lunes, 29 de abril de 2013

Ein?

 
"Lo único que tiene sentido es mi cerebro. 
Aprender, tener ideas... así podré pensar, 
conseguir un préstamo estudiantil, 
moler mi propio café y entender la HBO".

Donald Glover en "Community"


"Yo no entiendo nada", musito para mis adentros, mientras veo alguna serie de moda.
Siempre para mis adentros, porque tiendo a pensar que lo visto no es complicado, sólo que yo soy bobo. Sí, debo ser bobo, porque no entiendo nada.
No me enteré de quién era la niña que buscaba Betty en la season premiere de "Mad Men" y, aunque me he leído los libros, tengo que hacer esfuerzos para saber de dónde viene Margaery Tyrell. 
No es la primera vez y suele pasar con frecuencia: secuencias enteras en la completa inopia.
Por fortuna, y como la experiencia de espectador ahora es compartida, me he enterado de que no soy bobo del todo. 
Son series caprichosamente complicadas, que representan el curioso éxito de lo difícil de entender.

"Mad Men"

De manera tradicional, todo relato tiende a exponerse ante un público que lo demanda inteligible. Si no lo entiende, protestará, se dormirá o se irá con la sensación de que le han tomado el pelo. 
En líneas generales, las obras artísticas más exitosas y memorables han sido las asequibles para todas los mentes y todos los públicos. Un lenguaje sencillo, universal, derecho al corazón, sin mayor ingerencia. El cine lo heredó y fue el cimiento de su triunfo.
Pero, precisamente al ritmo de las corrientes artísticas, el cine también vivió su proceso de abstracción. De ser básico, explicativo, a veces redundante, encontraría la modernidad en el enigma, en lo críptico, en la intención poética. 
Y, desde los márgenes experimentales hasta la eclosión de las nuevas olas europeas, nacieron las películas incomprensibles. 
Nadie las entiende, todo el mundo tiene su propia teoría sobre ellas y ni se te ocurra dudar de su significancia cultural.

"La Aventura"

En cierta ocasión, le preguntaron a Robert Bresson sobre si ya no hacía películas para el público. Él dijo: "¿De qué público me habla?" Y los críticos y pedantos de la sala casi lo ensordecen a aplausos.
Lo incomprensible quedó asociado a lo elevado intelectualmente. No es que sea complicado, es que usted es un inculto, se venía a decir. 
No entiende las metáforas, esas que alegremente se pueden colocar sobre esta película tan aburrida y funcionan todas, como si se estuviera comentando una poesía en una clase de Literatura del instituto.
La renuncia al argumento, que sea confuso, que no termine, que contravenga las reglas canónicas, venía a ser una especie de revolución, de respuesta al conservadurismo fílmico. 
El mundo no tiene solución; las películas tampoco deberían tenerlo. Las intenciones por encima del texto, el estilo sobre la sustancia, la mirada sobre lo mirado. Gran parte del cine más aclamado es así. 

"El Árbol de La Vida"

Se cuenta que el espectador de 1934 estaba menos formado audiovisualmente que el de 2013. Y es verdad: en una película de aquella época, había que explicarlo todo, incluir prólogos, establecer la clara ruta de los protagonistas y aligerar la acción. 
Hoy sabemos más con menos, y lo apropiado es buscar el realismo en todas las vertientes.
Así, la última parada de ese aprendizaje audiovisual es contemplar una secuencia como si oyésemos de repente una conversación en el metro. 
No se entiende muy bien de dónde viene, pero interesa, quizá por el tono, tal vez por tener la esperanza, más o menos vana, de desentrañar el drama de lo que está ocurriendo.

"Tinker, Tailor, Soldier, Spy"

¿Es el espectador de hoy un completo aventurero? Se deja seducir antes por las formas, por el brillo del cristal, por la promesa del oro. Renuncia a la sustancia, a la seguridad conocida, y se embarca a la aventura. 
Es el espectador frente a la ficción antisintictáctica que no asegura nada, pero restalla tanto que parece venderlo todo.
Significativo siempre ha sido que, a pesar de la reputación de las películas estilísticas, poéticas o indescifrables, éstas suelen tener menos presencia de la que se supondría en las listas de favoritas del público, sea cual sea el nivel cultural de ese público. 
Quizá, porque son escasamente satisfactorias a nivel emocional. Tras tanta aventura, el espectador es un animalito del Señor y se quedará con el calor conocido.
En cualquier caso, el Ein?, o la bella aventura de lo experimental, de los viajes a ninguna parte, del estilismo como acto de fe, se mantiene como devoción, moda y transgresión en cine y televisión.

"Carretera Perdida"

Ahí está David Lynch, cuyo progreso como cineasta ha sido similar al vivido por Terrence Malick.
Se imponen el rechazo a unos esquemas, ya dominados, entendidos como superados, y el abrazo a una composición formal que se encarama sobre la satisfacción argumental o la sensación de cierre.
La fascinación general por "Carretera Perdida" o "Mulholland Drive" pueden hablar del espectador aventurero, que no necesita sino una atmósfera poderosa y un tono distinto. 
La curiosa victoria del enigma. 
¿Qué quiere decir Lynch? ¿Es su intención en "Mulholland Drive" contar una mujer desdoblada como si fueran dos distintas que se encuentran y se asesinan? ¿O sólo el lado oscuro de Hollywood? ¿Habré de buscar en Internet qué significa la caja? 
La película en sí es una incógnita y también lo que puedo pensar de ella. Entiendo a los que la aman, comprendo a los que la consideran una tomadura de pelo.

Naomi Watts y Laura Elena Harring en "Mulholland Drive"

El atractivo de lo inalcanzable, la sospecha de que hay algo detrás. ¿Es el espectador aventurero como un hombre a la búsqueda de penetrar lo impenetrable? ¿Existe un punto de conquista en las ficciones complicadas?
La HBO es experta. 
Muchas de sus series más celebradas - "The Wire", "Los Soprano", "Deadwood" - son durísimas de roer. Tramas, diálogos, personajes, todo enrevesado, ambivalente, críptico, implícito, ultrasutil.
Si la HBO - y la mayoría de la ficción contemporánea más ambiciosa - identifica violencia y melancolía con realidad y visión crítica, también suele confundir complicación con calidad. 
Esta serie es un rollo, ergo, debe ser buena.

"The Wire"

Quizá la piedra de toque fuera esa indescifrable "Luck", ambientada en el mundo de las carreras de caballos.
David Milch renunció a invitar al espectador por completo; simplemente radiografió el universo y sus lenguajes, imposibles para alguien forastero a las apuestas de hipódromo. 
Para colmo, los personajes hablaban con tan marcados acentos que muchos espectadores estadounidenses activaban los subtítulos para poder comprenderlos.

"Luck"

El tema de "Luck" no era demasiado estimulante de entrada, mientras la nula decodificación no atrajo, sino espantó. 
Porque la cuestión es pasarse de listo, pero no tanto. Aquello de sí a "Mulholland Drive", pero no a "Inland Empire".
Y, cuando se trata de una serie, que, por naturaleza, demanda seguimiento, devoción y crecimiento exponencial, hay que hilar fino, más que nunca.
El término medio, o la consecución de un producto televisivo difícil, aunque listo para ser penetrado, responde al nombre de "Game Of Thrones". 
De entrada, podría resultar curioso cómo una serie tan abigarrada de personajes y argumentos tiene semejante seguimiento y nadie se queja de que hasta el copero se dote de una genealogía complejísima. 
O la gente no lo dice por miedo a que la piensen boba, o le embriaga precisamente lo lioso de la cuestión. O el bobo soy yo.
Leyendo los libros, el asunto es un galimatías. 
Y, si usted no se los ha leído, ¿en serio sabe quién es Margaery? ¿Ya se ha aprendido el nombre de Beric Dondarrion? ¿Sabría diferenciar Bastión de Tormentas de Rocadragón? 
La respuesta es: ¡No importa! ¡Siga viéndola!

Richard Dormer como Beric Dondarrion en "Game Of Thrones"

Las novelas ya presentan ese revestimiento de dureza, a base de complicarse de manera caprichosa. 
Como perfecto ejemplo de best-sellers, viven bajo la noción del cuanto más, mejor. 
Como prototípica saga de estos tiempos, y a la manera de "Lost", lo difícil es comprender su dirección. Es decir, a qué viene esto, a qué viene lo otro, qué me estás contando.
Nada se resuelve, los personajes nunca llegan a sus destinos, todo está emplazado a un final que se dilata y se dilata, y cuando una cosa se termina sólo sirve para disparar otras mil.
Es una narrativa desquiciante, pero el tono, los ornamentos y los - escasos - estallidos de acción resultan tan poderosos al espectador que "Canción de Hielo y Fuego" y su adaptación televisiva representan el definitivo triunfo del Ein?.

Emilia Clarke como Daenerys en "Game Of Thrones"

Es el desafío último al espectador. Insinuarle que hay algo más de lo que ve, invitarlo a comprar los libros para buscar respuestas y diferirlo a un final que ya se anuncia como el Santo Grial de todos los finales. 
La procrastinación hecha saga, lo ininteligible como un valor en sí. 
Pero, oh, será el final definitivo quien diga la última palabra. Es lo que recordarán todos, es lo que satisfará o indignará a la mayoría.
El final es lo que expresará si estaban jugando alegremente con nosotros o si nos querían llevar a alguna parte.

3 comentarios:

  1. Yo tampoco entiendo las películas de David Lynch, me costo engancharme con Mad Men y lo único que sé de GoT es que esta muy buena.

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  3. El otro día preguntaban por Twitter si era verdad eso que vende la HBO de que GoT se puede ver sin leer los libros. No. Mentira absoluta. Tengo a mi jefe todos las semanas preguntándome quién es éste o el otro o cómo ha llegado fulanico a tal sitio o qué sitio es ése. Y yo, que he leído los libros, tengo que preguntarle a su vez a un alumno friki, porque también me pierdo. Me sacas de Meñique y no me entero.

    En cuanto a "The wire", cuesta al principio, pero luego engancha mucho :)

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