El extraordinario talento de Vivien Leigh vivía a la altura de su belleza, aunque, como todo en ella, se decía en conflicto, en contraste, en ambivalencia.
Su rostro en pantalla registraba esos rápidos cambios de ánimo que contaron su expresividad como actriz dramática, pero también deslizaban el dolor de su enfermedad mental, mal diagnosticada, peor tratada.
Vivien Leigh fue una gran enemiga de sí misma y la víctima de sus demonios, mientras su nombre se escribía en la leyenda con sólo un puñado de interpretaciones.
Pese a los aplausos, los premios, la fama, Vivien apareció en menos de veinte películas.
Pese a los aplausos, los premios, la fama, Vivien apareció en menos de veinte películas.
Los riesgos la motivaban tanto como la destrozaban, los hombres eran refugio y calvario, los retornos se contaban siempre espectaculares. La salud, débil.
Vivien Leigh era una mujer de apariencia frágil y fuerte al mismo tiempo, que bien sonreía felina o levantaba la ceja derecha en señal de preocupación.
Todos aman a Vivien Leigh, o la amaron alguna vez. Aunque no siempre recibiera buenas críticas, su sensibilidad y ambición jamás pasaron desapercibida.
De nuevo, se impuso la ambivalencia. "Cuando me llamaron gran actriz, depositaron una enorme carga de responsabilidad sobre mí".
Ya fuera en heroínas shakespearianas, bellezas sureñas o damas marchitas, Vivien se arrogó la capacidad de emocionar y hacer temblar al mismo tiempo. Hay algo pavoroso en lo que transmitían sus interpretaciones, como si en ellas se contasen muchas de sus luchas interiores, algo de su corazón roto.
Con Vivien, podría decirse aquello de que era una actriz decididamente única y uno de los ejemplos de esa regla nunca escrita de que, para ser genial, has de estar como una cabra.
Nacida en la India británica a principios del siglo pasado, Vivian Marie Hartley encontró en la interpretación la medida de sus sueños. Sueños que compartía con su amiga de infancia, Maureen O'Sullivan, y, mientras se dejaban los suspiros en viajar y conocer gente, se subieron a sus primeras representaciones teatrales.
Vivien aseguró que parte de su bipolaridad se debía al distinto carácter de sus padres. Él, un oficial inglés, optimista, decoroso. Ella, una mujer decidida, inconformista, que buscaba genealogías poderosas detrás de su origen y, en ocasiones, decía encontrarlas.
La familia se mudó a Londres y Vivien se enroló en la Escuela de Arte Dramático. Por aquel entonces, se casó con el abogado Leigh Holman, quien le diera una hija y el nombre para su apellido artístico.
La convivencia duró muy poco y estuvo mediatizada por el interés artístico de Vivien, que su primer marido nunca compartió.
En 1935, Vivien Leigh aparecía en su primera película, que ya captó su exquisito rostro, aunque la verdadera excitación residía en los teatros londinenses. Mucho más cuando se conjugaban con el nombre de Laurence Olivier.
Fue Ofelia para su "Hamlet", mientras se enamoraban entre bambalinas y comenzaban a vivir juntos, apartados de la esfera pública, al estar los dos casados.
Laurence, su Larry, observó por primera vez un episodio maníaco de Vivien, que, nerviosa, insegura, protagonizaba berrinches para luego quedarse callada, en paz, sin saber lo que había ocurrido.
Ya desde "Hamlet", trascendía su reputación como actriz complicada.
Los productores de "Un Yanqui en Oxford", primera película en Hollywood, señalaron la complicación de la nueva nena a su agente, una vez terminado el rodaje.
A pesar de todo, Vivien llamaba la atención a cualquier ojo de gusto, mientras,en sus ratos libres, ella leía y releía la novela de moda, escrita por una tal Margaret Mitchell, y se veía claramente en el papel protagonista.
En Estados Unidos, la caza de la mujer para incorporar a Escarlata O'Hara comprendía a todas las actrices y aspirantes de la época.
Vivien fue descartada en un principio por David O. Selznick, para reencontrarla en el estudio, observando las llamas del decorado, donde se recreaba el incendio de Atlanta.
Fue entonces cuando accedió a hacerle la prueba y, reducida la competencia a cuatro actrices, el papel más norteamericano imaginable fue a parar a una actriz británica.
Vivien Leigh compró billete de ida a Hollywood y la producción de "Lo Que El Viento Se Llevó" se le reveló compleja y agotadora.
El peso de la película estaba sobre ella, mientras George Cukor, renombrado director de mujeres, era sustituido por el macho Victor Fleming; Vivien se sintió descuidada por éste, mientras debía trabajar largas y penosas horas de rodaje, además de la dolorosa separación de su amado Larry, que se encontraba en Londres.
Más allá de su fama de niña complicada, "Lo Que El Viento Se Llevó" fue la prueba de que, por encima de caprichos y arrebatos, era una actriz trabajadora y disciplinada.
Más allá de su fama de niña complicada, "Lo Que El Viento Se Llevó" fue la prueba de que, por encima de caprichos y arrebatos, era una actriz trabajadora y disciplinada.
Las inmejorables noticias fueron recompensa. La búsqueda había merecido la pena y estaba claro que sólo una mujer pudo ser Escarlata O'Hara.
Vivien era la única capaz de contagiar con su simple presencia y un arqueo de cejas esa mezcla de sexualidad, imbecilidad y valentía, esa unión de niña eterna y hembra de armas tomar, esa dicotomía entre señora destruida un día y superviviente al siguiente.
Vivien Leigh ganó su primer Oscar, las mejores críticas de su carrera y un puesto en el corazón de muchos espectadores durante generaciones, largamente emocionados por su interpretación.
Más que interpretación, había dado vida a un personaje inigualable.
Pese a la llamada al estrellato y un nuevo éxito melodramático con "El Puente de Waterloo", Vivien Leigh desoyó, porque se sentía actriz más que chica de glamour, mientras volvía presurosa a los brazos de Laurence Olivier.
Tras conseguir los divorcios y ceder la custodia de sus respectivos hijos, Vivien y Laurence se casaron en 1940.
El matrimonio se hizo predilecto de las cámaras y objetivos, si bien sus ambiciones teatrales fueron más decisivas que cualquier película de fama.
Tras ser acusados de obviar el conflicto bélico internacional, los Olivier dedicaron energías y giras a animar las tropas.
En uno de sus viajes, fue cuando Vivien cayó enferma de tuberculosis. El mismo año sufría un aborto y se sumía en una dolorosa depresión, donde no faltaron momentos de violencia física y verbal hacia su marido.
A lo largo de un viaje en Australia, la relación se quebró para siempre.
"La perdí en Australia", diría Laurence, mientras ella se entregaba a otros hombres, lloraba y volvía a Larry.
Él era el testigo y destinatario de todos los ataques de Vivien, ocultada la verdad a los demás. Laurence se convirtió en el enfermero de su esposa.
Temporadas de recuperación y vuelta a los escenarios eran el necesario día siguiente. Vivien, tras la inactividad, decidía volver con ganas.
Su papel de ambición a finales de los años cuarenta era otra dama sureña de mucha nota: Blanche Dubois, la ajada soñadora de "Un Tranvía Llamado Deseo".
Tras interpretarla en varios escenarios y en rivalidad con Jessica Tandy, que la incorporó en Broadway, Vivien conseguía el rol en la adaptación cinematográfica.
Marlon Brando diría que Vivien era Blanche y, después de que los dos ofrecieran unos recitales indescriptibles de pura genialidad, ella confesaría que la Dubois le hizo más daño que bien.
Dentro de una de las películas más notorias y sexualizadas de su época, Vivien se alzaba con el segundo Oscar y se vivía una buena ratificación de su talento, de sus ojos, de su imaginación como actriz
Regresaron los demonios, en esta ocasión en el plató de "La Senda de Los Elefantes", donde sería invitada finalmente a abandonar la película, entre sus inseguridades y la turbulenta relación que había iniciado con Peter Finch.
Al final, Vivien necesitó rondas de electroshock para controlar su manía depresiva. Se cuenta que, horas después de salir de uno de esos terribles tratamientos, era capaz de salir a escena sin perder comba.
En 1960, llegaba el divorcio de Laurence Olivier. Anunciado, merecido, tardío.
Pese a que ella tenía otra relación, nunca superó la pérdida de Larry y la tristeza se intensificó.
Entre sombras y luces, sus últimos años dieron escasos, aunque buenos, frutos, y las películas aún le proporcionaban oportunidades de alcance como "La Primavera Romana de la Señora Stone" o "El Barco de Los Locos".
En el verano de 1967, la tuberculosis volvía y la postraba en su cama londinense. La encontrarían poco después, en el suelo del cuarto de baño, con los pulmones inundados y quizá la paz finalmente hallada.
Moría con sólo 53 años.
"Las actrices duran mucho tiempo y siempre hay maravillosos papeles que interpretar", dijo Vivien, la optimista entre la tristeza, la brillante desde la oscuridad.
Pocas personalidades han logrado tanta fascinación en los espectadores con tan breves momentos, pero tal vez sea la excepción quien ha hecho más intensa la imagen de Vivien Leigh.
Placer demasiado exquisito esta loca y genial señora.
Con la descripción de su madre parece que fuera ella Blanche Dubois, y no Vivien.
ResponderEliminarUn corazón roto seguro. La fuerza y salvajismo de Scarlett cobran altas facturas, y creo que Vivien debió terminar como los señora Stone, espléndida pero sola, aburrida, rodeada de extraños. Gracias por darme a conocer mucho más de su vida.
ResponderEliminarVer sus películas es esquisito,Arte y Talento.Vivian Leigh perdura como estrella eterna.La TBC que pareció reflexióno sobre la enfermedad.ViVa Vivían Leigh
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