miércoles, 25 de julio de 2012

Lady


En frente de nuestra casa, durante muchos años, había un bazar que se llamaba "El Baratillo".
- Ese sitio es caro - decía siempre mi madre, cuando salía al balcón.
Esa es una de las cosas que te enseñan los progenitores. Descubrir que el mundo está lleno de contradicciones. Que un bazar que se anuncie barato, puede ser, en realidad, caro.
Mi madre me ha enseñado muchas cosas más. Me dijo que saliera al mundo, que fuera bueno, que respetara a todo el mundo, que no me fiara de nadie.
Para hablar de ella, la llamaré Lady Montez. Hoy y siempre.


Un profesor, muy freudiano, me dijo que yo sentía tanto afecto por "Imitación A La Vida" porque era una película de mamás. 
En la primera secuencia, la protagonista busca a su hija, perdida en la playa.
Sólo cuando la he vuelto a ver hace poco, me he percatado que también es la primera secuencia de mi vida.
Cuando yo tenía tres años, me perdí en la playa y Lady Montez casi se vuelve loca.


Mi madre es como la mayoría de las madres. Una mujer que se emociona con facilidad, se desvive por el orden y la limpieza, adora la comida y considera el trabajo la manera de calibrar la honradez de una persona.
Le gusta la belleza, valora la educación, hay cosas que prefiere desconocer y le encanta hacerse la fina en público. 
Se atusa el pelo cuando dice mentiras y es una soberbia diplomática, especialmente cuando se trata de que los hombres hagan lo que ella quiere.
Es sentimental, pero ni la toques cuando está disgustada. En general, no la sobes si no te lo pide.
Mi madre se ensueña, dice cosas tontas, ríe, toma café y se hace vieja, pero nunca fea. Es una mujer de antes y de ahora. 
Una vez, soñé que vivíamos en una mansión y, al despertar, se lo conté.
- Sí, muy bonita. ¿Y quién la limpia?


El armario de mi madre está lleno de cosas raras; su tocador, de productos que le ha vendido el farmaceútico; su memoria, de los sitios que conoció y de los lugares que le quedan por visitar.
Si, entre todas esas pertenencias, tuviera un diario, Lady Montez escribiría: "Yo nací para ser buena. Mis hijos, para el placer".
Ella preferiría que yo desayunase, que tuviera más suerte en el terreno laboral, que un día la telefoneara y le diera la noticia:
- ¡Hey, ma! ¡Soy el rey del mundo!
O, tal vez, se conforma con que coma bien todos los días, intente ser feliz y haga lo que ella nunca pudo hacer.
Lady Montez es también quien me lleva la contraria, me vuelve loco, me desespera, me agobia, me hace inseguro. Es machacona y, como buena melodramática, exagera la realidad.


Cuando me fui de casa y puse dos horas y media de avión entre nosotros, descubrí lo que significaba para mi vieja.
- Tú me echas de menos, ¿verdad? - me dice, buscando el sí, cuando nos vemos, dos ó tres veces al año.
Sobre todo, la recuerdo. Su olor, su risa, sus frases. Mi madre es una mujer que dice cosas como:
- Yo, sin fruta, no puedo vivir.

¡Come!


Lady Montez también es una mujer profesional, de autoridad, nada blanda, que ha sabido imponerse, con la determinación de las que saben buscarse la vida. La súpermujer, tantas caras, estresada hasta morir.
Cuando era chaval y decía algo impertinente, me lanzaba una mirada asesina y era suficiente. Cuando me portaba mal, no dudaba en amenazar con el internado.
Era todo para mí, incluido lo que daba más miedo.




- Cuando entremos por la puerta, yo no soy mamá. No lo olvides nunca.
En el colegio al que yo fui, mi madre era la directora. Siempre me avisó que nunca la llamara mamá allí, que no me beneficiase de su puesto para nada.
De poco valió. Todos pensaban que yo, el hijo de la directora, era el príncipe del colegio. 
- Tú aquí tienes poder, ¿verdad? - me dijo una niña una vez.
Hoy, después de tanto tiempo, un chaval de mi edad con problemas mentales lleva años enviando emails insultantes, echando la culpa al colegio y a nosotros de sus desequilibrios. 
Como si mi madre y yo fuéramos Cersei y Joffrey.

Lena Headey y Jack Gleeson en "Game Of Thrones"

Sé que hay quien no le guarda cariño a mi madre como directora, porque las mujeres jefes nunca caen bien. Otros, la mayoría, la respetan y la quieren.
En cierta ocasión, un chico se me acercó en un bar. Según supe posteriormente, había sido un niño de orígenes muy humildes y sin demasiadas luces.
- Tu madre es una señora - me dijo - Me enseñó lo qué es importante en la vida.
Oh, Lady Montez, madre también para otros.



Una vez me dio clase. Mientras borraba la pizarra, comentó que tenía por costumbre hablar informalmente con todos los padres de sus alumnos.
- ¿Con mi madre ya habló? - preguntaban mis compañeros.
Y yo dije:
- ¿Con la mía ya habló?
Ella se dio la vuelta y la media sonrisa rompió con su rigurosa seriedad de profesora.
- A la tuya ni la conozco.



¿Se conoce Lady Montez? ¿En qué piensa? Busco su humanidad, más allá de la madre, la esposa y la maestra. Para ver si se parece a mí.
¿Ha deseado tener otra vida? ¿Tiene el mismo miedo a la muerte que yo? ¿Piensa en el porqué de su existencia o simplemente prefiere llenarla con tareas del hogar, comidas que proyectar, frutas que pelar, hijos por los que renovar la fe? ¿Qué pasa por su cabeza cuando se tiende todas las noches, al lado de Lord Montez, cuarenta años después de que se vistiera de novia?
¿Quién es esa mujer?
Quizá la respuesta a todo esté en sus ojos, cuando nos decimos adiós, dos ó tres veces al año. El desconsuelo de su mirada me hace bajar la mía, para no morirme de la culpa en ese instante.


Al final, siempre recordaré el ascensor.
Las luces parpadearon y decidieron apagarse. El niño y su madre, encerrados en el ascensor. Ella y yo, hace tantísimos años, mientras venía la ayuda.


Tenía una bolsa de manzanas que había comprado.
- ¿Quieres una? - me dijo, en plena oscuridad. Era la hora de comer. Quería entretenerme para que yo no me asustara.
Yo le dije que no. Me daba vergüenza que abrieran las puertas y pensaran que era un glotón. 
Por una rendija, entraba un hilillo de luz. Estábamos parados entre dos pisos y, a través de la rendija, se podía ver el suelo y los zapatos de los vecinos, andando de un lado a otro, nerviosos porque el ascensor se había atascado, con una madre y su hijo dentro.
- ¡Que alguien llame a los bomberos! - decía una voz.
- ¡Los bomberos están almorzando! - informó otra.

Tal cual

Al final, la puerta se abrió, allá arriba, y la mano de un policía me agarró y me subió. Los vecinos aplaudieron y vitorearon; esas cosas que hace la gente cuando sacan a un niño de un agujero.
Luego, sacaron a mi madre. Es curioso que me acuerde de la bolsa de manzanas y no de que estaba embarazada de ocho meses. 
Aprendí otra contradicción del mundo. Una mujer, tan segura, tan valiente, que no se detenía jamás, que lo sabía todo, también necesitaba una mano para salir de un oscuro agujero. 


No sé qué fue de la bolsa de manzanas. Probablemente, se quedó en el ascensor.
Oh, mamá, ¿no te das cuenta? Aquel día, sin fruta, sí que pudimos vivir.

9 comentarios:

  1. Acabo de descubrir que me vas a emocionar cada miércoles. Tu capacidad para melodramatizar todo es superior a mi. Un abrazo Josito, espero dartelo en persona algún día.

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  2. No tengo palabras... Gracias. Y a Lady Montez también.

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  3. Hola, realmente me encantó la entrada de hoy, como todas!!! pero esta toca una tecla particularmente emotiva.

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  4. Muchas gracias, mis guapos. Os informo que la aludida se ha echado su llorera tras leerlo, así que ¡misión cumplida!

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  5. ya lo dije en FB, pero es menester escribirlo aquí. definitivamente es uno de tus mejores posts. incluso lo imagino como el monólogo en off de una película sobre la relación entre madre e hijo.

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  6. Es precioso! Sin duda, mision cumplidisima. De lo mejor que leí, concuerdo con que los miercoles se está ganando mi atención ^^

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  7. Qué bonita entrada. Me ha emocionado leerla y ponerme en tu piel.
    Para mí, ponerme en la piel de alguien que tiene una madre así, perfecta en mi opinión, es importante ya que es la única forma de estar cerca de experimentar tener una madre que te quiera.
    Reconozco que antes leer algo así me hacía llorar de pena y preguntarme "por qué me ha tocado a mí", pero ahora ya no me afecta, ahora disfruto con la experiencia de los demás.

    La "institución de las madres" está muchas veces sobrevalorada y todos creen que todas son amorosas, tiernas y quieren incondicionalmente a sus hijos. Obviamente ese pensamiento no es verdad y tenerlo no es justo con las mujeres que nunca debieron tener hijos, porque no se lo merecen. Hay madres que se merecen todo lo bueno, porque ellas sí son buenas, como la tuya.

    Cuida mucho a esa maravillosa Lady...escasean más de lo que piensas.

    Besos a los dos.

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  8. Precioso Jos.

    Esa persona que es tu madre, y que tantas veces ha aparecido de un modo u otro por tus escritos, nos ha acabado de conquistar. Precioso homenaje no sólo a Lady Montez, sino también a todas las madres que son como ella. Muchas veces, por desgracia, poco apreciadas. Qué importante es que una madre sepa transmitir los valores correctos sin que eso signifique reducir la libertad del hijo.

    Normal que la mujer se haya emocionado. Una preciosidad de texto, un homenaje que se merece completamente. A mi me ha emocionado también porque en lo que has escrito veo mucho de mi propia madre.

    Un abrazo muy grande, y sigue haciéndonos disfrutar de esta manera.

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  9. Me pongo de pie y me quito el sombrero. Te has hecho otro escrito maestro. Hasta me provocas envidia, Josito. Jaja. Un abrazo.

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