martes, 29 de enero de 2013

Vida y Belleza de Katharine Hepburn


Su personalidad fue siempre la respuesta. Y también aquello que entregó al cine, que derramó sobre los espectadores, que conquistó para las mujeres, que se contó a sí misma.
Considerada como la mejor actriz del cine norteamericano, Katharine Hepburn significó también una revolución de la que, muchas veces, fue única protagonista. 
Cuando ninguna mujer famosa llevaba pantalones, cuando pocas decían lo que pensaban, cuando ninguna otra bella de la pantalla mostraba opinión, ahí estuvo la Hepburn, abriendo aguas para todas las generaciones venideras. 
Como icono feminista de primera magnitud, no faltaron las contradicciones, pero su legendaria testarudez y su intransferible talento la mantuvieron a flote durante décadas.


Navegó recelosa. Si hoy es indiscutible, se la cuestionó repetidas veces y gran parte del público no sabía qué pensar de ella.
Se decía enemiga de sus enemigos, provocadora de periodistas, paria de las fiestas de Hollywood. No quería ni faldas ni pasearse en saraos. 
Le dieron más Oscars que a ningún otro intérprete, porque, a pesar de todo, la admiraban como a nadie más. Ella no fue a recoger ninguno.
Adicta al cine, la risa, el romanticismo y la inteligencia, Kate fue un lujo y lo sigue siendo. 
Una muchacha exquisita, única, que prefería ser dura antes que blanda. Y, debajo de su mirada decidida, tras su indómito carácter, siempre dejó entrever una ternura eterna y una vulnerabilidad emocionante.
¿Era una mujer distinta a las demás o la única que se atrevió a ser una mujer de verdad? Quedó la duda, quedó una carrera inigualable.


Semejante señora tenía una trastienda notable. 
Nacida en Connecticut en una familia acomodada y progresista, Kate era una niña marimacho, que decía llamarse Jimmy, andaba con niños y se cortaba el pelo como ellos.
Sus padres fueron la inspiración para sus labores de vida y profesión. Él, urólogo, y ella, sufragista, se decían voces contundentes a favor del cambio en la sociedad norteamericana. Él defendía la educación sexual; ella luchó por la participación femenina en política.
En ese caldo, se creó Katharine Hepburn, que viviría una infancia feliz y tranquila, interrumpida trágicamente con la muerte accidental de su querido hermano Tom.
Kate se encerró para el mundo tras el fallecimiento de Tom y crecería lejos de los demás niños. Un día, pudo superarlo. Jamás lo olvidó.
Para atesorar a Tom, asumió que el cumpleaños de su hermano era el suyo propio. Sólo en sus últimos años, Katharine revelaría su verdadera fecha de nacimiento.


Tal y como sería su personaje en "Stage Door", Katharine Hepburn era una joven rica en busca de una oportunidad en la escena. 
Sus manierismos y su voz la distinguieron desde el primer día, pero no encontraron unánime admiración en los dramaturgos de aquellos primeros años.
La andadura teatral en Broadway se revelaría como un principio errático, con más fracasos que éxitos. 
Pero bien podría decirse que la determinación la inventó Katharine.
Por entonces, andaba casada con su amor de universidad, Odgen Smith, al que nunca prestó demasiada atención, tal era su obsesión por trabajar y triunfar. Le agradeció el divorcio, asumió su egoísmo y nunca volvería a contraer matrimonio.
No importaba, porque aquel 1932 se decía año de gloria.
En su primera película, "Bill of Divorcement", se ponía a las órdenes de George Cukor. 

Con  David Manners en "A Bill Of Divorcement"

Cukor quedó prendado con la nueva actriz, a la que llamó rara y exquisita. Los críticos y los espectadores estuvieron de acuerdo y Katharine, fascinada con el cine de Hollywood desde su infancia, conseguía cumplir su sueño.
Demostrar sus habilidades fue caballo de batalla en todos los escenarios, así que no hubo papel más exacto para la joven Kate que Eva Lovelace, la soñadora starlet de "Gloria de Un Día".
Le concedió su primer Oscar y el estatus de señorita importante en la profesión. Ella agradeció el cumplido, pero no quiso bajar la cabeza ante el boato.

Con Adolphe Menjou en "Gloria de Un Día"

Su actitud se decía desconcertante para un Hollywood acostumbrado a otra clase de nenas, y tanto los periodistas como los espectadores la empezaron a calificar de desagradable. 
Es lo que explicaba toda una sucesión de decepciones comerciales durante los años treinta - entre ellas, un clásico hoy tan divulgado como "Bringing Up Baby" -, que terminarían por etiquetarla como "veneno para la taquilla", allá por 1938.
Su carrera parecía sentenciada, pese a que había ofrecido las heroínas más inusuales, modernas y contundentes que el cinematográfico había registrado jamás. 
Había algo grande en Kate, sí, pero también algo muy avanzado a su tiempo.


Entre la mala suerte y la inadecuación, Kate pudo desesperar, pero ofreció batalla. 
Por entonces, mantenía un veleidoso romance con el aviador y productor Howard Hughes, quien funcionó de apoyo en aquellos momentos y le sirvió en bandeja los derechos cinematográficos de "Historias de Filadelfia".
La traslación fílmica de la aclamada obra de Broadway fue celosamente controlada por Kate, decidida a que supusiera el más espectacular de los comebacks.

Con Cary Grant en "Historias de Filadelfia"
Y así fue. 
"Historias de Filadelfia" se revelaba como uno de los éxitos del año, donde la Hepburn lució bella y majestuosa como nunca. Tracy Lord, la consentida niña de la alta sociedad, no hubiese encontrado tanta luz en el cuerpo y la mirada de otra actriz.
Cuando llegó "La Mujer del Año", otra celebrada comedia, la Metro Goldwyn-Mayer confirmaba su idilio con Kate y le firmó un contrato.
"La Mujer del Año" también significó el encuentro con Spencer Tracy, pareja indispensable en tantas películas venideras y, sobre todo, el amor de su vida.
Parecía una ironía que una mujer como Kate se enamorase de un hombre como Spencer, uno de los emblemáticos macho men de Hollywood.
Con Spencer Tracy

Spencer, alcohólico frecuente, insomne, infeliz crónico, nunca se divorció de su esposa por su férreo catolicismo, por lo que el romance con Katharine, mantenido durante más de veinte años y terminado a su muerte, se viviría a espaldas de la prensa y el público. 
Pero hubo testigos: sus películas juntos, algunas tan memorables como "La Costilla de Adán", que nos enseñó que la guerra de sexos era más y mejor guerra si los contendientes eran Spencer y Katharine.
Las críticas que ambos profesaron a la "caza de brujas" de McCarthy les valieron abucheos, pero sobrevivieron. Tal y como sobrevivió su relación amorosa, contra todo pronóstico. 
Katharine confesó que nunca entendió su amor por Spencer, a quien cuidó y se entregó devotamente, pero sí sabía que no podía vivir sin él.
Sin él, también se defendía sola en el cine.
Su viaje a bordo de "La Reina de África" inició una nueva Kate, proclive a papeles de solterona reprimida con el corazón desbocado ante la aventura.

Con Humphrey Bogart en "La Reina de África"

La transición a la madurez se decía benévola, a golpe de "Summertime" o "The Rainmaker", donde comenzaba a recibir la clase de ovaciones que la confirmarían como primerísima dama del cine.
Aún así, nunca dejó de luchar ni de crearse enemigos ni de encajar fracasos, y su renombrado carácter parecía en plena forma cuando le lanzó un escupitajo a Mankiewicz al término del rodaje de "De Repente, El Último Verano".

Como Violet en "De Repente, El Último Verano"

La madre adicta a la morfina de "Largo Viaje Hacia La Noche" despertó a una aclamación internacional, pero la Academia prefirió darle su segundo premio por "Adivina Quién Viene Esta Noche".
Fue también la última película de Spencer Tracy, que murió poco después del rodaje. Terminaba Spencer, acababa una historia de amor de Hollywood. 
Katharine, por respeto a la familia, no acudió al funeral y entendió ese Oscar como un homenaje a Spencer.
Al año siguiente, alcanzaba el récord cuando le dieron un tercer premio por aquella Leonor de Aquitania de "El León en Invierno". 
Sucedía cuando ya nadie dudaba de que la mera presencia de Katharine era atributo de lo fascinante.

Con Peter O'Toole en "El León en Invierno"

Los teatros y la televisión la mantuvieron entretenida durante los años setenta y, cuando recibió la llamada de Jane Fonda para "En El Estanque Dorado", acudió decidida a darse un paseo victorioso.
Aunque afectada por los temblores del Parkinson, la vieja Kate era tan cautivadora como la joven Kate. Y quien había ganado un Oscar en 1933, bien podía ganar el cuarto en 1982. 


A la ceremonia de la Academia, sólo acudió una vez en su vida, para presentar un premio honorífico en 1974. 
Llegó en pantalones, por supuesto, y la profesión, que la amaba, la temía y no podía vivir sin ella, prorrumpíó en debida ovación de pie.
"Siempre quise ser una actriz de cine. Pensaba que era muy romántico. Y lo fue". 
Poco a poco, se apartó de los focos, pero todavía pudo oír lo que quería escuchar: que había algo grande en Katharine Hepburn. 

Con Laurence Olivier en "Love Among The Ruins"

Su voz inconfundible, sus maneras frías en apariencia, pero profundamente seductoras, y su belleza serena, sin aditivos glamourosos, la habían hecho más estrella que las estrellas, más diva que las divas.
Y Katharine Hepburn fue espejo y correspondencia de la emancipación femenina que se vivió en las calles, en los dormitorios, en las oficinas, en todos los años del siglo que la vio nacer y vivir.
El tiempo se le hizo corto a esta luchadora, que se dijo egoísta, que aseguró que nunca tuvo hijos para poder vivir libre, que la llamaron de todo y que siempre se tuvo a sí misma.


Su personalidad fue la respuesta.
Llegó a vieja, mientras la colocaban en lo más alto de todas las listas y muchos cinéfilos confesaban que Kate era su actriz favorita.
En 2003, moría en Connecticut. 
Era el mismo lugar donde había nacido, por donde había jugado como los otros niños, en pantalones, con su hermano perdido. Y la misma Connecticut por donde había corrido con Cary Grant a la caza del leopardo Baby.
La fiera de mi niña se despedía de la vida con 96 años. 
"No tengo miedo a la muerte. Debe ser como un sueño muy largo... Y, además, ¡no hay entrevistas!".


Pero, oh, querida mía, cuando eres Katharine Hepburn, ¿acaso mueres algún día?

5 comentarios:

  1. Mi padre me enseñó a amar a esta actriz. De ella envidio su masculinidad que no le impidió nunca seguir siendo femenina.

    ResponderEliminar
  2. Extraordinario. Gracias a sus interpretaciones el mundo se desvela como una irrefrenable carrera a la contradicción. Adoro su pasión, me cautiva su orgullo, la sumisión que engalana con un simple y medido gesto. Sigue emocionándome su locura, su rebeldía y su "basta ya" constante. Me eduqué con sus gestos y su poderosa presencia y siempre produjo en mí una admiración callada y única a pesar de no conocer casi nada de su vida personal.

    ResponderEliminar
  3. solo puedo decir maravillosa crónica, me uno a este homenaje a una gran actriz...
    saludos

    ResponderEliminar
  4. Que hermoso escrito y biografia. Gracias! eres un poeta.

    ResponderEliminar