martes, 12 de noviembre de 2013

El Vuelo de Christopher Reeve


Desde su sola presencia, Christopher Reeve despertaba una inmediata simpatía. 
Había algo natural y cálido en su belleza perfecta; extraña y refrescante combinación si bien los guapos de solemnidad siempre parecen lejanos. Su imposible hermosura era casi extraterrestre, su ternura, de andar por casa.
Serían esas facciones su carta de presentación, pero fueron su talento y su escrupuloso gusto las coordenadas que definieron su ambición artística. Christopher Reeve era un actor con un plan. 
En su vida, también sobraban los objetivos. Bien se lo habían enseñado en las más exclusivas escuelas y universidades: todo se podía conseguir en esta vida.
Y así parecía cumplirse, cuando el joven y bello Christopher se aseguraba un estrellato inmediato gracias al papel más popular, también el más memorable. 
Superman lo llamaron y así lo reconoce la inmortalidad cinematográfica.


Aunque muchas de sus películas decepcionaron de un modo u otro, Christopher Reeve fue uno de los actores más amados de los ochenta y era un placer tropezárselo en imágenes y escenarios. Para mí, verlo significaba ponerme rojo como un tomate.
Christopher era guapísimo hasta decir basta, un metro noventa y tres, pelo negro, ojos de un azul sobrenatural y una media sonrisa que se las decía derretir a toda la concurrencia. 


Como actor, lo acusaron de soso en algunas ocasiones, aunque él se valió de su aparente inexpresividad con peculiar fortuna en papeles de arribista y amoral. 
Era un hombre inquieto, con opinión, siempre preocupado y perfeccionista.
Y serían precisamente su increíble fuerza y su tozuda visión de la vida los motores decisivos cuando el destino lo tiraba del caballo y lo postraba en una silla de ruedas para el resto de su vida, al mismo tiempo que Christopher Reeve se convertía en el protagonista de una historia tan trágica como valiosa.


Muchos y mejores años antes, había nacido en Nueva York, con privilegios, dinero y cultura a su alrededor.
Christopher D'Olier Reeve destacó en prácticamente todo desde sus años en Princeton. El deporte y los estudios no se le resistían, mientras la preocupación artística cundía pronto y le proporcionaba excelentes críticas desde el principio.
Entre Cornell y Julliard, se contaron sus imparables años universitarios, donde el Arte Dramático ocupó toda su atención. El venerable John Houseman lo separó de entre sus compañeros y lo seleccionó junto a Robin Williams para los programas avanzados.
Allí, en Julliard, Robin y Christopher iniciaron una amistad duradera.
Sería en el otoño de 1975 cuando Christopher llegó a Broadway. 
Se presentó a un casting y fue señalado con el dedo por la mismísima Katharine Hepburn, que lo demandó para darle la réplica en la obra "A Matter of Gravity". 
La Hepburn se entusiasmó por el joven Reeve de tal manera que llegó a rumorearse que compartían algo más que escena. 


Él lo desmintió y luego decepcionaba a la legendaria Kate cuando, tras una temporada de representaciones, se marchaba de la función a la busca de nuevos desafíos.
Tras un pequeño papel cinematográfico, su nombre se puso repetidas veces sobre la mesa para incorporar a Superman en la lujosa adaptación del cómic que se planeaba por entonces. 
Los productores lo rechazaron, alegando que Christopher era demasiado joven y delgado. 
Finalmente, accedieron a hacerle una prueba y, al terminar, uno de los directores de casting le dijo: "Esto no se debe decir ahora, pero el papel es tuyo".


Incluso los críticos que no se entusiasmaron por la película, tuvieron una cosa clara: Christopher Reeve estaba sensacional. 
Del largo y trufado reparto de "Superman", era el actor desconocido, pero fue quien captó la atención y la imaginación de los espectadores. Podría decirse que nos robó el corazón.
Su Clark Kent estaba confesamente inspirado en el Cary Grant de "La Fiera de Mi Niña", mientras su aparición en mallas azules demostraba la cantidad de músculo que había ganado durante su preparación para el personaje. 


Sólo él podía convencer en los dos lados del personaje, sólo él podía resultar sexy en ese traje, sólo él podía ser Superman. Es una de esas raras y milagrosas relaciones entre actor y personaje, donde áquel parece haber nacido para interpretar a éste. 
El Superman de Reeve se las dice aún insuperable.
"Superman" fue uno de los éxitos más duraderos de la historia de Hollywood, refrendado dos años después por la estimable secuela, donde hubo aún más que envidiar a Margot Kidder.

Con Margot Kidder en "Superman II"

En el crepúsculo de los setenta, los ojos estaban puestos en Reeve que, desde el principio, dijo que no a casi todo lo que le ofrecieron. 
Era un actor que leía guiones, tenía proyectos propios y se dejaba convencer muy poco por las luces comerciales. Se equivocó, no obstante, y su personalidad fílmica no resultó tan excitante lejos de Clark Kent. 
Su estilo sutil y su belleza idílica parecían ser antónimos de un verdadero carisma revientataquillas.

"En Algún Lugar del Tiempo"

En aquellos años, se acumularon tropiezos como el romance retrocursi "En Algún Lugar del Tiempo", donde viajaba a través de los años para encontrarse con Jane Seymour, o el risible drama "Monseñor", para el que fue sacerdote católico sin escrúpulos.

"Monseñor"

Sus mejores y más aplaudidas interpretaciones se encuentran en "Las Bostonianas" y, especialmente, en "La Trampa de la Muerte", donde estaba fabuloso en todos los sentidos, sin desmerecer nada frente a Michael Caine.

"La Trampa de la Muerte"

"Superman III" se reveló como un desastre y Christopher confesó intención de no regresar al personaje, pero se le sedujo para una cuarta entrega.
Reeve planeaba "Street Smart" como proyecto de interés personal y la productora le puso como condición que volviese a calzarse las mallas azules.
Él aceptó, participando en el guión, aunque el resultado de "Superman IV", culpa directa de las restricciones presupuestarias, fue tal calamidad que Christopher se dolería para siempre de esa última aventura como el volador rojiazul. 
Mejor recibida fue la turbia intriga "Street Smart", donde interpretaba a un periodista involucrado en los delitos de un chuloputas. 
Sin embargo, tampoco supuso un éxito de taquilla y su estatus como actor de primera fila quedaba en duda más que nunca cuando se veía a Morgan Freeman y Kathy Baker zampándoselo en escena.  

Con Morgan Freeman en "Street Smart"

Hacia finales de la década, Christopher se tomaba un momento de reflexión y comenzó a aceptar papeles secundarios, menos exigentes, más cómodos. 
A ese respecto, una de sus últimas apariciones de nivel fue agarrarse de nuevo del brazo de James Ivory para "Lo Que Queda del Día".

"Lo Que Queda del Día"

Durante todos esos años, Reeve no había olvidado ni un solo día sus múltiples aficiones, su interés por el deporte y su activismo. Era reconocido tanto por su físico imponente como por su decisión a la hora de embarcarse en lo que fuera, mejorar en sus opiniones, mejorar en todo.
Nadie podía predecir el revés.
Era el año 1995 y Christopher acudió junto a su esposa Dana a una competición ecuestre en West Virginia. Al intentar un salto, Christopher cayó de su caballo. Dos vértebras quedaron destrozadas y la médula espinal, fatalmente lesionada.
Cuando recobró la conciencia, y ante las noticias de los doctores, Christopher comunicó a Dana que quizá era mejor dejarse morir. Ella, que sería tan decisiva en los años siguientes, le instó a que siguiera luchando.
Y él no perdió la esperanza en la recuperación, pese a aquellos primeros días de dolor e Infierno, mientras se acumulaban las complicaciones. 
En plena oscuridad, recibió la visita de un doctor loco, con acento ruso, que venía a hacerle un tacto rectal. Era, por supuesto, Robin Williams disfrazado. Su gran amigo, que le hizo reír en ese momento.
"Entonces supe que, de algún modo, todo iba a salir bien".
Robin no sólo bromeó con él, sino que se ocuparía de costear buena parte de las facturas médicas de Christopher.
Reeve asumía su tetraplejia en una rehabilitación que fue próspera, dentro de las evidentes limitaciones.
Desde muy pronto, se interesó por posibles curas y experimentos con células madre, mientras cundía la necesidad de mantenerse fuerte, de seguir vivo, por si llegaba el día en que encontraran la solución.
En 1996, se levantaba el telón y Christopher Reeve aparecía en los Oscars. La ovación duró dos minutos, mientras él, sentado en la silla, respirador mediante, dijo: 
- No me hubiese perdido esta bienvenida por nada del mundo.


Quizá fue el momento más descorazonador vivido en ese escenario: Superman, el hombre que podía volar, confinado a un cuerpo inerte.
Durante los años siguientes, Christopher mantuvo su proverbial actividad, creando una función a su nombre para discapacitados, bajo el cariño y cuidado de Dana, y sin apartarse de las pantallas, claves para hablar de lo que le había pasado, para dar coraje a los que lo sufrían, para decir que era posible seguir viviendo.
Debutó en la dirección, reapareció en una Tv-movie y fue invitado de honor en dos episodios de la serie "Smallville", rindiendo cumplido homenaje al personaje de su vida.  

Con Tom Welling en "Smallville"

Su voluntad fue seguir sano, con el deseo puesto en un mañana de hallazgo científico, y aseguró que había recuperado sensibilidad con el tiempo.
Pero la imperante parálisis se lo cobraba poco a poco. Incrementó su alopecia y, durante largos períodos, Reeve reaccionó mal a muchos medicamentos. 
Una grave infección se complicaba en 2004, provocándole un infarto.
Christopher Reeve moría a la edad de 52 años. Según cuentan, con la fe intacta.


Cuando se oye una historia como la de Christopher Reeve, se puede acusar a Dios de tener un sentido del humor bastante particular.
Pero también es la victoria de una testarudez más grande que el propio destino, ese pavoroso triunfo del espíritu humano que se empeña en prevalecer sobre la verdad de que ya no seremos quien fuimos.
Christopher Reeve era quizá demasiado perfecto para el gusto de Dios, pero desafió la tragedia, quizá hasta la entendió, demostrando que era más que belleza y juventud, que poseía una verdadera fuerza para enfrentarse a lo que le ocurrió. 
Y si bien perdió al final - todos perdemos al final -, quedó claro que fue más Superman en ese instante que al principio.
Terrible, triste, hermoso ejemplo de que, cuando lo perdemos todo, todavía nos tenemos a nosotros mismos. 


Un hombre en mayúsculas.

5 comentarios:

  1. Emocionada... Qué preciosidad, qué gran homenaje a este hombre. Y, siendo un poco más frivola, qué fotazas, por toda la kriptonita del mundo. Con la cuarta luciendo melena casi me da un paparajote.

    Gracias por recuperar al mejor Superman ever.

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  2. Antes de nada debo decir que conocí tus blogs gracias a nuestra querida Athena, quién varias veces me pasó varios post sobre distintos maromos dignos de mención. Con tanta publicidad, al final me acostumbré y empecé a usar tus blogs como si fueran "wikipedias maromiales", dónde comprobé que mis actores predilectos se encontraban también en esta sección.

    Pero ahora me he encontrado con esto y se me han saltado las lágrimas.

    Creo que todos hemos rememorado los grandes momentos de este señor. Preciosa la anécdota que comentas con Robin Williams (la cuál desconocía), y también esa entrada triunfal en la gala de los Oscars que jamás será olvidada.

    Solo puedo decir que muchas gracias por deleitarnos con esta maravillosa entrada.

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  3. A mí lo que siempre me gustó de este hombre, aparte de su Clark Kent, fue que tras el accidente utilizó esos medios que lo encumbraran para "hacer el bien", como un supermán vamos.

    Hacía tiempo que no comentaba, pero te sigo con asiduidad. Y esta entrada en particular me ha emocionado.

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  4. Qué bonito. Yo siempre recordaré a Christopher como el príncipe de Blancanieves de aquellas maravillosas y naif representaciones de "Los cuentos de las estrellas" presentados por Shelley Duvall. Qué apostura.

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  5. Muchas gracias a todos. Me alegro de que, leyéndolo, hayáis sentido algo muy parecido a lo que sentí yo cuando lo escribí.
    Y, bienvenida, Elora, sepa usted que "Imitación A La Vida" es mucho más que maromos.

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