jueves, 3 de julio de 2014

Contarlo Todo


Me pregunto en este día tormentoso si la sociedad del retintín florece en todas partes, es cosa española o se vive más que nunca en mi pueblo. 
En el páramo del retintín es donde usted pillará la verdadera intención de la conversación de los otros, esos cabroncetes que se hacen llamar sus amigos y vecinos. Ojo al retintín, señor mío, ahí está el veneno.
El otro día, digo yo, asombrado ante una noticia:
- Oh, ¡no sabía que habías tenido un hijo!
- Ya, yo es que no soy muy de contar mi vida en el Facebook... - responde la interfecta con retintín y con caída de sonido en las últimas palabras, para que se entienda lo que queda omitido. Es decir:
- No como tú, que lo cuentas todo.
Contarlo todo, oh, contarlo todo. Yo nací para contarlo todo. Crecí con la televisión de los famosos y las entrevistas. Cuando no follaba mucho, cotilleaba la vida de los demás. Cuando follé lo suficiente, empecé a contar la mía.
¿Me quedará algún secreto?, me pregunté una vez, en plena noche, contando ovejitas tras contarme a mí mismo. 
Supongo que sí. Más de una opinión, más de un millón de tristezas. No me hace falta retintín. Muchos me conocerán antes por lo callado que por lo escrito. 
Detrás de la elección de las palabras, por debajo de la voluntad de escribirlas, se cuentan vanidades, inseguridades, miedos a lo que sucederá.
Todo lo que mis espejos y mis narraciones conocen bien.


Desde más años de los confesables, Facebook y otras redes sociales han permitido que nuestras experiencias sean compartidas con el mundo entero. Adónde vamos, qué nos interesa, qué detestamos, con qué frecuencia perdemos el tiempo. 
Por un vistazo al perfil de Facebook de una persona, puede establecerse gran parte de su cáracter, incluso aunque no ponga nada. Ya sabremos mucho: tiene miedo a explicitar vivencias porque hay mucha familia entre sus contactos, es tímido o paranoico, teme el juicio ajeno, prefiere ser verdugo del retintín antes que víctima. Está demostrando algo, es infeliz precisamente por vender imágenes de felicidad, busca aprobación, necesita sexo de manera urgente, tiene que leer más y, sobre todo, mejor.
Facebook es una plaza, donde unos actúan, otros miran y todos se devuelven las miradas.
Que no estemos cara a cara, puede facilitar la expresión de lo que pensamos, pero en Facebook, también hacemos mutis por el foro. Ante las tonterías de gente que se cree muy lista, las publicaciones sonrojantes y otros ejercicios de presunción.
- Como escriba otra soplapollez, lo elimino o le corto las manos, todavía no lo tengo decidido. - piensa el personal mientras le da a "Inicio" y "Perfil" en un baile de clics e infinitud.


Preguntarán también muchos para sí, emplazado al retintín: ¿Por qué Josito Montez lo cuenta todo? ¿No tiene vergüenza o tiene demasiada? 
Estoy deprimido, voy a salir, no me ha gustado el episodio, tengo gases, quiero que Colombia gane el Mundial. Resumen de estados recientes, rubricados por servidor.
¿Es acaso el quehacer de los escritores? Poner ideas por escrito y compartirlas, más que nunca en la era internaútica.
Véase el caso de Lucía Etxebarría que, animada por sus seguidores, ofreció el siguiente paso dentro de ofrecerse a sí misma: enseñar las tetas. En su caso, las tetazas. 
Yo entiendo a Lucía. Muchas veces he estado a punto de hacer un top-less parecido. Porque en esa publicidad del yo no se busca sólo el momento de la confesión o el ánimo para seguir adelante, sino también la urgencia de provocar continuamente una reacción en los otros. Risa, aplauso, incomodidad, lascivia.
Muchas veces he escrito estados con este pensamiento: "cuando estos cabrones lean esto se van a cagar". Aunque, para ofrecer un retrato completo del comportamiento, también diré que la mayoría de las ocasiones, escribo y subo cosas porque me sale de la mismísima.


- Josito, ¿recuperaste por fin aquella cartera que te robaron?
- ¡¿Cómo lo sabes?!
- Hombre, porque lo escribiste en el Facebook. Y en tu blog.
Es curioso cómo me disocio lo suficiente para tener pudor después de no tenerlo. Curiosísimo. 
Cuando me encuentro con mis amigos y me preguntan abiertamente sobre muchos temas que he escrito por Internet, ahí irrumpe la timidez. 
¿Son en realidad el teclado y la pantalla máscara y antifaz? ¿O soy inconsciente del alcance que pueden tener las cosas publicadas, creyendo que estoy en un lugar de confianza e intimidad cuando las redacto? 
Me amparo otra vez en la excusa: soy un escritor - o un sucédaneo de - y los escritores lo contamos todo y no debemos tener pudor de nada de lo que nos inspira.
Así como Truman Capote: suelta el chisme con altura y olvídate de las consecuencias, porque lo importante son las risas y el deleite de los demás ante lo incorregible.


- Te sigo, te sigo, Josito. Me encanta sobre todo cuando hablas de experiencias personales.
- Sé cuando estás mal, sé de tus compañeros de piso, sé lo que sucedió en Londres.
- Ah, sí, sí, sí, yo conozco esa historia. La leí en tu blog.
¿Lo saben todo o conocen las versiones oficiosas que yo brindo, cambiando por conveniencia, aligerando el relato, mintiendo cual Sherezade para que los otros duerman y, de paso, yo también? Da igual. Saben más de lo que cuento. 
La gente es lista y, joder, aunque les escriba la versión más racionada de lo sucedido, formarán a continuación una opinión sobre ti, sobre lo que haces, sobre lo que dejaste de hacer y sobre el hecho de que lo publiques todo en el Facebook. 
Cuando se instiga el refrendo de los otros compartiendo tus dudas existenciales, se obtiene lo contrario. El juicio. 


Toda cosa publicada suscita una reacción, sí, pero nunca es la buscada. Puede que muchos piensen que soy un exhibicionista, que soy infantil, que necesito la acquiescencia de los seguidores para reforzar mi ego día a día, que necesito apagar el ordenador, que ya debiera estar más en Infojobs y menos en Facebook.


La intuición facebookera llega hasta el punto de que sé lo que piensan. 
Yo también pienso muchas cosas cuando releo mis estados antiguos, entre la vanidad y la necesidad de curiosear mi propia Historia.
La mirada en retrospectiva permite calibrar lo que hay detrás de lo que escribí y la fase por la que estaba atravesando. Es lo bonito y lo terrible: contaba y registraba opiniones y experiencias sin tener conciencia del significado de lo que vivía.
Incluso cuando me metía con el propio invento de Zuckerberg, no hacía sino confirmar la supremacía que la red social había agarrado en mi vida: ese diván que mató a todos los divanes y esa palestra que socavó la falta de otras palestras.
¿Es la hora de callarse en el Facebook? La respuesta es noooo. 
A pesar de lo dicho, no lo cuento todo. En realidad, el perfil es como este blog. Entretener de diversas maneras a quien lo quiera leer.  Un día me paso de la raya; al otro, hablamos de Fassbender.
Y existe una nata diferencia. Una cosa es contar tu vida y, otra muy distinta, relatar vivencias. Dígase esto con retintín, para todos mis enemigos.


Tampoco voy a dejar el Facebook, porque temo cualquiera de mis decisiones irrefutables.
- ¡Nunca más! ¡Se acabó! ¡Me harté de mí mismo! ¡Me voy a Finlandia a pescar salmones! 
Últimamente, tengo un escepticismo brutal a eso que llaman "cambiar" - aquí no cambia ni Dios -, mientras he encontrado mejor provecho en asumir las consecuencias de cómo soy y lo loco que estoy.
Lo contaré todo, sí, pero no me asustaré más cuando me paren por la calle y me pregunten si recuperé la ropa tendida que cayó al patio esta misma tarde.
Hay que tener cuidado, sí. Una amiga acabó despedida cuando una opinión suya sobre un producto de la empresa para la que trabajaba corrió viral y llegó hasta a sus jefes.
¿He hecho yo algún comentario así? No lo sé. ¿He perdido la seriedad que se pide a los profesionales el día que relaté que estaba demasiado resacoso para masturbarme con la requerida fuerza? Así no me va a contratar nadie, sí,, aunque mucho me consta que esa seriedad no la tengo ni con la boca cosida. 
Es parte de mi encanto. Dale a "me gusta", por favor.


- ¿Por qué no escribes más en el Facebook? - me decía con ironía un amigo.
En un día, puedo llegar a las diez publicaciones, entre estados, fotos y enlaces. Cuando estaba en Londres, más aún. Lo necesitaba, me sentía solo, dubitativo, congelado por las indecisiones. 
Me atemoricé, volví a salir de mí, regresé a juzgarme. ¿Ahora busco explicarme? Es justo lo que no debería hacer.
Escribir mucho nunca fue malo. Espero que tampoco signifique resultar un coñazo para los demás. 
¿Qué me dices, seguidor? ¿Me das al "me gusta" y ya me quedo tranquilo? ¿O metes los labios para dentro por aquello de callarte la opinión, entendida al retintín?


Ojalá tú lo contaras todo. Ojalá estas barreras de normas sociales y miedos a las opiniones ajenas no existiesen. Ojalá yo también lo contara todo. Porque muchas veces he estado a punto de contar más y he pensado en el sonrojo ajeno, en la censura de las miradas, en las implicaciones de mi boca demasiado abierta. O  porque no me entendía lo suficiente, porque no podía darle un sentido, porque era incapaz de cobrarle una narrativa.
Ojalá te contase lo que pasó el otro día o lo que quizá suceda mañana. Ojalá me pudieras leer la mente, oír sus relatos, descifrarlos y darme un consejo. 
Ojalá no me juzgaras y estuviéramos de acuerdo. Ojalá lo hicieras y me dieras tu veredicto. Explícito, sin retintín, para que yo pudiera odiarte por decirme la verdad, para que fuera capaz de recapacitar al día siguiente.


Ojalá no necesitara el Facebook ni este blog. 
Ojalá empezara mañana a escribir un libro que me hiciera muy rico, con la inspiración, con el tiempo, con la energía, sin el terror a la opinión de los demás, ni a salirme de mí mismo ni a censurar lo que hago. 
Ojalá no necesitara la aprobación, ni el aplauso, ni el calor ni el amor. Pero lo necesito, joder, lo necesito locamente, día a día, hora tras hora. Ojalá fuera una persona más simple, ojalá fuera más complicado.
Ojalá, de verdad, pudiera contarlo todo, contártelo todo y contármelo todo.
Ojalá, porque si mañana me diagnostican una enfermedad fatal que me llevara al otro barrio en cuestión de semanas y tú me dijeras: "Oh, Josito, se te acabó el tiempo, nunca escribiste un libro", yo querría contestarte:
- Da igual, amigo mío. Todo lo que quería contar sobre esta vida que termina ya lo conté en el Facebook.

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