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miércoles, 20 de marzo de 2013

El Loco del Blog de Cine


Hace unos días, tendido en mi sofá, sin nada mejor que hacer, ni tampoco peor, volví a ver "Lust For Life", o "El Loco del Pelo Rojo", la biografía de Van Gogh protagonizada por Kirk Douglas.
Tenía un vago recuerdo de la película, pero algunas secuencias se me habían quedado grabadas.
La vi de adolescente y admiré los colores, dentro de ese feliz encuentro entre Vincente Minnelli y el genio de "Los Girasoles", como si el más alto kitsch hollywoodiense se abrazase en idilio con la Historia del Arte. 
Aún así, a mis diecisiete años, "Lust For Life" no me fascinó dramáticamente como esperaba. 
Oh, ¡pero el otro día! Fue como ver un cuadro desde otro ángulo, desde otros ojos, desde otra edad. Y me emocionó muchísimo la película. Qué lagrimeo. Toda esa vida de soledad, de frustración, de incapacidad. No hay que ser un maestro de la pintura para sentirse identificado con Van Gogh, sólo sentirse un poco paria.
Y, últimamente, me consta que somos un poco parias tú, yo y todos nuestros amigos. Somos parias para otros parias, somos parias para nosotros mismos. Quién nos entiende, repetimos. 
Nosotros, los niños blancos, que nacimos para ser artistas y nos encontramos escribiendo blogs para una eternidad inconcreta, recorriendo redes sociales como nuestras privadas autopistas y matando el rato entre las fotos nunca descubiertas de la Monroe y las películas nunca terminadas de River Phoenix. A la guerra nos mandarían, y nosotros, mirándonos las uñas.
Van Gogh también era un niño con posibles, pero estaba como una cabra y eran otros tiempos. Quizá, lo suyo era más disculpable. Quizá, era exactamente como nosotros.


Van Gogh se sentía solo hasta cuando estaba acompañado, jamás conoció el éxito y nunca supo que sus cuadros serían más emocionantes que casi ningunos otros. Que su compromiso con el mundo y con la vida era más grande que el arte por el arte que hacían sus contemporáneos.
Me emocioné cuando dijo que su intención era precisamente emocionar. Porque supongo que es lo que busco yo. 
Yo no sé si soy artista, no sé si lo seré nunca, no sé si lo he dejado de ser, no sé si debería serlo, no sé si tendría que olvidarlo. Es tan duro serlo como pretenderlo, resulta tan difícil aspirar como renunciar.
En cualquier caso, ha quedado claro que nadie me preparó para no conseguirlo, para no triunfar. Podría hoy pedir palabras de ánimo, pero esas ya me las aplico constantemente. Lo que necesitaría, tal vez, es una respuesta concreta, un plan, como el que tuvo Joan Crawford.


Hoy también podría decir aquello de que el mundo es injusto y me duele ver cómo triunfan, sonríen y ganan mucho dinero los que no lo merecen. Eso sería una queja fácil. "No triunfé artistícamente, porque el sistema me aplastó". La frase-refugio de los vagos.
Para mí, el mundo es, sobre todo, muy grande, muy pesado, muy aparatoso, y la gente que lo puebla encuentra variopintas maneras de hacerse insoportable. Tenerlo en mis manos será esa ambición que me inculcó el sistema. Pero, ¿realmente deseo el éxito? ¿O lo que realmente quiero y espero de los años venideros es saber acurrucarme, vivir dignamente y escribir de vez en cuando?
Como he dicho, renunciar es tan duro como aspirar. Queda cierto resquemor. ¿He de hacerlo? ¿Lo conseguiría si me despertara más pronto, si escribiera mejor, si fuera más ambicioso? ¿Cuál es la respuesta correcta? 
Como una niña saltando a la comba, canto aquello de "¡Oh, mamá!, ¿qué seré de mayor?". Lo salto y lo canto tanto, que me he quedado sin voz, sin ganas, sin aliento, mientras se me hace de noche en el patio de juegos y ya debe ser hora de volver a casa.


Hay muchos que me profesan admiración y llenan de piropos mi escritura. 
Yo agradezco, sonrío y aprecio, pero tampoco me fío del todo, especialmente cuando muchos de ellos aseguran que su sección favorita es El Día del Maromo.
Luego observo que las fotos de Eric Bana marcando bíceps tienen toda la concurrencia que no tuvo el Diario de Crisis de la semana pasada, y me replanteo muchas cosas.
Pero no siempre es así, y hay muchos Diarios de Crisis que se encuentran entre lo más leído y comentado del blog. De hecho, suele ser la sección más leída y comentada de la semana. Quién sabe, nunca se puede estar seguro. 
Con "La Carta y El Espejo", no sabía dónde me metía y los lectores terminaron a lágrima viva, supongo que debido a mi esfuerzo de sinceridad. 
Con "Sueños y Otras Mierdas" de la semana pasada, iba con la fe depositada en que encantara e incluso cambiara el juego de este blog. Al final, fue como soplar aire en pleno vendaval.


Nunca sé si he acertado hasta recibir reacciones. No lee mucha gente y las últimas semanas han sido un tanto descorazonadoras a ese respecto.
No culpo a nadie. La gente lee lo que quiere y lo que puede, y no demando que lo hagan sólo porque yo tenga tiempo para escribir.
La sinceridad es lo que más se valora, eso sí lo he entendido. 
Y sincero soy cuando hablo de mis padres, cuando describo el cuerpo de un tío bueno o cuando cuento que estoy desesperado, que no sé qué hacer con mi vida. Porque las tres sensaciones son universales: el amor hacia tus padres, el deseo a la belleza y la desorientación existencial.


Mientras intento dibujar universalidades, me encuentro con la frustración. Nunca se captan los matices del campo de trigo ni de las lágrimas. La palabra es escurridiza y uno está solo. Siempre se está solo cuando se narra.
El año pasado, intenté escribir una novela. Casi me vuelvo loco y sin tener el pelo rojo. Nunca me había sentido tan desnudo, tan indefenso, tan inseguro.
Escribir es doloroso, dicen, y quizá lo sea. Pero hay cosas más duras en la vida. Y antes está, precisamente, la vida.
Dicen también que escribir es una necesidad. No, señor. Necesidad es dormir, cagar, comer helado cuando hace calor o follar periódicamente. 
Para escribir, hay que encontrar un momento entre esas urgencias de la existencia humana. Y no siempre es posible. Porque requiere tranquilidad, paz, seguridad.
A veces, no hay ninguna excusa para no estar escribiendo la gran novela que la Historia está esperando.
Simplemente, se está pensando en otra cosa, en los novios habidos y por haber, en lo que decir a continuación, en la película con la que aislarse de la indiferente realidad, en lo que pasará mañana, en el chiste recordado, en el porqué de nuestros bostezos. En todo y en nada en particular.


Hoy y ahora, el blog es mi único lienzo. Como todo lienzo, tiene lo mejor de mí y tambien es un espejo de mis defectos, justo lo que me merezco, para bien y para mal. 
Escribo, escribo, me frustro, me frustro. Al rato, no encuentro de qué quejarme. No lo leerá el mundo entero, pero tengo el mejor público que se puede tener; no me fallan nunca. Ya no podría distinguir qué es lo que escribo para mí y qué es lo que escribo para ellos, para vosotros, para ti.
Quizá si Van Gogh te hubiese tenido como seguidor, no se hubiese pegado el tiro.
En fin, no me tengas en cuenta nada de lo que he escrito hoy. Llevo una semana malísima.