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jueves, 3 de julio de 2014

Contarlo Todo


Me pregunto en este día tormentoso si la sociedad del retintín florece en todas partes, es cosa española o se vive más que nunca en mi pueblo. 
En el páramo del retintín es donde usted pillará la verdadera intención de la conversación de los otros, esos cabroncetes que se hacen llamar sus amigos y vecinos. Ojo al retintín, señor mío, ahí está el veneno.
El otro día, digo yo, asombrado ante una noticia:
- Oh, ¡no sabía que habías tenido un hijo!
- Ya, yo es que no soy muy de contar mi vida en el Facebook... - responde la interfecta con retintín y con caída de sonido en las últimas palabras, para que se entienda lo que queda omitido. Es decir:
- No como tú, que lo cuentas todo.
Contarlo todo, oh, contarlo todo. Yo nací para contarlo todo. Crecí con la televisión de los famosos y las entrevistas. Cuando no follaba mucho, cotilleaba la vida de los demás. Cuando follé lo suficiente, empecé a contar la mía.
¿Me quedará algún secreto?, me pregunté una vez, en plena noche, contando ovejitas tras contarme a mí mismo. 
Supongo que sí. Más de una opinión, más de un millón de tristezas. No me hace falta retintín. Muchos me conocerán antes por lo callado que por lo escrito. 
Detrás de la elección de las palabras, por debajo de la voluntad de escribirlas, se cuentan vanidades, inseguridades, miedos a lo que sucederá.
Todo lo que mis espejos y mis narraciones conocen bien.


Desde más años de los confesables, Facebook y otras redes sociales han permitido que nuestras experiencias sean compartidas con el mundo entero. Adónde vamos, qué nos interesa, qué detestamos, con qué frecuencia perdemos el tiempo. 
Por un vistazo al perfil de Facebook de una persona, puede establecerse gran parte de su cáracter, incluso aunque no ponga nada. Ya sabremos mucho: tiene miedo a explicitar vivencias porque hay mucha familia entre sus contactos, es tímido o paranoico, teme el juicio ajeno, prefiere ser verdugo del retintín antes que víctima. Está demostrando algo, es infeliz precisamente por vender imágenes de felicidad, busca aprobación, necesita sexo de manera urgente, tiene que leer más y, sobre todo, mejor.
Facebook es una plaza, donde unos actúan, otros miran y todos se devuelven las miradas.
Que no estemos cara a cara, puede facilitar la expresión de lo que pensamos, pero en Facebook, también hacemos mutis por el foro. Ante las tonterías de gente que se cree muy lista, las publicaciones sonrojantes y otros ejercicios de presunción.
- Como escriba otra soplapollez, lo elimino o le corto las manos, todavía no lo tengo decidido. - piensa el personal mientras le da a "Inicio" y "Perfil" en un baile de clics e infinitud.


Preguntarán también muchos para sí, emplazado al retintín: ¿Por qué Josito Montez lo cuenta todo? ¿No tiene vergüenza o tiene demasiada? 
Estoy deprimido, voy a salir, no me ha gustado el episodio, tengo gases, quiero que Colombia gane el Mundial. Resumen de estados recientes, rubricados por servidor.
¿Es acaso el quehacer de los escritores? Poner ideas por escrito y compartirlas, más que nunca en la era internaútica.
Véase el caso de Lucía Etxebarría que, animada por sus seguidores, ofreció el siguiente paso dentro de ofrecerse a sí misma: enseñar las tetas. En su caso, las tetazas. 
Yo entiendo a Lucía. Muchas veces he estado a punto de hacer un top-less parecido. Porque en esa publicidad del yo no se busca sólo el momento de la confesión o el ánimo para seguir adelante, sino también la urgencia de provocar continuamente una reacción en los otros. Risa, aplauso, incomodidad, lascivia.
Muchas veces he escrito estados con este pensamiento: "cuando estos cabrones lean esto se van a cagar". Aunque, para ofrecer un retrato completo del comportamiento, también diré que la mayoría de las ocasiones, escribo y subo cosas porque me sale de la mismísima.


- Josito, ¿recuperaste por fin aquella cartera que te robaron?
- ¡¿Cómo lo sabes?!
- Hombre, porque lo escribiste en el Facebook. Y en tu blog.
Es curioso cómo me disocio lo suficiente para tener pudor después de no tenerlo. Curiosísimo. 
Cuando me encuentro con mis amigos y me preguntan abiertamente sobre muchos temas que he escrito por Internet, ahí irrumpe la timidez. 
¿Son en realidad el teclado y la pantalla máscara y antifaz? ¿O soy inconsciente del alcance que pueden tener las cosas publicadas, creyendo que estoy en un lugar de confianza e intimidad cuando las redacto? 
Me amparo otra vez en la excusa: soy un escritor - o un sucédaneo de - y los escritores lo contamos todo y no debemos tener pudor de nada de lo que nos inspira.
Así como Truman Capote: suelta el chisme con altura y olvídate de las consecuencias, porque lo importante son las risas y el deleite de los demás ante lo incorregible.


- Te sigo, te sigo, Josito. Me encanta sobre todo cuando hablas de experiencias personales.
- Sé cuando estás mal, sé de tus compañeros de piso, sé lo que sucedió en Londres.
- Ah, sí, sí, sí, yo conozco esa historia. La leí en tu blog.
¿Lo saben todo o conocen las versiones oficiosas que yo brindo, cambiando por conveniencia, aligerando el relato, mintiendo cual Sherezade para que los otros duerman y, de paso, yo también? Da igual. Saben más de lo que cuento. 
La gente es lista y, joder, aunque les escriba la versión más racionada de lo sucedido, formarán a continuación una opinión sobre ti, sobre lo que haces, sobre lo que dejaste de hacer y sobre el hecho de que lo publiques todo en el Facebook. 
Cuando se instiga el refrendo de los otros compartiendo tus dudas existenciales, se obtiene lo contrario. El juicio. 


Toda cosa publicada suscita una reacción, sí, pero nunca es la buscada. Puede que muchos piensen que soy un exhibicionista, que soy infantil, que necesito la acquiescencia de los seguidores para reforzar mi ego día a día, que necesito apagar el ordenador, que ya debiera estar más en Infojobs y menos en Facebook.


La intuición facebookera llega hasta el punto de que sé lo que piensan. 
Yo también pienso muchas cosas cuando releo mis estados antiguos, entre la vanidad y la necesidad de curiosear mi propia Historia.
La mirada en retrospectiva permite calibrar lo que hay detrás de lo que escribí y la fase por la que estaba atravesando. Es lo bonito y lo terrible: contaba y registraba opiniones y experiencias sin tener conciencia del significado de lo que vivía.
Incluso cuando me metía con el propio invento de Zuckerberg, no hacía sino confirmar la supremacía que la red social había agarrado en mi vida: ese diván que mató a todos los divanes y esa palestra que socavó la falta de otras palestras.
¿Es la hora de callarse en el Facebook? La respuesta es noooo. 
A pesar de lo dicho, no lo cuento todo. En realidad, el perfil es como este blog. Entretener de diversas maneras a quien lo quiera leer.  Un día me paso de la raya; al otro, hablamos de Fassbender.
Y existe una nata diferencia. Una cosa es contar tu vida y, otra muy distinta, relatar vivencias. Dígase esto con retintín, para todos mis enemigos.


Tampoco voy a dejar el Facebook, porque temo cualquiera de mis decisiones irrefutables.
- ¡Nunca más! ¡Se acabó! ¡Me harté de mí mismo! ¡Me voy a Finlandia a pescar salmones! 
Últimamente, tengo un escepticismo brutal a eso que llaman "cambiar" - aquí no cambia ni Dios -, mientras he encontrado mejor provecho en asumir las consecuencias de cómo soy y lo loco que estoy.
Lo contaré todo, sí, pero no me asustaré más cuando me paren por la calle y me pregunten si recuperé la ropa tendida que cayó al patio esta misma tarde.
Hay que tener cuidado, sí. Una amiga acabó despedida cuando una opinión suya sobre un producto de la empresa para la que trabajaba corrió viral y llegó hasta a sus jefes.
¿He hecho yo algún comentario así? No lo sé. ¿He perdido la seriedad que se pide a los profesionales el día que relaté que estaba demasiado resacoso para masturbarme con la requerida fuerza? Así no me va a contratar nadie, sí,, aunque mucho me consta que esa seriedad no la tengo ni con la boca cosida. 
Es parte de mi encanto. Dale a "me gusta", por favor.


- ¿Por qué no escribes más en el Facebook? - me decía con ironía un amigo.
En un día, puedo llegar a las diez publicaciones, entre estados, fotos y enlaces. Cuando estaba en Londres, más aún. Lo necesitaba, me sentía solo, dubitativo, congelado por las indecisiones. 
Me atemoricé, volví a salir de mí, regresé a juzgarme. ¿Ahora busco explicarme? Es justo lo que no debería hacer.
Escribir mucho nunca fue malo. Espero que tampoco signifique resultar un coñazo para los demás. 
¿Qué me dices, seguidor? ¿Me das al "me gusta" y ya me quedo tranquilo? ¿O metes los labios para dentro por aquello de callarte la opinión, entendida al retintín?


Ojalá tú lo contaras todo. Ojalá estas barreras de normas sociales y miedos a las opiniones ajenas no existiesen. Ojalá yo también lo contara todo. Porque muchas veces he estado a punto de contar más y he pensado en el sonrojo ajeno, en la censura de las miradas, en las implicaciones de mi boca demasiado abierta. O  porque no me entendía lo suficiente, porque no podía darle un sentido, porque era incapaz de cobrarle una narrativa.
Ojalá te contase lo que pasó el otro día o lo que quizá suceda mañana. Ojalá me pudieras leer la mente, oír sus relatos, descifrarlos y darme un consejo. 
Ojalá no me juzgaras y estuviéramos de acuerdo. Ojalá lo hicieras y me dieras tu veredicto. Explícito, sin retintín, para que yo pudiera odiarte por decirme la verdad, para que fuera capaz de recapacitar al día siguiente.


Ojalá no necesitara el Facebook ni este blog. 
Ojalá empezara mañana a escribir un libro que me hiciera muy rico, con la inspiración, con el tiempo, con la energía, sin el terror a la opinión de los demás, ni a salirme de mí mismo ni a censurar lo que hago. 
Ojalá no necesitara la aprobación, ni el aplauso, ni el calor ni el amor. Pero lo necesito, joder, lo necesito locamente, día a día, hora tras hora. Ojalá fuera una persona más simple, ojalá fuera más complicado.
Ojalá, de verdad, pudiera contarlo todo, contártelo todo y contármelo todo.
Ojalá, porque si mañana me diagnostican una enfermedad fatal que me llevara al otro barrio en cuestión de semanas y tú me dijeras: "Oh, Josito, se te acabó el tiempo, nunca escribiste un libro", yo querría contestarte:
- Da igual, amigo mío. Todo lo que quería contar sobre esta vida que termina ya lo conté en el Facebook.

jueves, 16 de enero de 2014

El Porno y Yo


Ha sucedido la cosa más increíble y, al mismo tiempo, la más previsible.
El otro día, el cursor se movía por las novedades de una página de porno gay, mientras mis ojos miraban sin mirar, hasta que tropecé con algo extrañamente familiar.
- Juraría que ese tatuaje lo he visto antes.
Sí, el tatuaje sobre el pectoral. Y no en ninguna pantalla. No, en la vida, en la realidad, en el edificio donde vivo, en el descansillo, en mi puerta.
El cuerpo del caballero, la cara y mi "¡juas, lo sabía!". 
Mi vecino, el cachas, se ha metido en el porno gay. Sabía que volvería a mí, de algún modo y así lo ha hecho. 
Para quien siga este blog desde el primer día sabrá que fue protagonista de un post, titulado El Cachas, que terminaba con una predicción alocada de lo que sucedería. De manera irónica, me escribía a mí en el porno gay. Qué poca sensatez. Él era el destinado. Él era todo ese festín de músculos insensatos para deleite básico e inmediato de otros caballeros. 
En pantalla, no parece tan musculoso. Cuán grandes e infladísimos deben andar los otros actores - tanto en el porno como en los géneros convencionales -, para que este hombre, un tocho en persona, parezca simplemente delgado en imágenes.


En cualquier caso, el episodio ha dejado claro una vez más que, si escribiera mi biografía, el porno ocuparía un apartado recurrente. 
Ni los estudiosos ni yo mismo podemos atrevernos a apreciar cuál es el alcance psicológico y conductual de ver tanto sexo en imágenes - y ese sexo - desde los primeros años de adolescencia, a lo largo de toda la vida, durante los días y las noches.
Vi porno hace un rato, lo veré después.
Como sucedió con el cine convencional, conocí lo que contaban mucho antes de vivirlo. Del mismo modo, cuando fui el protagonista, cundió cierta decepción. La ausencia de olor, los testículos rasurados, las elipsis, la atlética general, la perfecta mecánica, la aparente comodidad, la luz, la música. Todo eso lo eché de menos cuando tuve mis primeras experiencias sexuales. 
- Hace falta película aquí. Dirección y mejor casting - me dije.
A pesar de haber contemplado a gente felando y follando con tanta energía y eficacia, era incapaz de repetirlo de la misma manera. El porno proporciona ideas sobre lo que se puede hacer, pero la manera de conseguirlas reside en la voluntad y la práctica, escribiría hoy en la pizarra.
La primera vez que vi porno aconteció con compañeros del colegio y nos dio mucho asco, aunque fue una experiencia, sólo por las risas, los nervios y el suspense de que nos atraparan. 
En Canal Plus, se encontraban las películas porno que viera en la soledad de mis años adolescentes, esas obras inefables de las que guardo un recuerdo contradictorio. 
Por un lado, eran alivio, robaron pudor y descifraron incógnitas. Descubrí lo que tenía que descubrir y le perdí el miedo a todo lo que, aún por entonces, incomodaba y se escondía. 
En ese sentido, fue una buena educación para mí. Que lo chocante pareciera natural, doméstico.


Pero aquel porno del Canal Plus era bastante espantoso. Probablemente, porque era heterosexual o, más bien, hecho por y para hombres heterosexuales. O, apurando aún más, para una clase de frustración masculina heterosexual.
Se ha dicho mucho sobre el straight porn y todo acertado. Yo añadiría que es un universo paralelo, de corte burdelario, donde los actores y actrices que aparecen siempre han suscitado la más grande de mis incógnitas. ¿De dónde salía exactamente esa gente? ¿A dónde se dirigía? Especialmente, ellos. Diríase, a juzgar por su longevidad en el medio, que viven en esos decorados y mueren entre la lencería lacada y las uñas postizas de sus compañeras.
El físico masculino era el gran ignorado en el exposé. Se les veía poco y sólo tres o cuatro estaban relativamente buenos. En el breve momento en que la imagen los captaba, yo le daba al Pause.
En esos Pauses, más que nunca, se acabaron las dudas sobre mi orientación sexual.


Soñaba con porno homosexual e intentaba imaginarlo. Hasta que llegó Internet.
Recuerdo la primera foto, descargándose muy poco a poco. La piscina, y un chico rubio, peinado hacia atrás, con la cara seria y algo tensa, lamía la punta de la polla de su afortunado compañero. Por fin, lo que quería ver.
De escenas a películas enteras, medió la velocidad de las conexiones. Oh, me encantó el porno gay, tanto como esperaba. 
"Es el star-system que más conozco, después del Hollywood clásico. Es el género que más me ha hecho sentir, después del melodrama", escribiría en mi biografía. Y corregiría: "antes que el melodrama".


El porno gay era ese reino de las fantasías imaginables, los tíos buenos y las pollas enormes.
Era ese universo soñado donde todos los hombres quieren follar entre ellos y basta una mirada para ponerse a la acción. Como en el mejor cine, no hay tiempos muertos ni equivocaciones ni rodeos. Le resta sorpresa, porque ya se conoce el final. Aún así, es como "Titanic": sé que se va a hundir el barco, pero qué bonito.
Hay películas porno gay que son clásicos irrenunciables para mí.
Las he visto muchas veces y han resultado efectivas siempre. Sobre todo, las dirigidas por Joe Gage, que es un maestro del medio y un señor tan talentoso que, a veces, consigue sublimar el género menos reacio a sublimación.
Sus películas son personales, cosa bastante extraña en el porno, y muy irónicas.
Suceden en ambientes del Medio Oeste, los personajes suelen ser white trash o blue collar y parecen entregarse al sexo homosexual como si lo descubriesen de repente y así sofocaran las angustias de su mediocridad. 


Se siente el deseo palpitando durante minutos, a la espera de que rompan el hielo y se toquen. Joe Gage eterniza esos momentos.
Sus actores son de distinto atractivo y se juega mucho al encuentro intergeneracional. Los genitales se retratan mejor que en ningún otro porno que haya visto, tal vez porque la fotografía está cuidada para conseguirlo. 
Es de una guarrez exquisita y con los tíos más naturalmente guapos de la industria porno gay. No en vano, Gage ha sido descubridor/empleador de Colby Keller y Dale Cooper, los considerados "actores porno del hombre pensante". 
Leen libros, tienen barba y son muy guays, básicamente.


Dicen que ver mucho termina agotando. Y, cuando intuyes la artificialidad o sabes de la prostitución que conlleva, el encanto se rompe.
Aún así, el porno es muy adictivo. He intentado dedicar mi erótica atención a otras cosas, olvidarlo por una temporada y no he podido más de un día. 
Todavía me queda espacio para la sorpresa, supongo. Eso sí, antes con cualquier cosa, iba listo. Ahora la secuencia tiene que ser buena y creíble, con una entradilla poderosa, para que me interese. 
Quienes lo tienen difícil son los hombres con los que me acuesto, especialmente cuando intentan ponerse creativos. Siempre me digo: 
- Esto ya lo he visto, y mejor actuado. 
Deduzco que ese es el precio de ver tanto porno. El mismo que consumir mucho la tele o zamparse demasiadas películas. ¿Qué me vas a contar ahora?
De algún modo, que nunca haya follado con mi vecino, pese a desearlo, y ahora me lo sirvan en una película porno es la ironía que mata a todas las ironías.
No cabe duda de que la experiencia se alinea entre lo más extraño jamás vivido. 
Por un lado, satisfacía la curiosidad: ver lo que antes sólo le oía. Por otro, el puro vouyerismo, como si me pusiera los prismáticos y lo mirara, con su callada acquiescencia. 
Cuando veía la escena con la polla en la mano, me debatía entre la risa y la excitación. Y, de repente, los ojos volvieron a mirar a sin mirar.
El porno, cual imitación a la vida, lo redujo a una imagen. Dejó de ser el conocido para ser un personaje, cosa desconocida, manejable y, en su caso, sin particular distinción.
Se hizo aquello que pasó de ser chocante a doméstico en un punto impreciso de mi adolescencia. Cruzó la frontera que no se podía cruzar y se desvaneció todo interés.
Oh, la cosa más increíble y la más previsible. Le di al Stop.

lunes, 6 de mayo de 2013

Un Toque de Fama


fama.

1. f. Noticia o voz común de algo.
2. f. Opinión que las gentes tienen de alguien.
3. f. Opinión que la gente tiene de la excelencia de 
alguien en su profesión o arte.


Desde que recuerdo, toda mi vida he querido ser famoso. ¿Tú también? 
Aunque sea incorrecto desearlo, aunque la misma fama disuada de la fama, ¿por qué queremos ser famosos? 
O, mejor preguntado, ¿por qué queremos ser tan famosos?
La fama se entiende y confunde con la ilusión de ser alguien, con el atributo de la importancia existencial. Cuanta más gente sea consciente de nuestro paso por la Tierra, mayor posibilidad de trascendencia tendrá la vida propia. 
Así, cuando muramos, todos hablarán de nosotros.
Oh, pero seremos recordados no por lo que fuimos o por lo que hicimos, sino por la imagen que desprendimos y los atributos que quisieron concedernos.
Porque la fama nunca tuvo que ver con el mérito, ni antes ni ahora. La fama no se consigue. La fama te la da el prójimo. 
La celebridad es una cuestión de percepción.

Meryl Streep en "El Diablo Viste de Prada"

La fama, ancestral, siempre de moda, tiende a rastrear a los otros, a encontrarlos, a hacerlos famosos en el pueblo, en la comarca, en la televisión, en el país, en el mundo. 
El mejor cantante, la más puta, el más bobo. 
El famoso es aquel que destaca, para bien o para mal, por su interés o a su pesar. Uno puede buscar la celebridad y luchar por atesorarla, pero, en líneas generales, es la fama quien te encuentra por el camino.
La historia de la celebridad humana está ligada a la tradición del cotilleo. 
Es la violación del derecho de los otros a contarse a sí mismos, es la apertura del ojo de la cerradura. De ese modo, las versiones cotillas se imponen sobre las entrevistas personales. 
Es lo que te dará fama; lo que los demás proyecten sobre ti, lo que inventen, lo que exageren, lo que señalen. 
La verdad no importa en la fama, porque ésta es sólo un espejo interesado donde los anónimos gustan de reversionarse y contemplarse.

Los Oscars

Dicen que ahora la fama se ha vulgarizado, que cualquiera puede ser célebre y celebrado. Cierto y erróneo.
La fama siempre fue una cuestión vulgar y se concedió de manera irregular, inexacta, diríase arbitraria, con la exageración de bondades y pecados como faro y guía de la famosización.
Bien podríamos decir que el primer famoso fue Dios. Luego llegarían los reyes, los aristócratas, las prostitutas, los grandes delincuentes, las estrellas de Hollywood, los héroes de guerra, los deportistas, la jet-set, los cantantes, los escritores de best-sellers y todos los personajes de la televisión.
Son las gentes notorias, los escandalosos, los destacables, los subrayados, los que allí se suben.
Que no te engañen: muchos actores se merecen esos Oscars muchísimo menos que los minutos que se les conceden a las criaturas de reality.
Nadie se merece la fama. La fama es un privilegio clasista, es un poder que se ejerce sobre los demás.
Es como Reese Witherspoon diciéndole al policía que la detiene: "¡Usted no sabe quién soy yo!". 
Desafortunadamente para Reese, es menos famosa de lo que ella se cree y el policía no sabe quién es.
De manera irónica, ese episodio la hará más célebre que cualquiera de sus películas.

Imagen del arresto de Reese Witherspoon

La fama como poder ejercido es un boomerang, porque la propia maquinaria subyuga a las celebridades por su condición de figuras públicas. 
Es el precio que pagan los famosos desde la misma aparición de la prensa.
Al respecto, se tiende a reimaginar un Hollywood dorado, previo a las revistas del corazón, donde las estrellas eran intocables y felices. Equivocado. 
Las columnas de cotilleo eran temidas entonces más que nunca, rubricadas por brujas como Hedda Hopper o Louella Parsons, brazos armados del sistema hollywoodiense, que destruían o enaltecían a quien se considerase oportuno. 
Ganarse la acquiescencia de productores, estudios, financieros y periodistas era el requisito de los célebres para seguir en la cumbre.

Clark Gable, Van Heflin, Gary Cooper y James Stewart

Ganar la fama es vivir desnudo ante el chantaje, la ventilación y el mercadeo de la imagen. 
Ser famoso es devenirse en un bien intercambiable. Si estás en alza, te valorarán. Si no, al mercado de esclavos.
Pongamos el ejemplo de cuando la policía detuvo cierta orgía homosexual en Los Ángeles en plena y reprimida década de los cincuenta. 
Las fotos y los nombres estaban en posesión de una revista de cotilleo, que se puso en contacto con la Warner. Ésta vendió a Tab Hunter para proteger a Rock Hudson.
Prueba de que no hay nada nuevo bajo el Sol. Los famosos nunca han sido intocables y siempre se les ha destruido, de un modo u otro.
Más que una decadencia de la privacidad en las últimas décadas, ha habido una escalada de la fascinación por la fama y la infamia. 
Por aquello de que tener una reputación equivale, irónicamente, a perderla.

Ingrid Bergman en "Notorious"

Los hijos de los grandes actores ajustaban cuentas con biografías carniceras, mientras el corazoneo se convertía en un poder a tener en cuenta por monarquías a la baja y advenedizos bien maridados. 
La portada, la entrevista exclusiva, el plató de televisión, la autoimportancia hinchada, tan decisiva ésta para sostener el interés.
Porque la fama se ha valorizado, ante todo, como un producto. 
Los famosos son consumidos. Puedes adorarlos, puedes reírte de ellos, puedes odiarlos, puedes criticarlos, puedes llorar con ellos o puedes masturbarte con su imagen. O todo a la vez.
Y, como producto de nuestro sistema, cada vez se requiere más rápido y más barato. 
Los llamados "famosos de medio pelo" son criticados como tal en los propios espacios televisivos que les dan cabida, pero son, más bien, famosos con obsolescencia programada, preparados para saciar la sed ajena de fama, cada vez más apremiante. 
Esa sed hace famoso al más tonto de la tele como quien hacía célebre al bobo del pueblo. 
No hay realmente un cambio; es sólo una derivación, una multidifusión. Es la posibilidad de que el gilipollas local sea ahora el gilipollas nacional.

Esteban de "Gandía Shore"

A pesar de que la fama sea una percepción, un espejo, una ironía, una atribución, es también una realidad para los que la viven y ostentan. Es adictiva y poderosa, mientras da dinero y seguridad. 
A la vez, marca para siempre, anula libertad y fomenta la invasión ajena.
El famoso pierde seriedad, sea el mejor actor o el primo segundo del ganador de "Gran Hermano". Como decíamos, ganarse una reputación está al mismo chasquido de dedos que perderla. 
La fama abrirá tantas puertas como cerrará otras, y nadie confiará en una cara conocida, repetida, deformada, seriada a lo Andy Warhol. 
Se confundirá la persona con el personaje, la imagen con la verdad, lo que dijeron otros con lo que confesó el aludido, la cara deseada con el alma ignota.
Y así, la persona a frivolizar, el cabeza de turco en las investigaciones, el nombre notorio a señalar.
Se podrá renunciar a la fama, pero el anonimato absoluto es imposible. No se puede regresar.


Ser famoso es como ser una puta para un hombre machista. Te objetifican, te miran con descaro, se ríen al verte entrar, se creen que eres suyo, te tirarán a la basura y no querrán verte más.
Y cuando el famoso se sienta en el banquillo de los acusados, se propicia la más descomunal satisfacción ajena.
Porque la fama es un desafío al primer famoso, es decir, a Dios. Y, como todo desafío a Dios, la hipocresía social siente que debe ser castigado.
Todavía quedará el último episodio. No es fácil alcanzar la fama, mucho más difícil sostenerla, imposible anularla, pero también es muy probable echarla de menos. 
Los famosos son grandes inseguros y les asquean los comentarios ajenos tanto como los necesitan; les apabullan los aplausos, pero los buscarán hasta el último día de sus vidas. 
La notoriedad es un narcótico que propicia un mal viaje.

Greta Garbo

Aún así, la fama se mantiene como magna adicción contemporánea y los avances tecnológicos la potencian y globalizan.
Por ejemplo, para los actores porno, es un callejón sin salida en el momento en que les entran los arrepentimientos o las rectificaciones. 
Antes, la realidad de haber intervenido en una película calentita podía quedar sepultada entre infinitas cintas VHS. 
Ahora, a un clic de Google Imágenes, ahí estás, desnudo, empalmado, para toda la eternidad.

Jake Genesis

Además de universalizar la fama, Internet también la ha democratizado, aún más que la televisión.
Ahora surgen los microfamosos. Es decir, famosos de Internet, celebridades minúsculas, que se granjean su pequeño grupo de admiradores, su pequeña leyenda, sus pequeñas grandes mentiras.
Sin ir más lejos, yo me declaro microfamoso. Algunos de mis seguidores me han reconocido por la calle, tengo tantos fans como pretendientes y siento constantemente esa variante entre adicción y repulsión que provoca la adulación ajena.
Ahora que lo pienso racionalmente, no me gustaría ir más allá. La fascinación por ser famoso podrá ser muy poderosa, pero mi necesidad de libertad se cuenta mucho mayor. 
Y pocas cosas detesto más que me den por sentado, que se piensen que me conozcan por mis labores y por mis errores, que opinen desde la lejanía, que me amen cuando no lo merezca.
Que sea importante sólo porque otros lo decidan. Que me olviden y eso sea mucho peor. El emperador titere, el rey esclavo. Qué horror.
Desde que recuerdo, toda mi vida, nunca he querido ser famoso.

miércoles, 24 de abril de 2013

La Flecha


Querida mía,

Te escribo esta carta como se escriben la mayoría de las cartas. Para contártelo todo.
Sí, sería capaz de hacerlo. Te podría contar, por ejemplo, todo sobre Eva.
Pero, oh, yo no sé nada de Eva. Ignoro tantas cosas de su vida, prácticamente todas. Desconozco cuál ha sido la relación con sus padres, ni tengo idea sobre si tiene hermanos. No sé qué deseaba de la vida, qué quería ser de mayor, ni tampoco si lo consiguió.
Eva, Eva, todo sobre Eva.


La primera vez que supe algo de Eva fue cuando entró en el anterior blog, hace muchos años. 
Su nick era El Malvado Ming y yo, tan crédulo como siempre, pensé que era un chico. 
Supongo que tuvo que ver la admiración que expresaba por las carnes de la actriz Sara Ramirez. 
Eso me conquistó, porque no todos los hombres son valientes como para decir que les pone una gordita. Pues no, no todos son valientes, y Malvado Ming no era un hombre.
Se llamaba Eva y era una mujer que ama a otras mujeres. Lo supe cuando me agregó al por entonces incipiente Facebook y lo hizo silenciosa y enigmática como es ella, mirándose al espejo desde donde se hacía la foto de perfil. 
Yo no tenía ni idea de quién era esa mujer del espejo.
Con el tiempo, Eva y yo nos comentábamos cosas en nuestros muros. Las series nos unieron, porque no hay gente que vea tantas y se arrepienta menos. 
¿Dónde encontrar a Eva? Viendo la tele. Así se cuenta, y no pide perdón. 


Podría decir muchas cosas sobre Eva, pero, sobre todo, diría que estos años han sido más graciosos por sus comentarios precisos, ingeniosos y, sobre todo, personales. 
No siempre estoy de acuerdo con ella, aunque siempre me queda claro que es más lista que yo.
Y, cuando alguien hace tanta gracia - por cómo es, por lo que dice, por cómo lo expresa -, necesariamente querrás hacerle la misma gracia. Cuando consigo soltarle un "jojojo", me río yo más.
Eva dice "maravilla", acusa de "despropósito", considera que la hongkonesa es mejor y nunca es tarde para reírse de la peluca de la Streep en "Un Grito en La Oscuridad".
Entre series, andó el juego. Me deseaba los cumpleaños con un "Que no te falten series ni maromos, Montez!". 
Al final, creo que sé mucho sobre Eva. Por lo que piensa, por lo que le gusta, porque la enfurece, por aquello a lo que se entrega, por todo lo que prefiere no contestar. Sí, conozco a Eva.
Aunque tenemos caracteres diferentes - deben ser las latitudes de origen -, yo pongo mi hocico frente al suyo y espero el momento en que baje su felina patita, prorrumpa en un ronroneo y me deje darle un lametazo. 
Un lametazo que signifique: "Me gustas, Ming".


Sí, querida mía, podría hablarte de Eva, pero también te contaré cosas sobre Paloma.
Con Paloma, la cosa empezó de manera diferente. 
Paloma también me encontró gracias al blog, pero fui yo quien la agregó al Facebook. Aparecía en la foto, tan seria y en penumbra, con sus gafitas de pasta, tocándoselas levemente, como ajustándolas. Era la cosa más mona que había visto en mucho tiempo.
Sin embargo, pasó mucho antes de que Paloma escribiera en mi muro, de que comentase algo en mis publicaciones. 
Ella no lo sabe, pero estuve a punto de borrarla de mi lista de contactos, por aquello de la escasa interacción.


Como a Eva, bastó tener paciencia y esperar a que bajase la felina patita. Y así, Paloma empezó a opinar, también con su escritura acerada, siempre con el punto puesto, nunca un "jajaja" gratuito.
Como Eva y yo, Paloma devoraba las series como si las fueran a prohibir. 
Un día, le comenté "tengo una amiga que dice que "Downton Abbey" es tan elegante que le da vergüenza verla en pijama". Paloma se rió. Por entonces, aún no conocía a Eva.
Paloma y Eva empezaron a hablar en mi muro y fue cuando me di cuenta de lo mucho que se parecían. Eran el hambre y las ganas de comer. Dos lesbianas con gustos de marica, tremendo, tremendo. 
Parlotéabamos los tres, pero, como regla general, yo dejaba unas metafóricas velas encendidas en mi muro y ellas quedaban a solas.


Conocí en persona a Paloma y me llevé una sorpresa. 
La imaginaba tan seria, casi lacónica, y, de repente, me veo venir a la alegría de la huerta, caminando deprisa, hablando mucho. 
Pero, tanto si dice cosas de guionista hipster - "Ese personaje no tiene trama horizontal" - o comenta asuntos de niña adorable - "Ayer me comí una hamburguesa Merry Cheesemas" -. Paloma es tal y como la esperaba cuando la vi en su primera foto.
Cuando dijo que debía retirarse una temporada del Facebook, fue como si encendieran las luces de la discoteca y pincharan todos los globos. 
Eva y yo nos quedamos muy tristes sin nuestra amiga virtual, y el tercer Oscar de Meryl Streep no fue lo mismo sin ella.
Tiempos oscuros. Rajoy recortando, Paloma en paradero desconocido, yo en retirada de Blogger. Lo primero, no tuvo solución. Lo otro, por fortuna, sí.
Paloma volvió y quedamos otra vez en persona. Cuando íbamos caminando, parloteando del amor y esas cosas, le confesé:
- Yo quiero que acabes con Eva.


Ella hizo media sonrisa, cerró el pico y yo, crédulo, entendí que Eva no le gustaba en ese sentido. Oh, este Montez ignoraba que todavía queda gente discreta en este mundo.
A lo que vamos. 
Hace unos viernes, estaba yo en mi casa, y Paloma insiste y venga a insistir para que nos veamos. Y yo, a punto de inventarme una excusa para no levantarme del sofá, accedo por intriga.
Se me presenta con Eva, casi recién llegada desde Oviedo. Yo, con la lengua fuera y la colita nerviosa, le pregunto qué hace aquí, para qué ha venido, porqué no está viendo la tele en su casa asturiana.
Eva, que sí es tímida, me pone cara de su actriz favorita y se confía a que las acciones hablen más que las palabras.
Camino junto a ellas, observo que llevan las manos entrelazadas y, cuando esperan a que el semáforo cambie de color, Eva y Paloma se besan.
Yo me muero de la risa, paro en seco, doy un zapatazo contra el suelo y digo:
- ¡Bien!


Eva y Paloma se conocieron en mi muro del Facebook, se gustaron desde el primer día y hoy están juntas, enamoradas y comprometidas.
Dicen que seré el padrino de su boda, que tienen mucho que agradecerme, pero yo sé muy bien que esos dos pares de gafas de pasta estaban destinados a estar juntos y lo hubieran estado de cualquier modo.
Eso sí, cuando me llegue la incertidumbre, cuando me pregunte porqué he gastado tanto tiempo en desplegar blogs y redes sociales, cuando sienta que mi vida no tiene sentido, encontraré la respuesta. 
En haber contribuido inadvertidamente a que dos personas pudieran encontrarse, conocerse, estar más cerca del amor.
Sí, amiga, recordaré el día en que mi muro se convirtió en un puente.


Pero no fue el único día, bien lo sabes, querida amiga. Podría hablarte hoy de Eva y Paloma, pero también te daré todos los nombres. 
Por eso, te escribo esta carta. Para contártelo todo.
Podría hablarte del abrazo que le di a Elizabeth. 
Elizabeth vive en Perú y, de una manera loca, ultraexcepcional, su trabajo organizó un viaje a España. Elizabeth paró en Madrid como un relámpago y dijimos aquello de "esto sólo puede pasar una vez en la vida". Te hablo de una de las primerísimas fans de mi bloguismo y también de las pioneras en convertirse en amigas.
Podría contarte de la carta que recibí de un caballero chileno de 19 años. "Hola, me llamo David, y no puedo parar de leer tu blog. Si quieres un novio, aquí me tienes". 
Podría decirte que hablamos y me dijo que soñaba con viajar a España y conocerme. Cuando descubrí lo increíble que era David, te diría, sin posibilidad de equivocación, que yo también empecé a soñar lo mismo. Ahora tiene novio y me ha roto el corazón, pero no hay nada perdido, amiga.


Podría recordar las palabras de Alejandro el otro día, el más joven, el que gusta de apellidarse Starstruck o Cannibal. Me dijo que la primera vez que entró a mi blog tenía sólo 16 años. 
Yo podría ser osado y pensar que mis escritos tuvieron un pequeño efecto en el despertar a la vida de otra persona.
Podría hablarte del otro Alejandro. De Alejandro Lagarda. Es experto en decirme cosas bonitas, pero, probablemente, me recordará porque ha adelgazado un montón de kilos siguiendo mi ejemplo y mis consejos. Lo veo sonreír en sus fotos de perfil, y podría decirte que yo también sonrio.
Oh, podría comentarte sobre Athena, todo el cariño que le tengo, todo el agradecimiento por la gente que trae hasta estos lares, pero recordaría, como una imagen genuina suya, aquellos meses que esperaba a que su marido volviera de sus obligaciones laborales en el extranjero, y ella suspiraba cual Penélope calentorra, a punto de saltar del tejado de zinc. 


Podría hablarte de lo sexy y divertido que es Joni. Cada vez que hablamos en el chat del Facebook, acaba enfadado conmigo o cachondo perdido. Una frase memorable: "¡Yo no soy ninguna moderna! Bueno, me voy a ver una película coreana".
También podría presentarte a una escritora de verdad como Adriana Menéndez, y asegurarte que sólo cuando ella me pone "Me gusta", es cuando estoy convencido de que lo he hecho bien.


Podría hablarte de Eyla, de Carla, de Laura Palacios, porque sé que serías incapaz de odiarlas. 
Eyla adora el musical, el amor, el estilo. 
Carla se enamora de los personajes de las series, de los actores que las interpretan y sueña con escribir y dirigir películas. 
Laura Palacios quiere al mundo; es una niña tímida y sabe que dejar de serlo por un instante la acercará a los demás.
Podría decirte que Eyla, Carla y Laura Palacios son, sencillamente, como yo.


Podría hablarte de Pilar Bego y de Ra, pero esas son emocionantes historias por empezar.  
Podría recordar a los que sólo pasaban por aquí, a los que desaparecieron o a aquellos con los que no conseguí entenderme. 
Podría echarme a soñar con los amigos que han de llegar y nunca despertaría.


Hoy te contaría todo lo que he visto de mis seguidores convertidos en amigos del Facebook, devenidos en amigos a secas. 
Las fotos, las imágenes de su vida, y yo, el espectador privilegiado.
La boda de Rosana. Los viajes de Míguel. El beso que le da Ramón a su novio, mientras sus amigos celebran Fin de Año. El caminar de Regina por las calles de Lima, con la bandera multicolor y la expresión de la sublime vindicadora. 
Podría decirte cuánto espero la foto del bebé de Liber. 
No sé nada de todos ellos, pero sé lo que tengo que saber. 
Palpo sus caras en esta oscuridad de Internet y me doy cuenta. Compruebo lo que sospechaba. Que el mundo está lleno de gente de puta madre, esa que busca lo mismo que nosotros: el amor, la paz, la justicia, la belleza, la felicidad.
Podrías llamarme Cupido, pero, amiga mía, ¡la flecha me la han clavado a mí!
Y podría subirme a un globo, de vuelta a Kansas. Entonces, me daría la vuelta y te miraría, mi amiga, para decirte:
- Oh, Loli, a ti te echaré de menos más que a ninguno.
Porque, si aún no te has dado cuenta, esta carta es para ti, Loli. Tú sabes porqué.


Podría irme, pero no me voy.
Prefiero morirme de la risa, parar en seco, dar un zapatazo contra el suelo y decir:
- ¡Bien!

lunes, 1 de abril de 2013

El Amor es Más Fuerte que Trystan Bull

 
amor.
1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia 
insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
2. m. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y 
que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, 
alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
3. m. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.


El post más visitado de este blog se titula "Lucky In Love". 
Yo, el autor, no entendía muy bien el motivo. Lo leía y lo releía, intentando buscar una palabra como "follar" o el nombre de algún actor porno gay para comprender porqué entraba tal aluvión desde los buscadores. ¿Cuál era la palabra clave?
El segundo post más visitado sí me resultaba más entendible. Esperable, de hecho. Es el jueves dedicado a Trystan Bull.
Poner el nombre del gorgeous porno gayer en Google Imágenes y buscar desesperadamente una imagen de ese cuerpo desde varios ángulos, bajo distintos disfraces, desnudo, semidesnudo, tranquilo, excitado; todo eso es lo que se espera de nuestra sociedad, de Internet, del mundo multipantalla. 
Trystan es bello, de una manera básica, directa.

Trystan Bull

Finalmente, encontré el modo de averiguar porqué "Lucky In Love" - un Diario de Crisis donde desvelaba alguna de mis cuitas sentimentales - era más popular que "Trystan Bull".
"Love" es una de las palabras más buscadas en Internet. Y "love" es la palabra que más propicia visitas en este blog. Los que entran aquí deben saber que, sin amor, sus vidas son sólo una imitación, una imitación a la vida.
Hoy podría acuñarse la frase "El amor es más fuerte que Trystan Bull", o de cómo el sentimiento sublime pone más que un torso man.
El amor es eso que nace del corazón, mueve al mundo, hace llorar, disculpa suicidios y vende, vende muchísimo. 
Décadas antes de Trystan Bull y de nosotros, una película de Hollywood llegaba a decir que "el amor es más poderoso que la brujería".
Sucedía en "Me Casé Con Una Bruja", donde los sentimientos de los protagonistas terminaban por deshacer los mágicos hechizos. 
El amor es poderoso, y, sobre todo, una congruente resolución argumental. Nos queríamos mucho y, por eso, ganamos. Todos se lo tragan.

Veronica Lake y Fredric March en "Me Casé con una Bruja"

El santoral le dedica un día al año, pero es el ingrediente indispensable en toda manifestación cultural. 
El arte ha estado a su servicio, el entretenimiento lo explota, lo maneja a placer. Diríase que lo ha reinventado. Los cínicos hasta aseguran que el amor es cosa de Hollywood.
En cualquier caso, si queremos hacer una película de éxito, ¿tendríamos que contar con Trystan Bull y una historia de amor? ¿O combinarlos no es posible? ¿Es mejor que Trystan Bull siga apareciendo en esas escenas pornográficas, donde el amor no existe? ¿Y que donde el amor exista, Trystan se olvide?
Oh, la excitación sexual y los sentimientos, esa pareja on/off.
Decíamos que Hollywood lo reinventó. También lo convirtió en su sello de marca, en el envoltorio de sus sueños plásticos. 
Las películas cuentan el amor, enseñan cómo se hace, cómo se vive. Y predican que es el final deseado, hasta cuando no es posible, hasta cuando se renuncia a él. El amor es por lo que merece la pena vivir, predican las historias sentimentales. Sin amor, sólo imitación.
Nosotros nos obsesionamos por el amor de la misma manera que nos obsesionamos por el cine. Y es difícil disociarlo. 
Muchos se llevan una decepción cuando se encuentran con la realidad, como si ésta alguna vez fuese garantía de cine. 
Los desayunos, los jardines, los caminos hacia el estrellato, las investigaciones policiales, las relaciones sentimentales; nada de eso es como en las películas. A la vida real, le falta sol y le falta síntesis. 
Tanta decepción lleva al descreímiento. Y también a aquello de pensar que el amor es una mentira. Sería como pensar que los desayunos o las investigaciones policiales también lo son, porque no se viven como en el cine. 
Pero ya se sabe: negarlo todo está muy de moda, incluso el sentimiento sublime.

Robert de Niro y Liza Minnelli en "New York, New York"

Las películas más ambiciosas también se han acercado a la mierda devenida de muchas relaciones sentimentales; todo ese horror de la dependencia, la humillacion y la inarticulación de la propia vida, porque se entiende a través de otro.
Aun presenciando ese griterío e incluso viviéndolo en primera persona, la gente sigue buscando "love" en Google. Y, quien dice que no lo busca, probablemente lo ha sufrido más que nadie y, por tanto, es el ser más romántico de todos. 

Michelle Pfeiffer y Daniel Day-Lewis en "La Edad de la Inocencia"

Hoy el amor es correcto. En la época de "La Edad de la Inocencia", se revestía de imposible, por aquello del honor, la conveniencia y las normas del decoro.
Irónicamente, ahora es más difícil encontrar un sentimiento duradero en una pareja y la gente, aunque tan fascinada por el amor, no se lanza a vivirlo como debiera. 
Una sociedad que consume romanticismo a espuertas y, a la vez, es muy poco romántica. 
Quizá por un tic capitalista: el amor se entiende y se espera como un bien consumible, con una serie de aditamentos y prestaciones.
Tienes una pareja, la devoras, te sacias, la tiras. El amor en conserva, con obsolescencia programada. Más fuerte que Trystan Bull, pero igual de olvidable, de descartable, de reemplazable que un actor porno gay o un aparato electrónico.
El amor seguirá siendo la resolución argumental favorita y, sin embargo, para una cultura tan individualista y tan adicta al orgullo, el pundonor y el yoísmo, eso de entregarse, de pensar por otro y para otro, de dedicarle todo y de sacrificar mucho... Uh, oigo los bostezos.
Lo peor sucede cuando llegan esos cantos de sirena, que pretenden reiventar el amor o que lo critican abiertamente. Dicen que el amor romántico reprime y debería ser olvidado. Por Dios, lo que hay que oír, pásame la cicuta.
El antiamor es una actitud de frustración precoz y también intragable plato de todas las mesas actuales. Quien no es guapo, ataca los cánones de belleza. Quien no puede ser masculino, ataca los roles de género. Quien no encuentra pareja, ataca el amor. 
Toda esa argumentación posmoderna, posnihilista, postwittera, nacida directamente de la propia incapacidad o la mala suerte, resulta un tanto delicuescente.
Llamadme viejo, pero yo prefiero ver el vaso medio lleno, que los hombres se comporten como hombres, que lo bello sea bello y que el amor siga siendo romántico.
El amor no será como en las películas; sin embargo, hay que vivirlo como tal. 
Porque estar enamorado es la película definitiva. Iremos derechos al abismo, pero, por favor, no perdamos el sentido del romance.


Regalo o condena, es lo que emplaza a nuestra verdadera hermosura en el juego vital. Es como la buena comida, el buen sexo o los buenos viajes a través del mundo; ¿en serio te lo vas a perder?
Y, como escribí en "Lucky In Love", no hace falta churri ni maromo para amar y ser amado. El amor es el mejor modo de conectar con los demás, de sentirse menos solo, de sobrevivir en este mundo que no es siempre bonito ni agradable ni justo.
Mis labios al besarte te lo dirán, una y mil veces: sin amor, nuestras vidas son sólo una imitación, una imitación a la vida.