miércoles, 18 de julio de 2012

La Ciudad Sentimental

"¡Degradación! ¡Pecado! ¡Crimen! ¡Suicidio! ¡Prostitución!"

Esta ciudad es una gran sentimental. Se intuye detrás de su dureza, de sus caras largas, de sus frías mañanas.
Desde el primer día, se me antojó como una metrópolis rara. Enorme, contaminada, congestionada, y, a la vez, tan hogareña, tan entusiasmada con la bondad, tan necesitada de la amistad.
Como en todos los lugares del mundo, hay locos, gilipollas, malvados y suicidas en potencia. Como en todas las ciudades, la gente se mueve estresada, muy estresada. 
Pero muchos, bastantes, parecen resistirse a la melancolía de lo urbano, asumiendo que sólo viven en un pueblo demasiado grande.
Me ven y lo veo en sus caras. Quieren ser mis amigos, recibir algo de mi calor o, únicamente, sacarme una palabra agradable. 

They've long to be close to me

El camarero desea que exprese encanto al volver a verlo, tras pasar mucho tiempo sin pasar por el restaurante. El panadero se queja del tiempo y espera una respuesta que lo libre de todo mal. 
Los chicos y los hombres, esos que se me acercan en los bares, simplemente me lo dicen:
- Pareces tan serio... Pareces tan bueno... Pareces tan solo.
A veces, dejo atrás la timidez, olvido la pereza.
Y respondo como esperan. Incluso me anticipo. Ellos - el camarero, el panadero, los chicos, los hombres - sonríen y saben que, un día más, han sofocado la tristeza.
En definitiva, luchan por salvarse y me tienden la mano para que me salve yo también.


Cuando creía que lo había visto todo, llegó Said. Oh, hasta mi camello quiere ser mi amigo.
Lo conocí hace meses, una noche en el exterior del Ricks, ese bar de Chueca con aureola de mítico y realidad de antro.

Lejos de "Casablanca"

Como me sucede en todos los antros, allí me encuentro como en casa.
Por fuera, se agrupan los camellos. Con la crisis, ya no se cortan. Van a la caza y te preguntan si quieres coca, sin más preámbulos. 
Said me dio su teléfono desde la primera vez y me dijo que le mandara un mensaje de conformidad, tras meterme el tiro inicial.
Yo fui al baño con lo que me había vendido y no mandé ningún mensaje.



A la semana siguiente, lo llamé y él quiso apuntarme en su móvil con el nombre de "Barbas, Ricks". 
En pleno paripé de la compraventa, le pregunté qué edad tenía y de dónde era, con mi habitual curiosidad de escritor. 
Él pensó que quería ligar. 
Le expliqué a lo que me dedicaba y Said se interesó enseguida. Me aseguró que tenía que oír la historia de su vida.
- Con eso, harás un libro.


Cambió mi nombre en el móvil y le dijo a los demás camellos del lugar que no se acercaran a mí. Yo era cosa suya.
Así, en las otras ocasiones que lo llamaba y nos veíamos para comprar, siempre hablábamos un poco y él se sentía cómodo, contento, como quien encuentra a un amigo en medio de la ciudad sentimental.
En los días regulares de la semana, Said me llamaba muchas veces para quedar y tomar un café. Para ver los partidos de la Eurocopa. Para contarme su historia. 
Pero nunca le cogí el teléfono.
Será porqué la sensatez me impide fiarme de cualquiera que ande de menudeo por las calles, por muy sentimentales que éstas sean. Será porque, para quedar con la gente, mi pereza cabalga fina.
Ya no llama. Cuando me ve, lo lamenta, pero no insiste.

Ring ring...

Una noche, le dije a Said:
- No esperemos más. Cuéntamelo todo ahora. Vamos a un bar.
A Said no lo dejan entrar al Ricks. No sólo por ser camello, sino por ser un camello heterosexual.
Así que fuimos al Black & White, otro antro, pero este sí que es horroroso e inhóspito. Vive lleno de chaperos y sus potenciales clientes. Nada más entrar dan ganas de irse.
En la barra, Said me contó que sólo tenía 29 años, y me habló de cosas de su vida, de su hija, de su mujer, de cómo llegó a España desde Tánger.
Mientras, sus manos tintadas por el vitíligo sujetaban una cerveza sin alcohol.

Tánger

Pero yo no me acuerdo de los detalles, ni qué pasó a continuación.
Las brumas de la ginebra. Y esa postiza sensación de control, de poder, de seguridad. Me miro en el espejo antes de salir del baño, para ver si quedan incorrectos restos de cocaína en la nariz.
De aquella noche, lo siguiente que recuerdo es estar sentado - solo, pero ni serio ni bueno - frente a un show de travestis, que se arrancaron por Pastora Soler.

Pastora Soler en Eurovisión

¿Dónde acabé esa noche, yo, barbas del Ricks? ¿Tuve suerte? Si fue así, conocí a algún caballerete, nos reímos, nos besamos, lo invité a casa.
O, quizá, salí de algún after. A las siete, las ocho, las nueve, qué más da. 
Sale el sol. La ciudad sentimental se pone del revés, queda en evidencia, y allí estoy yo, bajo sus edificios y sus recuerdos. Demasiados recuerdos viven en esta ciudad.


Me he olvidado de Said, de Pastora Soler y de que pasaré toda la tarde siguiente tirado en la cama, sonándome los mocos y perjurando que no volveré a hacerlo.
En la mañana, sólo pienso en que no he conseguido la droga que quería. 
Esa droga que mata a todas las drogas. Que se compone del olor de otro cuerpo. Que se inclina sobre mí. Y susurra que soy guapo, que tengo una sonrisa hermosa, que puedo descansar por fin, que la crisis ha terminado.


El espejo, otra vez. "Me llamo Jose y soy un adicto a la esperanza".
Es entonces cuando pertenezco a la ciudad sentimental, por derecho propio. En ese amanecer, caminando a casa, mientras en mis auriculares suena una canción de una belleza demasiado avasallante.
"Todo mi horizonte, eres tú, eres tú, así, así eres tú", cantan en mis oídos, al compás del latir descontrolado del corazón. 
Diviso la puerta. Entonces me olvido de mi bondad, de mi seriedad, de mi soledad.
Y sucede lo inesperado. En ese instante, soy jodidamente feliz. 
Estoy en paz. 



Una tarde de estas, quedaré con Said, para oír esa gran historia que me prometió. Quizá, la escriba en este blog. 
Si no sabéis de mí, llamad a la policía. Probablemente me haya vendido a una trata de ositos.

8 comentarios:

  1. Entre el día que se las trae y una crisis galopante que nos invade, da gusto reencontrarse con el josito de aquellos tiempos...vengo de atracar en Jennifer y me gusta seguir disfrutando con ese discurso visual que te vas marcando al contar lo que sea...y sin desprecio del enriquecedor texto que lo acompaña...para ejemplo este casianti Michael Curtiz que nos dejas aquí mismo...graciñas por volver.

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  2. Ah! que gusto desconectar y leerte.

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  3. Hoy te has superado. No se si es verdad o es ficción lo que has contado, sinceramente, de poco importa, lo que me importa, es la capacidad de emocionar que tienes. Transmites magia cada vez que publicas una entrada.

    Se me saltaban las lágrimas al leer, porque o también he tenido esas vivencias y es cierto, que las malditas ciudades son amantes y esposas al mismo tiempo, se las ama y se las odia, no se puede vivir en ellas, pero sin ellas está uno vacío. Las sonrisas cómplices de las que hablas, los encuentros en garitos y tugúrios de mala muerte, de los que por mucho que quieras huir, te atrapan irremediablemente. Los Saids que nos venden muerte y vida. Tantas cosas, tantos recuerdos, tanta jodienda, tanto amor.

    Jos, eres grande, pero tu eso ya lo sabes. Ojalá por muchos años me sigas emocionando con tus entradas. Te quiero.

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  4. Suerte que eres adicto a la esperanza, algunos ni siquiera la probamos y es la única droga a la que nos gustaría ser adictos.
    Aunque también te digo que así te sorprendes más...

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  5. La única disculpa de las ciudades es amarlas intensamente, manipulando la frase de Wilde. Los amores, desamores, esperanzas y decepcíones son sus ladrillos. Hermoso relato, real o no no importa. Oscuro, pero como los túneles con una luz al fondo.

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  6. Como siempre, gracias, muchas gracias a todos.

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  7. Insisto: los miércoles son fantásticos.

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  8. la adicción a la esperanza es también lo que me mantiene viva.

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