martes, 8 de enero de 2013

La Fuerza de Bette Davis


Genial desde el primer día, labrada a conciencia sin más ayuda que ella misma, Bette Davis nació para el cine, mientras el cine creció gracias a ella. 
Pionera de intérpretes, definidora de estilos, gran diva, la mirada de sus grandes, inconfundibles ojos fue la clave; el estilo, el aderezo. 
Interpretó a todas las mujeres, pero, sobre todo, a las malvadas. Les encontró el alma, o quizá, el carisma. No importó. El público quiso amar a Bette Davis, porque nunca renunció a su personalidad. En realidad, la impuso, la subió por encima de su nombre y de su mito. 
La cámara contó su fuerza, pero también intuyó ese pequeño destello de melancolía que las grandes parecen atesorar como un secreto.


Su vida privada quedó relegada; el trabajo siempre fue primero. 
Bette Davis ganó muchas veces, pero perdió otras tantas, y tuvo el tiempo suficiente para definirse a ella misma. Quizá, para aspirar a comprenderse.
Se la recuerda como la primera actriz que no tuvo miedo a afearse, a incorporar personajes mayores, a aceptar los papeles que a otras asustaban. En cierta ocasión, diría que fue lo más parecido a Brando que tuvo su generación
Desde su legendario carácter, a través de su afilada lengua, con su entidad de visionaria, se contó como una actriz luchadora, que batalló por encima de productores que querían apresarla, de críticos que la cuestionaron y del inevitable paso del tiempo.


Nacida en una familia protestante de Massachussets, Ruth Elizabeth vio el escenario como la escapatoria de su timidez, mientras su madre, actriz frustrada, la empujaba con decisión.
Caer en su primera película fue un golpe de suerte, porque nadie confiaba en su talento. 
Fue rechazada entonces por muchos - incluyendo William Wyler, luego director de cabecera -, y su escaso atractivo físico se hacía motivo de mofa y puerta infranqueable. 
Corrían los primeros años treinta, y la joven Davis no cejaba.


Más golpes de suerte la llevaron hasta la consagración. 
Aún cuestionada, conseguiría, no obstante, el papel de Mildred, la vulgar camarera que acaba con el doliente héroe de "Of Human Bondage".
Nacía la intuición Davis, surgía el riesgo Bette; en "Of Human Bondage", sus ojos y su habilidad para recrear la maldad femenina aparecieron por primera vez.
La crítica se entusiasmó y le colocó los epítetos de la sorpresa y la sensación. Por su parte, la industria se indignaba cuando Bette no recibía la nominación a un Oscar que hubiese ganado.

"Of Human Bondage"

Al año siguiente, lo enmendaron rápidamente y la oscarizaron por "Peligrosa", vulgar melodrama donde ella era, sin problemas, lo mejor de la función. 
Aún así, el camino era más arduo de lo que prometían los oropeles.
Como a toda las estrellas de la época, a Bette Davis le ataba un larguísimo contrato con un todopoderoso estudio. En su caso, Warner Bros, que la colocó en una sucesión de basuras fílmicas, indignas de su talento. Ella, toda fiereza e inquietud, presentó una demanda ante el injusto trato que recibía de los jerarcas del estudio. No ganó, pero abrió aguas. 
Sería su amiga y compañera, Olivia de Havilland, quien consiguiera justicia y libertad para los actores, años después.

Con Olivia de Havilland en "In This Our Life"

Si la demanda de Bette no prosperó, Jack Warner decidió mimarla y la colocó en un papel fastuoso dentro de una película fastuosa. 
En "Jezabel", interpretaba a Julie, la consentida dama sureña que acelera su perdición cuando acude vestida de rojo a un baile donde todas las vírgenes debían ir de blanco.

Con Henry Fonda en "Jezabel"

Tal dramón anticipaba "Lo Que el Viento Se Llevó", y, por la memorable interpretación de un personaje contradictorio, equivocado y completamente hermoso, Bette recibía su segundo y último Oscar.
Se iniciaba su gran época, la que la fijó en la retina de los espectadores para siempre, que la aclamaron como una de las actrices emblemáticas de Hollywood, aplaudida y querida a rabiar, mientras ella ofrecía manierismos, cigarrillos exquisitos y películas de llorar y temblar.

"La Carta"

"Jezabel" había supuesto primer encuentro con William Wyler, director y amante, quien ella luego recordaría como el amor de su vida. Fue también quien siguió sus pasos en otra interpretación aclamadísima: la hipócrita Leslie de "La Carta".
Sin embargo, el borrascoso rodaje de "The Little Foxes" suponía el final de la colaboración entre Bette y Wyler. Según confesaron, nunca llegaron a un acuerdo sobre cómo afrontar el personaje de Regina. 
Aún así, el resultado fue inmejorable.
La Davis en "The Little Foxes" es una lección de Arte Dramático y, ante todo, una muestra de la excelencia del mejor cine clásico.

"The Little Foxes"

Interpretara a socialités moribundas, solteronas románticas o extrañas pasajeras, Bette fue siempre la misma Bette, sensible y fuerte, reacia a las etiquetas, alérgica a ningún otro glamour que no naciera de su personalidad. 
Bette Davis fue una de esas estrellas que esculpieron Hollywood a base de contradecirlo.

"Now, Voyager"

Los años cuarenta fueron la época de esplendor, y ella devolvía el favor cuando, ante el estallido de la Segunda Guerra Mundial, unió fuerzas con John Garfield y fundó el Hollywood Canteen, local para soldados de permiso que podían tener la suerte de ser atendidos por estrellas de cine.


Hacia finales de la década, los buenos papeles empezaron a escasear para Bette, lo que se traducía en la mayor desesperación para ella. 
Sus detractores encontraron el apropiado festín en "Más Allá del Bosque", tremebunda saga, cuyo fracaso estuvo a punto de sentenciarla para siempre.

Con Joseph Cotten en "Más Allá del Bosque"

Terminaba su contrato con Warner y la libertad se hacía más difícil que vivir a merced del estudio. 
El retorno fue tan espectacular como breve, a golpe de Margo Channing, la diva incapaz de asumir su caducidad, para "All About Eve". Sin duda, su mejor, más luminosa interpretación.

Con Gary Merrill en "All About Eve"

En el rodaje, conocería a Gary Merrill, cuarto marido.  "Gary era un macho man, pero no hubo hombre suficiente para tolerar ser el Señor de Bette Davis". 
De sus matrimonios y múltiples abortos, siempre quedó la amargura, la sensación de una soledad crónica y la misma frustración de testaruda y perfeccionista con la que había afrontado su carrera.
Bette adoptó tres niños, los dos últimos con Gary Merrill. La más pequeña, Margot, revelaría una triste minusvalía mental y no quedaría opción más que internarla.


Durante sus años de madurez, Hollywood le dio la espalda muchas veces y ella rechazó papeles e intervenciones que no creía a su altura. 
Los pases televisivos y las reposiciones de sus mejores películas despertaron el culto por Bette y sus interpretaciones, algunas tan exageradas que sólo cabía sublimar como camp. Era parodiada y homenajeada al mismo tiempo; como muchas actrices del Hollywood dorado, el seguimiento gay fue inmediato.
Ella pareció responder a la parodia, entregándose a ese festival de lo grotesco llamado "¿Qué Fue de Baby Jane?", exitosa comedia negra, que la devolvió a lo más alto e inició una inesperada segunda carrera artística.

Con Joan Crawford en "¿Qué Fue de Baby Jane?"

Como la patética Baby Jane, niña del ayer en el cuerpo de una vieja alcohólica, la Davis se introdujo en las pesadillas de 1962 y, por el camino, consiguió su última nominación al Oscar y una nueva legión de fans.
Además, "¿Qué Fue de Baby Jane?" permitía la escenificación de una de las rivalidades más divulgadas por los tabloides hollywoodienses. 
Ríos de tinta y floridos adjetivos vertebraron el enfrentamiento de por vida entre Bette y Joan Crawford. Se criticaron y atacaron, entre la envidia, la competitividad y la confrontación entre dos modos de entender la profesión. 
Bette y Joan no eran tan diferentes y un poso de admiración mutua apareció en más de una ocasión. Al final, sus peleas sólo incrementaron la excitación por ellas.

Con Joan Crawford

Tras "¿Qué Fue de Baby Jane?", la Davis entró en lo que ella misma definió como su fase macabra, apareciendo en títulos de terror e intriga, donde su físico talludito y sus histrionismos eran el garante del grandguignol.
Los problemas de salud la obligaron a dejar paso hacia finales de los setenta.
La televisión la llamaba a gritos durante la década siguiente: ella llegó a la serie "Hotel", se quejó de todo y se marchó después de filmar el primer episodio.
Un ataque cardiaco motivaba retiro, mientras la autobiografía de su hija, B. D. Hyman, le rompía el corazón. 
Siguiendo la lamentable estela de Christina Crawford, B. D. sacó a relucir trapos sucios de su madre, aludiendo a su insoportable carácter, su alcoholismo y las terribles peleas que mantenía con Gary Merrill.
Ante el libro, menos exitoso de lo que B. D. esperaba, toda la profesión salió a defender a Bette. Ésta le escribió una carta pública a su hija, expresando su dolor y desconcierto, para luego desheredarla.

En la boda de su hija, B. D. Hyman

"Las Ballenas de Agosto", junto a Lillian Gish, fue la última película que Bette terminó. 
En 1989, rompía su retiro para acudir al Festival de San Sebastián.
Consumida y devastada por el cáncer, Bette apareció y conquistó. Se reconoció adicta al aplauso y se confesó enamorada de ese público que todavía la aclamaba como el mejor estandarte de un cine perdido, pero nunca olvidado.


Tenía 82 años y, trasladada de gravedad a un hospital en el Sur de Francia, quedó claro que a una mujer tan dura sólo la muerte se la podía llevar.


"La interpretación debería ser más grande que la vida" - dijo - "Los guiones deberían ser más grandes que la vida. Todo debería ser más grande que la vida".
Ese fue el secreto a voces de Bette. No había vida suficiente para saciar su sed de buenas películas, su intensidad, su ambición, su necesidad de aventura. 
Sus mejores películas son el testigo de su valía, allá donde aparece esa inolvidable loba de los grandes ojos, bien consciente de lo maravillosa que era.


Si te cuento un secreto, mi afición al cine empezó desde mi obsesión por ella.

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