miércoles, 20 de noviembre de 2013

Los Nazis y Las Películas


El cine creció en el mejor y el peor de los tiempos, parafraseando a Dickens.
En los años veinte y treinta del siglo pasado, fue cuando el invento de feria se transformaba en el poderoso medio de comunicación que hoy conocemos.
Y, en aquellas décadas, irrumpían las vanguardias artísticas y el glamour de las formas, quienes ribetearan de imaginería y cultura a las imágenes del cine. 
Pero bien lo sabemos: también fue la era del fascismo y la inevitable llegada de otro colapso bélico internacional.
El cine encontró su mayoría de edad frente a los nazis y la Segunda Guerra Mundial, que se convertirían en temas recurrentes, para entender lo que había sucedido, para contarlo al público, para adornar dramas y, en definitiva, para servir de trastienda y contrapunto a muchas de las películas más aclamadas.

Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en "Casablanca"

El cine demostró su poder durante ese proceso histórico y encontró tres de sus valías: el escapismo, la propaganda y la capacidad testimonial. 
Las mejores películas alemanas de los años veinte contaron la pavorosa situación del país, a golpe de expresionismo. 
Las grandes obras de Murnau, Lang o Pabst nos traen la decadencia en todos los estratos de un país sacudido por la humillación y la crisis económica, donde los valores se hundían en el sumidero, mientras surgían las ideas totalitarias como terrible respuesta.

"El Último"

Ya en los años treinta se consideró que el aparato de las imágenes en movimiento era mucho más que entretenimiento; podía influir en los espectadores y era capaz de cambiar la opinión pública. ¿Era posible que el cine también declarase la guerra?
Alemania, ya bien ribeteada de nazismo, señaló con el dedo a "Sin Novedad en el Frente" como la película de Hollywood a detestar, esa que osaba retratar la Primera Guerra Mundial desde el punto de vista de los alemanes y además se preciaba en lanzar un sentido discurso pacifista.
Hitler la colocó en su lista de películas prohibidas y Hollywood, como imperio económico, decidió andar con cautela en torno a lo que ocurría en Europa Central. 
Se ha publicado recientemente un libro que habla de ese tácito colaboracionismo, que sacrificó ataques directos contra Hitler por un estreno en condiciones y una taquilla saneada en Alemania y países simpatizantes.
A Hitler le encantaba el cine y, cuando vio "Metrópolis", la llamó su película favorita. 
Era una producción fastuosa, hoy convertida en la obra icónica del cine mudo, que expresaba una ingenua apuesta por la reconciliación interclasista, asunto que deleitaba a los nazis. 

"Metrópolis"

La producción de "Metrópolis" también expresó la separación de la sociedad alemana en cuanto a sus nuevos dirigentes: la guionista Thea Von Harbou era una nazi entusiasta, mientras el director Fritz Lang no tardaría en hacer las maletas.
La UFA, productora del cine germánico, devino en campo de operaciones de la propaganda del Partido Nazi y el mismo Goebbels supervisaría colorines como "Munchausen", que reconvertía la historia del loco viajero en el periplo de un súperhombre inasequible al desaliento.

"Munchausen"

El documental conocía obras maestras de la manipulación, gracias a Leni Riefenstahl. 
Títulos como "El Triunfo de la Voluntad" y "Olympia" son bellezas estéticas de ideología aberrante, que tienen hoy una valía nunca antes encontrada en la Historia hasta el invento del cine: la posibilidad de ver las crónicas de los vencidos.

Leni Riefenstahl

Hollywood se posicionó en el conflicto del bando aliado cuando las cosas empezaron a ponerse feas, aunque aun en una película de 1940 como "Tormenta Mortal" se observa cierta timidez. 
Aunque trata la persecución étnica de los nazis y éstos son tratados como villanos, se evita utilizar la palabra "judíos", diciendo "no arios".

James Stewart y Margaret Sullavan en "Tormenta Mortal"

Tras Pearl Harbor, se acabaron las medias tintas y el nazi vivió su camino a la consagración como el villano definitivo en las películas norteamericanas. 
En principio, con clara vocación propagandística; con el tiempo, como un recurso dramático.
Como la sociedad, el cine norteamericano se fue enterando de los trapos sucios del nazismo de manera paulatina a lo largo de los años cuarenta. Desde ser el enigmático enemigo en la sombra a revelar como el cerdo psicópata y gasificador, sólo fue cuestión de desmantelar los campos de concentración.
Cuando las cámaras de gas de Auswitchz ocuparon primera plana, ya vencidos los nazis, Orson Welles se interesó por comprender las derivaciones del asunto y dirigió "El Extraño", la única película suya que fue un éxito de taquilla.
En ella, se habla por primera vez del nazismo como un cáncer arraigado, que no se solventaría con un armisticio y había que seguir tratando. 
Orson interpreta a un dirigente alemán huido, enmascarado tras la plácida fachada de un maestro de pueblecito yanqui. 

Orson Welles en "El Extraño"

"El Extraño" se hacía todo un clásico de la paranoia, a medida que se descubrían nazis en sitios insospechados y se imponía el juicio de Nuremberg para ajustar debidas cuentas.
Fue "Roma, Ciudad Abierta" la obra cinematográfica que hizo sacudir al mundo, porque hablaba de las víctimas a pie de calle del fascismo, ese brazo ejecutor y depravado que disparaba primero y no preguntaba nunca. 

Anna Magnani en "Roma, Ciudad Abierta"

Hollywood calcó ese esquema a su gusto; el nazi quedaba aislado de la realidad, sólo se entendía como el villano supremo e irredimible, cuya maldad moría cuando él lo hacía. Esa visión del fascismo tiene una considerable vigencia, la de entender al nazi como un alien.
Serían los directores europeos de izquierda de los años setenta quienes hablaran de las múltiples aristas del fascismo, que tuvo muchos responsables, que pervive en muchas políticas, que puede repetirse, que quizá resida dentro de nuestra más oscura naturaleza.

Ingrid Thulin y Dirk Bogarde en "La Caída de los Dioses"

En la operística "La Caída de los Dioses", Visconti señalaba a la burguesía aristocrática como la culpable del florecimiento del nazismo en los años treinta, entre su sed de poder y su decadencia moral. Se los retrata como pervertidos sexuales y depravados tiburones, que entendieron a los nazis como los ideales perros de presa hasta que éstos los devoraron.
Vittorio de Sica articuló otra responsabilidad, más inquietante: no hacer nada. 
Una acaudalada familia judío-italiana es incapaz de reaccionar frente a lo que ocurre y su idílico jardín, antes infranqueable, será sólo el testigo de su espantosa abulia, que los condenará a los campos de concentración, sin que su estatus social pueda evitarlo. 
Sucedía en la brillante "El Jardín de los Finzi-Contini".

Dominique Sanda en "El Jardín de los Finzi-Contini"

Bernardo Bertolucci ofrecía "El Conformista", una de las películas más hermosas de la Historia del Cine, donde se entiende el fascismo como la espantosa moda de una era, a la que se apuntaron muchos al considerarla como "normalidad".
Para un protagonista con un grave conflicto psicosexual, hacerse brazo armado de la política en boga será la manera de ocultarse y ser aceptado.

Stefania Sandrelli y Jean-Louis Trintignan en "El Conformista"

En el cine norteamericano, se tomó nota y brindó "Cabaret", donde se imitaba el estilo de "La Caída de los Dioses", entendiendo la sociedad alemana de los años treinta como un paraje de desolación económica, gamberrismo institucional, disparate estético y disipación moral.
La sexualidad bizarra y sin límites atribuida al nazismo reaparecía en "El Portero de Noche", donde la parafernalia nazi quedó asociada al sadomasoquismo. 
Lo fascista se hacía fetiche y muchos clásicos del cine erótico han jugado con esa fría violencia como recurso explotativo.

"El Portero de Noche"

Si el nazismo ha servido para fustigar la sensibilidad del público - "Marathon Man", "La Decisión de Sophie" -, escasas son las miradas a una realidad incómoda: el colaboracionismo.
La colaboración puede ser activa, pero triunfa cuando es por omisión. La ascensión de líderes tan terribles fue posible sólo porque alguien cerró la ventana y se desentendió de lo que ocurría.
Así nos los contó "Lacombe, Lucien", de Louis Malle, donde un adolescente francés se convierte en perro de los nazis como modo de crecer; la película retrata la idea fascista como un instinto ancestral del ser humano, la necesidad de poder, de cazar, de aprehender un mundo que no entiende.

"Lacombe, Lucien"

Y "El Tambor de Hojalata" nos ilustra el nazismo como parte decisiva de la vida de toda una generación, que llegó incluso hasta el umbral de las personas que se negaron a madurar y saber exactamente qué narices estaba ocurriendo.

"El Tambor de Hojalata"

Existen tantas películas sobre el nazismo y los nazis que puede entenderse su problemática como en el mejor libro de Historia.
Y, todavía, las miradas suelen ser superficiales o maniqueas, como en el caso de "La Lista de Schindler", una película cinematográficamente impecable, si bien depositada en manos de un director ingenuo que sólo es capaz de retratar lo sucedido como una dicotomía entre buenos y malos, entre brazos ejecutores y cuerpos desnudos que corren. 
"La Lista de Schindler" da una imagen escrupulosa del Holocausto, aunque no expresa nada: cambia la verdad de su personaje principal para hacerlo un héroe - Spielberg no podría abordarlo de otra manera - y se apoya en los colores y las trompetas para rematar la obra. 
Es curioso que una película tan buena sea, por otra parte, tan equivocada.

Liam Neeson en "La Lista de Schindler"

La frivolización del nazismo, el fascismo y el Holocausto pasa precisamente por opinar mucho y no saber gran cosa. 
Su insistencia en las imágenes y los argumentos de películas, series y documentales no ha sido siempre garantía de verdadera intención testimonial, sino más bien aval de su confirmación como un accesorio más de la cultura de masas.
Es quizá lo que expresa Tarantino con "Malditos Bastardos": el nazismo en pantalla popular no es más que un pulp fiction
El avispado Quentin hasta le cambia el final al asunto para dejar KO a esas audiencias que se creen muy cultas por saber que Hitler no murió así.

"Malditos Bastardos"

Cualquiera que piense un poco debiera saber que el nazismo es mucho más que la estrategia narrativa para que se odie automáticamente a un personaje. 
Es la gran advertencia de la Historia, que no nació con Hitler ni murió con él. Amaneció de una crisis económica, se nutrió de la vanidad humana y creció con la connivencia de los más poderosos.


En cualquier caso, acertada o erróneamente, las películas contaron el mayor desastre del espíritu humano desde todos los puntos de vista y la sociedad se enteró de lo que había sucedido.
Por ello, el cine, que una vez fue parte decisiva de la Historia, tendría que serlo otra vez y narrar con la misma energía y denuncia lo que pasó después, lo que vino más allá, lo que ocurre hoy. Lo que sabemos y lo que ignoramos de nuestros días y nuestras existencias.
Una imagen vale más que mil palabras, mil imágenes cambian el mundo.

2 comentarios:

  1. Que bueno que volvieras a escribir para compartir con tus lectores publicaciones como esta, gracias, gran post!!!

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  2. Maravillé. Ovación cerrada. Gran verdad lo de Tarantino y los nazis en pantalla.

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