lunes, 16 de junio de 2014

Xabi Alonso


Regresar a España se dice placer tan inmenso como volver a ver a Xabi Alonso vestido de rojo.
Cosas han cambiado en este mes y medio de exilio - el rey, el nombre del aeropuerto, la suerte contra Holanda -, pero mi futbolista favorito sigue concediendo el placer acostumbrado.


Digo favorito esencialmente por lo guapo, porque de fútbol sé lo justo como para no tener que saber más. De hecho, sólo lo veo cuando la Roja se pone de tiros largos y el espectáculo internacional está asegurado.


A salvo de madridismos o antimadridismos, convendrán conmigo en la excelencia del señor Alonso como centrocampista y pieza clave de los numerosos triunfos de la Selección Española en los últimos años.
Como sus compañeros, Xabi da el último sentido a la palabra equipo y asi juega en un baile quasiperfecto que ha asegurado tremendas, inesperadas, merecidas victorias.


El otro día, las cosas empezaron mal para España en Brasil y los holandeses se vistieron de Emily Thorne y nos dieron una revenge de cinco a uno, que no podía haber predicho ni el añorado pulpo Paul.
Esperemos que, como en el anterior Mundial, sea el peor comienzo para un equipo que es como yo: mejor bajo presión, más eficiente cuando está inspirado.


Si el partido no fue bueno, Xabi se quiso eterno, y no sólo metió el gol, sino que también se quitó la camiseta cuando regresó al banquillo.
Apoteosis del maromismo y la pelirrojez, Xabi Alonso tiene una belleza tan sofisticada que no parece futbolista.
Es el menú del día y el plato completo: barba roja y pecho peludo. No te pido más, Dios.


El Fassbender de la España de la crisis, Xabi Alonso es también lo último en la vindicación de los hombres pumukis.


El cachondeo al respecto estuvo servido cuando la Selección ganó la Eurocopa en 2012, y Xabi se subió al escenario de la fiesta del día después con un pedo monumental, ese que parecía cumplir con el estereotipo de que los pelirrojos se emborrachan enseguida. 


En cualquier caso, ha sido el momento más gracioso de un chico serio, un tanto soso, nada excitante como personalidad mediática, pero que mira a la cámara con la suficiente franqueza como para convertirlo en modelo.


Y ahí que el futbolista vasco prende fuego en las promociones de Emidio Tucci.
Lo veamos en anuncios de televisión o grandes cartelones, queda claro que es el más apropiado físicamente de entre sus compañeros para protagonizar esa transición a la publicidad. 


Detrás de la perfección de su barba roja, de la quietud de su mirada y de la magnificencia de su nuez, irrumpe el profesional que ha cumplido las previsiones que suscitó desde muy joven, navegado entre la Real Sociedad y el Liverpool, para eclosionar en el Real Madrid y toparse con mis ojos en torneos internacionales.


Hijo y hermano de futbolistas, ¿es Xabi Alonso algo más de lo que vemos? Es decir, algo más que un hombre que hace su trabajo, sea en el campo o frente a los fotógrafos, y vuelve a casa. 
Estoy tan acostumbrado a las floridas personalidades del espectáculo, que siempre espero una historia detrás del bello y exitoso. Sólo el tiempo lo dirá.


Si la Roja ha comenzado con suspenso - "humillada", rezan los exagerados periódicos -, esperemos que mi vuelta a España presencie, al menos, una papeleta patria solucionada en Brasil 2014, dentro de la absurdista importancia que le damos a estas cosas.


Y, por el camino y si me lo permites, no sólo desearé que Xabi Alonso se vuelva a descamisar, sino que la fortuna y destreza que ha tenido la Selección Española en pasados campeonatos sea nada en comparación con el necesario regreso a la prosperidad ecónomica y social del país con el que se visten.
España tiene que ganar y ahora no estoy hablando de fútbol.

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