonreía, miraba y siempre conquistaba. 


Desde los harapos hasta la riqueza, desde mangonear a Lana Turner hasta besar a Kim Novak, desde los viajes submarinos hasta los vikingos, los héroes de Kirk Douglas aún vibran en las pantallas. Muchos de sus personajes hasta se atreven a morir en el último rollo, perdiéndolo todo tras aprender la mayor de las lecciones.

"El Gran Carnaval"

Pero el actor detrás de esos hombres sobrevivió. Aun en los setenta, acabado el sistema de estudios, se dejaba ver en papeles protagonistas, a pesar de que las películas ya no tuvieran la calidad que había conocido.
Aunque no se ha retirado nunca del todo, la llegada de los años ochenta fue tiempo de dejar paso. Su hijo Michael aporreaba las puertas del estrellato y Kirk le hizo el favor.
Si hay algo indudable en este mundo es que Michael es hijo de Kirk, porque no hay padre e hijo tan parecidos. 

Con Michael, de niño

Curiosamente y a pesar de la semejanza, Michael ni resulta tan guapo ni excitante y, por otro lado, nunca ha tenido ni la mitad del talento de su padre. Aún así, ha peleado con tesón y logró hasta el Oscar que Kirk nunca obtuvo.
Se creó cierta dinastía cinematográfica, aunque Kirk resumiera de manera perfecta la ironía inherente: "Mis hijos nunca tuvieron la ventaja que yo tuve. Yo nací pobre".

Con Michael, a finales de los setenta

En 1989, un accidente de helicóptero estuvo a punto de llevárselo al otro barrio, y tras la experiencia, Kirk abrazó la religión, volviendo a sus orígenes, aquellos que lo hicieron miserable, aquellos que ahora miraba con ojos distintos. 
"Soy judío", repetía, mientras los años seguían para él, levantaba al auditorio hollywoodiense con un merecido Oscar honorífico y se volvía a llamar "el hijo del trapero". Sí, Issur lo había conseguido, dentro de una historia de éxito que sólo podía entenderse americana.
La tragedia le visitó en 2004, cuando su hijo más joven, Eric, moría de una sobredosis de drogas. Kirk siguió vivo para poder contar todo lo que sentía.
Un grave infarto y se quedó sin habla. La recuperó y, en su noventa cumpleaños, se incorporó renqueante y leyó un discurso: "He sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial, un accidente de helicóptero, un infarto y dos nuevas rodillas".
Volvió a los Oscars hace dos años y robó el show desde que apareció. 
Ahí seguía en pie, el muy vejestorio, ese que guarda tantos secretos y lo sabe todo sobre la profesión, los públicos, los descorazones y la vida.

En los Oscars de 2011

El último diciembre cumplió 96 años y el Cielo puede esperar.  
¡Que veamos los 100! ¡Viva Kirk Douglas!

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