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lunes, 1 de abril de 2013

El Amor es Más Fuerte que Trystan Bull

 
amor.
1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia 
insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
2. m. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y 
que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, 
alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
3. m. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.


El post más visitado de este blog se titula "Lucky In Love". 
Yo, el autor, no entendía muy bien el motivo. Lo leía y lo releía, intentando buscar una palabra como "follar" o el nombre de algún actor porno gay para comprender porqué entraba tal aluvión desde los buscadores. ¿Cuál era la palabra clave?
El segundo post más visitado sí me resultaba más entendible. Esperable, de hecho. Es el jueves dedicado a Trystan Bull.
Poner el nombre del gorgeous porno gayer en Google Imágenes y buscar desesperadamente una imagen de ese cuerpo desde varios ángulos, bajo distintos disfraces, desnudo, semidesnudo, tranquilo, excitado; todo eso es lo que se espera de nuestra sociedad, de Internet, del mundo multipantalla. 
Trystan es bello, de una manera básica, directa.

Trystan Bull

Finalmente, encontré el modo de averiguar porqué "Lucky In Love" - un Diario de Crisis donde desvelaba alguna de mis cuitas sentimentales - era más popular que "Trystan Bull".
"Love" es una de las palabras más buscadas en Internet. Y "love" es la palabra que más propicia visitas en este blog. Los que entran aquí deben saber que, sin amor, sus vidas son sólo una imitación, una imitación a la vida.
Hoy podría acuñarse la frase "El amor es más fuerte que Trystan Bull", o de cómo el sentimiento sublime pone más que un torso man.
El amor es eso que nace del corazón, mueve al mundo, hace llorar, disculpa suicidios y vende, vende muchísimo. 
Décadas antes de Trystan Bull y de nosotros, una película de Hollywood llegaba a decir que "el amor es más poderoso que la brujería".
Sucedía en "Me Casé Con Una Bruja", donde los sentimientos de los protagonistas terminaban por deshacer los mágicos hechizos. 
El amor es poderoso, y, sobre todo, una congruente resolución argumental. Nos queríamos mucho y, por eso, ganamos. Todos se lo tragan.

Veronica Lake y Fredric March en "Me Casé con una Bruja"

El santoral le dedica un día al año, pero es el ingrediente indispensable en toda manifestación cultural. 
El arte ha estado a su servicio, el entretenimiento lo explota, lo maneja a placer. Diríase que lo ha reinventado. Los cínicos hasta aseguran que el amor es cosa de Hollywood.
En cualquier caso, si queremos hacer una película de éxito, ¿tendríamos que contar con Trystan Bull y una historia de amor? ¿O combinarlos no es posible? ¿Es mejor que Trystan Bull siga apareciendo en esas escenas pornográficas, donde el amor no existe? ¿Y que donde el amor exista, Trystan se olvide?
Oh, la excitación sexual y los sentimientos, esa pareja on/off.
Decíamos que Hollywood lo reinventó. También lo convirtió en su sello de marca, en el envoltorio de sus sueños plásticos. 
Las películas cuentan el amor, enseñan cómo se hace, cómo se vive. Y predican que es el final deseado, hasta cuando no es posible, hasta cuando se renuncia a él. El amor es por lo que merece la pena vivir, predican las historias sentimentales. Sin amor, sólo imitación.
Nosotros nos obsesionamos por el amor de la misma manera que nos obsesionamos por el cine. Y es difícil disociarlo. 
Muchos se llevan una decepción cuando se encuentran con la realidad, como si ésta alguna vez fuese garantía de cine. 
Los desayunos, los jardines, los caminos hacia el estrellato, las investigaciones policiales, las relaciones sentimentales; nada de eso es como en las películas. A la vida real, le falta sol y le falta síntesis. 
Tanta decepción lleva al descreímiento. Y también a aquello de pensar que el amor es una mentira. Sería como pensar que los desayunos o las investigaciones policiales también lo son, porque no se viven como en el cine. 
Pero ya se sabe: negarlo todo está muy de moda, incluso el sentimiento sublime.

Robert de Niro y Liza Minnelli en "New York, New York"

Las películas más ambiciosas también se han acercado a la mierda devenida de muchas relaciones sentimentales; todo ese horror de la dependencia, la humillacion y la inarticulación de la propia vida, porque se entiende a través de otro.
Aun presenciando ese griterío e incluso viviéndolo en primera persona, la gente sigue buscando "love" en Google. Y, quien dice que no lo busca, probablemente lo ha sufrido más que nadie y, por tanto, es el ser más romántico de todos. 

Michelle Pfeiffer y Daniel Day-Lewis en "La Edad de la Inocencia"

Hoy el amor es correcto. En la época de "La Edad de la Inocencia", se revestía de imposible, por aquello del honor, la conveniencia y las normas del decoro.
Irónicamente, ahora es más difícil encontrar un sentimiento duradero en una pareja y la gente, aunque tan fascinada por el amor, no se lanza a vivirlo como debiera. 
Una sociedad que consume romanticismo a espuertas y, a la vez, es muy poco romántica. 
Quizá por un tic capitalista: el amor se entiende y se espera como un bien consumible, con una serie de aditamentos y prestaciones.
Tienes una pareja, la devoras, te sacias, la tiras. El amor en conserva, con obsolescencia programada. Más fuerte que Trystan Bull, pero igual de olvidable, de descartable, de reemplazable que un actor porno gay o un aparato electrónico.
El amor seguirá siendo la resolución argumental favorita y, sin embargo, para una cultura tan individualista y tan adicta al orgullo, el pundonor y el yoísmo, eso de entregarse, de pensar por otro y para otro, de dedicarle todo y de sacrificar mucho... Uh, oigo los bostezos.
Lo peor sucede cuando llegan esos cantos de sirena, que pretenden reiventar el amor o que lo critican abiertamente. Dicen que el amor romántico reprime y debería ser olvidado. Por Dios, lo que hay que oír, pásame la cicuta.
El antiamor es una actitud de frustración precoz y también intragable plato de todas las mesas actuales. Quien no es guapo, ataca los cánones de belleza. Quien no puede ser masculino, ataca los roles de género. Quien no encuentra pareja, ataca el amor. 
Toda esa argumentación posmoderna, posnihilista, postwittera, nacida directamente de la propia incapacidad o la mala suerte, resulta un tanto delicuescente.
Llamadme viejo, pero yo prefiero ver el vaso medio lleno, que los hombres se comporten como hombres, que lo bello sea bello y que el amor siga siendo romántico.
El amor no será como en las películas; sin embargo, hay que vivirlo como tal. 
Porque estar enamorado es la película definitiva. Iremos derechos al abismo, pero, por favor, no perdamos el sentido del romance.


Regalo o condena, es lo que emplaza a nuestra verdadera hermosura en el juego vital. Es como la buena comida, el buen sexo o los buenos viajes a través del mundo; ¿en serio te lo vas a perder?
Y, como escribí en "Lucky In Love", no hace falta churri ni maromo para amar y ser amado. El amor es el mejor modo de conectar con los demás, de sentirse menos solo, de sobrevivir en este mundo que no es siempre bonito ni agradable ni justo.
Mis labios al besarte te lo dirán, una y mil veces: sin amor, nuestras vidas son sólo una imitación, una imitación a la vida.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Lucky In Love

 

Esta tarde, me caí de culo.
Juro que no había bebido ni una gota de alcohol, por si alguien se lo está preguntando. 
Fue una caída de las tontas. Me levanté de la silla giratoria un instante, ésta se movió y, cuando fui a sentarme, ¡al suelo con todo el equipo!
Una caída tonta. Tan tonta que, por su imprevisión, me hizo quedarme quieto unos segundos, dolorido, ahí tirado, mirando a todos lados, sin entender la situación, incluso preguntándome si seguía vivo. 



¡Asesina!

Podría haber dicho perfectamente:
- ¡Esto es culpa de la crisis!
En cambio, miré a cámara y dije:
- Si me hubiese muerto ahora, ¿mi vida habría sido sólo una imitación a la vida? Sin amor, ya sabes...
Hace unas semanas escribí que, de todos los hombres con los que había estado, ninguno me había resultado realmente interesante. Como buen dramático, fue una exageración. Claro que me han interesado algunos.
Podrían contarse con los dedos de una mano, porque el amor, sus derivados, sus posibilidades, sus sucédaneos, sus aperitivos, sus sís pero no; todo lo conjugable tiene el sello de lo excepcional.


Nunca he tenido suerte. Como cantaría Judy Garland, ni siquiera he saltado al juego. He tenido historias, principios, imitaciones de relaciones, pero nada que haya prosperado.
El coro, que me escucha en este escenario de mi imaginación, se revuelve, hace uuuuh, pregunta porqué.
- No lo sé, no soy afortunado sentimentalmente.
- Ten paciencia, deja de buscar, el tuyo te está esperando. 
Qué coro tan entrañable. Seamos sinceros: hay gente que nunca encuentra la realización romántica y, tal vez, yo sea uno de ellos. 
Como he dicho, es cuestión de suerte. 
Existen horrores que tienen novio, y existen encantos que debemos contemplarnos en el espejo y, como Barbra Streisand, decirnos:
- Hello, gorgeous!

Barbra Streisand en "Funny Girl"

Muchas veces he pensado si necesito amor real o estoy enamorado del amor épico que he visto en las películas. 
Es decir, si el primero me saciará lo suficiente para olvidar todas esas historias que he sentido tantísimo en el cine. El amor como asegurador de trascendencias, el que se realiza o muere, pero siempre va asociado a la palabra Fin. 
Según el amor que he visto en amigos y conocidos, hay muchos finales, muchas amarguras, muchas desazones. 
He sido testigo de cada historia que, en ocasiones, se me han quitado las ganas de aventurarme en semejantes cerros de orgullos, celos, cadenas de rutina y portazos de frustración.

Elizabeth Taylor y Richard Burton

En cualquier caso, debe ser bonito mientras dura. Y más si perdura, más si es bueno. 
En los últimos tiempos, dos de mis lectoras se han casado con sus respectivos galanes y han puesto las fotos en el Facebook. Se las veía con una felicidad tan profunda, tan serena. No sonaban violines como en el amor del cine, pero era igual de hermoso: un momento donde todo funciona.
¿Lo conseguiré alguna vez o tendré que asumir mi proverbial papel de honroso espectador de los amoríos de otros?


El coro, ansioso, vuelve a preguntar:
- ¿Por qué, señor Montez, no tiene usted suerte en el amor? ¿Hubo alguna noche en la que pensó que mañana lo tendría?

June Allyson y Peter Lawford en "Good News"

En tantos años como seductor - o putón verbenero, para ser exactos -, podríamos establecer tres dormitorios, tres caballeros, tres momentos de amor o de su imitación, tres promesas. 
Al primer caballero lo llamaremos Platónico. 
Platónico se está poniendo el pantalón para marcharse, me mira un instante y me dice lo cansado que está. Tengo veinte años y creo verdaderamente que es el hombre de mi vida. Me da su teléfono, me asegura que se lo ha pasado muy bien, se va. 
Yo miro a cámara:
- Ahora no lo sé. Pero nunca más volveré a acostarme con él. Sufriré mucho, como si estuviese envenenado, y jamás lo olvidaré, porque es el primero, el que me sedujo, el que parecía más inteligente que los otros. Tan guapo, tan adecuado. Me enamoraré de la idea, pensaré en todas las cosas que haremos juntos, planearé nuestra vida. Él no me corresponderá, pero sí me permitirá conocerlo y saber que el amor platónico es la sombra del filosófo en la caverna. Sabré que este tío es un capullo, un guarro, un infeliz y he tenido suerte de que no tuviera ganas de empezar ninguna clase de relación conmigo.

Cupido no trabaja hoy

El segundo se llama el Pianista. Me mira, me toca, dice que mi rodilla es suya, que mi cuello es suyo, que soy suyo, que soy perfecto, que soy precioso, qué precioso.
Miro a cámara y respiro profundamente:
- Han pasado casi diez años desde el Platónico. Toda una vida. El Pìanista es lo más cerca que he estado y, a la vez, lo más lejos. Me presenta a sus amigos como su novio, me lleva a la sierra, me promete hasta que se va a casar conmigo. Es el más interesante de todos los hombres con los que me he cruzado. Es artista y está loco, como yo... Pero, en unos días, justo cuando cambie el estado civil en el Facebook, justo cuando me lo crea, el Pianista se irá y no sabré nada más de él. Dirá que me va a llamar y no lo hará. Se esfumará. Un amigo suyo se me acercará en un bar y se disculpará en su nombre. Yo haré lo indicado: me acostaré con seis tíos a lo largo de dos semanas para olvidarlo. No lo conseguiré.


El tercero es mejor conocido como el Señor Perro. Se acuesta a mi lado. No sé si vamos a follar o no. No para de hablar, de hablar, de hablar. Creo que no vamos a follar. Estoy lejos, muy lejos.
De nuevo, a cámara:
- Esto fue en 2011. Va a ser un año horrible y este Perro va a tener parte de culpa. En realidad, no me importa, porque sé que es un imbécil y la cosa ha empezado fatal. No quiere compromiso de ningún tipo. Una noche, se besará con otro en mis narices y no entenderá mi enfado. Un día, dejaré de contestarle al teléfono, de puro hartazgo. En cualquier caso, es el que más va a durar. La relación más verdadera, intensa y jodida que tendré hasta ahora.  Curioso, ¿no?
- ¡El amor está a la vuelta de la esquina! - exclama el coro -  ¡La crisis se acabará!
- Pero yo lo necesito ahora, señores míos. Por si acaso me muero. Por si acaso sólo estoy viviendo una imitación a la vida.
- Acuérdate de aquella tarde - replica el coro.

Lana Turner y John Gavin en "Imitación a la Vida"

Entonces, me acuerdo de aquella tarde, tendido en el sofá. Tendría unos diecisiete años y fue cuando intuí que no tendría suerte con los hombres. No sé cómo, pero, desde ese momento, lo supe.
Pero, desde ese momento, también me di cuenta que ya tenía amor. Que lo conocía muy bien. Que lo ejercía todos los días. Que amaba tantas cosas, con pasión, con furia, con decisión, con obsesión. Que amaba a la vida, a las personas, al mundo, a mis amigos, a mis familiares, al cine, a mi urgencia por escribir.
Que sufría cuando las cosas no salían como yo pensaba, que me encontraba con la decepción, que se interponía la inseguridad, que intervenía el paso del tiempo, que todo se terminaba para volver a empezar otra vez.
Aquella tarde, no sabía que también amaría a los lectores que hoy me aplauden a diario, a las canciones que jamás sabré cantar, a lo que me queda por escribir, a las copas que nunca me tomaré, al perro que he de adoptar, al país que veo caer, a la justicia por la que rezaré.
Que amaría las ganas que tengo de volver a verte. Que amaría mi dignidad, que amaría la esperanza. Que me amaría a mí mismo. Hello, gorgeous! 
Y que amaría al amor, real o ficticio, eterno o casual. Qué más da. ¡Lo sentí aquella noche! ¡Fue verdad!
He vivido y vivo tantas historias de amor, que nunca podría decir que mi vida ha sido una imitación a la vida. 
Porque nunca he renunciado a los sentimientos. No por voluntad, sino porque me ha sido imposible. Son los que construyen mis sueños, son los que inspiran mis días, son los que escriben estas líneas.
El coro se pone la mano en el pecho y, declamando, me señala y dice:
- Josito, el Amor... eres tú.


Quizá todo esto sea alabar las bondades del primer plato cuando se está deseoso de que llegue el suculento segundo. 
Pero, si mañana me cayera de la silla, con peor suerte, para ver el blanco techo, mientras mi respiración se detiene, mi corazón falla y mis ojos se cierran, podría decirme, para irme tranquilo, confiado y siempre mirando a cámara:
- He amado. Supongo.