miércoles, 9 de enero de 2013

Canción Para Lidia


Caminar me llevó a la puerta de su local, casi sin pensarlo, hace varias tardes, sólo para verla.
De espaldas a la puerta, mi amiga Lidia escribía cosas en un cristal con un rotulador permanente. Yo carraspeé, crucé los brazos y esperé a que se diera la vuelta, mientras ponía gesto de interesante.
- ¡Josito! ¡Estás aquí! - exclamó.
Me abrazó, me miró con alegría y me tomó de la mano.
Esa fue la última vez que he visto a Lidia. Si tuviera que hablar de la primera, tendría que hacer mucha memoria, hasta el tiempo cuando teníamos diecisiete años.
Al otro lado de la clase, la profesora de Inglés le preguntaba a Lidia cómo se pronunciaba exactamente una palabra. Ella respondía como si hubiera nacido en Londres.
Poco después, me enteraría que sí, de hecho, había nacido en Londres, de cuando sus padres eran emigrantes en Inglaterra.
Lidia vivió allí la mayor parte de su niñez y podría decirse que, si algo sabía de la vida, era cómo hablar en inglés.


Pero el día más impactante sucedió meses después, cuando Lidia llegó llorando una mañana a clase.
Todas las chicas la consolaban y ella, con una cara terrible de no haber dormido, con la mirada del corazón roto, lloraba y lloraba.
El motivo era, por supuesto, un chico mayor que ella. Y, mientras Lidia lloraba y lloraba, las otras se contenían el sollozo, sintiendo lo mismo al estar junto a ella, como viviendo su historia, porque Lidia había sido la primera en saber cómo eran los hombres. Es probable que aquel día, mientras las otras la confortaban, ella sólo pensaba:
- Ojalá le hubiese dicho que sí. Ojalá le hubiese dicho que sí.


Aquel curso escolar tuvo un momento decisivo cuando nos fuimos de viaje a Grecia. Fue cuando Lidia y yo nos hicimos amigos oficialmente.
Yo la seguía mientras compraba. Lidia miraba cada prenda de la tienda, la estudiaba y se tocaba el labio con el pulgar, en señal de meditación. No parecía conforme, y miraba la siguiente, con su cara pálida y alargada y su pelo negro y brillante.
Lidia es como una versión canaria de Mary-Louise Parker, con esa expresión entre el eterno susto y la ternura de una niña grande. Cuando sonríe, dos hoyuelos.


A Lidia fue la primera persona que le conté que era gay. Fue inesperado, y sabría más tarde que la revelación le asustó e incomodó. Tal vez, yo necesitaba contárselo al mundo y, en la faz diplomática de Lidia, encontré un lugar donde nadie me juzgaría.
Lidia y yo nos hicimos amigos entonces, dentro de un gran grupo, de aquellos que se tienen por entonces.
Pero Lidia y yo nunca fuimos los mejores amigos. Fuimos mejores amigos para otros.
Sí tuvimos buenas risas, porque teníamos el mismo sentido del humor. Una profesora hablaba conmigo, y Lidia se paseaba por detrás, imitándola, para hacerme reír.
A Lidia nunca le gustó estudiar. Le costaba prestar atención en clase y solía suspender con frecuencia, aunque fuera a los exámenes notoriamente cargada de "chuletas".
Recuerdo un examen de Historia, donde estaba sentada delante de mí, con la "chuleta" escrita en un kleenex. La pregunta del examen era "Causas de la Segunda Guerra Mundial". Al parecer, no había nada de eso en las furtivas notas de mi amiga, que se inclinó un poco y me dijo, entre dientes:
- Dime una causita, por fa.


¿Las causas de la separación? Oh, Dios, de eso sí que no me acuerdo, pero cualquiera que haya tenido un grupo de amigos, sabe que se rompen.
No sé cuándo ni porqué nuestros amigos comunes se distanciaron de Lidia, porque yo no estaba muy presente por aquella época. Ya estábamos en la universidad, más distantes, pero aún todavía niños que se pelean y sufren porque los demás no son lo esperado.
Durante una década, no supe nada de ella. Poner kilómetros de distancia tampoco ayudó. No la volví a ver, ni me la crucé, ni supe si había acabado los estudios, si se había hecho mayor o, al menos, si lo había intentado, como yo.
Podría decir que la olvidé. 


Llegó el Facebook, o cómo el pasado nos alcanzó para enmendar las soledades del presente. Recibí un mensaje de Lidia, que se alegraba de encontrarme. Esperaba que hubiese olvidado los malos rollos de la adolescencia y que la aceptara como amiga.
En su foto de perfil, aparecía tal y como era ella. Fue como bajar la escalera y ver en la entrada a quien no esperabas ver nunca más. Y, en esos casos, la emoción es mayor.
La agregué y hablamos, y me lo contó todo. Lo que hacía, con quien salía y las ganas que tenía de saber de mí. Dónde estás, has vuelto a casa, has encontrado el amor, qué piensas hacer.
Luego me diría que mandó similar mensaje a nuestros otros amigos, pero ninguno quiso contestar. Lidia y yo nunca fuimos los mejores amigos, pero ser olvidadizos y nada rencorosos nos permitió una segunda parte, que ninguno imaginó.


Lidia se había hecho mayor, sí. Estaba más centrada, tenía muchos proyectos empresariales y enseñar inglés era su herramienta. Tenía una relación estable, aunque no podía independizarse.
Vivía en un hilo, pero con la mente clara, contradictoria como muchas mujeres, entre la duda y la firmeza, entre la seguridad y la incertidumbre.
Me contó también que aquel que le había hecho llorar a los diecisiete años se había convertido en uno de sus amigos más fieles.
- Por fin, lo superé.
Ella, que no era buena para estudiar, mostraba el valor del que yo carecía para trabajar. Como una ironía, la vida nos había puesto del revés. Ahora era yo quien debía preguntarle a Lidia, en pleno examen de la vida, sin saber contestar la pregunta:
- Dime una causita, por fa.


Carraspée y ella se dio la vuelta.
- Josito, ¡estás aquí!
La otra tarde, me enseñó su local, donde comparte negocios con otra chica, para enseñar inglés, para divulgar; un mundo particular de Lidia.
Lidia no tiene las respuestas, sufre la crisis como todos, pero no se detiene. Es inquieta. Si tuviera que escribir un propósito de 2013, escribiría: "Ser como Lidia".
Ella enseña inglés a través de un sistema dinámico, de conversaciones. Dice que le inspiró la experiencia de su padre, que emigró a Londres sin saber decir ni "Hello". Detrás de las mejores empresas, siempre parece existir un acto de amor.
Y, como acto de amor, sus amigos la ayudan en todo lo que se propone. Porque Lidia está llena de amigos.
Aquella tarde, hablamos de inglés, de las cosas que nos teníamos que decir, mientras pasábamos la tarde, bebíamos té y mirábamos a nuestro alrededor. Recordamos cosas de nuestros amigos perdidos, del viaje a Grecia, de nuestras risas.
- Claro que me acuerdo. No sabes cómo me acuerdo. Me acuerdo continuamente - me dijo ella.
Lidia y yo diremos que nunca hemos sido los mejores amigos, pero ninguna amistad me ha durado tanto.


- Me gustaría tener una vida - le confesé la otra tarde - Ya sabes, un trabajo, un perro, un hogar.
- Oh, Josito, ¿no te das cuenta? - contestó ella - Esto es la vida.
Esa frase no sólo fue oír la verdad, sino escuchar justo lo que necesitaba en ese momento. La "causita" del examen de la vida.
Anocheció y pareció como si no hubieran pasado más de quince años para nosotros. Ella se tocó el labio inferior con el pulgar, meditando.
Yo la miré como si nunca la hubiera visto antes.

1 comentario:

  1. Me vuelvo a quitar el sombrero y aplaudir de pie. Brillante entrada. Todos tenemos una amistad como la tuya, lo importante es saber valorarlas.

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