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lunes, 10 de junio de 2013

Generación Borderline


El espectador a la búsqueda de fuerte emoción es un fenómeno más viejo que la tos, y se rastrea desde la salvaje excitación del circo romano hasta las lágrimas por la saga de Escarlata O'Hara. 
Cuanto más, mejor. Y que haya secuela, demanda la insaciable concurrencia.
El espectador como sádico ha sido gran tema de preocupación por sociología, psicología y hasta moral, entendiendo como perverso a aquel que dice "olé" cuando están matando a un animal o a ese otro que dice "pelea, pelea" cuando dos tipos se enzarzan a puñetazos. 
Pero, más que sádico, el espectador esencial prefiere identificarse con lo que está ocurriendo, vivirlo como si le sucediera a él y, por tanto, revelarse como un verdadero masoquista. 
El cine fue el gran calibrador de que el espectador, antes que pedir más para los otros, lo pide para sí mismo. 
Ya no es el romano en la grada, ahora quiere saber del mártir de la arena. Quiere ser él.

Andy Whitfield en "Spartacus"

El espectador borderline, aquel que busca su propio sufrimiento, es plena actualidad, porque florece más que nunca en una generación también borderline
Después de tantas emociones desatadas, después de satisfacer tantos morbos, parece que no queda nada más por ver. Sólo aspirar a que las vueltas de tuerca funcionen y descubran nuevos caminos de sorpresa.
El borderline contemporáneo quiere que lo atrapen desprovisto, le hagan todo el daño posible y que el dolor vaya in crescendo
Que los buenos no pierdan, sino que vayan perdiendo, poco a poco.
El más reciente ejemplo del aplaudido trauma de las audiencias es la Boda Roja de "Game Of Thrones", hábil argucia narrativa donde la esperanza se destruye ante los atónitos ojos del espectador. 
Por fin, al pie del circo romano, delante del león - nunca mejor dicho -, con todas las de perder. 
El público se ha identificado con unos personajes y éstos son repetidamente humillados, ridiculizados y asesinados, al ritmo que sus posibilidades de venganza se diluyen.

Oona Chaplin, Richard Madden y Michelle Fairley en "Game Of Thrones"

Cuando leí el episodio de marras en la novela original, sentí una considerable conmoción. 
George RR Martin, como muchos fenómenos literarios actuales, es un supremo perpetrador. Sus libros son demasiado trashy para permitirse esa farragosa complicación, pero la Boda Roja representa un indudable as en la manga.
Personalmente, la adaptación televisiva me ha resultado un tanto decepcionante, con esas puñalás más falsas que "Scream", los actores desorbitando ojos a lo Lillian Gish y todas las limitaciones de una puesta en escena que canta más cartón que Castamere. Porque, pese a lo que rezara la HBO en su famoso eslogán, it's just television.
Sin embargo, tanto los que no conocían el giro como los devotos de la saga, han salido perturbados y satisfechos, tal y como se preveía. 
He aquí la cuestión. Si no parece lo suficientemente dura, la serie desinteresa. Los que casi no levantan cabeza, se han obsesionado aún más con la saga.
El espectador borderline, ese perro. Hay que quitarle el pan con especial crueldad para que se pirre por conseguirlo.

Richard Madden y Michelle Fairley como Robb y Catelyn Stark

Las emociones oscuras son los favoritos ingredientes del consumo borderline, porque el espectador las siente, las ve en las injusticias diarias y aún no es capaz de descifrarlas ni de formarse una opinión precisa sobre ellas.
El mood contemporáneo, que gusta de lo atormentado y lo cínico, es el previo al éxito de ficciones que, más allá de explotar la tristeza o la violencia, ahora juegan al mal rollo, el desconcierto y la depresión.
El escapismo de las pantallas ya no libera, sólo desesperanza. Ganan las series donde nadie parece pasárselo bien jamás y todos los personajes se llevan fatal.
Es la ficción de la soledad, porque el espectador borderline no sólo busca herirse, sino que prefiere hacerlo individualmente, a su manera.

"The Girl With The Dragon Tattoo"

El espectador bordeline se intuyó en "Psicosis", la original "boda roja", donde se instigaba la desorientación del público como valor comercial. La aparente protagonista era asesinada a la media hora, saltándose las reglas de previsión.
Otra "boda roja" esencial se servía crítica con el sadomasoquismo de las audiencias. 
Michael Haneke torturaba con "Funny Games" y denunciaba ese media que frivoliza con el sufrimiento a golpe de mando a distancia.
Como ironía, sus dolorosísimas películas se han consagrado pronto como selecto menú del espectador borderline
Haneke es al cine lo que el vecino protestón al patio; al final, hace peor ruido que el ruido que le molesta.

"Funny Games"

Y, detrás de cualquier retrato fílmico del dolor y la desesperanza, existe forzosamente una postura de clase media acomodada, que discursea sobre las tragedias humanas cuando no ha sentido ninguna en sus carnes. Acercarse a ellas se siente como un complejo de culpa que debe aliviarse, como un modo de trascendentalizar la existencia neoburguesa.
Ante todo, el consumo ávido de emociones nunca sentidas. 
No hay sinceridad inherente en ser más deprimente o realista; lo que prima es la búsqueda de nuevas sensaciones como espectadores, la sustitución de viejos y gastados resortes dramáticos por unos nuevos. 
En los orígenes, el tren avanzaba y el público salía despavorido. Ahora han de cortarle el cuello al bondadoso para propiciar el espanto. 
El espanto, precisamente eso que mueve y gestiona los medios de comunicación, cada vez más difícil de conseguir. Visto lo visto, aún quedan vetas por extraer.
El dolor nihilista es ahora mainstream. Está en las series y también en las novelas femeninas de éxito, las mismas donde las lectoras se identifican con heroínas atadas, forzadas y penetradas analmente, las mismas donde se encuentra barato romanticismo en la barata autoinmolación.

Memez

Detrás del público bordeline, está la generación borderline. Espectador, consumista, persona, estamos dados de vuelta.
Decía "La Naranja Mecánica" y "Funny Games" que el futuro consistiría en joder a los demás, ya sea por diversión o porque los domingos son aburridos. 

"La Naranja Mecánica"

Pero no ha sido así. Al menos, no por el momento.
El hombre del futuro no jode a los demás, sólo busca joderse a sí mismo. Es donde observa su más definitiva experiencia y donde se entiende como espectador, como ser viviente, como trágico habitante de un mundo al que no sobrevivirá.
Las ganas de drama, de queja, de lástima.

Aaron Paul y Bryan Cranston en "Breaking Bad"

Al respecto, leía con atención sobre un fenómeno que se vive en los ambientes gay de Londres, rastreado por la súbita escalada de enfermedades de transmisión sexual.
La metanfetamina, una droga hiperdestructiva y adictiva - que conocerá usted bien como leit-motiv de "Breaking Bad" - es la sensación de las noches. Y también lo es de los días. 
En un universo como el sexo entre hombres, donde no hay mayores barreras que las que existen en tu cabeza y todas las fantasías son realizables, el aburrimiento devenido se ha suplido con la aparición de kamikazes a la búsqueda de experiencia borderline.
La metanfetamina les permite la celebración de orgías que pueden durar una semana, donde los participantes no duermen, no paran de follar y teclean en su smartphone para reclutar nuevos cuerpos a través de Grindr, mientras la música electrónica continúa inmisericorde. No toman precauciones y la droga los desinhibe de todo, aunque les impide correrse.
En los hospitales, pueden entrar caballeros con el pene sin piel, ataques de pánico y/o floridos contagios.
Se preguntará el bienpensante las causas de entregarse a tener sexo sin protección a estas alturas, de buscar la destrucción, de ser tan inconsciente. 
Y ellos te dirán, ahí está la gracia, bitch! Es ir a la Boda Roja llamándote Stark.
A estos kamikazes borderline de orgía y metanfetamina, lo que más le excita es que les digas: "¡Ahí te lanzo mi corrida seropositiva!".
Tal cual.


El amor por el peligro no es nuevo, pero es increíble cómo aún encuentra esos caminos tortuosos, esas bodas rojas para esta generación que vive más allá de la liberación sexual, el porno e Internet. 
Qué me vas a contar ahora, si ya lo sé todo. Las ganas de joder son las ganas de joderse. Y cuanto más, mejor.
El encanto y el aplomo murieron entre las modas y ahora se subsumen en la mirada de ese mártir que deja de creer en Dios cuando le ve las fauces a la fiera que lo llevará a la oscuridad. 
Es en ese momento cuando sonreirá de placer.

lunes, 27 de mayo de 2013

Paraguas Amarillo, Humo Negro


"No puede estar muerta. 
¡Misery Chastain NO PUEDE 
estar muerta!"
Kathy Bates en "Misery"


El devorador de sagas es insaciable, bien lo sabía Stephen King cuando ideó esa historia inmortal llamada "Misery", donde una loca secuestra a su escritor favorito. 
La pesadilla del autor es la fantasía de la fan, que lo tendrá bajo su merced y le contará de la intensa frustración que vive cualquier consumidor de relatos seriados, epopeyas literarias o productos televisivos: el enorme grado de decepción que otorgan.

Kathy Bates en "Misery"

¿Por qué decepcionan tanto?
Entre ellos, su propia naturaleza de productos, sometidos a los avatares de una producción a lo largo del tiempo, manufacturados con más apariencia que profundidad, poseídos de acumulación de excesos antes que digestión adecuada de elementos dramáticos. 
Las sagas y las series vienen a epatar, a enganchar, a sorprender hoy y a olvidar lo pendiente mañana. El espectador se queda siempre con esa irrealización - la falta de closure - e, inconscientemente, con la sensación de haber oído una historia que no tenía mayor intención que contarse a sí misma.
Confesaba también Annie Wilkes, la loca de "Misery", su indignación ante los seriales que veía de niña. 
El héroe quedaba atrapado en un coche, que caía por un precipicio - cliffhanger - y ahí terminaba el episodio, para emplazar a la semana que viene. 
En el siguiente capítulo, el héroe escapaba del coche a tiempo, ante el aplauso del público, pero la exigente Annie se indignaba. ¡Es imposible que hubiese podido salir de un coche así!
Es una trampa, es un truco barato de una ficción esencialmente fraudulenta.

Masi Oka en "Héroes"

La tradición folletinesca bebe de esos trucos, a veces indignantes, que han podido sentenciar a muchas series. 
Si son intensamente devorables en un principio, pronto propician una desconfianza integral en los espectadores, entre la desorientación y el olor a bodrio. 
En los ochenta, se vivió todo un laboratorio de qué se puede hacer y qué no, al respecto. 
Elaborados cliffhangers como la Masacre de Moldavia en "Dinastía" o la vuelta a la vida de Bobby en "Dallas" suscitaron la mayor atención sobre esas series y, durante el descanso estival, hasta escritores de renombre - entre ellos, el mismo Stephen King - dieron sus teorías sobre quiénes sobrevivirían a una matanza terrorista o cómo era posible que un personaje muerto reapareciese en la ducha.
A la vuelta de las vacaciones, la resolución jugaba a aquello que indignaba a Annie Wilkes. 
La sensación de fraude en la audiencia fue brutal y ambas series perdieron considerable seguimiento.

Rose Byrne y la mancha de sangre del final de "Damages"

El problema de la espectacularidad reside en la búsqueda de una resolución a la altura y, cualquiera que haya intentado escribir una historia con suspense, sabe que es muy difícil. 
Ese "ya te lo contaré mañana" es la clave de la anticipación, el poso de la expectación. Cuanto más se tarde en ventilarlo, cuanto más se dilate la sorpresa, más decepcionante será, especialmente si no estaba planteada de antemano por el escritor.
Sucede en la televisión actual, refrendada por la moda impuesta por "Lost" y "Mujeres Desesperadas", ambas series secretistas, cuyo estreno en 2004 las hizo curioseables. Qué pasa en esa isla, qué le sucedió a esa ama de casa suicida. 
Son las preguntas enigma, tan queridas por las series, que sirven para lanzarlas y popularizarlas, desde quién disparó a JR hasta quién mató a Laura Palmer. 

Brenda Strong en "Mujeres Desesperadas"

Ante las preguntas enigma, pueden suceder dos cosas. 
En primer lugar, que la serie se deshinche tras resolver la incógnita. 
Tanto "Twin Peaks" como las primeras temporadas de "Mujeres Desesperadas" y "Damages" se resolvieron de manera competente, porque estaban bien pensadas, desgranaron sus secretos con sabiduría y el quid del enigma estaba astutamente colocado en las primerísimas secuencias. Sin embargo, una vez se supieron asesinos y motivos, la excitación por ellas decayó, sin remisión.
En segundo lugar, aspirar a resolverlo al final de la serie, corriendo el peligro de que el tiempo incremente la expectación y, con ello, la decepción. 
O se puede ir más allá y entrar en el terreno de "Lost", la saga imposible. 
Hablamos de una serie de proporciones biblicas, con la curiosa intención de plantearse como un misterio continuo, acrecentado, raíz de su éxito, pero sin resolución. 
El interés cayó y creció a la vez que se predecía esa magna estafa, donde la dificultad se confundía con profundidad y lo críptico con lo fascinante. 
La apañada y lacrimógena calle del medio con la que concluyó suscitó división de opiniones entre el público, ese que debió sentir desde el principio que todo era un juego delicuescente, con pretensiones y filosofía Reader's Digest.
Independientemente de lo que se piense de "Lost", no debió satisfacer a nadie en realidad, porque las ficciones que se han hecho siguiendo la estela han fracasado de manera estrepitosa. 
Saber que no vas a saber, mal asunto.

Terry O'Quinn en "Lost"

En cualquier caso, cuando algo se destapaba en "Lost" quedaba claro que era más estimulante cuando vivía bajo la incógnita. 
Es la ironía inherente. Las series tienen, en el fondo, tan pocas cosas novedosas que contar que, a veces, es mejor que se callen.
Por ejemplo, Kalinda, el personaje misterioso de "The Good Wife", es más seductor sumergido en el silencio que cuando sus secretos salen a flote. 
Todos son decepcionantes, entre la dilatación excesiva de las revelaciones y el "no es para tanto" postrero. 
El marido en la sombra, lejano, vigilante, peligroso era mejor que el marido que, finalmente, apareció.

Archie Panjabi en "The Good Wife"

El "no es para tanto" viene asociado directamente con el "tantos años para esto". Una serie muy popular y querida por todos nosotros ha desvelado, ocho años después, el gimmick con el que se operó como producto televisivo. 
Es decir, "Cómo Conocí a Vuestra Madre".
En la season finale que precede a su temporada de despedida, aparece la cara de la propietaria del paraguas amarillo, la futura señora de Ted Mosby. 
De nuevo, la dilatación excesiva. 
Los fans de la serie han pasado años buscando pistas en la misma serie, proponiendo nombres de actrices famosas e investigando si se trataba de un juego entre la realidad y la apariencia, al estilo de "Mujeres Desesperadas" o "Damages".
El resultado: los productores han contratado a una actriz. Sencillamente. Además, la han presentado de una manera paupérrima y antisintáctica, saltándose el punto de vista.
Tantos años para ver una cara que bien podía ser cualquier otra. No había ningún as en la manga en el planteamiento del truco de la serie.

"Cómo Conocí a Vuestra Madre"

El meh general ante la mother no ha sido nada en comparación con la que suscitó la revelación de la cara en la página de seguidores de la serie en Facebook, sin haber pasado las veinticuatro horas de rigor tras emitido el capítulo. 
Es el llamado "spoilerismo".
Spoil, que significa molestar, mimar en exceso o arruinar, viene a usarse como ese temor ante la revelación de las sorpresas de una saga. Es decir, ¡¡no me lo cuentes!!
Ese temor contemporáneo últimamente te puede costar una bronca. Pero, como bien predicaba Hitchcock, el sufrimiento es el doble si la sorpresa está anunciada. Si esa bomba no sólo explota, sino que el espectador la ve colocar y la observa debajo del asiento, mientras los minutos pasan, los héroes no se enteran y el público suda la gota gorda. 
Aún así, las sorpresas de las series no se presentan de esa manera sofisticada, o no suelen hacerlo. Son simplemente bombas que explotan.
Al respecto, atrévete a contar lo que pasará en el próximo episodio de "Game Of Thrones".
He aquí otra saga de proporciones imposibles de digerir, estructurada a base de estallidos impredecibles y con un final emplazado ¡hasta la próxima década!. 
Ahora usted podrá tener fe y pensar que el señor George RR Martin tiene todos los ases en la manga desde que empezó a escribir las primeras líneas para que el final sea el final que los pacientes seguidores merecen. 
Jum, no lo tengo claro. Mejor secuéstralo. 

Kit Harington en "Game Of Thrones"

Aún así, las sorpresas, aunque baratas y precursoras de inmediata decepción, son la esencia del seguimiento de una serie. 
El público las espera y son especialmente saludadas en sagas inertes o de dudoso rumbo, donde las revelaciones, los accidentes y las muertes son esos sucesos que disparan el relato.
Es cuando las series resumen su excitación, se ponen en pie y enganchan más que nunca. Las sorpresas seriéfilas y la revelación de sus secretos son el componente adictivo dentro de esa potente droga que conforman las ficciones catódicas.
Como toda excitación artificial, estimulada tan fácilmente, llegará la resaca. Pero, parafraseando a Renton en "Trainspotting", después de todo, es un buen viaje.

jueves, 9 de mayo de 2013

Richard Madden


El trágico destino de los Stark de Invernalia se dice más trágico si se cuenta con rostros tan hermosos como Richard Madden, el pelirrojo escocés que interpreta a Robb, primogénito, rey del Norte y maromo de "Game of Thrones" por derecho propio.

 

Con esos ojos de niño eterno y esos gruesos labios que sueltan frases de honorabilidad en la serie que lo ha hecho popular, no es extraño que Robb según Madden haya despertado a un seguimiento que nunca tuvo el personaje de las novelas. 
Si se le añade esa historia de príncipe despertado a la valentía y se le coloca al lado de Oona Chaplin - bella pareja donde las haya -, el seguimiento se troca en furor.
Los fans dicen crecer y crecerse ante cada aparición del caballero, sus morritos y su vestuario de corte bajomedieval.


Hay quien dice que Richard Madden va a ser más grande que "Game Of Thrones" y también quien lo compara oportunamente con Henry Cavill, de quien podría ser primo secreto sin sorprender a nadie.
Entre las llamadas a la gloria, ayer se confirmaba una decisiva: Richard Madden será el Príncipe Azul, cómo no, para la "Cenicienta" que producirá Disney y dirigirá Kenneth Branagh. 

 

Hasta ese día, ha llovido mucho para Richard Madden que, de entre el reparto joven de "Game Of Thrones", era quien ostentaba más abultado currículo en la Catodia británica, ya familiarizada con esa mirada, esas marcadas facciones y ese cabezón de forma benditamente rara.

 

Madden empezó de niño, subido a los teatros por sus padres, como forma y manera de que el pequeño Richard perdiese la timidez. 
Qué mono.


Su elección como Robb fue golpe de suerte y llamada al maromismo, porque Madden se decía mayor, se dejaba esa barba exquisitamente rojiza para mayor impacto y desenvainaba la espada ante la imparable destrucción de la paz de la familia Stark.


Mucho ha llovido, y más arreciará con esas lluvias de Castamere, que caerán sobre el penúltimo episodio de esta tercera temporada.
No sólo será el momento cumbre para la serie, ya encaminada a ser el mayor éxito de la HBO, sino que dicho capítulo supondrá el instante clave para Richard como actor.

 

La cuestión sería preguntarle a Richard Madden en estos días favorables si efectivamente perdió aquella timidez infantil o la oculta. Es decir, si su mejor interpretación es la vida misma.
Sospecho que no hay tiempo para pensárselo. Sólo muchos proyectos por firmar y un camino, Real y real, por el que andar y deslumbrar.
¡Arriba el pelirrojismo un jueves más!

 

Qué mono, qué mono.

lunes, 29 de abril de 2013

Ein?

 
"Lo único que tiene sentido es mi cerebro. 
Aprender, tener ideas... así podré pensar, 
conseguir un préstamo estudiantil, 
moler mi propio café y entender la HBO".

Donald Glover en "Community"


"Yo no entiendo nada", musito para mis adentros, mientras veo alguna serie de moda.
Siempre para mis adentros, porque tiendo a pensar que lo visto no es complicado, sólo que yo soy bobo. Sí, debo ser bobo, porque no entiendo nada.
No me enteré de quién era la niña que buscaba Betty en la season premiere de "Mad Men" y, aunque me he leído los libros, tengo que hacer esfuerzos para saber de dónde viene Margaery Tyrell. 
No es la primera vez y suele pasar con frecuencia: secuencias enteras en la completa inopia.
Por fortuna, y como la experiencia de espectador ahora es compartida, me he enterado de que no soy bobo del todo. 
Son series caprichosamente complicadas, que representan el curioso éxito de lo difícil de entender.

"Mad Men"

De manera tradicional, todo relato tiende a exponerse ante un público que lo demanda inteligible. Si no lo entiende, protestará, se dormirá o se irá con la sensación de que le han tomado el pelo. 
En líneas generales, las obras artísticas más exitosas y memorables han sido las asequibles para todas los mentes y todos los públicos. Un lenguaje sencillo, universal, derecho al corazón, sin mayor ingerencia. El cine lo heredó y fue el cimiento de su triunfo.
Pero, precisamente al ritmo de las corrientes artísticas, el cine también vivió su proceso de abstracción. De ser básico, explicativo, a veces redundante, encontraría la modernidad en el enigma, en lo críptico, en la intención poética. 
Y, desde los márgenes experimentales hasta la eclosión de las nuevas olas europeas, nacieron las películas incomprensibles. 
Nadie las entiende, todo el mundo tiene su propia teoría sobre ellas y ni se te ocurra dudar de su significancia cultural.

"La Aventura"

En cierta ocasión, le preguntaron a Robert Bresson sobre si ya no hacía películas para el público. Él dijo: "¿De qué público me habla?" Y los críticos y pedantos de la sala casi lo ensordecen a aplausos.
Lo incomprensible quedó asociado a lo elevado intelectualmente. No es que sea complicado, es que usted es un inculto, se venía a decir. 
No entiende las metáforas, esas que alegremente se pueden colocar sobre esta película tan aburrida y funcionan todas, como si se estuviera comentando una poesía en una clase de Literatura del instituto.
La renuncia al argumento, que sea confuso, que no termine, que contravenga las reglas canónicas, venía a ser una especie de revolución, de respuesta al conservadurismo fílmico. 
El mundo no tiene solución; las películas tampoco deberían tenerlo. Las intenciones por encima del texto, el estilo sobre la sustancia, la mirada sobre lo mirado. Gran parte del cine más aclamado es así. 

"El Árbol de La Vida"

Se cuenta que el espectador de 1934 estaba menos formado audiovisualmente que el de 2013. Y es verdad: en una película de aquella época, había que explicarlo todo, incluir prólogos, establecer la clara ruta de los protagonistas y aligerar la acción. 
Hoy sabemos más con menos, y lo apropiado es buscar el realismo en todas las vertientes.
Así, la última parada de ese aprendizaje audiovisual es contemplar una secuencia como si oyésemos de repente una conversación en el metro. 
No se entiende muy bien de dónde viene, pero interesa, quizá por el tono, tal vez por tener la esperanza, más o menos vana, de desentrañar el drama de lo que está ocurriendo.

"Tinker, Tailor, Soldier, Spy"

¿Es el espectador de hoy un completo aventurero? Se deja seducir antes por las formas, por el brillo del cristal, por la promesa del oro. Renuncia a la sustancia, a la seguridad conocida, y se embarca a la aventura. 
Es el espectador frente a la ficción antisintictáctica que no asegura nada, pero restalla tanto que parece venderlo todo.
Significativo siempre ha sido que, a pesar de la reputación de las películas estilísticas, poéticas o indescifrables, éstas suelen tener menos presencia de la que se supondría en las listas de favoritas del público, sea cual sea el nivel cultural de ese público. 
Quizá, porque son escasamente satisfactorias a nivel emocional. Tras tanta aventura, el espectador es un animalito del Señor y se quedará con el calor conocido.
En cualquier caso, el Ein?, o la bella aventura de lo experimental, de los viajes a ninguna parte, del estilismo como acto de fe, se mantiene como devoción, moda y transgresión en cine y televisión.

"Carretera Perdida"

Ahí está David Lynch, cuyo progreso como cineasta ha sido similar al vivido por Terrence Malick.
Se imponen el rechazo a unos esquemas, ya dominados, entendidos como superados, y el abrazo a una composición formal que se encarama sobre la satisfacción argumental o la sensación de cierre.
La fascinación general por "Carretera Perdida" o "Mulholland Drive" pueden hablar del espectador aventurero, que no necesita sino una atmósfera poderosa y un tono distinto. 
La curiosa victoria del enigma. 
¿Qué quiere decir Lynch? ¿Es su intención en "Mulholland Drive" contar una mujer desdoblada como si fueran dos distintas que se encuentran y se asesinan? ¿O sólo el lado oscuro de Hollywood? ¿Habré de buscar en Internet qué significa la caja? 
La película en sí es una incógnita y también lo que puedo pensar de ella. Entiendo a los que la aman, comprendo a los que la consideran una tomadura de pelo.

Naomi Watts y Laura Elena Harring en "Mulholland Drive"

El atractivo de lo inalcanzable, la sospecha de que hay algo detrás. ¿Es el espectador aventurero como un hombre a la búsqueda de penetrar lo impenetrable? ¿Existe un punto de conquista en las ficciones complicadas?
La HBO es experta. 
Muchas de sus series más celebradas - "The Wire", "Los Soprano", "Deadwood" - son durísimas de roer. Tramas, diálogos, personajes, todo enrevesado, ambivalente, críptico, implícito, ultrasutil.
Si la HBO - y la mayoría de la ficción contemporánea más ambiciosa - identifica violencia y melancolía con realidad y visión crítica, también suele confundir complicación con calidad. 
Esta serie es un rollo, ergo, debe ser buena.

"The Wire"

Quizá la piedra de toque fuera esa indescifrable "Luck", ambientada en el mundo de las carreras de caballos.
David Milch renunció a invitar al espectador por completo; simplemente radiografió el universo y sus lenguajes, imposibles para alguien forastero a las apuestas de hipódromo. 
Para colmo, los personajes hablaban con tan marcados acentos que muchos espectadores estadounidenses activaban los subtítulos para poder comprenderlos.

"Luck"

El tema de "Luck" no era demasiado estimulante de entrada, mientras la nula decodificación no atrajo, sino espantó. 
Porque la cuestión es pasarse de listo, pero no tanto. Aquello de sí a "Mulholland Drive", pero no a "Inland Empire".
Y, cuando se trata de una serie, que, por naturaleza, demanda seguimiento, devoción y crecimiento exponencial, hay que hilar fino, más que nunca.
El término medio, o la consecución de un producto televisivo difícil, aunque listo para ser penetrado, responde al nombre de "Game Of Thrones". 
De entrada, podría resultar curioso cómo una serie tan abigarrada de personajes y argumentos tiene semejante seguimiento y nadie se queja de que hasta el copero se dote de una genealogía complejísima. 
O la gente no lo dice por miedo a que la piensen boba, o le embriaga precisamente lo lioso de la cuestión. O el bobo soy yo.
Leyendo los libros, el asunto es un galimatías. 
Y, si usted no se los ha leído, ¿en serio sabe quién es Margaery? ¿Ya se ha aprendido el nombre de Beric Dondarrion? ¿Sabría diferenciar Bastión de Tormentas de Rocadragón? 
La respuesta es: ¡No importa! ¡Siga viéndola!

Richard Dormer como Beric Dondarrion en "Game Of Thrones"

Las novelas ya presentan ese revestimiento de dureza, a base de complicarse de manera caprichosa. 
Como perfecto ejemplo de best-sellers, viven bajo la noción del cuanto más, mejor. 
Como prototípica saga de estos tiempos, y a la manera de "Lost", lo difícil es comprender su dirección. Es decir, a qué viene esto, a qué viene lo otro, qué me estás contando.
Nada se resuelve, los personajes nunca llegan a sus destinos, todo está emplazado a un final que se dilata y se dilata, y cuando una cosa se termina sólo sirve para disparar otras mil.
Es una narrativa desquiciante, pero el tono, los ornamentos y los - escasos - estallidos de acción resultan tan poderosos al espectador que "Canción de Hielo y Fuego" y su adaptación televisiva representan el definitivo triunfo del Ein?.

Emilia Clarke como Daenerys en "Game Of Thrones"

Es el desafío último al espectador. Insinuarle que hay algo más de lo que ve, invitarlo a comprar los libros para buscar respuestas y diferirlo a un final que ya se anuncia como el Santo Grial de todos los finales. 
La procrastinación hecha saga, lo ininteligible como un valor en sí. 
Pero, oh, será el final definitivo quien diga la última palabra. Es lo que recordarán todos, es lo que satisfará o indignará a la mayoría.
El final es lo que expresará si estaban jugando alegremente con nosotros o si nos querían llevar a alguna parte.

jueves, 21 de marzo de 2013

Nikolaj Coster-Waldau


Pasarse al bando Lannister nunca estuvo más justificado.
A golpe de serie para la HBO, Nikolaj Coster-Waldau apareció convertido en Jaime Lannister, y los seguidores de "Game Of Thrones" lo tuvimos meridianamente claro: iba a ser difícil odiar a tan apuesto villano.
Bien hemos repetido que Catodia se deja seducir por la maldad y sabe cuán masoquistas son sus audiencias. 
Poner a semejante rubiazo como el Matarreyes es la prueba, y muchas y muchos pudieron decir aquello, como balbuceando, cual suspirando: ¡Ay, quién fuera Cersei!


Actor danés de carrera discreta, pero consolidada, Coster-Waldau se ha hecho conocido y deseado gracias a la adaptación televisiva de la gigantesca fantasía medieval de George R.R. Martin. 
Papel jugoso de caballero malvado y buen recorrido dramático, que Nikolaj agradeció tras muchas intervenciones y alguna que otra cancelación. 
Catodia ya había apostado por él y la Fox llegó a colocarlo como protagonista de "New Amsterdam", pero el asunto no tuvo resonancia ni superó la primera temporada.


De cierta relevancia en su país natal y con varios coqueteos con Hollywood, a Coster-Waldau le esperaba saga libraria de postín y, si bien es verdad que "Game Of Thrones" es el mayor guirigay de personajes que ha conocido espectador, Jaime destaca y aún destacará más.


Para los que hemos leído los libros de Martin, sabemos dos cosas: que se sufre muchísimo con la tercera entrega y que Jaime Lannister es uno de los personajes revelación. 
Debajo del odioso caballero que lanzaba a Bran por la ventana en nombre del amor incestuoso, se nos cuenta ahora un Jaime más complejo e interesante, con quien no siempre estaremos de acuerdo, pero al que se puede descifrar en todo momento.
Y, además, mucha barba y desaliño, que hace más Nikolaj a Nikolaj.


Con ese pelo rubio ceniza y esa nariz característica, casi un desafío barroco a la restante perfección de su físico, Coster-Waldau me recuerda el poder maromial nórdico que estuvo tan de moda en los ochenta. De hecho, probablemente, hace tres décadas, Nikolaj hubiese sido toda una estrella internacional.


A lo que íbamos. Si ya era guapo, luego apareció prisionero de los Stark, greñudo, sucio y hecho polvo, y relucía aún más que con armadura. 
De nuevo, se cumplió una máxima maromial: déjate una barba, nene, y multíplicate por diez.


Nikolaj con barba es muerte segura. Así se luce últimamente, sea aumentando los calores del Comic-Con o acompañando a Jessica Chastain en la taquillera cinta de terror "Mamá". Ésta, testigo elocuente de que lo veremos en más de un blockbuster en los próximos años.


De momento, "Game of Thrones" arranca tercera temporada en cuestión de dos domingos y tengo al patio friki en plena revolución, todos decididos a ver qué ocurre con las dinastias litigantes por el Trono de Hierro.


La mayoría ya saben lo que va a suceder, pero, como bien predicaba Hitchcock, saberlo sólo dobla el sufrimiento. 
Así, que preevemos mucha agonía - ¡ay, esa Boda Roja! -, pero condimentada con la periódica recreación en los maromos de la serie, buena lista donde Nikolaj Coster-Waldau y esa barba del bien ocupan lugar de honor.


Gracias, Copenhague.