martes, 19 de noviembre de 2013

Voz y Oro de Barbra Streisand


La nariz de las pantallas, la señorita inasequible al desaliento, la importancia despuntada al fuego de milagrosa cuerda vocal. 
"Cuando yo canto, la gente se calla", resumióse Barbra Streisand.
Voz de oro, más reputada, perseguida y admirada que ninguna otra mujer cantante del siglo, Barbra combinó su extraordinario talento con una voluntad de hierro desde el primer día.
A salvo de catástrofes, de escándalos, de otros peligros de la fama,  Barbra Streisand se cuenta como la decisiva victoria de la personalidad, que, a fuerza de críticas, sólo se ha reafirmado.


Ante cualquier consideración, no hay duda de que Barbra es una diva de pies a cabeza, con todo lo que significa. 
Es ególatra, apabullante y parodiable, desde sus gorgoritos hasta sus largas uñas que acarician a sus amados compañeros de reparto, a los micrófonos y a las cámaras cinematográficas.
Polifacética, inquieta, celosa de su propia imagen, aterrorizada de ciertos escenarios, siempre esperada en eternos regresos, la Streisand vive.
Barbra es ese tótem del entretenimiento, ese nombre de la cultura pop, que no sucumbe a las modas y aún ocupa un espacio tan inverosímil como considerable en los éxitos discográficos.


El cine es la sombra alargada que se proyecta sobre ella, aquello a lo que llegó tarde y aquello de lo que se fue pronto, mientras se dice más cómoda en los estudios de grabación, donde se recoge su voz, exuberante, cálida, neoclásica, imposiblemente emocional.
Voz que se ha hecho más grave con el tiempo, pero continúa asegurándole el cetro de reina indisputable.


Barbra Streisand se cuenta en función de una saga rags-to-riches, tal como se imaginó desde niña, fraguada en el deseo de ser como Judy Garland.
Barbara Joan Streisand nació en el hervidero judío del barrio neoyorquino de Brooklyn; a los quince meses, su padre murió, dejando a la familia en la pobreza.
Los años eran difíciles, mientras Barbara crecía y acudía finalmente a la yeshiva de Brooklyn, donde completó sus estudios y definió pronto sus constantes artísticas.
Su voz se educó en clases, pero sobre todo, maduró en nightclubs, a donde fue llevada y traída durante sus años de adolescencia. Los locales donde creció como artista eran frecuentados por hombres homosexuales, público potencial desde entonces.
Desde el circuito gay de Greenwich Village, las noticias de la vibrante Barbra se hicieron llegar hasta las puertas del gran negocio del espectáculo. 
Barbara, no. Barbra, dijo ella, sustrayendo una letra. No quería cambiarse el nombre pero, a la vez, lo detestaba. En su proverbial necesidad de ser única, se comió una "a".


En Broadway, televisiones y radios, se oyeron los trinos de la joven Streisand con mucha admiración y fue una sensación inmediata, vivida a lo largo de la década de los sesenta.
Su encuentro con Judy Garland dejó entre sordos y emocionados a los espectadores, que sólo quisieron más Barbra. La televisión se rindió a darle especiales, mientras irrumpía en conciertos tan memorables como el Happening en Central Park.
El estilo musical de Barbra siempre ha sido devoción retrófila, pero la distinción fue el físico, que se decía intacto y hablaba de orgullo judío y también de declaración feminista. 
Barbra era especial, una niña que lo sabía todo, incluyendo lo mucho que valía.
La invitación para Hollywood se coló bajo la puerta y, nerviosa y decidida como acostumbra, se lanzó hacia su primera película: un biopic musical de Fanny Brice, legendaria cómica de Broadway.

Con Omar Sharif en "Funny Girl"

En la escena que daba comienzo a "Funny Girl", Barbra aparecía en pieles, se miraba al espejo y decía:
- Hola, maravillosa.
Se metió al público - especialmente, al femenino - en el bolsillo desde el pistoletazo de salida, y "Funny Girl" fue un compendio de su ductilidad. Cantaba, bailaba, era graciosa en sus líneas y lloraba por amor cuando tocaba. William Wyler aseguró que, a efectos prácticos, la película la había dirigido Barbra.
Esta completísima interpretación de show-woman recibió la esperada ovación y el Oscar a la mejor actriz.


La Streisand se subió al escenario del Grauman y le dijo a la estatuilla: "Hola, maravillosa".
Se iniciaba esa relación amor-odio que Barbra ha tenido siempre con los Oscars.
En el público, aplaudía Elliot Gould, primer marido, padre de su hijo Jason y quien la acompañara esos primeros años de la Streisand en Hollywood.

Con Elliot Gould

Si bien "Funny Girl" fue un triunfo, los dos musicales que protagonizó a continuación - "Hello, Dolly!" y "On A Clear Day I Can See Forever" - decepcionaron en taquilla y deslizaron la posibilidad de que la romántica Barbra quizá había llegado demasiado tarde a un cine cambiante.

Con su hijo Jason, en el set de "Hello, Dolly"

Cayó de pie y se auguró una Streisand distinta durante la década de los setenta, erigida como una de las estrellas feministas de aquellos años. 
Barbra controló muchas de sus nuevas películas y mutó de ser la nueva Judy Garland a simplemente Barbra Streisand.
Ryan O'Neal la definió entonces como "la persona más pretenciosa de Hollywood".

Con Ryan O'Neal en "¿Qué Me Pasa, Doctor?"

Precisamente junto a Ryan, demostró su impecable timing para la comedia en "¿Qué Me Pasa, Doctor?" y, dos años después, ofreció una interpretación memorable frente a Robert Redford en el melodrama recapitulativo "Tal Como Éramos".

Con Robert Redford en "Tal Como Éramos"

Su interés por modernizarse fue más benigno en el cine que en la música, donde su voz lucía inapropiada cuando se la aventuraba en tentativas más rockeras o disco. 
Apostó por volver al terreno donde estaba más cómoda con "The Broadway Album" y recuperó la ovación acostumbrada.
Pero fue su colaboración con Barry Gibb quien le diera uno de sus éxitos más resonantes, "Guilty", que contenía el temazo del siglo: "Woman In Love".
Los fracasos comerciales que supusieron "The Main Event" y "All Night Long" la divorciaban relativamente del cine a finales de los setenta y, de hecho, sólo ha intervenido en seis películas desde entonces.
Pese a la chulería que demuestra continuamente, Barbra es una artista insegura en muchos terrenos. Durante años, ha dicho que no a muchas aventuras y tiene pánico a cantar en directo. 
En una ocasión, dijo que su egolatría era sólo la máscara que se había puesto desde temprana edad para ocultar sus miedos viscerales.
Aún así, en 1982, venció el obstáculo más importante y cumplió un sueño largamente perseguido: ponerse detrás de las cámaras.


"Yentl", historia de una niña judía que se hace pasar por hombre para estudiar en un universo ancestral, fue un debut impresionante, por su delicadeza escénica y pulso narrativo, aunque la película, netamente Streisand, dividió a la concurrencia de manera inevitable.
Ganó el Globo de Oro como mejor directora, pero la Academia omitió su nombre en la tanda de nominaciones.
"En Hollywood una mujer puede ser una actriz, una cantante, una bailarina. Pero que no sea mucho más", diagnosticó Barbra, con toda la razón de mundo.
Con "Yentl", se convertía en la primera mujer de la Historia que dirigía, producía, escribía y protagonizaba una película. 
Y cuando la cámara miraba, iniciática, a Mandy Patinkin con deseo y delectación, cualquiera comprende porqué no debe ser la última.

Con Amy Irving y Mandy Patinkin en "Yentl"

A excepción de su esforzada interpretación de "Loca", los años ochenta se encontraron con Streisand en páginas de revista, en labores de activismo y en sus citas discográficas.
Serían los noventa tiempo para un comeback a todos los niveles.
Volvía a la dirección con el drama "El Príncipe de las Mareas", demostraba su poder e influencia colocando a Clinton a las puertas de la Casa Blanca y, por primera vez en mucho tiempo, decía que sí a un concierto.
Llamado, sin más preámbulos, "The Concert", fue un éxito fabuloso, que revitalizó su figura y su voz en retinas y oídos. 
La acusaran de azucarada, tenía un público constante, que le perdonaba sus excesos y hasta los celebraba. Trinaba la Streisand, ganaba más fans.
Y su reputación como icono gay estaba fuera de toda duda.


En 1996, volvía por tercera - y hasta ahora, última - ocasión a dirigirse a sí misma en "El Amor Tiene Dos Caras".
Era la apoteosis de Barbra, donde, una vez más, un actor buenorro le dice en una escena que es guapísima, mientras le sujeta con delicadeza su picassiana faz.
La película es tal desmadre streisandesco que es inaguantable hasta para muchos de sus fans; por ejemplo, servidor.
Por entonces, y a rebufo del estreno, se nos relataba su amor decisivo con James Brolin.
Barbra, reconocida seductora, quien tuviera notorios romances con señores muy atractivos, decidía sentar la cabeza y decir "sí, quiero" por segunda vez, con miras de disfrutar los años de madurez al lado del canoso Brolin.

Con James Brolin

Desde entonces, salvo irrupciones inesperadas en comedias, Streisand se afirma como criatura de micrófonos, media melena y uñas, siempre uñas.
Se hace de rogar como es costumbre, pero ahí que publica discos, allá que revienta las taquillas de sus celebrados conciertos, acullá que vuelve a los Oscars.
En una ocasión, para darle el premio a Kathryn Bigelow, la primera mujer directora en recibirlo. En la última, para cantar "The Way We Were" en homenaje al fallecido Marvin Hamslich, bordador de gran parte de su repertorio.


Muchos la cuestionan, otros la imitan, se cuenta que es cursi y blanda en todo lo que gorgoritea. Pues sí, ¿y qué?
Sus admiradores también consideramos que es una diosa de la escena, un astro de la música, una actriz maravillosa y una cuestión sentimental, a la que colocar cualquier epíteto de grandeza no es suficiente.
Por favor, ponme "He Touched Me" ahora mismo y, si no me levanto de la silla en la última estrofa, es que estoy muerto.


 "Soy sencilla y compleja, generosa y egoísta, fea y bella, perezosa y emprendedora", se definió.
Barbra Streisand es también la imagen de una señora que no cambia para agradar a nadie en particular, ni en su físico ni en su manera de ser. Su admirable autenticidad no reside en sus orquestadas melodías, sino en su fidelidad a sí misma.
Y en quererse mucho, claro. Se sabe que el primer fan de Streisand es Streisand.
"Oh, Dios, no me envidies. Yo también tengo penas", dijo, mirando al Cielo, bien segura de su deidad.

3 comentarios:

  1. Los Cowboys de medianoche, con Garci a la cabeza, dicen que Barbra les parece una mujer muy atractiva. Y ya está, esa es la noticia.

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  2. Genial la frase de los contraste, fundir la personalidad en los antónimos.

    Salu2!!

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  3. Es inimitable aunque Celine Dion y Lara Fabian la adoran y de niñas querían cantar como ella. Su grandeza se basa en ser ella misma y en que es de origen judio y sabe con mayúsculas que es el dolor. Y lo transmite en sus canciones. Yo particularmente no creo que sea la mejor cantante del mundo, es Barbra y punto y canta como le da la gana. Si hubiese sido la mejor cantante no habría durado tantos años ni sería una de la que más discos ha vendido del mundo. Por ejemplo Julie Andrews era una cantante con la voz muy educada pero le faltaba potencia y sentimiento a veces resultaba fría.

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