lunes, 12 de noviembre de 2012

Pelucas Salvajes


Decía cierto príncipe danés que el fin de la dramatización es presentar un espejo a la Humanidad; mostrar a la virtud, sus propios rasgos, al vicio, su verdadera imagen, y a cada edad y generación, su fisonomía y sello característico.
Como el Hamlet de ese castillo que es Hollywood, el cineasta Oliver Stone se arrogó el poder de portar el espejo. 
Ante su generación, mostró la desmitificación, el ajuste de cuentas y la denuncia política en sus películas, todas discutibles, todas apasionantes de un modo u otro. 
Al contrario de lo que rezaban los pronósticos, la mayoría de ellas resistieron el paso del tiempo. 
Algunas hasta pueden ser consideradas clásicos de las últimas décadas del siglo XX. Y una en particular, "JFK", es una obra maestra.

Kevin Costner en "JFK"

Si la edad ha sentado bien a sus primeras obras, se suele decir que no tanto al príncipe Stone que, sin entender tanto los nuevos años como los anteriores, ha navegado entre la desorientación y las películas decepcionantes. 
Como factor fundamental de esa relativa decadencia, habría que señalar la pérdida de amparo y mimo que antes poseía; en otro tiempo, sus títulos se estrenaban al calor de los Oscars y se revestían de acontecimiento. 
Hoy, a las películas de Stone hay que cazarlas a lazo para no perderlas entre la marea de estrenos.


Oliver Stone

¿Le han echado del reino por respondón? Sí y no. En realidad, la naturaleza de protestón de Stone se ha convertido casi en un chiste de Hollywood y su éxodo ha sido más o menos voluntario. Y también relativo. 
Porque no ha dejado de estar activo y, como realizador en sentido estricto, como narrador en imágenes, no ha dejado de ser interesante y virtuoso.
Sin embargo, se ha topado con el problema de la desinspiración. Sus últimas películas tenían mucho que decir, pero, finalmente, poco que contar. Mal asunto.
Hasta que ha llegado "Salvajes", su título más sorprendente en muchos años, estrenado este último verano en Estados Unidos. 


La historia que nos cuenta parece simbolizar la propia aventura de Stone en Hollywood, ese talentoso cultivador de éxitos de enjundia que no quiso ser absorbido por la gran maquinaria. 
En "Salvajes", dos talentosos cultivadores de marihuana se niegan a ser asimilados por el más dragonil de los cárteles fronterizos.

Taylor Kitsch y Aaron Taylor-Johnson

Pero, para quien espere de "Salvajes" una denuncia al narcotráfico, un alegato contra la prohibición de las drogas o un exposé revelador a la manera Stone, se sentirá tan decepcionado como desorientado. 
En un giro afortunado, luminoso y tan sutil que muchos no han apreciado, "Salvajes" opta por metaforizar muchas verdades de estos tiempos bajo el disfraz de un cuento pulp, de un cómic venido a más.
"Salvajes" es un puro artificio, que asume su falsedad y, por ello, la sublima. Debajo de tan inefable aspecto, corren sus intenciones.


Ya se intuye desde una de las primeras escenas, donde la atención recae en el culo de Taylor Kitsch: la cosa va a ser decididamente kitsch.
Abrazando lo delicuescente, saboreando el despropósito, "Salvajes" nos cuenta la vaciedad del universo retratado a través de pelucas, de bigotes, de actores malos interpretando a personajes estereotipados, de ideas argumentales de derribo.
Todo bajo el signo de la ironía. Y, de paso y como suele suceder en Stone, montado y dirigido como Dios.


"Salvajes" usa la parodia y la incongruencia como recursos para narrar precisamente un mundo paródico e incongruente, ese donde los violentos son los reyes y los hackers, los emperadores.
El amenazante ringtone es la música de "El Chavo del Ocho"; en la habitación de la protagonista secuestrada, una televisión emite un reality show; y la mala es Salma Hayek con peluca. 

Salma Hayek

La chica de "Salvajes" se llama Ophelia y, en una escena incongruente, se mira en la famosa pintura prerrafaelita de la trágica shakespeariana.
Pero esta Ofelia paga a crédito, es una rubia californiana y está incorporada por Blake Lively. 
Oh, la heroína asediada que nos merecemos es esa actriz horrible, esa Lana Turner de The CW.

Blake Lively

"Salvajes" termina por expresar que el mundo no se destruye a sí mismo tanto por la vileza de unos pocos como por el extremado mal gusto de toda la sociedad.
Y así son los personajes de "Salvajes", a través de máscaras, conectados por webcams, bajo postizos, dentro de pésimas interpretaciones. Falsos en un Paraíso falso, fisonomía y sello característico del año 2012.


Si se quiere ver como un simple entretenimiento de persecuciones, disparos y gente guapa, "Salvajes" también funciona. 
Es una opereta de una violencia curiosamente elegante, divertídisima de un modo absurdo, veraniega sin ser tonta y todavía capaz de ofrecer sendos finales posibles; los dos absolutamente redondos. 
Ese doble final parece decir que no importa cómo acabe esta disparatada historia, porque el público se levantará de las butacas y se irá a casa, de cualquier modo. 
Oh, Oliver Stone, ¡has encontrado el sentido del humor del que carecías! ¡Has crecido! 


La audacia de un cineasta no se expresa en las buenas intenciones de su discurso, sino en la perversidad que brinda a sus imágenes. 
Y también aparece en su falta de complejos; en aceptar que, de ideas baratas - "todo por la chica", en este caso -, se siguen consiguiendo buenas películas.
Evidentemente, obra tan arriesgada, más intuible que evidente, ha despertado controversia, asunto al que el señor Stone está bien acostumbrado desde que nació para la causa.
Personalmente, como el cine que me entusiasma es aquel que me hace discutir y ponerme rojo, hoy sólo puedo decir: bendito seas, príncipe Oliver, bendito seas.

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