jueves, 5 de junio de 2014

Así de Loco


Todo es posible en la guerra, dicen.
Los soldados soportan el fuego enemigo tras las trincheras, esperando las órdenes, deseando que acabe el fuego, suspendiendo por un instante el apabullante deseo de volver a casa.
Alguno se volverá loco y cometerá una estupidez. Trepará de entre las trincheras, cargará contra los enemigos y morirá en cuestión de segundos, abatido por los tiros de su decisión. No lo juzgues, entiéndelo. Ese soldado sólo quería que la guerra terminase. Así de loco estaba.
Cualquiera puede convertirse en ese soldado. En realidad, lo somos todos. La presa de nuestras decisiones. Porque lo más terrible de las decisiones es que nacen de una convicción. Una avasallante convicción que nace de esa neblinosa tierra que linda entre el autoengaño y la autoafirmación.


Hoy soy la presa de dos decisiones. La primera, que quiero abandonar Londres y volver a España cuando termine este mes. La segunda, que he de resucitar "Imitación A La Vida".
Ambas cosas son fruto del mismo pensamiento lógico que me llevó a hacer lo contrario hace unos meses. Quizá, entonces, era necesario que todo cambiara para que volviera a ser como está. No lo sé. He de hacer frente a mis decisiones, adonde me lleven, a la verdad que me descubran.
Por mis huesos que no sé el momento preciso en que descubrí que la aventura inglesa no era la más granada de las opciones que podía haber tomado.
Tal vez, cuando leí días antes de la partida la siguiente frase en un libro:
- Para los europeos, la vida es un juego. Para los británicos, el cricket es un juego.


Quizá comenzó cuando esperaba en la estación de Surrey Quays, el primer día, con una maleta enorme y el sol castigando, mientras veía pasar la gente y emergió ese axioma que podríamos apuntar en toda empresa vital que emprendamos:
- La realidad es igual en todas partes.
No, no puedes escapar de ti mismo. Y yo no he podido hacerlo. Ese fue el primer error de la ecuación. Pretender borrar una realidad escribiendo encima. Wrong, very wrong.
Si hay alguna culpa, me la echaría a mí. También llegué desinformado a este lugar. Quizá por esa desinformación o exceso ilusorio, tendía a imaginarme una ciudad más limpia, más eficiente, más diversa, más encantadora, más abierta. Londres no es nada de eso. No sé si alguna vez lo ha sido.
No la detesto, ni siquiera me impone. Sólo me parece una insensatez. Y, si usted calibra la estupidez de una tierra por lo mucho que se ha sublevado a las grandes tiendas, a las corporaciones, al trabajo por encima de la vida, Londres debe alinearse entre lo más tonto del planeta.


He oído y leído voces que me han prometido calma y tiempos mejores, pero he preferido mirar a las caras de la gente que reside aquí, a los inmigrantes que han sufrido la similar decepción que yo y a  las personas que, como yo, desean marchar a otro lugar más benévolo. 
En mi caso, querer aliviar una década en una gran ciudad con otra aún más grande, más pesada, más cara, más empobrecedora, más triste... No, no ha sido mi idea más brillante.
¿Luchar contra el engendro mecánico por aquello del "ya que estoy aquí"? El precio es cambiar el entusiasmo vital por caras largas, almas quemadas y sueños aplazados indefinidamente. Todo eso es lo que define a la gente que lleva aquí más tiempo del que debería. 
El mundo es demasiado agotador y la vida, demasiado corta, para estar demostrando a nadie, ni a mí mismo, todo el estrés que soy capaz de soportar.
Escribe conmigo en un papel:
- Si no lo sientes, simplemente no lo hagas.
Supongo que lo único que me retendría aquí sería el temor a ser juzgado. Y no. Prefiero hacer lo que me salga del pito. Estoy así de loco. 


Ah de la experiencia. Sí, es cierto.
Prevalecen muchas evidencias. Cosas que he de corregir o, en todo caso, afrontar de mí mismo. Pero también la convicción de que puedo ser lo que quiero en cualquier lugar del mundo. Si todo es igual en todas partes, lo bueno se encuentra en cualquier sitio. Y por qué no cerca de casa. Más barato, más tranquilo, incluso más posible. Mejor ser cabeza de ratón que cola de león.
Como las dos heroínas más queridas del cine, después de tanto caminar por el mundo, llega la certeza de que volver al hogar no es fracasar. Es ley de vida.
Es en Londres donde he entendido que pude hacer muchas cosas en España, que las puedo hacer todavía. Y, si no, a otro lugar. De nuevo, las maletas. 
- ¿Profesión? 
- Dando vueltas - contestaré.  
Deseo muchas cosas en esta vida, pero mi única y verdadera súplica es encontrar un buen sitio para vivir y crear, un lugar donde tenga un mínimo de tranquilidad o, al menos, una estación de paso donde renovar las fuerzas después de tanto vagar sin rumbo, bajo falsas convicciones, a la búsqueda de recetas mágicas que no existieron. 


Si sigo narrando la verdad, diré que no hay nada que me haya descarrilado más en estos últimos días que las malditas dudas. Porque sí, la decisión de regresar estaba tomada, obedecía a un pensamiento, tenía mis razones.
Pero ese temor a equivocarme una vez más ha sido lo que me ha tumbado en la cama, lo que me ha desesperado y lo que vislumbré que me iba a quebrar hasta que, sencillamente, concluí que mejor no esperaba un sí de los otros. Ya no me espero ni a mí mismo. Carretera y manta.
Londres ha sido más bueno que malo, escribiré siempre. Y gracias a esta aventura, rompí rutinas y conocí a gente amable y generosa, con la que he compartido piso, alegrías, locuras y alguna tristeza. Amigos, de los que hacen mejor persona y más inspirado escritor.
Gracias a la bella aventura, volví a la vida y entendí el verdadero valor de las equivocaciones. El modo en que éstas deben lanzarme hacia otras cosas, antes que frenarme y entristecerme como solían con anterioridad. 
Aún me quedan unas semanas, todo puede pasar. Y aún no he comprado el billete de vuelta. 
Sí, crear suspense es mi pasión. 


Entre decisiones y rectificaciones, "Imitación A La Vida" rebrota con fuerza, para contarte lo que te prometió: que el esplendor está en el propio viaje.
Llegue a mi destino o no lo consiga, este será el sitio para dar los oportunos alaridos, para decirte que perdí el aliento, para suspirar por recuperarlo, para asegurarte que estaba equivocado. Para irme y para volver. Siempre vuelvo, no lo dudes nunca. 
Para escribirte que esperé a que se terminara la batalla, que regresé a casa y que la encontré tal y como estaba.
Mi felicidad y mi tristeza, a ser posible escrita en estas líneas. Mis realidades y mis maneras de escapar de ellas. Ya me conoces, para qué contarte más.


Empezamos el lunes, con todas las secciones conocidas, cuatro días a la semana, saltando de la trinchera, porque así es la vida. 
Y yo, amigo mío, estoy así de loco.

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