Es un placer encontrarse con una película como "Zero Dark Thirty". Y, dentro del grisáceo panorama habitual, también un lujo.
En su última aventura cinematográfica, Kathryn Bigelow realiza una operación parecida a la vivida en "The Hurt Locker": quita una venda de los ojos del espectador y, libre de discursos hipócritas y edulcoramientos, le cuenta la guerra.
Nos la cuenta y nos transporta a ella; estamos a ras del suelo, con todos los sentidos alerta, casi oliendo la tierra, el estómago hecho un puño.
Si "The Hurt Locker" era el estudio de un personaje, "Zero Dark Thirty" se integra en una narrativa más clásica y el resultado es aún más potente.
La transparencia de la realización, la imaginación de Bigelow y el pulso narrativo son las claves de porqué "Zero Dark Thirty" es una lección de cine y, para servidor, la mejor película que ha visto en mucho tiempo.
Las polémicas sobre "Zero Dark Thirty" han sido variadas y algunas apasionantes, pero han tenido un efecto encubridor de sus virtudes cinematográficas.
No hay título norteamericano actual que cuente mejor el conflicto bélico sin que nadie llore a moco tendido por el amigo perdido, sin
que ninguna bandera ondee en el jardín o sin que nadie se pegue un tiro
por la culpa.
"Zero Dark Thirty" no melodramatiza; explica, sugiere, plantea cuestiones, devuelve luz allí donde hay noche.
Su narrativa es tan compleja como su simbología. Es una película que siente y se siente, y siempre en las tripas.
Jason Clarke |
Quien diga que "Zero Dark Thirty" es una apología de la tortura, debería también decir que es una apología del amanecer, de los monovolúmenes, de las gafas Ray-Ban o de la cara de cabreo de Kyle Chandler.
En "Zero Dark Thirty", las cosas no se defienden, se ponen sobre la mesa sin maniqueísmos.
Y la tortura no es resolución narrativa ni está tratada con regodeo pornográfico. Aparece como un hecho histórico, como una cotidianeidad estomagante y como un vulgarizado procedimiento.
El exquisito detalle de los monos en sus jaulas nos insinúa las inadvertidas consecuencias de la clase de poder que se otorga a un torturador.
Es un hallazgo visual y dramático más transparente y, a la vez, más misterioso, que si lo viéramos vomitando en el baño o maltratando a su esposa.
"Zero Dark Thirty" recompone su puzzle argumental mientras elige a su personaje central, Maya. Ésta funciona como una versión contenida de la Claire Mathison de "Homeland".
Ambos personajes tienen el mismo valor dramático. Como la Mathison, Maya es una paria, y su cruzada la hace enferma a los ojos de los demás.
Esa obsesión febril es una metáfora de la paranoia social ante el enemigo incierto e incomprensible, ese que puede estar en cualquier lugar o quizá haya muerto desde el primer día.
Jessica Chastain |
"Zero Dark Thirty" plantea la ironía de la guerra contra el terrorismo, vivida a contracorriente de las administraciones políticas.
Por un lado, se quiere mantener un poder internacional, brutal, inapelable y cazar a lazo al villano y, por otro, en casa, se pide perdón, se maquillan procedimientos y se vende la ficción de que es posible una guerra con reglas.
Esa verdad incómoda que cuenta "Zero Dark Thirty" es la clave de que sea precisamente una película incómoda.
"The Hurt Locker" contaba el sucio secreto de que hay hombres adictos a la guerra; "Zero Dark Thirty" nos recuerda que jamás hubo contienda caballerosa, especialmente ante un enemigo implacable.
El precio de la paz es la inmersión en la oscuridad, y así el clímax recuerda al vivido en "Objetivo Birmania", de Raoul Walsh.
Pese a que lleguen los all-American boys con todo el equipo, no hay sol, sólo angustia.
No resta sensación de realización en esta caza y captura de Bin Laden según Bigelow.
Porque, como ya contaba John Ford, el heroísmo no es más que un trabajo.
Un trabajo mal pagado, a veces sórdido, siempre solitario. La última secuencia así lo expresa y es el broche de oro que cierra esta pieza inteligente y lúcida.
Bigelow, además de honesta y certera, también juega al suspense con maestría.
Ya sabemos el final de esta historia, ya sabemos que ese coche que entra en la base de la CIA no es cosa buena. Bien predicaba Hitchcock que, para el espectador, es mucho peor saber lo que va a suceder.
Y, como experiencia cinematográfica redonda, "Zero Dark Thirty" se llena de imágenes absorbentes, diríase depredadoras, cuyo misterio parece guardarse detrás.
No recuerdo una película contemporánea de atmósfera tan intensa, enriquecida y enigmática desde "El Árbol de la Vida", de Terrence Malick.
Joel Edgerton |
"Zero Dark Thirty" funciona a muchos niveles. Podrá verse como un thriller riguroso, como una buena americanada, como la superación cinematográfica de "Homeland" o como la mejor de las nueve competidoras al premio gordo en los próximos Oscars.
Ante todo, es una película que cumple con dos preciosos requisitos: está hecha con tanta contención como energía.
Kathryn Bigelow, directora |
Lo dicho: un lujo. Viva Kathryn.
Qué alegría leer algo positivo sobre las nominadas. Me pondré con esta con energía, como quién emprende un deber de su asignatura favorita.
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