lunes, 30 de junio de 2014

Christopher Meloni


Para expresar lo que siento por el caballero de hoy, no me andaré con rodeos y diré que, si tuviera que elegir entre cualquiera de los maromos que han pasado por este blog y el señor Meloni, no tendría ninguna duda.


En resumidas cuentas, pasaré la vida alabando lo guapo que es Henry Cavill mientras me sorprenda una y otra vez que Christopher Meloni es quien me hace temblar las patitas.
Hablo del daddy de todos los daddys, catódico de pro, gran favorito de tantísimos y tantísimas y el hombre de mis sueños.


Todo empezó en "Oz". Y, para quien lo viera en la serie, sabe de lo que estoy hablando.
Cuando regresó brevemente a la HBO hace dos años, Troy Daniels - nunca ponderado y súper adorable actor porno gay - escribía en Twitter: "Christopher Meloni, ayer, hoy y siempre". 
Troy - que curiosamente protagonizó "Inmates", parodia gayporner de "Oz" - daba en el clavo de lo que opinamos los melonianos, legión creciente y bien sabida de fanatismo.
¿Será la virilidad sin refinar, el poderío calvorota o la supremacía de los que mejor maduran?


Tengo la sensación de que ese "por siempre" es indudable y que Meloni seguirá seduciendo, aun tenga noventa años, con tal de que siga mirando con esos ojos azules de chulería y ternura. No es lo único que resume su seducción, pero es la clave de su intensidad. 
Christopher es apabullante.
Quien lo amó como convicto bisexual de "Oz", pensaba que no habría química más alquímica que aquella que alcanzó con Lee Tergesen - esos besos, esas miradas - ni imágenes más irrepetibles que sus sudorosos descamisamientos en el gimnasio.


Pero tuvimos un buen segundo acto, otro tipo de emoción, que consistió en ver a Meloni como Elliot Stabler, héroe del primetime, detective en honor de los justos y pareja sine qua non de Mariska Hargitay.


Con Mariska, compuso una de las parejas televisivas más entrañables que tuvimos el placer de conocer y se complementaban bien: ella, tan sosita y bien peinada, él, tan Meloni.
Cuando decidió marcharse hace un par de temporadas de la eterna "Ley y Orden: Unidad de Víctimas Especiales", se saludó la valentía y él declaro que llevaba años de incomodidad en la serie.


Meloni nació para la comedia - sólo hay que verlo en las entrevistas y cómo se cachondea de sí mismo y de su imagen - y en "Ley y Orden", espacio para la risa, pues no.
También deduzco que los derroteros cada vez más locos de la ya de por sí lunática serie fueron tan dirimientes como la insatisfacción de las demandas contractuales al respecto.
Dicha decisión partió el corazón de todos los seguidores, la serie perdió nuestro interés y todavía se leen las súplicas en forma de comentarios facebookeros: "Bring back Elliot Stabler".


Precisamente en Facebook se encuentra Meloni, que ahora se ocupa de su página y, como muchos famosos, combina frases más o menos inspiradoras con noticias sobre sus nuevos éxitos, así como fotos tan suculentas como esta plácida lectura de guión, con bañador, piscina y demás imagen de felicidad. 


Hay que leer muchos guiones, sí, porque superar a Stabler no es camino fácil.
Por "True Blood", fue un visto y no visto. En "Man of Steel", cumplía con otro de los roles secundarios que suele desempeñar en grandes pantallas desde que empezó su carrera, cuando lo solían confundir con Elias Koteas.
Y su vuelta a la televisión - y a la comedia - con "Surviving Jack" era cancelada este año tras escasos episodios y decepcionantes ratings


Se impone la pregunta: ¿hizo bien en abandonar a Mariska y la investigación de los escalofriantes crímenes sexuales? ¿Volverá?


Ya aseguraba que, para él, esa puerta estaba abierta, aunque mucho me temo que sólo lo hará en calidad de guest star.
Dice por Facebook que nadie entenderá tu camino, sino tú mismo, manera de expresar que hay que seguir adelante no matter what.
Y se acumulan proyectos y previsiones, mientras el melonismo sigue esperando la vindicación de una de las estrellazas de la televisión de los últimos tiempos.


Porque nos gusta y mucho.
Su consolidación como mito gay no sólo venía de aquellos morreos sobrecogedores que le daba a Lee Tergesen en "Oz", sino por su actitud sin complejos sobre la cuestión, hasta devenirse en lo que se llama un "aliado hetero", que apoya nuestras causas y se muere porque todo el personal lo desee.


Hace poco, él mismo declaraba su culo como el mejor de la televisión y la base de la adoración gay por él en el programa de Conan O'Brien, quien señalaba lo encantado que está Meloni de conocerse. 
Ante la selección de imágenes traseriles, no se sabía si llamarlo chulito o preguntarle que para cuándo la boda.

Ayer, hoy y siempre

Yo ya me adelanté hace años y lo declaré mi primer marido desde que le eché el lazo.
Es la pasión que no cesa y, aunque lo añore todos los días como Keller y como Stabler, me alegro de verlo diverso, encantador y preparado para mil sorpresas.


Christopher Meloni es el puto amo. Y si no ha quedado claro, insisto: lo adoro.

jueves, 26 de junio de 2014

Llora, Tío


Anoche tuve un sueño. Oía llorar en a la habitación de al lado. Una mujer joven sollozaba sin consuelo. La mujer era una mezcla de mis hermanas, todas mis compañeras de piso y las amigas que he tenido a lo largo de mi vida. Era una de ellas, aunque ninguna en particular.
- ¿Por qué lloras, hija?
- Mi... mi madre - me decía, tartamuda, sin poder tranquilizarse.
- ¿Qué pasa? ¿Se ha muerto?
- Nooooo - decía, llorando con más fuerza. - Está mala de la garganta.
- Ah.
- ¡Y la culpa es tuya! 
- ¿Eh?
- ¡Te di todos los Strepsils y no dejaste ninguno!
Dicen que las mujeres lloran mucho y los hombres no sabemos cómo. Dicen que no lo hacemos. Que ya deberíamos en los momentos cumbre, cuando una lágrima puede expresar lo que estás sintiendo. Si muchos lloraran más, serían menos violentos, dicen, aunque esa es una idea bastante peregrina. Hay cabrones muy llorones.
Una canción muy famosa de Miguel Bosé aseguraba que los chicos no lloran, tienen que pelear. Más que abogar por el seco lacrimal de los varones, aludía a su precaria educación sentimental. Durante generaciones, a lo largo de las épocas, el género masculino ha sido poco brillante en terrenos sentimentales. Propagar que la delicadeza es una debilidad no debió ayudar mucho al adecuado progreso en las materias del corazón.
Siempre que veo "Lo que el viento se llevó", me maravilla ese momento donde Escarlata O'Hara manipula a Ashley y Melania con sus lágrimas. 


Yo quiero hacer eso y nunca me ha salido. Una vez estaba perdiendo una discusión con un amigo y, borrachos los dos, yo quería echarme unas lágrimas al final para enternecerlo y que su victoria en la disputa fuese menos.
Lo que me salió fue un quejido lastimero, un tanto patético, con lágrimas secas y carita de Dawson, a lo que mi amigo, aún más enfadado de lo que estaba, remató:
- Esto no es un melodrama, Josito.
Tengo amigos que sufren porque son incapaces de emocionarse hasta la lágrima. Y, de repente, están viendo una final de "Operación Triunfo" y, bam, se echan a llorar lo que no lloran desde bebés.


Los hombres sí lloran. Lo hacen muchísimo y es mentira que no sepan cómo. Lloran con el fútbol, con la guerra, con las injusticias, cuando mueren sus amores o cuando deshaucian a sus madres. Cuando no pueden hacer nada por evitarlo, cuando todo está perdido, cuando ganan los malos.
Es el auténtico desconsuelo lo que mueve al lacrimal del más recio. Arruga la cara y, mientras abandona el campo de la derrota, ay, qué pena.


Lloran cuando se pierde o con el final de "Toy Story 3". Hay que atacar donde duele. Conmover a un hombre que nunca llora es acertar de pleno, porque apelas al niño que una vez fue, al que tiene ahí dentro, acallado. 
Suena una música que recuerda algo perdido y hasta el más tieso hijo de puta hace rodar lágrimas de sal por sus rústicos carrillos. Nació llorando, algo recordará de la dinámica.


En cierta ocasión, oí a un vecino muy machista echándole la bronca a su hijo de ocho años. El pobre niño se echaba a llorar y el padre se enfadaba más:
- Y no me llores, coño, que sckhfciurwghcfiyrew!
El niño lloraba más, hasta que entendía. Se sorbía los mocos, se contenía un poco y las lágrimas caían sin ruido. Estaba aprendiendo a llorar como un hombre. Para dentro, en silencio. Apartando la mirada. Quitándose las lágrimas a manotazos, como si quemaran.
Los hombres sollozan mucho y a su pesar.
- He llorado tanto que no te lo puedes imaginar - me decía otro amigo cuando venía de romper de mutuo acuerdo con su novia. Oh, se acabó el amor que fue tan sublime, ¿quién es el guapo que no llora?
- Qué dolor, qué dolor - repetía, y yo recordaba aquello de que no hay nada que dé más tristeza que ver a un grandullón destrozado en sollozos. 
Esos sollozos que consiguen el amor y la guerra, los dos acontecimientos que lo cambian todo en la vida de las personas.


Cuando los futbolistas lloran se consagran como los machos sollozadores del planeta.
James Dean y los otros chicos del Actors Studio fueron los primeros que lloraron delante del mundo, pero los que le dan a la pelota son los campeones de las lágrimas. No paran, es que no paran.
Y los aficionados también. Como todo en el fútbol y demás fastos deportivos, la trivialidad del asunto se rellena con importancia atribuida. Al fútbol se va a descargar emociones reprimidas, sí. ¿Se llora en el fútbol lo que no se puede llorar en otros lugares?


Llora, coño, llora, le podría decir aquel padre a su hijo, si lo ve triste, impotente, amargado, necesitado de una buena llorera. Las lágrimas lo curan todo, pese a su incomodidad y obvio aguafiestismo.
Es mi fiesta y lloro si quiero, dice cierta canción.
La imagen de ella llorando y el con cara de "no sé qué pasa ni qué le he dicho" es muy recurrente.
Ellas saben llorar, dicen. No sé si les resulta inevitable. En mi familia, son todas unas lloronas y una de las imágenes más repetidas de mis infancias son esas lágrimas negras de rímel de Lady Montez cuando veía cualquier chorrada mínimamente emotiva en la tele. 
Si aquellos se contienen demasiado, éstas se reconocen incontrolables. 
- Vete a la mierda, pesada.
- Buaaaaa!
- Cuánto te quiero y cuánto te echaré de menos.
- Buaaaaa!
- Se ha muerto el hámster.
- Buaaaaa!
- Me he comido todos los petit-suisses, lo siento.
- Buaaaa!
- ¿Estás viendo "Tomates Verdes Fritos"?
- Buaaaaaa!


A riesgo de parecer sexista, no diré que todas las mujeres se comportan así ni acusaré a veleidosas hormonalidades. Supongo que es una cuestión de educación. Yo también quiero llorar cuando se comen todos los petit-suisses, pero no me sale. No sé si porque me enseñaron que era marica hacerlo. Los chicos no lloran, tienen que pelear.
A pesar de todo, a mí me gusta llorar y, cuando lo hago con una película o una serie, lo confieso y lo indico como prueba de calidad. Si un melodrama no conmueve, no es melodrama ni es nada.


Será por los futbolistas o por James Dean, las lágrimas de un hombre ahora se entienden mejor que nunca. Quien todavía sostenga que son una debilidad que se reboce en alcanfor.
Así que llora, tío. 
Consagremos este 2014 como el año en que no paramos de llorar. Yo, que nunca lloro espontáneamente, lo he hecho muchas veces en los últimos meses. Como una nenita, con la cara arrugada, sin poder explicar qué pasa. Lloré de pena cuando me despedí de mi peluquera de Madrid, lloré de nostalgia cuando vi el último atardecer tras diez años en la ciudad, lloré de miedo cuando llegué a Londres, lloré de frustración cuando me di cuenta de que me había equivocado. 
Me metí en la habitación deprisa para que mis compañeros de piso no me viesen las lágrimas cuando les dije: "ha sido un placer vivir con vosotros". 
Lloré en el baño del aeropuerto. De cansancio, de alivio, de sueño. Prometí no llorar cuando volví a ver a mis padres. Y no lloré.
El otro día estaba riéndome con mi hermana y, de repente, empecé a llorar. Por todo el tiempo que ha pasado, porque nos hicimos mayores sin darnos cuenta, porque la vida es la historia de nuestros bellos fracasos. Esa historia que, un día, simplemente se acaba. 
Lloremos porque no somos niños. Lloremos como tales. Llora, coño, porque tu madre está mala de la garganta, porque se han acabado todos los Strepsils. Llora porque los chicos sí lloran y todavía tienen que pelear. 
Pelea con las lágrimas, que caigan por esas mejillas peludas con la perfección de los lagrimones de la Virgen del Carmen.


Llora, tío, tanto que no te lo puedas imaginar. Llora porque el amor no llega o porque la guerra ha vuelto. Llórame, coño, que sckhfciurwghcfiyrew!

miércoles, 25 de junio de 2014

Los Pobres También Cine


En cierta ocasión leí la siguiente frase: "Yo sólo veo películas en color de gente rica". 
¿Acaso esa sincera osadía cuenta la máxima de que nadie va al cine a sufrir? Mentira, todos van a sufrir. Las películas más taquilleras están llenas de destrucción, odio, escaladas de violencia y dramáticos cambios de estado económico.
Pero la pobreza de solemnidad y el éxito en taquilla jamás han sido amigos. El público general prefiere películas de gente rica que sufre. O, mejor aún, de gente que se hace rica y sufre. No ve acción en los muertos de hambre.
Contar la pobreza en el cine puede responder a un acto de voluntariosa honestidad. Al fin y al cabo, es una realidad dolorosa, una verdad del mundo, lo que todos quieren ignorar y ya deberían aprender, a fuerza de mirar las injusticias de los sistemas económicos, esas que ellos mismos sienten y no se atreven a expresar. 
Aunque, a grandes rasgos, su fortuna sea irónicamente discreta, hay mucho cine de pobres y sobre pobres.
La mayoría de esas fuertes historias sobre los desheredados de la Tierra o los caídos en desgracia son potentes, algunas, muy dignas, y muchan juegan a la lacrimogenia y demás reacciones del público en torno a la desgracia ajena.

Lillian Gish y Richard Barthelmess en "Lirios Rotos"

En general, es un cine de tristezas, que muchos consideramos problemático como entretenimiento o como experiencia fílmica a la que volver.
Si no ha tenido el foro asegurado, el cine de denuncia social y demás retratos de la miseria ha absorbido un ribeteo de prestigio sobre él. Quien cuenta un drama de penurias, se gana más premio que pan.
¿Siempre merecido? Probablemente, el director o escritor de turno jamás haya pisado una chabola en su vida ni nada por el estilo.
Es aquello que parodiaba tan genialmente Preston Sturges en "Los Viajes de Sullivan": hablar de la pobreza por los que nunca la han sentido tiene su perversión y esconde un alto grado de frivolidad. 

Joel McCrea en "Los Viajes de Sullivan"

¿Acaso podría aventurarse que la Historia del Cine consiste en pobres viendo dramas de ricos y ricos haciendo películas de pobres? 


Si es cierto que la pobreza es también desheredada de las imágenes más populares del celuloide, éste fundamentaba su éxito y continuidad a razón de un público depauperado, que encontraba desahogo y evasión en una sala de cine.  


La primera gran crisis del capitalismo bien pudo dar al traste con el invento de los Lumiére, pero sucedió lo contrario. Cuando había hambre, la cosa se solucionó con cigarrillos y musicales de Busby Berkeley.
El cine de la Depresión es fascinante, porque, como pocos, ofrecía una doble experiencia: era entretenido y, a la vez, crítico. 
Sorprende cómo en aquellos años realidad social y glamour hollywoodiense convivían mano a mano y géneros enteros se construyesen al pairo de lo que sucedía.
Todas las comedias screwball se carcajean de ese mundo dado de vuelta, donde los roles se cambian y las previsiones nacen para ser incumplidas.

Carole Lombard, Frankin Pangborn y William Powell en "Al Servicio de las Damas"

"Al Servicio de las Damas" ilustra la sociedad derrochadora de Park Avenue, de turismo por el vertedero, donde una niña rica convertirá a un vagabundo en su mayordomo, para luego descubrir que, antes de acabar en el arroyo, pertenecía a su misma clase social privilegiada.
Risas y afilador se combinan en este producto emblemático de la era, donde pobreza y riqueza se observan como ese tambaleo propio de la vida capitalista. Un día lo tienes todo, al otro, nada.


Pese a todo, el cine de verdadera y sangrante denuncia social tuvo escaso lugar en la historia de Hollywood. 
Sólo en los márgenes aparecen proyectos personales y marcianos, como "El Pan Nuestro de Cada Día", donde King Vidor señalaba el desclasamiento, el desempleo y la necesidad de volver a la tierra de manera corporativa y socialista.
Un ejemplo híbrido de denuncia de la crisis es Frank Capra, el más taquillero de los contadores de los miserables y las víctimas de la corrupción sistémica.
Taquillero por encantador y finalfelicista, aunque, en sus imágenes y tramas, irrumpieron por primera vez hollywoodiana temas de actualidad y dedos apuntadores contra lo que sucedía en el país y en el mundo. 
La comedia romántica mitocondrial, "Sucedió Una Noche", debe parte de su poder a que el amor de sus protagonistas surge a bordo de un autobús lleno de muertos de hambre.

Clark Gable y Claudette Colbert en "Sucedió Una Noche"

Las alusiones a la sociedad desempleada y arruinada se hicieron más tímidas con los días finales de la Depresión, cuando el nuevo ajetreo se llamaba Segunda Guerra Mundial. Volvieron los buenos números, salieron las cuentas y el equilibrio entre realismo y escapismo se decantó por lo segundo en un panorama conservador.
Las descripciones de la miseria humana conocían ese envoltorio de drama solemne y premiable que hoy conocemos. 
Darryl F. Zanuck era el productor especialista en el "gran tema" durante los años cuarenta, quien diera visto bueno a "Las Uvas de Ira", que retrataba el éxodo rural con fino compromiso.

"Las Uvas de la Ira"

Fue también Zanuck quien auspiciara la carrera de Elia Kazan, director de eclécticas preocupaciones, cuyas películas abarcaban la dificultad de la vida urbana en los barrios más desfavorecidos hasta la dramática estafa detrás de la emigración a América.
Todo con un sentido lirismo y una generosa dignidad que hicieron de Kazan el más influyente de los directores norteamericanos de posguerra.

"América, América"

Si hablamos de posguerra y pobreza, hay que hacer parada en el neorrealismo italiano.
Es el cine en el que muchos han visto la claridad en un medio que suele dárselas de mentiroso.
Por fin, las películas decían la verdad. Iban a pie de calle y, sin condescendencia ni cursilería, contaban lo que sucedía.
Muchos de sus actores conocían de primera mano los dramas que protagonizaban y el resultado fueron las obras más resonantes de su tiempo, avanzadilla del renacer del cine de compromiso.

"Umberto D."

Ha sido el cine del Viejo Mundo el primer - que no único - respondón de los fastos de Hollywood y quien no ha visto tristeza en la pobreza, sino oro fílmico y verdad revelada.
Es una tendencia que aún no se ha detenido: la de contar al país no en función de sus glorias multitudinarias y hazañas económicas, sino por la lucha constante y escalofriante de los que no llegan a fin de mes.

Max von Sydow y Liv Ullman en "Los Emigrantes"

El cine más aclamado y aplaudido se viste de miseria, desempleo y marginación y, aunque no reciba el respaldo de su público nacional, sirve como perfecto narrador de su propia Historia.
En España, encontramos la denuncia escondida bajo la farsa, subterfugio obligado en plena dictadura. "Bienvenido, Mr. Marshall", obra maestra del cine de posguerra, viste de sainete la dolorosa realidad del aislamiento y el atraso. La película hace reír con lo que era muy triste, especialidad del señor Berlanga.

"Bienvenido, Mr. Marshall"

Fue apertura para más comedias negras, donde el impagable guionista Rafael Azcona establecía fábulas donde la risa pronto devenía en gesto congelado.
No hay nada más español que "El Pisito" y tampoco nada más universal y transtemporal.
Una pareja de mediana edad no ha podido casarse, porque no tienen ni un piso donde caerse muertos. Heredar el apartamento de la vieja donde él vive realquilado es la esperpéntica solución.

"El Pisito"

La caída del franquismo llevó a un paraje eminentemente retro en los dramas españoles, por aquello del ajuste de cuentas, y todos ambientaron sus historias en sitios rurales de apuro y tristeza.
Víctor Erice contaba la desolación y el frío de muerte de la España arruinada, mientras Mario Camus se arrancaba por Miguel Delibes en "Los Santos Inocentes", denuncia de las desgarradoras desigualdades del campo hispano.

"Los Santos Inocentes"

De vuelta a Hollywood, citemos "Bonnie & Clyde" en 1967.
Por primera vez, un tema clásico del cine negro - los necesitados de dinero que se entregan al crimen - encontraba un tratamiento psicosocial, largamente influido por lo que veían venir de Europa.
Los retratos hollywoodienses de la pobreza y la desesperación durante esa época preferían centrarse en las fisuras del capitalismo, generalmente bajo la licencia retrófila: revisar la Historia y vestir temas de actualidad bajo ropajes del ayer. 
La mirada a los que tienen poco y tuvieron menos ocupaba el interés de Michael Cimino y también de Terrence Malick, en cuyas pregnantes imágenes los miserables entran en contacto con la Naturaleza, sanadora e implacable al mismo tiempo.

"Días del Cielo"

Robert Altman se decía glosador de la condición desheredada y maldita de la mayoría de la población de su país que, hasta cuando se hace rica, se ve enfrentada a gigantes mayores que él.
Sucedía en "McCabe & Mrs. Miller", la más rigurosa revisión del western y también la puesta en solfa de aquello de quien nace miserable, morirá miserable.
Las pistas de ascenso del capitalismo son una puta mentira, nos contaba Altman.

Warren Beatty y Julie Christie como "McCabe & Mrs. Miller"

Dos décadas más tarde, el mismo Altman reaccionaba con repugnancia ante "Titanic", a la que calificó como "la mayor cantidad de basura que he visto en mi vida".
Por lo que nos interesa, es ejemplo de la visión hipócrita de la pobreza que Hollywood ejercita de vez en cuando.
El pobre es el rebelde, el aireado, el idealista, el que vive feliz con poco, el que se sabe divertir y lleva a la niña infeliz de los tules a los bajos fondos donde la gente se ríe y le da a la pandereta.
"Titanic" refresca la turista máxima de que "los pobres follan mejor". 

Leonardo DiCaprio y Kate Winslet en "Titanic"

Altman no olvidó parodiar esa peregrina opinión en una genial escena de sexo interclasista en su "Gosford Park".

Ryan Phillippe y Kristin Scott-Thomas en "Gosford Park"

En la polarización inevitable de la sociedad entre pobres y ricos, las últimas décadas también observaron una dicotomía de preferencias audiovisuales. 
En los años ochenta, usted se definía así mismo si se quedaba en casa viendo una serie de Aaron Spelling y olvidaba acudir a una película de Ken Loach.

"Riff-Raff"

Los cineastas "serios" han buscado el pulso de la sociedad de barriada, mientras la posmodernidad ha contestado de manera inevitable, más interesada en plásticas y sensaciones.
Quizá en esa dicotomía, donde se ha producido ingentes cantidades de mierda de un lado y del otro, se empieza a explicar la desorientación de la ficción contemporánea ante un retrato realmente incisivo sobre la crisis de los años diez.
El cine de Hollywood sigue enfrascado en su escapismo, cada vez más vulgar y menos gozoso, mientras abona la cuota con ligeras tramas de desempleo o rescate financiero.
Al contrario que los años treinta, las cosas no se cuentan en imágenes, ni hay géneros completamente dedicados a la crisis; sólo bustos parlantes que hablan de lo que pasa sin sentirlo de un modo cinematográfico.


El proceso globalizador tampoco ha sido beneficioso para sus habituales contestones de otros países, esos que ahora cuentan más la crisis por su lucha por estrenar películas que por ellas mismas.
Las entradas de cine no son tan decisivamente baratas, como lo eran en la Depresión, como lo son en Bombay.
Así, el cine de hoy explica la debacle por su decadencia de formatos más que por la vibración larger-than-life de sus acabados.
¿O acaso influye la vieja reserva del público a observar desgracias demasiado dolorosas por cercanas y reconocibles?
No encontrará usted la pobreza ni la crisis ni el desclasamiento de estos tiempos a la vista. Lo encontrará todo precisamente en su omisión.


Y el dinero, como siempre, caerá del Cielo.

martes, 24 de junio de 2014

Espejos de Lauren Bacall


Invento glamouroso de los años cuarenta, mimada y confortada por sus escultores, Lauren Bacall sedujo desde el primer minuto, pero fue fabulosa el día que decidió navegar sola. 
A riesgo de que la trataran de actriz difícil, hizo lo debido: ser ella misma sin renunciar a su poderosa imagen y reconvertirse en el lujo de señora que aún vive, colea y cautiva.
La Bacall tiene quizá la trayectoria más irregular, apática e inexplicable de todos los mitos cinematográficos de Hollywood, y aún así, es una de las personalidades más amadas del cine norteamericano.
Rastrearla desde su espectacular debut implica buscarla entre sus parones profesionales, sus huidas a Broadway, sus matrimonios, sus retornos.
Como las mejores, Lauren produce obsesión desde su excepción; como ninguna otra, se cuenta distinguida con muy poco. 


Extraordinaria belleza y pareja imprescindible de uno de los astros del cine clásico, Lauren Bacall también es epítome de sequías profesionales motivadas por la escasez de verdaderos retos interpretativos. Como la mayoría de las actrices, Lauren ha estado francamente desaprovechada y un varapalo se miraba más decisivo por la industria que media docena de éxitos.
Entre etiquetas, naufragios, aplausos y arrugas, Lauren Bacall es también un icono de feminismo, que retaba a sus machos de escena, huyó de la condición de florero que le tenían reservada y no ha tenido miedo a envejecer con dignidad, a salvo de cirugías, para encontrarse con la sorpresa: tras el final de la carrera, quedaba mucho camino por andar.


Nacida en el seno de una familia estrictamente judía - de hecho, es prima de Shimon Peres - Betty Joan Perske cambió su apellido por Bacall cuando su padre se divorció de su madre, marchóse y nunca volvió.
Aún adolescente, Betty Bacall podía encontrarse como taquillera de un cine neoyorquino.
Mientras tomaba lecciones interpretativas, las facturas de la joven Bacall las costeaba su trabajo como modelo para grandes almacenes y revistas de moda. Sería en una de ellas donde su foto llamaba poderosamente la atención al otro lado del país.
Nancy, la mujer del director Howard Hawks, observaba la fotografía y se la enseñaba a su marido, convencida de que había encontrado el oro. 
Nancy Hawks se decidía a convertir a su hallazgo en estrella y la tomó bajo su cuidado, mientras una milagrosa prueba convertía a Betty en Lauren Bacall, contrato con la Warner mediante.


Los nervios sacudieron a Lauren Bacall durante sus primeras pruebas para "Tener y No Tener". 
Howard Hawks detestó su voz y los maestros de dicción la aleccionaron para que hablara de manera grave y envolvente. Otros asesores le pidieron que contuviese sus temblores escénicos, bajando la barbilla hasta el pecho y mirando soslayadamente a cámara. 
La voz y la mirada de Lauren Bacall nacieron en esos días.


Unida a Humphrey Bogart, los Hawks entendieron a la pareja como un espejo cinematográfico de su propia relación. Lauren Bacall interpretaría a Slim en "Tener y No Tener", justo el apodo de Nancy Hawks.
La insinuante y felina Lauren apareció en el nuevo vehículo fílmico de Bogart y causó sensación. La androginia la hacía aún más estimulante y, así, se consagraba una de las parejas romántico-eróticas más reconocidas y divulgadas del cine.

Con Humphrey Bogart en "Tener y No Tener"

"Si me necesitas, junta los labios y silba", le decía Lauren a Bogart para ganarse la inmortalidad.
Lauren sólo tenía 19 años y Bogart, 45.
Él se divorció de su mujer para casarse con Lauren Bacall, con quien tendría dos hijos y permanecería unido hasta su muerte. 
De algún modo, no podría entenderse a Lauren sin Bogie y ella aún responde preguntas sobre él. "¿Un tipo duro? No, Bogie era un alma amable".
Además de la vida doméstica que se crearon contra todo pronóstico, Lauren volvería a los brazos de Humphrey en tres ocasiones cinematográficas para tríada de clásicos del noir: "Cayo Largo", "El Sueño Eterno" y "La Senda Prohibida", donde repitieron eso llamado química, o el encanto de ver al entrañable sabueso y la deliciosa gata otorgando luz a turbias intrigas de celuloide.

Con Bogart en "El Sueño Eterno"

Si las promesas con Bogart se cumplieron, las cosas se complicaron para Lauren Bacall desde el fracaso de su segunda y olvidable película, de la que siempre dijo nunca se recuperó. La Warner la desprotegió y ella demostraba un rápido desinterés, que se ha traducido en períodos de parón, algunos realmente largos.
Miembro de la facción progresista de Hollywood, quizá tampoco despertó muchas simpatías su manifiesta repulsión al mccarthysmo.
Se la vio marchando con Bogart y otros colegas para protestar contra la paranoia anticomunista que asolaba al país. Aún así, el matrimonio tuvo que declarar que no tenían ninguna inclinación por la hoz y el martillo.


Más ligera se la veía en "Cómo Casarse Con Un Millonario", donde su voz ronca y refinadas maneras contrastaban deleitosamente con las pin-ups Marilyn Monroe y Betty Grable.
Fue una vuelta a la primera plana, todo opulencia y colorín. 

Con Betty Grable y Marilyn Monroe en "Cómo Casarse Con Un Millonario"

Más opulencia y aún mejores colores se vestían cuando Lauren Bacall visitaba el mundo de Douglas Sirk en "Escrito Sobre el Viento", donde interpretaba a la afligida esposa del decadente heredero de una empresa petrolífera.
Hoy considerada una obra maestra, hasta Bogart expresó su disgusto por ver a su Lauren en semejante melodrama y la Bacall nunca la ha nombrado entre sus películas favoritas.

Como Lucy Moore Hadley en "Escrito Sobre el Viento"

Al año siguiente, Bogart sucumbía al cáncer y el luto desbordaba la ciudad. 
Lauren, la joven viuda, colocaba un silbato en la tumba, porque aquello de "si me necesitas, sílbame".


Lauren Bacall perdía un gran amor, pero también su mejor aliado y su guía en el cine.
La dispersión se acrecentó y su breve compromiso con Frank Sinatra - que la dejó cuando se enteró que todos sabían de la boda menos él - ocupaba más atención que sus apariciones cinematográficas.

Con Sinatra

A finales de los cincuenta, Lauren se marchaba de los escenarios durante varios años, a lo largo de los cuales encontró el tiempo para casarse con Jason Robards.
Con Robards tendría un hijo, pero también una tormenta asegurada a causa del alcoholismo de él, que terminaría por sentenciar el matrimonio.

Con Jason Robards

Habría que esperar al meridiano de la siguiente década para verla con la marcha recuperada en los escenarios.
Sus mejores éxitos se ovacionaban en el teatro musical neoyorquino, donde conquistó con "Applause", versión musical de "Eva Al Desnudo".


Fue uno de tantos regalos que se dio a sí misma y la evidencia de que descansar le sentaba bien. Su ductilidad y elegancia no sólo permanecían, sino aumentaban con la edad.
"Asesinato en el Orient Express" la recuperaba por enésima vez para la pantalla, aunque esta vez con la firme decisión de devenirse en actriz secundaria y/o presencia de respeto. 

Como Mrs. Hubbard en "Asesinato en el Orient Express"

Desde ese momento y para siempre, contar con la Bacall ha sido llamar a la esfinge de los ayeres que recuerda recetas de glamour a los nuevos tiempos.
Imitada, homenajeada, adjetivizada, es difícil saber si Lauren Bacall inventó el estilo de los cuarenta o viceversa, y si su talento fue algo que aprendió por el camino o era esa veta inexplorada desde que se hacía llamar Slim. 
"¿Qué se siente al mirarse en el espejo y verse tan bella?", le preguntaba Barbra Streisand en "El Amor Tiene Dos Caras", donde era la madre guapa del patito feo. 

"El Amor Tiene Dos Caras"

Su augusta presencia le valía su única nominación al Oscar, negado de manera sorprendente, aplazado a un premio honorífico en 2009.
El galardón le llegaba en la etapa más ocupada de su carrera, justo cuando pensó que ya había terminado. Lars von Trier la ha llamado dos veces y la animación no para de demandar su inmarchitable voz, al ritmo que se suceden apariciones especiales, entradas en saraos y todos los homenajes.
Con el Oscar en la mano, dijo: "¡Un hombre, por fin!".


Pese a casarse dos veces y parir tres hijos, Lauren siempre se ha confesado alérgica a vidas familiares y uniones conyugales, mientras bendice el día que reconoció que no estaba hecha para ello. 
A ella le bastó su sentido del humor, su estilo y su maravillosa independencia como actriz, persona y mujer.


Lauren Bacall hoy tiene 89 años y, cual buena vieja batallitas, sostiene que el pasado del cine siempre fue mejor, añorando a todos los grandes, quizá echando de menos el principio de su bella historia.


Se cuenta placer oírla sacar el alfiler y decir cosas como: "Sí, he visto "Crepúsculo". Mi nieta me hizo verla, diciendo que era la mejor película de vampiros de la Historia. Cuando la "película" acabó, quería partirle la cabeza con el zapato, pero no quiero que escriba un libro llamado "Querídisima Abuelita" cuando yo muera. Así que le regalé el DVD de "Nosferatu", obra maestra de Murnau, y le dije: "Esto sí es una película de vampiros". ¡Y esto también va por todos vosotros! ¡Ved "Nosferatu"!"


No te mueras nunca, Slim.