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miércoles, 24 de abril de 2013

La Flecha


Querida mía,

Te escribo esta carta como se escriben la mayoría de las cartas. Para contártelo todo.
Sí, sería capaz de hacerlo. Te podría contar, por ejemplo, todo sobre Eva.
Pero, oh, yo no sé nada de Eva. Ignoro tantas cosas de su vida, prácticamente todas. Desconozco cuál ha sido la relación con sus padres, ni tengo idea sobre si tiene hermanos. No sé qué deseaba de la vida, qué quería ser de mayor, ni tampoco si lo consiguió.
Eva, Eva, todo sobre Eva.


La primera vez que supe algo de Eva fue cuando entró en el anterior blog, hace muchos años. 
Su nick era El Malvado Ming y yo, tan crédulo como siempre, pensé que era un chico. 
Supongo que tuvo que ver la admiración que expresaba por las carnes de la actriz Sara Ramirez. 
Eso me conquistó, porque no todos los hombres son valientes como para decir que les pone una gordita. Pues no, no todos son valientes, y Malvado Ming no era un hombre.
Se llamaba Eva y era una mujer que ama a otras mujeres. Lo supe cuando me agregó al por entonces incipiente Facebook y lo hizo silenciosa y enigmática como es ella, mirándose al espejo desde donde se hacía la foto de perfil. 
Yo no tenía ni idea de quién era esa mujer del espejo.
Con el tiempo, Eva y yo nos comentábamos cosas en nuestros muros. Las series nos unieron, porque no hay gente que vea tantas y se arrepienta menos. 
¿Dónde encontrar a Eva? Viendo la tele. Así se cuenta, y no pide perdón. 


Podría decir muchas cosas sobre Eva, pero, sobre todo, diría que estos años han sido más graciosos por sus comentarios precisos, ingeniosos y, sobre todo, personales. 
No siempre estoy de acuerdo con ella, aunque siempre me queda claro que es más lista que yo.
Y, cuando alguien hace tanta gracia - por cómo es, por lo que dice, por cómo lo expresa -, necesariamente querrás hacerle la misma gracia. Cuando consigo soltarle un "jojojo", me río yo más.
Eva dice "maravilla", acusa de "despropósito", considera que la hongkonesa es mejor y nunca es tarde para reírse de la peluca de la Streep en "Un Grito en La Oscuridad".
Entre series, andó el juego. Me deseaba los cumpleaños con un "Que no te falten series ni maromos, Montez!". 
Al final, creo que sé mucho sobre Eva. Por lo que piensa, por lo que le gusta, porque la enfurece, por aquello a lo que se entrega, por todo lo que prefiere no contestar. Sí, conozco a Eva.
Aunque tenemos caracteres diferentes - deben ser las latitudes de origen -, yo pongo mi hocico frente al suyo y espero el momento en que baje su felina patita, prorrumpa en un ronroneo y me deje darle un lametazo. 
Un lametazo que signifique: "Me gustas, Ming".


Sí, querida mía, podría hablarte de Eva, pero también te contaré cosas sobre Paloma.
Con Paloma, la cosa empezó de manera diferente. 
Paloma también me encontró gracias al blog, pero fui yo quien la agregó al Facebook. Aparecía en la foto, tan seria y en penumbra, con sus gafitas de pasta, tocándoselas levemente, como ajustándolas. Era la cosa más mona que había visto en mucho tiempo.
Sin embargo, pasó mucho antes de que Paloma escribiera en mi muro, de que comentase algo en mis publicaciones. 
Ella no lo sabe, pero estuve a punto de borrarla de mi lista de contactos, por aquello de la escasa interacción.


Como a Eva, bastó tener paciencia y esperar a que bajase la felina patita. Y así, Paloma empezó a opinar, también con su escritura acerada, siempre con el punto puesto, nunca un "jajaja" gratuito.
Como Eva y yo, Paloma devoraba las series como si las fueran a prohibir. 
Un día, le comenté "tengo una amiga que dice que "Downton Abbey" es tan elegante que le da vergüenza verla en pijama". Paloma se rió. Por entonces, aún no conocía a Eva.
Paloma y Eva empezaron a hablar en mi muro y fue cuando me di cuenta de lo mucho que se parecían. Eran el hambre y las ganas de comer. Dos lesbianas con gustos de marica, tremendo, tremendo. 
Parlotéabamos los tres, pero, como regla general, yo dejaba unas metafóricas velas encendidas en mi muro y ellas quedaban a solas.


Conocí en persona a Paloma y me llevé una sorpresa. 
La imaginaba tan seria, casi lacónica, y, de repente, me veo venir a la alegría de la huerta, caminando deprisa, hablando mucho. 
Pero, tanto si dice cosas de guionista hipster - "Ese personaje no tiene trama horizontal" - o comenta asuntos de niña adorable - "Ayer me comí una hamburguesa Merry Cheesemas" -. Paloma es tal y como la esperaba cuando la vi en su primera foto.
Cuando dijo que debía retirarse una temporada del Facebook, fue como si encendieran las luces de la discoteca y pincharan todos los globos. 
Eva y yo nos quedamos muy tristes sin nuestra amiga virtual, y el tercer Oscar de Meryl Streep no fue lo mismo sin ella.
Tiempos oscuros. Rajoy recortando, Paloma en paradero desconocido, yo en retirada de Blogger. Lo primero, no tuvo solución. Lo otro, por fortuna, sí.
Paloma volvió y quedamos otra vez en persona. Cuando íbamos caminando, parloteando del amor y esas cosas, le confesé:
- Yo quiero que acabes con Eva.


Ella hizo media sonrisa, cerró el pico y yo, crédulo, entendí que Eva no le gustaba en ese sentido. Oh, este Montez ignoraba que todavía queda gente discreta en este mundo.
A lo que vamos. 
Hace unos viernes, estaba yo en mi casa, y Paloma insiste y venga a insistir para que nos veamos. Y yo, a punto de inventarme una excusa para no levantarme del sofá, accedo por intriga.
Se me presenta con Eva, casi recién llegada desde Oviedo. Yo, con la lengua fuera y la colita nerviosa, le pregunto qué hace aquí, para qué ha venido, porqué no está viendo la tele en su casa asturiana.
Eva, que sí es tímida, me pone cara de su actriz favorita y se confía a que las acciones hablen más que las palabras.
Camino junto a ellas, observo que llevan las manos entrelazadas y, cuando esperan a que el semáforo cambie de color, Eva y Paloma se besan.
Yo me muero de la risa, paro en seco, doy un zapatazo contra el suelo y digo:
- ¡Bien!


Eva y Paloma se conocieron en mi muro del Facebook, se gustaron desde el primer día y hoy están juntas, enamoradas y comprometidas.
Dicen que seré el padrino de su boda, que tienen mucho que agradecerme, pero yo sé muy bien que esos dos pares de gafas de pasta estaban destinados a estar juntos y lo hubieran estado de cualquier modo.
Eso sí, cuando me llegue la incertidumbre, cuando me pregunte porqué he gastado tanto tiempo en desplegar blogs y redes sociales, cuando sienta que mi vida no tiene sentido, encontraré la respuesta. 
En haber contribuido inadvertidamente a que dos personas pudieran encontrarse, conocerse, estar más cerca del amor.
Sí, amiga, recordaré el día en que mi muro se convirtió en un puente.


Pero no fue el único día, bien lo sabes, querida amiga. Podría hablarte hoy de Eva y Paloma, pero también te daré todos los nombres. 
Por eso, te escribo esta carta. Para contártelo todo.
Podría hablarte del abrazo que le di a Elizabeth. 
Elizabeth vive en Perú y, de una manera loca, ultraexcepcional, su trabajo organizó un viaje a España. Elizabeth paró en Madrid como un relámpago y dijimos aquello de "esto sólo puede pasar una vez en la vida". Te hablo de una de las primerísimas fans de mi bloguismo y también de las pioneras en convertirse en amigas.
Podría contarte de la carta que recibí de un caballero chileno de 19 años. "Hola, me llamo David, y no puedo parar de leer tu blog. Si quieres un novio, aquí me tienes". 
Podría decirte que hablamos y me dijo que soñaba con viajar a España y conocerme. Cuando descubrí lo increíble que era David, te diría, sin posibilidad de equivocación, que yo también empecé a soñar lo mismo. Ahora tiene novio y me ha roto el corazón, pero no hay nada perdido, amiga.


Podría recordar las palabras de Alejandro el otro día, el más joven, el que gusta de apellidarse Starstruck o Cannibal. Me dijo que la primera vez que entró a mi blog tenía sólo 16 años. 
Yo podría ser osado y pensar que mis escritos tuvieron un pequeño efecto en el despertar a la vida de otra persona.
Podría hablarte del otro Alejandro. De Alejandro Lagarda. Es experto en decirme cosas bonitas, pero, probablemente, me recordará porque ha adelgazado un montón de kilos siguiendo mi ejemplo y mis consejos. Lo veo sonreír en sus fotos de perfil, y podría decirte que yo también sonrio.
Oh, podría comentarte sobre Athena, todo el cariño que le tengo, todo el agradecimiento por la gente que trae hasta estos lares, pero recordaría, como una imagen genuina suya, aquellos meses que esperaba a que su marido volviera de sus obligaciones laborales en el extranjero, y ella suspiraba cual Penélope calentorra, a punto de saltar del tejado de zinc. 


Podría hablarte de lo sexy y divertido que es Joni. Cada vez que hablamos en el chat del Facebook, acaba enfadado conmigo o cachondo perdido. Una frase memorable: "¡Yo no soy ninguna moderna! Bueno, me voy a ver una película coreana".
También podría presentarte a una escritora de verdad como Adriana Menéndez, y asegurarte que sólo cuando ella me pone "Me gusta", es cuando estoy convencido de que lo he hecho bien.


Podría hablarte de Eyla, de Carla, de Laura Palacios, porque sé que serías incapaz de odiarlas. 
Eyla adora el musical, el amor, el estilo. 
Carla se enamora de los personajes de las series, de los actores que las interpretan y sueña con escribir y dirigir películas. 
Laura Palacios quiere al mundo; es una niña tímida y sabe que dejar de serlo por un instante la acercará a los demás.
Podría decirte que Eyla, Carla y Laura Palacios son, sencillamente, como yo.


Podría hablarte de Pilar Bego y de Ra, pero esas son emocionantes historias por empezar.  
Podría recordar a los que sólo pasaban por aquí, a los que desaparecieron o a aquellos con los que no conseguí entenderme. 
Podría echarme a soñar con los amigos que han de llegar y nunca despertaría.


Hoy te contaría todo lo que he visto de mis seguidores convertidos en amigos del Facebook, devenidos en amigos a secas. 
Las fotos, las imágenes de su vida, y yo, el espectador privilegiado.
La boda de Rosana. Los viajes de Míguel. El beso que le da Ramón a su novio, mientras sus amigos celebran Fin de Año. El caminar de Regina por las calles de Lima, con la bandera multicolor y la expresión de la sublime vindicadora. 
Podría decirte cuánto espero la foto del bebé de Liber. 
No sé nada de todos ellos, pero sé lo que tengo que saber. 
Palpo sus caras en esta oscuridad de Internet y me doy cuenta. Compruebo lo que sospechaba. Que el mundo está lleno de gente de puta madre, esa que busca lo mismo que nosotros: el amor, la paz, la justicia, la belleza, la felicidad.
Podrías llamarme Cupido, pero, amiga mía, ¡la flecha me la han clavado a mí!
Y podría subirme a un globo, de vuelta a Kansas. Entonces, me daría la vuelta y te miraría, mi amiga, para decirte:
- Oh, Loli, a ti te echaré de menos más que a ninguno.
Porque, si aún no te has dado cuenta, esta carta es para ti, Loli. Tú sabes porqué.


Podría irme, pero no me voy.
Prefiero morirme de la risa, parar en seco, dar un zapatazo contra el suelo y decir:
- ¡Bien!

viernes, 15 de febrero de 2013

"El Grupo"


Entre la larga y fructífera trayectoria de Sidney Lumet, todo buen cinéfilo tiende a toparse con algún título que no ha recibido la atención merecida. 
Uno de ellos es "El Grupo".
En su estreno en 1966, esta película venía a apuntarse a la moda de las adaptaciones high-profile de los llamados "libros sucios", o aquellos best-sellers que abordaban tabúes y sonrojaban a las lectoras a las que estaban destinados. 
Dentro de esa corriente, Hollywood se atrevió con novelas tan vendidas y maldecidas como "El Valle de Las Muñecas", "The Carpetbaggers" o "The Best Of Everything"; los resultados fueron tan kitsch como para evidenciar el desfase generacional de la vieja industria en los años sesenta.


"El Grupo", según la novela homónima de Mary McCarthy, es una rareza entre ellas, porque es realmente buena. 
Hoy no sólo funciona como cápsula de su tiempo, sino también como un refinado retrato grupal, entre la saga melodramática y la intuitiva descripción de maneras. 
Es una película de chicas que mata a todas las películas de chicas, quizá porque contaba con un director potente y con un original literario más digno que las demás novelas de moda por entonces.

Richard Mulligan y Joan Hackett

Ambientada en los años de la Depresión, las protagonistas son seis nenas de clase media alta, amigas desde la Universidad. 
El poliédrico relato abarca desde que se graduán hasta que acuden al funeral de una de ellas; en medio, la vida y sus imitaciones. 
Se narra todo a lo que deben enfrentarse las mujeres, con sus previsiones de futuro y sus decepciones del presente. 
Éstas las minan e incluso las destruyen, pero no pararán de luchar por sus marcadas personalidades y su noción de la felicidad hasta el último momento.
Y en todos los años de amistad, siguen llamándose por sus diminutivos, como si, al hacerse mujeres, debieran seguir siendo niñas para conservar la cordura.


"El Grupo", aunque situada en la década de los treinta, es una película preocupada e impregnada de la revolución sexual vivida en su época de estreno. El sexo y el género son sus motores; de manera pionera, se acercaba a las relaciones preconyugales, la contracepción, el adulterio, la frigidez, la asexualidad y, notoriamente, el lesbianismo. 
"El Grupo" es uno de esos títulos que dieron el golpe de gracia a los códigos censores del cine norteamericano.

A la dcha., Candice Bergen

Pero, además de la cobertura sexual, en "El Grupo" se intuyen otras preocupaciones sesenteras. Ahí está la obsesión pacifista de Kay por la invasión nazi, subterfugio extemporáneo para simbolizar la creciente ansiedad por el fragor de Vietnam. 

Joanna Pettet y Larry Hagman

"El Grupo" cuenta el sexo y la ciudad a través de la existencia de sus seis niñas ricas, pero centra su atención en las más interesantes y cambia continuamente el foco de interés a lo largo de su generosa, pero nunca agotadora, duración.
El trabajo de adaptación optó así por una estructura en círculos concéntricos. La película se detiene en la vivencia de una de las chicas cuando necesita hacerlo, aunque continúa veloz. Como la definió Pauline Kael, "El Grupo" es una película ajetreada. 
Tiene mucho material encima y lo despacha de una manera impecable.


Aunque las películas de Lumet suelen ser distintas entre sí en apariencia, recogen temas similares y, en ese sentido, "El Grupo" es muy lumetiana. 
El individuo frente al mundo y sus conflictivas relaciones con un clan o una familia son argumentación esencial, mientras la atención al detalle, al actor y sus sentimientos serían las constantes estilísticas del cine del director que irrumpen también en esta historia de hembras.


El inacabable reparto luce hoy como un auténtico "who's who" de actores de culto. 
Desde los que se harían súperpopulares en televisión - Candice Bergen, Larry Hagman, Richard Mulligan - hasta las trágicas efímeras - Joan Hackett, Elizabeth Hartman -, pasando por indispensables secundarias como Shirley Knight o Jessica Walter.

Jessica Walter

A pesar de contar con el morbo y el éxito de la novela, "El Grupo" decepcionó comercialmente en 1966. 
Su iniciático y franco tratamiento de asuntos polémicos la hicieron recuperable con los años, además de significar parada indispensable para los fans de Candice Bergen. Al fin y al cabo, fue su debut cinematográfico y nada menos que interpretando a una lesbiana.
Además, se cuenta que el encargo original de Candace Bushnell, escritora de "Sex And The City", fue realizar una novela similar a "El Grupo", rastreando la pervivencia de modos, maneras y padeceres de las mujeres en el cambio de siglo.


Sin embargo, "El Grupo" sigue siendo una gran desconocida, una realidad más lamentable cuando se observa y dilucida su calidad como película.
El hecho de haber estado descatalogada durante décadas puede ser la respuesta, pero la solución ha venido dada por su milagrosa edición en DVD.
Recuperar a estas marchosas chicas ya es obligación inexcusable.


"El Grupo" tiene todo lo jugoso de estas historias: dolores femeninos, bitchiness, internamientos en manicomios, fatales caídas por la ventana y apoteósicos estilismos. 
Y, como pocas veces, lo trata con dignidad, mordacidad e inteligencia.

miércoles, 9 de enero de 2013

Canción Para Lidia


Caminar me llevó a la puerta de su local, casi sin pensarlo, hace varias tardes, sólo para verla.
De espaldas a la puerta, mi amiga Lidia escribía cosas en un cristal con un rotulador permanente. Yo carraspeé, crucé los brazos y esperé a que se diera la vuelta, mientras ponía gesto de interesante.
- ¡Josito! ¡Estás aquí! - exclamó.
Me abrazó, me miró con alegría y me tomó de la mano.
Esa fue la última vez que he visto a Lidia. Si tuviera que hablar de la primera, tendría que hacer mucha memoria, hasta el tiempo cuando teníamos diecisiete años.
Al otro lado de la clase, la profesora de Inglés le preguntaba a Lidia cómo se pronunciaba exactamente una palabra. Ella respondía como si hubiera nacido en Londres.
Poco después, me enteraría que sí, de hecho, había nacido en Londres, de cuando sus padres eran emigrantes en Inglaterra.
Lidia vivió allí la mayor parte de su niñez y podría decirse que, si algo sabía de la vida, era cómo hablar en inglés.


Pero el día más impactante sucedió meses después, cuando Lidia llegó llorando una mañana a clase.
Todas las chicas la consolaban y ella, con una cara terrible de no haber dormido, con la mirada del corazón roto, lloraba y lloraba.
El motivo era, por supuesto, un chico mayor que ella. Y, mientras Lidia lloraba y lloraba, las otras se contenían el sollozo, sintiendo lo mismo al estar junto a ella, como viviendo su historia, porque Lidia había sido la primera en saber cómo eran los hombres. Es probable que aquel día, mientras las otras la confortaban, ella sólo pensaba:
- Ojalá le hubiese dicho que sí. Ojalá le hubiese dicho que sí.


Aquel curso escolar tuvo un momento decisivo cuando nos fuimos de viaje a Grecia. Fue cuando Lidia y yo nos hicimos amigos oficialmente.
Yo la seguía mientras compraba. Lidia miraba cada prenda de la tienda, la estudiaba y se tocaba el labio con el pulgar, en señal de meditación. No parecía conforme, y miraba la siguiente, con su cara pálida y alargada y su pelo negro y brillante.
Lidia es como una versión canaria de Mary-Louise Parker, con esa expresión entre el eterno susto y la ternura de una niña grande. Cuando sonríe, dos hoyuelos.


A Lidia fue la primera persona que le conté que era gay. Fue inesperado, y sabría más tarde que la revelación le asustó e incomodó. Tal vez, yo necesitaba contárselo al mundo y, en la faz diplomática de Lidia, encontré un lugar donde nadie me juzgaría.
Lidia y yo nos hicimos amigos entonces, dentro de un gran grupo, de aquellos que se tienen por entonces.
Pero Lidia y yo nunca fuimos los mejores amigos. Fuimos mejores amigos para otros.
Sí tuvimos buenas risas, porque teníamos el mismo sentido del humor. Una profesora hablaba conmigo, y Lidia se paseaba por detrás, imitándola, para hacerme reír.
A Lidia nunca le gustó estudiar. Le costaba prestar atención en clase y solía suspender con frecuencia, aunque fuera a los exámenes notoriamente cargada de "chuletas".
Recuerdo un examen de Historia, donde estaba sentada delante de mí, con la "chuleta" escrita en un kleenex. La pregunta del examen era "Causas de la Segunda Guerra Mundial". Al parecer, no había nada de eso en las furtivas notas de mi amiga, que se inclinó un poco y me dijo, entre dientes:
- Dime una causita, por fa.


¿Las causas de la separación? Oh, Dios, de eso sí que no me acuerdo, pero cualquiera que haya tenido un grupo de amigos, sabe que se rompen.
No sé cuándo ni porqué nuestros amigos comunes se distanciaron de Lidia, porque yo no estaba muy presente por aquella época. Ya estábamos en la universidad, más distantes, pero aún todavía niños que se pelean y sufren porque los demás no son lo esperado.
Durante una década, no supe nada de ella. Poner kilómetros de distancia tampoco ayudó. No la volví a ver, ni me la crucé, ni supe si había acabado los estudios, si se había hecho mayor o, al menos, si lo había intentado, como yo.
Podría decir que la olvidé. 


Llegó el Facebook, o cómo el pasado nos alcanzó para enmendar las soledades del presente. Recibí un mensaje de Lidia, que se alegraba de encontrarme. Esperaba que hubiese olvidado los malos rollos de la adolescencia y que la aceptara como amiga.
En su foto de perfil, aparecía tal y como era ella. Fue como bajar la escalera y ver en la entrada a quien no esperabas ver nunca más. Y, en esos casos, la emoción es mayor.
La agregué y hablamos, y me lo contó todo. Lo que hacía, con quien salía y las ganas que tenía de saber de mí. Dónde estás, has vuelto a casa, has encontrado el amor, qué piensas hacer.
Luego me diría que mandó similar mensaje a nuestros otros amigos, pero ninguno quiso contestar. Lidia y yo nunca fuimos los mejores amigos, pero ser olvidadizos y nada rencorosos nos permitió una segunda parte, que ninguno imaginó.


Lidia se había hecho mayor, sí. Estaba más centrada, tenía muchos proyectos empresariales y enseñar inglés era su herramienta. Tenía una relación estable, aunque no podía independizarse.
Vivía en un hilo, pero con la mente clara, contradictoria como muchas mujeres, entre la duda y la firmeza, entre la seguridad y la incertidumbre.
Me contó también que aquel que le había hecho llorar a los diecisiete años se había convertido en uno de sus amigos más fieles.
- Por fin, lo superé.
Ella, que no era buena para estudiar, mostraba el valor del que yo carecía para trabajar. Como una ironía, la vida nos había puesto del revés. Ahora era yo quien debía preguntarle a Lidia, en pleno examen de la vida, sin saber contestar la pregunta:
- Dime una causita, por fa.


Carraspée y ella se dio la vuelta.
- Josito, ¡estás aquí!
La otra tarde, me enseñó su local, donde comparte negocios con otra chica, para enseñar inglés, para divulgar; un mundo particular de Lidia.
Lidia no tiene las respuestas, sufre la crisis como todos, pero no se detiene. Es inquieta. Si tuviera que escribir un propósito de 2013, escribiría: "Ser como Lidia".
Ella enseña inglés a través de un sistema dinámico, de conversaciones. Dice que le inspiró la experiencia de su padre, que emigró a Londres sin saber decir ni "Hello". Detrás de las mejores empresas, siempre parece existir un acto de amor.
Y, como acto de amor, sus amigos la ayudan en todo lo que se propone. Porque Lidia está llena de amigos.
Aquella tarde, hablamos de inglés, de las cosas que nos teníamos que decir, mientras pasábamos la tarde, bebíamos té y mirábamos a nuestro alrededor. Recordamos cosas de nuestros amigos perdidos, del viaje a Grecia, de nuestras risas.
- Claro que me acuerdo. No sabes cómo me acuerdo. Me acuerdo continuamente - me dijo ella.
Lidia y yo diremos que nunca hemos sido los mejores amigos, pero ninguna amistad me ha durado tanto.


- Me gustaría tener una vida - le confesé la otra tarde - Ya sabes, un trabajo, un perro, un hogar.
- Oh, Josito, ¿no te das cuenta? - contestó ella - Esto es la vida.
Esa frase no sólo fue oír la verdad, sino escuchar justo lo que necesitaba en ese momento. La "causita" del examen de la vida.
Anocheció y pareció como si no hubieran pasado más de quince años para nosotros. Ella se tocó el labio inferior con el pulgar, meditando.
Yo la miré como si nunca la hubiera visto antes.