martes, 31 de julio de 2012

El Mito y La Rubia


Siempre queda algo que decir sobre ella. 
Cincuenta años después de su muerte, resta prensa, sobreviven suspiros, irrumpen imágenes acerca de Marilyn Monroe. Fotos desordenadas, una tras otra, para que nadie se atreva a olvidarla nunca.
Ya lo pronosticó Andy Warhol: la cara de la Monroe, multiplicada por mil.


Detrás de la entidad de bomba sexual, se contó la determinación de una chica de tristes orígenes.
Ella mismo se definió como una pobre Cenicienta; una niña que navegó entre abusos y casas de acogida, para llegar finalmente a Tinseltown. 
Lo que hizo por el camino es ese interrogante que han querido despejar muchos, mientras los mitómanos han preferido desconocer. 
Tantos años después, aún salen a la superficie imágenes inéditas, donde se la ve desnuda, con la faz del falso deseo, de cuando aun no era Marilyn, de cuando seguía siendo Norma Jean Baker.
Los inicios, los apartamentos, los deseos. Hollywood la acogía hacia finales de los años cuarenta.
De repente, lo había conseguido y ya era Marilyn Monroe.
Robó la escena en sus primeros papeles, y la rubia doblegaba la década de los cincuenta en el abrir y cerrar de cremallera del más glorioso de los vestidos.

Con Richard Allan en "Niágara", su primer gran éxito

Allí estaba esa mujer barroca, curvilínea, de labios rojos y pelo platino. 
La suprema contradicción; en una época que predicaba el orden y la represión sexual, irrumpía esa diosa del sexo, ese motivo de erotización colectiva, que miraba a cámara, juntaba los morritos y cantaba cosas como "My heart belongs to Daddy".

Loca por los diamantes en "Los Caballeros Las Prefieren Rubias"

Marilyn en las pantallas, Marilyn para el mundo. La primera portada de "Playboy" fue para ella y los soldados casi se vuelven locos cuando la vieron aparecer en Corea. 
Como en sus películas, la Monroe se hacía la tonta, para decir algo inteligente al final.


Su tremenda fama internacional no fue suficiente para ella y luchó por ser considerada una intérprete de interés, más allá de su entidad de bombón hollywoodiense.
El Actors Studio no pudo encontrar una gran actriz en ella, pero sí halló la ternura de su mirada, agazapada tras las curvas, tras las tetas, tras los labios, bajo el pelo platino. El desvalimiento de una reina, como otra contradicción.

En "The Misfits"

Sus últimos años estuvieron marcados por la depresión y la desesperación. 
La vida nunca le dio buenas cartas con las que jugar, y su tristeza se intensificaba a la medida de los amores fallidos y los fracasos personales. Y la perpetua, terrible sensación de haber sido sistemáticamente utilizada por Hollywood y por los hombres.
Sumado a sus intentos de trascender artísticamente, los rodajes de sus películas se convirtieron en un infierno, por culpa de sus retrasos, caprichos e inseguridades.
Preguntado al respecto, Billy Wilder aseguró que jamás le importó esperar por Marilyn; al fin y al cabo, ella era lo que iba a vender entradas.

Zampándose a Laurence Olivier en "El Príncipe y La Corista"

El divorcio de su tercer marido - el dramaturgo Arthur Miller - aceleró la espiral de amargura, de la que Marilyn nunca pudo escapar.
La mañana del 5 de agosto de 1962, aparecía muerta en su apartamento. Tal como ella había nacido para ser un mito, su muerte quedó rodeada de leyenda. 
Lo sucedido aquella noche ha despertado las más variopintas teorías conspiratorias: esas llamadas a Peter Lawford, esas incongruencias de la escena, esas amistades peligrosas de la Monroe.
Pero como escribió el forense, quizá sólo fue un suicidio. El último episodio de una vida y una mente que nunca encontró descanso ni felicidad ni posibilidad de perdonarse.


En uno de los múltiples escenarios de su vida, había aparecido, más plateada que nunca, para cantarle el cumpleaños feliz al presidente John F. Kennedy. 
En retrospectiva, la imagen resulta de una ironía colosal. 
Primero, porque fue su amante durante cierto tiempo y el hecho de que ambos se prestaran al numerito es de una obscenidad inexplicable.
Y, en segundo lugar, porque ninguno de los dos tendría muchos más cumpleaños que celebrar. 

"Happy Birthday, Mr. President..."

Sus respectivas muertes se vieron como el inicio de una era insegura, marcada por malas noticias, previsiones de catástrofe, pero también de ganas de futuro. 
Ella quedó en la retina, para repetirse en escaparates, en libros de Historia del Cine, en reposiciones televisivas de sus películas.


Sonriendo como la fabulosa que fue. Y haciéndose, de la noche a la mañana, la representación icónica del siglo XX. 
La imagen del cine, la fama, el consumo, la globalización. Ella, como una marca americana y genuina, de esas de las que no se puede apartar los ojos.
Y Marilyn es también la historia de una mujer vista, pero nunca mirada; pensada, pero nunca entendida; comentada, pero nunca conocida.
Otra contradicción. Tantas imágenes y relatos sobre ella y aún no sabemos quién fue, cómo era, qué quería, adónde iba, Marilyn Monroe.

lunes, 30 de julio de 2012

Niña Blanca


La caída de interés, riesgo y novedad del cine independiente norteamericano podría pensarse desde el trecho que se despeña desde "Mi Idaho Privado" hasta "The Kids Are All Right". 
El indie, antes ebullición de talentos inclasificables, ahora es la cara B de Hollywood, que se presupone modesta, pero tiene una potencia dineraria que ya quisiera la industria fílmica de cualquier otro país.
El cine indie de los últimos tiempos se resuelve pijo, endeble, domesticado y, por tanto, paseable en ceremonias de premios.
Entre las criaturas más temibles salidas de esa corriente, se encuentra Lena Dunham.


"Creative Nonfiction" y "Tiny Furniture" fueron los dos largometrajes que ponían a Lena en el mapa de ruta del indie hacia 2009.
Como costumbre, la Dunham escribe, produce, dirige, protagoniza y se mima, para no ser menos que Orson Welles. 
Aunque esas películas quedaran circunscritas a un ámbito reducido de exhibición, Judd Appatow y la HBO las vieron, tiraron el lazo y cazaron a Lena. 


El resultado se llama "Girls", serie estrenada este año, que indaga en la vida de cuatro veinteañeras, residentes en Nueva York.
Nos llegaba prometida como la alternativa realista a "Sex And The City", uno de los mayores éxitos de la misma cadena.


Pero "Girls" es, ante todo, una película indie alargada. Y de las malas. 
En ella, todo se sumerge rápidamente en la complacencia y la inanidad.
Dunham pregona, a través de su alter-ego Hannah, que aspira a ser la voz de su generación. Es ahí cuando la presunción de la autora comienza a tornarse insoportable. 
Esta muchacha se cree la monda lironda y su serie deja meridianamente claro que no sabe lo que quiere contar, ni lo que desea ofrecernos. 
Pero ella se encanta, como escritora, directora y actriz, y eso debe bastarnos.

Lena Dunham

No le importa la torpeza formal ni la falta de rumbo argumental, porque Lena es de la opinión que una gracieta presuntamente irreverente va a salvar la función o, al menos, hará que la gente hable de "Girls" y la discuta con acaloramiento.
Con todo, la serie tiene sus ocurrencias esporádicas y, a veces, demuestra algo de intuición - por ejemplo, esa relación entre Marnie y su novio, o cómo no poder enamorarse de aquel al que quieres.
Quizá, en esos toques, es donde se halla el encanto que ha suscitado "Girls" en muchos espectadores y comentaristas.
Pero conforman sólo un destello interminente entre un océano de desastre.

Alison Williams y Christopher Abbott

En general, "Girls" es fruto de una mente muy poco madura. 
Curioso. "Sex And The City" tenía una cobertura frívola, asumida sin complejos, y de repente, atacaba con unas cargas de profundidad sobre las cuitas de las hembras, que dejaban claro que la serie no era ninguna tontería.

Kyle MacLachlan y Kristin Davis en "Sex & The City"

En cambio, "Girls", que se presenta como su superación realista, termina por resultar la confección de una niña blanca y tonta.

De lo más casuales

Lo más impactante de la serie reside en el aspecto físico de su protagonista. Impactante, a nivel negativo. Lena Dunham parece expresar algo revolucionario, a través de aparentar el opuesto a Carrie Bradshaw.
Es terriblemente forzado, porque Dunham no va con esos pelos ni con esa pinta de señora de la limpieza en la vida real. 
Es como si nos quisiera convencer de que lo feo es bonito. No, señorita, lo feo es feo. Y vive usted en un mundo donde nadie desea verla desnuda en televisión.



Pero no es la fealdad de Lena Dunham en sí lo desconcertante, sino la total suspensión de la realidad en ese sentido. 
Nadie le dice que está gorda, que va descuidada o que no es guapa. Ella tampoco lo expresa nunca. 


En cambio, un chico la utiliza para follar, el jefe le mete mano y un rubito le pide salir nada más verla. Fea como un dolor y completamente irresistible para todos los hombres.
Es como si la variante belleza/fealdad no existiese. No digo que no se pueda dar una relación entre personas de distinto atractivo, pero, en "Girls", no se cuenta ese conflicto ni se pone sobre la mesa en ningún momento.
¿No se supone que está ambientada en Estados Unidos, donde la gente se pone notas númericas sobre su físico para calibrar sus posibilidades de ligar? ¿Nadie tiene ojos ni gusto ni escrúpulos en esa serie?
La ironía: cómo caer en la superficialidad narrativa al ignorar la superficialidad humana.

Jemima Kirke y James LeGros

Un gran descalabro de "Girls" se vive también en su retrato de los hombres. Está claro: Lena Dunham los odia. Al menos, disfruta riéndose de ellos. 
Aparecen tontos, feos, tarugos, pobres perros en busca de faldas. Y, de ellos, el único simpático y sensible también es motivo de mofa. Porque, si es bueno, diremos que es un "chico con vagina".
Pero, oh, la "misandria" es como la misoginia. Un boomerang. Porque se termina por pensar que ellas también deben ser bobas al perder el tiempo con semejantes tíos.

Adam Driver

Lena Dunham cree que enseñar sus michelines, parodiar a los hombres e ignorar los cánones de belleza son las cosas que la hacen esa gran feminista que estaba esperando la televisión. 
En realidad, es una pornógrafa de tomo y lomo.
Que, para la segunda temporada, haya fichado como su galán nada menos que a Patrick Wilson, incide en la idea de que esta serie es una vulgar fantasía in crescendo de su autora.
En todo caso, ver al bello Patrick con ese cardo borriquero va a resultar más deprimente que contemplar al dios Apolo encamándose con una cabra.

Give me a break, Lena

"Girls" les dice a las niñas que son lo mejor de lo mejor. Que sus padres no llevan razón, que los hombres son unos cerdos por no quererlas y que ellas son grandes, simplemente por tener vagina.

Alison Williams como Marnie

Dunham insiste en que sus "Girls" son especiales e inteligentes, cuando no dicen ni hacen absolutamente nada que las califique como tal. 
Ninguna aspira a jugar en las Olimpiadas, ninguna colecciona sellos, ninguna se ha superado a sí misma jamás, ninguna se preocupa por algo más que esos chicos tan estúpidos.
Esas cuatro "Girls" son sólo unas niñas que se ponen moñitos, las echan del trabajo y se quejan de todo. 
Dunham se cree que está retratando a unas dignas perdedoras, cuando estas tipas ni siquiera han jugado nunca a nada. 
Son la antítesis del personaje apasionante.


¿La voz de su generación? Pues menuda generación, guapa. Perdón, "guapa".
Chorradas y superficialidad a gogó. De feminista, no tienes nada. De presuntuosa, todo.
En "Girls", se impone el ego de Lena, más grande que la catedral de Colonia y que hace enrojecer a la Streisand y servidor, juntos y al unísono.
Lena Dunham se corona como la reina de su fiesta, mal escrita y peor dirigida, donde juzga y se ríe de todo el mundo, menos de ella misma.
Ni siquiera es buena actriz. En ese sentido, podría beberse un ponche entero de modestia, mirar a su lado y entender que el carisma y el ángel los tiene ahí mismo. Es decir, en Zosia Mamet. 

Zosia Mamet, hija del dramaturgo David Mamet

Si hubiese confiado en una cara así, no como su comparsa, sino como la protagonista - ni guapa ni fea, sólo singular -, "Girls" empezaría a ser algo con entidad.
En cambio, lo que ha perpetrado es una serie con una absoluta falta de elegancia y humildad.
Pero, bah, está más que claro. Lena Dunham no está haciendo una serie. Se está haciendo una paja.

viernes, 27 de julio de 2012

"Excalibur"


Se la reconoce, sin temor a equivocación, como esa intoxicante película que narra la leyenda artúrica con la música del Carmina Burana
En 1981, irrumpía una poderosa cabalgada fílmica llamada "Excalibur", firmada por John Boorman.
Ante el resultado, el crítico Leonard Maltin la calificaría como "excéntrica e hipnotizante; la pieza de un director todopoderoso".
Cual protagonista de tan inmortal historia, la labor de Boorman fue crear una obra singular, bajo su estricta mirada y con la determinación del proyecto supremo. 
Una tierra, un solo rey, ambicionaba el rey Arturo. Una película, un solo creador, demandó John Boorman.


Deudora del revisionista cine europeo de décadas precedentes, "Excalibur" también es la misma locura de títulos como "Capricho Imperial", de Von Sternberg, o "Iván El Terrible", de Eisenstein. 
Con ellas, comparte lo exaltado en tonos, interpretaciones y estéticas, como si contar la Historia, el mito y la leyenda equivaliera a una declaración operística, bordeando lo desafinado en más de una ocasión. 

Nigel Terry es Arturo

Como gran parte de la obra del ecléctico - y un tanto turuleta - John Boorman, "Excalibur" suscitó en su día opiniones encontradas.
Pero todos acordaron que la operación plástica era sencillamente genial; una confluencia de estilos artísticos, donde el decorado, las luces y los sonidos llegaban a expresar más sobre el drama que las acciones y los diálogos de los personajes.

Helen Mirren, espectacular bruja Morgana

"Excalibur" es una obra compleja. No es sólo ese aclamado ejercicio de esteticismo, sino también la más certera adaptación del mito artúrico y una mirada monumental a la Edad Media.

Nicol Williamson como Merlín

La historia del oscuro rey Arturo es la historia de la transformación desde el paganismo hasta la civilización occidental, simbolizada en el paraíso de Camelot, esa utopía de la paz y la unión de los hombres bajo un monarca justo.

La suntuosa boda de Arturo y Guenevere

La Edad Media, que no fue tanto oscura como esplendorosa y decisiva, se cuenta con la potencia de su brutalidad, la dignidad de sus luchas en los bosques y la larga agonía de sus noches de hambre y enfermedad. 

La culpa de Lancelot

El Tiempo, simbolizado por el rey Merlín, es atrapado por el Mal, metaforizado en la viciosa bruja Morgana. 
Será la tristeza quien haga presa de Arturo, víctima de los pecados de los hombres y de los suyos propios.
La búsqueda del Santo Grial arruinará su empresa para siempre, pero la renovación de la fe hará posible una última batalla para establecer su legado histórico y moral.

"No puedo perder la fe, Lancelot. Es todo lo que me queda"

La lucha entre el Bien y el Mal es el leit motiv de "Excalibur", donde las pasiones y los sentimientos se confunden y donde la virtud vive un día para caer presa de la disipación con la llegada de la noche. 
El amor se viste de adulterio, mientras las espadas guerreras son las únicas que pueden traer la paz.

La Dama del Lago

La Edad Media fue el laboratorio del ser humano, tal y como lo conocemos. "Excalibur" lo metaforiza a la perfección.

Gabriel Byrne como Uther Pendragón

"Excalibur" es una película brillante de principio a fin, con esas armaduras de plata, con esa sangre resplandeciente, con esos velos que ocultan caras demudadas y camas fagocitantes.
Un título pionero, del que muchas obras posteriores han bebido generosamente, desde el "Drácula" coppoliano hasta el "Romeo y Julieta" luhrmanniano.

La rivalidad entre Helen Mirren y Nicol Williamson no se limitó a sus personajes

Como fruto de su época, "Excalibur" se alínea en la épica grandiosa - algunos dirán grandilocuente -, que se puso muy de moda en los primeros años ochenta. 
No olvidemos que 1981 vio también el estreno de temas pop como "Total Eclipse Of The Heart" o "Only Time Will Tell", cuyos acordes progresivos y orquestales y sus letras exageradas y muy sentimentales todavía ponen en guardia.
"Excalibur" es exceso ochentero, pero de muy altos vuelos.

Helen Mirren y Liam Neeson

Desde 1981 hasta ahora, "Excalibur" se ha mantenido como un curioso ejemplo de obra personalísima y, a la vez, terriblemente popular; un título amado por muchos, que no dudan en cazarlo en cualquier reposición. 

Patrick Stewart y Cherie Lunghi como Leodegrance y Guenevere

Porque es imposible ver una imagen suya y no querer contemplar la siguiente. Distinción de clásico, quizá.

jueves, 26 de julio de 2012

Jason O'Mara


Enorme pena sentí la temporada pasada cuando comprobé que "Terra Nova" era una serie insufrible. 
No porque tuviera ninguna fe en una producción sobre dinosaurios y pomposos misterios sobrenaturales, sino porque perdía la oportunidad de contemplar cada semana a su galán, héroe y protagonista. 
Semejante elemento, de nombre Jason O'Mara.


Como hace sospechar el apellido, Jason procede de Irlanda, y del teatro de su país saltó a la televisión de la isla de al lado, para terminar desembarcando en la Catodia norteamericana hacia 2001.
Su debut se produjo entre el nutrido reparto de la miniserie "Band Of Brothers".
Después, Jason O'Mara se veía en terrenos pantanosos, más bien accidentados. El desastre de "Terra Nova" no supone la primera vez que O'Mara conoce el sinsabor de lo que no llega a viejo ante las audiencias. 

Ideal 'bedfellow'

Podría decirse que, en sus aventuras televisivas norteamericanas, ha tenido muy poca suerte. 
Restan muchos pilotos que no fueron escogidos por la ABC, junto con la desapercibida "In Justice" y el remake de "Life On Mars"; ninguna de éstas superó su primera temporada.

Retrófilo en "Life On Mars"

Ni su aparición en la película "One For The Money" ha sido benévola. Se trataba de una comedieta, a mayor o menor gloria de Katherine Heigl, que se daba de bruces con un señor fracaso comercial y crítico.
Pero Jason O'Mara no ha querido desfallecer, siempre ha aceptado de buen grado participar como actor episódico en muchas otras series y sólo tiene que sonreír. 

¡Ñam!

 Porque, está claro, es el Gerard Butler de la televisión y ya merece un lugar en el Sol.

En "Terra Nova"

"Vegas" es su nueva apuesta para la próxima temporada, serie que se ambientará en los años sesenta. Es decir, si hay que hacer la enésima producción televisiva ambientada en la ciudad del pecado, que sea esta vez con un giro madmenesco. 
Frente a las lógicas reservas, tenemos a Dennis Quaid y Michael Chiklis como protagonistas y, por supuesto, a nuestro Jason, interpretando a un agente del orden.


En 2013, O'Mara también formará parte del súper reparto de la esperada "To Appomattox", nueva miniserie bélica de la HBO, que nos transportará a la Guerra de Secesión.

Oh, my...

Con lo cual, no hay más penas para Jason, sino el mundo por delante. 
Además, aunque sus series no triunfen, él sí lo ha hecho. Se ha creado una generosa colección de fans, que lo persiguen y necesitan más de él.



Sólo hay que verlo. De maromo, lo tiene todo, desde la mirada hasta el metro ochenta y cinco de altura. Hasta el nombre suena a tío bueno.

¡Que vivan las 'shirtless pics'!

Lo buscaremos, lo encontraremos.