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lunes, 10 de junio de 2013

Generación Borderline


El espectador a la búsqueda de fuerte emoción es un fenómeno más viejo que la tos, y se rastrea desde la salvaje excitación del circo romano hasta las lágrimas por la saga de Escarlata O'Hara. 
Cuanto más, mejor. Y que haya secuela, demanda la insaciable concurrencia.
El espectador como sádico ha sido gran tema de preocupación por sociología, psicología y hasta moral, entendiendo como perverso a aquel que dice "olé" cuando están matando a un animal o a ese otro que dice "pelea, pelea" cuando dos tipos se enzarzan a puñetazos. 
Pero, más que sádico, el espectador esencial prefiere identificarse con lo que está ocurriendo, vivirlo como si le sucediera a él y, por tanto, revelarse como un verdadero masoquista. 
El cine fue el gran calibrador de que el espectador, antes que pedir más para los otros, lo pide para sí mismo. 
Ya no es el romano en la grada, ahora quiere saber del mártir de la arena. Quiere ser él.

Andy Whitfield en "Spartacus"

El espectador borderline, aquel que busca su propio sufrimiento, es plena actualidad, porque florece más que nunca en una generación también borderline
Después de tantas emociones desatadas, después de satisfacer tantos morbos, parece que no queda nada más por ver. Sólo aspirar a que las vueltas de tuerca funcionen y descubran nuevos caminos de sorpresa.
El borderline contemporáneo quiere que lo atrapen desprovisto, le hagan todo el daño posible y que el dolor vaya in crescendo
Que los buenos no pierdan, sino que vayan perdiendo, poco a poco.
El más reciente ejemplo del aplaudido trauma de las audiencias es la Boda Roja de "Game Of Thrones", hábil argucia narrativa donde la esperanza se destruye ante los atónitos ojos del espectador. 
Por fin, al pie del circo romano, delante del león - nunca mejor dicho -, con todas las de perder. 
El público se ha identificado con unos personajes y éstos son repetidamente humillados, ridiculizados y asesinados, al ritmo que sus posibilidades de venganza se diluyen.

Oona Chaplin, Richard Madden y Michelle Fairley en "Game Of Thrones"

Cuando leí el episodio de marras en la novela original, sentí una considerable conmoción. 
George RR Martin, como muchos fenómenos literarios actuales, es un supremo perpetrador. Sus libros son demasiado trashy para permitirse esa farragosa complicación, pero la Boda Roja representa un indudable as en la manga.
Personalmente, la adaptación televisiva me ha resultado un tanto decepcionante, con esas puñalás más falsas que "Scream", los actores desorbitando ojos a lo Lillian Gish y todas las limitaciones de una puesta en escena que canta más cartón que Castamere. Porque, pese a lo que rezara la HBO en su famoso eslogán, it's just television.
Sin embargo, tanto los que no conocían el giro como los devotos de la saga, han salido perturbados y satisfechos, tal y como se preveía. 
He aquí la cuestión. Si no parece lo suficientemente dura, la serie desinteresa. Los que casi no levantan cabeza, se han obsesionado aún más con la saga.
El espectador borderline, ese perro. Hay que quitarle el pan con especial crueldad para que se pirre por conseguirlo.

Richard Madden y Michelle Fairley como Robb y Catelyn Stark

Las emociones oscuras son los favoritos ingredientes del consumo borderline, porque el espectador las siente, las ve en las injusticias diarias y aún no es capaz de descifrarlas ni de formarse una opinión precisa sobre ellas.
El mood contemporáneo, que gusta de lo atormentado y lo cínico, es el previo al éxito de ficciones que, más allá de explotar la tristeza o la violencia, ahora juegan al mal rollo, el desconcierto y la depresión.
El escapismo de las pantallas ya no libera, sólo desesperanza. Ganan las series donde nadie parece pasárselo bien jamás y todos los personajes se llevan fatal.
Es la ficción de la soledad, porque el espectador borderline no sólo busca herirse, sino que prefiere hacerlo individualmente, a su manera.

"The Girl With The Dragon Tattoo"

El espectador bordeline se intuyó en "Psicosis", la original "boda roja", donde se instigaba la desorientación del público como valor comercial. La aparente protagonista era asesinada a la media hora, saltándose las reglas de previsión.
Otra "boda roja" esencial se servía crítica con el sadomasoquismo de las audiencias. 
Michael Haneke torturaba con "Funny Games" y denunciaba ese media que frivoliza con el sufrimiento a golpe de mando a distancia.
Como ironía, sus dolorosísimas películas se han consagrado pronto como selecto menú del espectador borderline
Haneke es al cine lo que el vecino protestón al patio; al final, hace peor ruido que el ruido que le molesta.

"Funny Games"

Y, detrás de cualquier retrato fílmico del dolor y la desesperanza, existe forzosamente una postura de clase media acomodada, que discursea sobre las tragedias humanas cuando no ha sentido ninguna en sus carnes. Acercarse a ellas se siente como un complejo de culpa que debe aliviarse, como un modo de trascendentalizar la existencia neoburguesa.
Ante todo, el consumo ávido de emociones nunca sentidas. 
No hay sinceridad inherente en ser más deprimente o realista; lo que prima es la búsqueda de nuevas sensaciones como espectadores, la sustitución de viejos y gastados resortes dramáticos por unos nuevos. 
En los orígenes, el tren avanzaba y el público salía despavorido. Ahora han de cortarle el cuello al bondadoso para propiciar el espanto. 
El espanto, precisamente eso que mueve y gestiona los medios de comunicación, cada vez más difícil de conseguir. Visto lo visto, aún quedan vetas por extraer.
El dolor nihilista es ahora mainstream. Está en las series y también en las novelas femeninas de éxito, las mismas donde las lectoras se identifican con heroínas atadas, forzadas y penetradas analmente, las mismas donde se encuentra barato romanticismo en la barata autoinmolación.

Memez

Detrás del público bordeline, está la generación borderline. Espectador, consumista, persona, estamos dados de vuelta.
Decía "La Naranja Mecánica" y "Funny Games" que el futuro consistiría en joder a los demás, ya sea por diversión o porque los domingos son aburridos. 

"La Naranja Mecánica"

Pero no ha sido así. Al menos, no por el momento.
El hombre del futuro no jode a los demás, sólo busca joderse a sí mismo. Es donde observa su más definitiva experiencia y donde se entiende como espectador, como ser viviente, como trágico habitante de un mundo al que no sobrevivirá.
Las ganas de drama, de queja, de lástima.

Aaron Paul y Bryan Cranston en "Breaking Bad"

Al respecto, leía con atención sobre un fenómeno que se vive en los ambientes gay de Londres, rastreado por la súbita escalada de enfermedades de transmisión sexual.
La metanfetamina, una droga hiperdestructiva y adictiva - que conocerá usted bien como leit-motiv de "Breaking Bad" - es la sensación de las noches. Y también lo es de los días. 
En un universo como el sexo entre hombres, donde no hay mayores barreras que las que existen en tu cabeza y todas las fantasías son realizables, el aburrimiento devenido se ha suplido con la aparición de kamikazes a la búsqueda de experiencia borderline.
La metanfetamina les permite la celebración de orgías que pueden durar una semana, donde los participantes no duermen, no paran de follar y teclean en su smartphone para reclutar nuevos cuerpos a través de Grindr, mientras la música electrónica continúa inmisericorde. No toman precauciones y la droga los desinhibe de todo, aunque les impide correrse.
En los hospitales, pueden entrar caballeros con el pene sin piel, ataques de pánico y/o floridos contagios.
Se preguntará el bienpensante las causas de entregarse a tener sexo sin protección a estas alturas, de buscar la destrucción, de ser tan inconsciente. 
Y ellos te dirán, ahí está la gracia, bitch! Es ir a la Boda Roja llamándote Stark.
A estos kamikazes borderline de orgía y metanfetamina, lo que más le excita es que les digas: "¡Ahí te lanzo mi corrida seropositiva!".
Tal cual.


El amor por el peligro no es nuevo, pero es increíble cómo aún encuentra esos caminos tortuosos, esas bodas rojas para esta generación que vive más allá de la liberación sexual, el porno e Internet. 
Qué me vas a contar ahora, si ya lo sé todo. Las ganas de joder son las ganas de joderse. Y cuanto más, mejor.
El encanto y el aplomo murieron entre las modas y ahora se subsumen en la mirada de ese mártir que deja de creer en Dios cuando le ve las fauces a la fiera que lo llevará a la oscuridad. 
Es en ese momento cuando sonreirá de placer.

martes, 4 de junio de 2013

Papá Hitch


Supremo maestro de ceremonias de las pantallas cinematográficas, Alfred Hitchcock fue también el mayor cómplice del público al que decía torturar.
Se ha escrito y dicho muchísimo sobre el papá del thriller, el cineasta influyente y el genio del suspense, pero poco sobre su audiencia. Esa audiencia que adoró a Hitchcock, la que sigue volviendo a él y la que encuentra lo que busca en esa glamourización de los miedos más esenciales. 
Como nosotros, Hitchcock tenía miedo a ser descubierto, al castigo, a ser confundido con otro, a la sexualidad, a la irrupción de una madre terrible en el vano de la puerta. 
Hitchcock se sumergió en los resortes del morbo e intuyó nuestra suciedad psicólogica, hallazgos que se contaron de incalculable potencia para una época tan falsamente beatífica como la Norteamérica de los años cincuenta.
"Todo está pervertido de un modo u otro", dijo.
El partícipe del ojo de Alfred es el espectador, el mayor culpable, el último seducido en el juego del cineasta.
Porque las películas de Alfred Hitchcock se disfrutan y padecen a los golpes del corazón de ese quien mira.


Él, con voz pausada y humor negro, se hizo la verdadera estrella de sus películas. Bajo complicadas intrigas y misteriosos asesinatos, expresó sus filias, fobias y obsesiones, su retorcida visión de un mundo retorcido.
No fue el primer cineasta que pudo ver su nombre por encima del título, pero sí el primer director cuya cara y figura se harían reconocibles por la audiencia. 
En todas sus películas, hace un cameo como firma necesaria, aunque sería su paso por la televisión lo que reafirmó esa consagración como icono cultural. Lo hitchcockiano vivió y vive más allá del propio Hitchcock.
Sus creaciones, que navegaron entre buenos éxitos y cierta incomprensión, serían alabadas finalmente como la extraña victoria de la autoría en pleno Hollywood. 
Una anomalía: un director personal e intencional que, a la vez, conseguía films populares, entretenimientos únicos, galvanizaciones asistidas, esas que encontraron la tecla de mayor contundencia en "Psicosis", la película que cambió el juego en el panorama audiovisual para siempre, a razón de saltarse las reglas, arrojar explicitud y tirar de la cadena del váter. 
La platea, encantada, sólo pidió más.


La filmografía de Alfred Hitchcock, vasta, irregular, llena de joyas y algún que otro tropiezo, todavía es revisitada por aquellos que quieran saber de qué va esto de las películas, mientras sus obras maestras no paran de escalar puestos en la lista de los celuloides más celebrables de la Historia del Cine.


Alfred Joseph Hitchcock nació en el último año del siglo XIX, cual gota de victorianismo que le perseguiría de por vida.
Fruto de una estricta familia católica, el padre de Hitchcock llegó a enviarlo a la policía, con cinco años y una nota, para que lo encerraran en una celda durante esa noche por portarse mal.
Creció entre temores y opresiones, esas que construyeron al artista detrás del gordo que no encajaba en uniformes, que no era requerido por los ejércitos, que las mujeres no encontraban especialmente apetecible.


Entre sus frustraciones laborales y existenciales, nacieron sus primeros relatos, vendidos a la prensa, mientras la imagen fotográfica le robaba la atención.
En la Inglaterra de entreguerras, se gestó el ojo de Hitchcock que, tras muchos intentos frustrados, rodajes cancelados por falta de fondos y fracasos de salida, conseguía imponerse como director de cine.
Por entonces, se casaba con Alma Reville, su ayudante de dirección, con la que permanecería hasta su muerte. A los pocos años, nacería su único retoño: Patricia.
Alma Reville, acreditada como guionista en muchas de sus películas, ha sido señalada como una figura misteriosa en la obra de Hitchcock, por cuanto no se puede calcular su participación e importancia en ella. 
Las más recientes biografías se han querido acercar al borracoso matrimonio, pero los Hitchcock fueron, en esencia, gente muy tranquila, que prefería pasar sus veladas en casa.

Su boda con Alma Reville

Éxitos resonantes como "The Lady Vanishes" o "Los 39 Escalones" auguraron a Hitchcock como el cineasta más importante de Gran Bretaña, justo cuando Hollywood empezó a llamar a su puerta.
La mudanza a Los Angeles se producía cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, lo que preocupó a Alfred durante aquellos primeros años. La denuncia sobre lo que ocurría en Europa y la necesidad de la cooperación se puede rastrear en "Enviado Especial" o "Naúfragos".
Pero su billete de entrada fue la fastuosa "Rebeca", llena de la inventiva hitchcockiana, por primera vez a la luz de una superproducción. 
Todo lo aprendido no fue nada comparable con todo lo descubierto. 
A cada fotograma, a cada juego de luces, a cada golpe de montaje, Hitchcock encontraba una nueva forma de comunicarse con la audiencia y, a la vez, de pintar sus obsesiones de una manera más retorcida y exquisita al mismo tiempo.

"Extraños en un Tren"

El interés por el psicoanálisis, la irrupción del pasado y los complejos sexuales imbuyeron por primera vez a los personajes del cine norteamericano. El cine se llenaba de la textura de las pesadillas cuando las estrellas se tornaban manojos de nervios, que temían a mamá y temblequeaban con el café en las manos, mientras dudaban si era el momento de aparearse o darle otro latigazo al caballo.
El argumento de espionaje, crimen o asesinato se hizo pronto el accesorio. 
En "Notorious", eclosión del hitchcockianismo por cuanto todo está en el estilo, la trama del uranio se permite indescifrable, al ritmo que el interés de la audiencia se centra en los besos, en la persecución por el castillo gótico y en la huida final.
El cine de Hitchcock habla de represión, pero también del deseo por liberarse, desatar los corsés y bajar las escaleras. Sus personajes siempre terminan por rendirse: sueltan los dedos, desafían los vértigos, se entregan a la pasión.
A la complejidad psicológica de lo que se ocurre y lo que se siente, la cámara hitchcockiana se movía insinuante. 
El director intuía y perpetraba, se lo pensaba escrupulosamente y se dejaba llevar, como si un personaje de sus historias se tratase.

Con Ingrid Bergman en el set de "Notorious"

A medida que los años pasaron, Hitchcock consiguió librarse de Selznick, quien amparó y fiscalizó sus primeras películas, y pudo navegar de manera más independiente, produciendo gran parte de sus películas y haciéndose voz y hombre orquesta de todas ellas.

"La Soga"

Los años lo hicieron su propio anunciante, a medida que la extravagancia de sus empresas crecía. 
La segunda mitad de la década de los cincuenta fue el momento más espectacular, por cuanto se refrendaba en sus constantes, cada vez más restallantes, coloridas, perversas, oníricas.

Doris Day y James Stewart en "El Hombre Que Sabía Demasiado"

El tríptico "Vértigo", "North By Northwest" y "Psicosis" podría ser su perfecto resumen, tanto a nivel formal como por la dispar, casi disparatada, reacción que suscitaron. 
En ellas, está Hitchcock, el enfermizo, el hombre perseguido, el sádico. De ellas, se ha dicho casi todo. Son sus películas más intensamente discutidas, todavía dignas de una buena refriega entre cinéfilos.

Con Janet Leigh en la ducha de "Psicosis"

"Vértigo" ha sido considerada su declaración de intenciones más expresiva y también aquella donde el estilo se troca en discurso claramente artístico. 
Como pieza cinemática, "Vértigo" es la hostia. 
Como entretenimiento en sentido estricto, "Vértigo" es una locura weird, cincuentesca y anticincuentesca al mismo tiempo, llena de pelucas, mujeres muñequizadas, pasión necrófila y final what the fuck.
En todo caso, esa sublimación de una genuina fantasía machista - cambiar a una mujer hasta el punto de la tortura - debe ser el verdadero quid de porqué tantos caballeros la tienen tan arriba en sus preferencias.

James Stewart y Kim Novak en "Vértigo"

El Hitchcock torturador aparecía en sus films y se transfería a las salas de cine, pero, según Tippi Hedren, no era nada comparado con el castigador de los rodajes. 
Las rubias de aspecto glacial y corazón ardiente fueron las heroínas favoritas del maestro durante toda su carrera, desde Madeleine Carroll hasta Tippi, con parada imprescindible en Grace Kelly.

Con James Stewart y Grace Kelly en "Rear Window"

La leyenda cuenta que se enamoraba de todas ellas y la frustración del maestro las hacía infelices en el transcurso de la producción. 
Tippi Hedren, que fue la última rubia, se confesó transmutada y blindada por el director, obsesionado por obtener una réplica de Grace Kelly, su favorita, largamente añorada tras dejar Hollywood por Mónaco.
Otras actrices han puesto en evidencia la visión salvaje de Tippi sobre Hitchcock. 
En cualquier caso, los conflictos y los odios a muerte no son extraños para quien sepa lo que ocurre en los rodajes, cómo son los directores, cómo se comportan los actores y cómo se consiguen las grandes películas.

Con Tippi Hedren en foto promocional de "Los Pájaros"

Grandes, grandes, decían los críticos de Cahiers du Cinema. Truffaut corrió a entrevistarlo y Alfred, que era experto en sí mismo, se lo contó todo. 
Mientras, en Norteamérica no lo tenían claro y abuchearon "Marnie" con energía. Él no se preocupaba, porque no dudaba de que, al año siguiente del estreno, las vindicarían y entenderían.

Su cameo en "Marnie"

Los setenta lo descubrieron con mala salud y los estrenos se dispersaron en el tiempo, pero nunca los proyectos. Firmaba su última película en 1976, en el momento en que podía ver con sus propios ojos el efecto que su estilo tenía en toda una generación de cineastas y consumidores.
Con la sensación del deber cumplido, todavía con esa mente en plena ebullición, el gordo en la sombra se fue a dormir en su casa de Los Ángeles, allá por 1980. 
Un fallo renal fue la causa de que el más inquietante muriese de la manera más plácida.


"Algunas películas son trozos de vida. Las mías, trozos de tarta"
A Hitchcock se le ha homenajeado, se le ha calcado, se le ha serializado como un acto de fe pop. Podría decirse que la secuencia de la ducha de "Psicosis" no es más que el videoclip mitocondrial.

Con Cary Grant en el rodaje de "North By Northwest"

Entre sus innumerables secretos, fue decisivo cómo contó el desequilibrio humano a través del más milagroso equilibrio formal, donde la imagen, el sonido y la vibración de las emociones se besaban, mientras el suspense, alargador de agonías, hacía los retratos más intensos y depredadores.
Como tal depredador, ha sido único y, hasta en sus películas más explícitas y manipuladoras, descansa su infinita elegancia a todos los niveles.
Alfred Hitchcock es lo que hablamos cuando hablamos de cine.