martes, 30 de abril de 2013

El Oro de William Holden


Macho y caballero, inquieto y tranquilo, clásico y nuevo, hombre de cine en todos los sentidos, William Holden se sintió como un regalo para Hollywood.
El dorado Holden era todo en una misma cara, en una misma sonrisa, en un mismo cuerpo.
Traía cierta insolencia heredada de su juventud y la mezclaba con la caballerosidad andante de aquellos tiempos. 
Desde que se rastreó la explosiva combinación, William vivió destinado a convertirse en uno de los actores favoritos del cine norteamericano.


Durante su larga carrera, Holden contaminaría versatilidad escénica con personalidad intransferible, y películas alimenticias con papelones para films memorables.
William tuvo la suerte de participar en un puñado de obras esenciales de su tiempo, y éstas de contar con él.
Nunca fallaba como actor y era jodidamente atractivo como hombre. La amplia sonrisa, la barbilla partida, el pelazo, el porte, la naturalidad. 
Hasta cuando hacía el papel más desazonador y comprometido, aparecía su prototípico cinismo callejero, su sentido del humor, su individualismo, ese que lo hizo icono para muchos chicos y hombres, que lo adoraban y lo imitaban.
Sus excesos privados se lo cobraron, pero siempre quedó aliento para los retornos espectaculares, a los que fue adicto desde el primer día, y para demostrar que el tiempo le otorgaba tantas arrugas como profesionalidad. 
El Holden gorgeous es el joven, pero el Holden más sincero aparecería en sus últimos años.


Al principio, sólo existían comodidades para William Franklin Beedle, Jr, niño bien de una familia mejor, conocida en Ilinois como los Beedle, fortunón construido a beneficios de la industria química.
Su descubrimiento artístico está sujeto a discusión, pero se cuenta que fue atrapado por un cazatalentos de la Paramount, allá por 1937, que lo lanzó desde mal iluminadas tablas teatrales a una pequeña aparición fílmica.


El debut oficial de William Holden se produjo en el llamado "año de Hollywood": 1939. 
Su papel era un joven violinista que cambia sus sublimes aspiraciones por una rápida carrera en el boxeo, para disgusto de su padre.
La película se llamaba "Golden Boy".
Durante el rodaje, los productores manifestaron su deseo de despedir al joven, nervioso e inexperto William, pero Barbara Stanwyck se opuso y batalló por mantener al debutante en la película. 
La confianza de su compañera se dijo contagiosa, "Golden Boy" fue un éxito y Holden le estaría agradecido de por vida a Barbara, a quien llamó salvadora, amuleto de la suerte y llave de su carrera. 
De hecho, llegó a manifestarlo en una ceremonia de los Oscars, muchísimos años después, para aplauso del público y lágrimas de la Stanwyck.

Con Barbara Stanwyck en "Golden Boy"

"Golden Boy" fue el principio de la importancia Holden. Y así lo conocerían: el chico dorado, Golden Holden. 
Por entonces, era aniñado, rebelde antes que los rebeldes y se lo incluyó en las previsiones de todo boy next door a interpretar.
Su carrera se movía por encima de las primeras expectativas, pero la Segunda Guerra Mundial lo llamó a filas y se impuso la pausa.
Tras servir en el ejército durante varios años, volvió a Hollywood.
Recuperaría la tónica previa; diversos géneros, poca carne dramática.
Sonreía mucho, raya al lado para su maravilloso cabello y los años lo hacían más intensamente sexy.


Su primera gran interpretación se haría esperar hasta 1950 y sería cortesía de Billy Wilder. 
En la hipnótica obra maestra "Sunset Boulevard", Holden interpretaba a un guionista sin blanca devenido en gigoló de una putrefacta diva del cine mudo.
Un papel tan jugoso encontraría el cóctel perfecto en el físico de Holden, imposiblemente varonil, galán de noche y nene urbano de día, y él lo remataría con ese inmortal gesto, que contaminaba el oportunismo con la semioculta expresión de naúsea.
Gloria Swanson le clavaba las uñas, lo destruía y le regalaba la pitillera con la frase grabada: Mad about the boy.

Con Gloria Swanson en "Sunset Boulevard"

Hollywood también estaba loco por el chico y lo nominaba al Oscar por primera vez, para observarlo con atención y mimarlo más que nunca. 
Los años cincuenta fueron el momento de desplegar la alfombra, y así Holden rimaba con actor popular, estrella indispensable y machote socorrido. 
Bien podía besar a Grace Kelly o bailar con Audrey Hepburn.
Bien podía sobrevolar los puentes de Tokio Ri o caer sobre Hong-Kong, para que el público llorase a moco tendido con aquello de que "Love Is A Many-Splendored Thing". 
Bien podía ser macho o caballero. O ambas cosas, así se contó el ideal William.

Con Judy Holliday en "Nacida Ayer"

Con Billy Wilder, repitió para "Stalag 17", clásico drama sobre un grupo de tragicómicos prisioneros de un campamento nazi.
Holden interpretaba a Sefton, dosificación de su imagen emblemática: el hombre que sólo se tiene a sí mismo, el superviviente entre la desconfianza ajena, el norteamericano de pro que defiende su personalidad en un ambiente hostil.

Como Sefton en "Stalag 17"

Le dieron el Oscar por esta inolvidable "Stalag 17". 
Holden aseguró que no se lo esperaba ni lo merecía, y entendió la estatuilla como una recompensa a su previo papel de "Sunset Boulevard".


Como los guapos de verdad, quitarle o cambiarlo no le restó atractivo. 
Rubio estaba igual de bueno en "Sabrina", esa película de la que siempre esperamos que el final sea otro. 
Y para "Picnic", su papel más calentito, le depilaron el pecho, pero se ganó igualmente el cetro de gran maromo de los cincuenta.
En "Picnic", era el misfit que aparece en un pueblo de la América profunda y todas las mujeres del vecindario se vuelven locas por él.
La camisa estaba para arrancársela, y Kim Novak, para bailar con ella y enamorarla al mismo tiempo.
Con Kim Novak en "Picnic"

Se necesitaron abanicos ante William Holden en "Picnic" y sería la irrupción del macho sudoroso más comentada de su tiempo, junto al Brando de "Un Tranvía Llamado Deseo". Como éste, Holden todavía incendia los Polos.
La cumbre profesional llegaría en 1957, a golpe de súper taquillazo. 
Fue "El Puente Sobre El Río Kwai", prueba definitiva para este hombre de acción, pero también el previo a cierto declive.

"El Puente Sobre El Río Kwai"

La calidad de las películas menguó, y entre los múltiples factores, apareció la propia apatía.
Holden declaró que había perdido el gusto por la interpretación y la ambición que lo había llevado hasta Hollywood.
Ahora sólo actuaba por el dinero. Llegaría a decir: "Soy una puta, todos los actores son putas. Vendemos nuestros cuerpos al mejor postor".


Hollywood lo ensordecía y alienaba, así que se declaró fan de la aventura y el medio ambiente, cruzando la geografía universal, fundando un parque para la preservación animal en Kenia, que se haría parada y fonda de la jet-set.
Entre aviones, destinos por medio mundo y regresos al cine, los problemas personales hacían acto de aparición, más que nunca en los sets de rodaje.
Ahí estuvo su reencuentro con Audrey Hepburn en la desastrosa "Paris, When It Sizzles", donde, entre bambalinas, William intentó recuperar el affaire que mantuvieron durante "Sabrina".
Las calabazas que recibió estuvieron mediadas por los hectolitros de alcohol que ingería.

Con Audrey Hepburn

Sería el alcoholismo de William Holden el envés de sus múltiples bendiciones profesionales. También el yugo sobre toda su vida, sobre sus relaciones sentimentales.
Aunque casado durante gran parte de su edad adulta con Brenda Marshall, con quien crió tres hijos, Holden estuvo largamente distanciado de ella y mantuvo sonados romances.
A Audrey le prometió que se divorciaría mientras rodaban "Sabrina", pero se dice que ella descubrió que se había practicado la vasectomía y le dio la pista de que no era el hombre de su vida.
A Capucine, la quiso y la protegió de su locura, aunque el amor, de nuevo, se tropezó con la botella.

Con Capucine

Divorciado finalmente de Brenda Marshall en 1971, compartiría la última etapa de su vida con Stefanie Powers.
Entre las tristezas y las desazones, hubo momentos de gloria y el Holden maduro regresó como él sabía: patada en la puerta y peliculón.
"Grupo Salvaje" suponía la entrada del Holden crepuscular a razón de western del ocaso.
Los héroes pistoleros y el silbido de las balas despedían ahora el olor de la decadencia y el síntoma de la amargura, nunca mejor contados que por Sam Peckinpah.

En "Grupo Salvaje"

El aplauso por "Grupo Salvaje" no se hizo esperar y ponía a William Holden otra vez en intereses y agendas hollywoodianas.
Aunque había envejecido con rapidez, el atractivo seguía ahí y le permitía ponerse de cabeza de cartel en taquillazos como "El Coloso en Llamas", mientras se marcaba la interpretación de su vida en "Network". 
Para "Network", ofrecía un vívido retrato de la inadecuación de los hombres del ayer a los nuevos tiempos, entre el nihilismo de la sociedad de la televisión y la vana persecución de una nueva juventud a través del divorcio. 
Cosas que Holden conocía muy bien.

Como Max Schumacher en "Network"

Por entonces, la prensa aseguró que tenía cáncer. Él dijo que no con energía y enfado, mientras el enfisema era quien lo devoraba.
No obstante, el alcohol, amigo y condena, sería el verdugo. Se cuenta que una borrachera fue la causa de la caída fatal, acaecida en 1981.
En su casa de Santa Monica, con 63 años, William Holden se cayó y se rompió la cabeza. Se desangró, solo, sin posibilidad de ayuda. 
Lo encontraron a los tres días.


"No sé bien porqué, pero el peligro siempre ha sido algo importante en mi vida. Ver lo lejos que pudo inclinarme sin caerme, lo rápido que puedo correr sin romperme".
Un día, el incansable temerario se rompió. Quizá, demasiado pronto, tal vez, como final inevitable. 
Detrás, se había contado uno de los actores más adorables y magnéticos del Hollywood de los cincuenta, mil veces resucitado y con tendencia a demostrar que, detrás de su aspecto de hombre sonriente y calmado, había un actorazo sorprendente, aún muy infravalorado.


La prensa y las biografías sobre William Holden siguen siendo escandalosamente escasas, mientras impera la verdad que todo en él se muestra recuperable, aprovechable y digno de homenaje.
Y no hay que explicar porqué, en mi podio de maromos de todos los tiempos, este hombretón ocupa un puesto imprescindible.
Genial cuando sonreía, hermoso cuando miraba con desconcierto, excitante cuando desactivaba bombas, trepidante cuando huía del enemigo.
Un regalo para Hollywood, un regalo de Hollywood.


Ay, qué bueno estaba el muy dorado. 

3 comentarios:

  1. Uno de esos señores que mejoraron con los años y las arrugas. Guapísimo. Qué buen ojo tuvo la Stanwyck.

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  2. No digo que excitante, pero si jugosa montezgrafía dun hollywoodense nato a quien tenía por más agrisado...

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  3. Muy fan del término "montezgrafía", oiga.

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