miércoles, 9 de julio de 2014

Rebeldes Con Cine


Reniegue de la excesiva tranquilidad, desconfíe de las promesas de paz. El cine contó la guerra, el tumulto, la crisis y la decadencia, pero llegó el día en que se firmaron los armisticios, volvieron los días felices - happy days are here again - y la sociedad capitalista se enmarcó en postales de estabilidad.
En épocas de pax romana, el cine fue instrumento del establishment y vendía sonrisas dentífricas, universos de maravilla electrodoméstica y ventajas del amor conyugal. Sólo los francotiradores del cinematográfo supieron intuir las fisuras, las mentiras y las contradicciones de esos sistemas de posguerra y conservaduría.
Entre conformistas e inconformistas, se cuenta la Historia, en tiempos de paz y de guerra, que se solapan, que son causantes el uno del otro.
Las etapas de gran esplendor económico que conociera el cine - los años cincuenta norteamericanos, los sesenta europeos, los excesivos ochenta, la globalización del fin de siglo - son también las épocas donde ciertos individuos se desvelaban en inesperado descontento, en rebelión interna, esa que se sentía desde sus náuseas hasta sus sienes. Nacieron los existencialistas, los rebeldes sin causa, los transgresores, los punkies, los nihilistas.
Esos que deseaban pintar un hermoso pene sobre las más delicadas postales de Navidad.

"La Tercera Generación"

Muchos dirían: ¿de qué se quejan? Todo sistema en paz demanda un papel de cada uno de sus peones para mantener esa ficción del esplendor. Quien no consiga insertarse - o no lo desee -, desarrollará una considerable condición de paria. 
El que se encontró fuera, desde James Dean a Carrie, pidió celuloide y, oh, cómo lo obtuvo.

Ewan McGregor en "Trainspotting"

Las respuestas al conformismo en el cine norteamericano han sido tímidas, dado el caso que lo son también en la misma sociedad que lo consume. Es un cine de victorias y alegrías de entrada y lo más arriesgado que se atrevieron a decir es que el amor es más importante que el dinero.
La neurosis, la desazón y la contracultura se encuentran en sus películas más interesantes, que son menos de las que creemos.
En la literatura, es otro cantar y ahí está el ortodoxo héroe de "El Filo de la Navaja", reacio a insertarse en el papel de empresario productivo y cabeza de familia que la sociedad le tiene reservado tras la I Guerra Mundial. Es la aparición de la duda ante lo conocido, eso que molesta soberanamente a sociedades cuadriculadas.
Una película de los años treinta que desafía el confort de una manera bastante pionera y original en las imágenes del cine de Hollywood es "Dodsworth", que ilustra la segunda parte de la vida de muchos hombres que, teniendo todo lo poseíble - carrera espectacular, mujer tutelante, hijos de provecho -, afrontan la desazón de no haber hecho algo fuera del plan establecido para ellos.

"Dodsworth"

Esa aparición del descontento íntimo de la burguesía acomodada reaparecería en el tiempo de paz más divulgado: los años cincuenta estadounidenses.
Tras la victoria en la Segunda Guerra Mundial, el poder económico de los Estados Unidos creció hasta confirmarlos como el imperio mundial que continúan siendo. Su brazo armado fue el cine, que divulgó su estilo de vida, y su arma secreta sería la televisión, que haría a la sociedad aún más sedentaria y domesticada. Fue el inicio del consumismo, los buenos coches, los barrios residenciales y los inalcanzables símbolos sexuales.
También es una época francamente neurótica, entre el temor al comunismo, la guerra atómica y una terrible represión sexual y conductual, refrendada desde las políticas del republicano Eisenhower.
El cine mostró ese lado amable de lo mejor de América, pero también su frenesí, su histeria y su miedo al cambio, más que nunca en colores y Cinemascope.

James Dean en "Rebelde Sin Causa"

Aunque no fue la primera, "Rebelde Sin Causa" fue la más impactante ilustración de la primera contradicción de un sistema a prueba de balas: los jóvenes no estaban contentos. Eran infelices, necesitaban psiquiatras, lloraban por las esquinas, se emborrachaban y, en ocasiones, se entregaban a la delincuencia.
La delictiva juvenil se hizo fetiche romántico del cine, pero "Rebelde Sin Causa", más que aprovechar el filón, le dio el estatus sociológico que ya necesitaba, ilustrando una sociedad agobiante, aterrorizada ante cualquier tambaleo, negada a aceptar sus errores.
La estabilidad provocaba que los jóvenes permanecieran más tiempo como niños. De hecho, fue cuando nació la adolescencia, fenómeno sólo posible en sociedades consumidoras, pasivas, donde el acceso al trabajo - y a la independencia - se retrasa indefinidamente.
"Rebelde Sin Causa" contó la tristeza de esos pajaritos encerrados en la habitación de arriba, ni demasiado mayores ni ya tan niños.

Sal Mineo, James Dean y Natalie Wood en "Rebelde Sin Causa"

La nieve caía sobre las localidades nuevoinglesas del Noroeste, non plus ultra de la opresión provinciana a través de las maneras, la etiqueta y la educación. Otro símbolo de éxito del blanco protestante que empezó a mostrar su envés, con reveladoras novelas como "Peyton Place".
Douglas Sirk, confeso asqueado por la sociedad norteamericana de posguerra, vendida a la apariencia y la hipocresía, introducía sutiles comentarios en las producciones establishment de Ross Hunter. Parecían rendir reverencia a la época, pero, oh, Sirk se encargaba de deslizar el veneno.

Jane Wyman en "Sólo el Cielo lo Sabe"

El ejemplo perfecto es "Sólo el Cielo lo Sabe", emblema del cine de la pax romana y, a la vez, su mejor ventilador. El lujoso mundo de los cincuenta, sus automóviles, sus grandes casas, sus sociedades blancas, sus Navidades, y la viuda triste en la ventana, aplastada por la sociedad, cuando comete la transgresión de enamorarse de su jardinero.
Sus hijos, buenos aprendices del conformismo y el materialismo, le regalarán el definitivo instrumento de alienación: el televisor, donde ella se contempla, sola y sentada. Lo tiene todo, le recuerdan. ¿De qué se queja?

"Sólo el Cielo lo Sabe"

Los números también volvieron a ser verdes y benéficos en Europa que, más tardíamente, construyó su propio cine del descontento burgués. 
En Italia, "La Dolce Vita" reflejaba la decadencia de la Roma de la jet-set, en función de orgías, fiestas de desvelo y angustia existencialista. Mucho dinero, mucho despilfarro, mucho vacío, enseñó una de las películas más influyentes de la Historia.

"La Dolce Vita"

Igual de influyente fue "La Aventura", pero confiada al silencio y la incomunicación de sus personajes, miembros de la sociedad milanesa, de imparable desarrollo económico y muerta de aburrimiento en una isla donde una mujer sencillamente desaparece.
El individuo no sólo aparece alienado por la sociedad, sino por él mismo y la atmósfera siniestra que lo rodea.

Monica Vitti en "La Aventura"

Más cine que refutó la paz y el bienpensar de la burguesía se encuentra en Inglaterra, con el soberbio ejemplo de "La Soledad del Corredor de Fondo", o la mirada a esa opinión bienpensante que pretende asimilar a sus delincuentes a través de la reinserción social, consistente en ponerlos a competir.

Tom Courtenay en "La Soledad del Corredor de Fondo"

Los desheredados chicos de la "Banda Aparte" del francés Jean-Luc Godard se entregaban al baile porque sí, desafiando roles, desafinando antes de las balas, disparando las expectativas del espectador.
Queremos revolución, decían los jóvenes de los sesenta.

"Banda Aparte"

Y en México, para "El Ángel Exterminador", Luis Buñuel encerraba a sus víctimas favoritas - los complacientes burgueses - en una habitación de la que no podían salir.
Su degradación, su salvajismo, su incapacidad de hacer nada por resolver el enigma; todo refrendaba la evidencia de que la más falsa apariencia se desbarata en cuestión de segundos.

"El Ángel Exterminador"

El inconformismo se adueñó del cine norteamericano a finales de los años sesenta, en manos de los jóvenes actores, los rebeldes sin causa, ahora hippies protestones contra la patria imperialista. 
La reivindicación del espíritu libre, transgresor, felizmente autodestructivo irrumpió más que nunca en la motera "Easy Rider", o la necesidad de la contracultura.

Peter Fonda, Jack Nicholson y Dennis Hopper en "Easy Rider"

Desde entonces, la contracultura, el culto irónico y la alternativa han sido el instrumento de los jóvenes de sociedades acomodadas para diferenciarse de normas establecidas, desde el tipo de música escuchada hasta la manera de vestir y andar. El nihilismo se dijo punk.
Bullían las sociedades de "picket fences" en los setenta, con sus ordenados jardines y competitivos institutos, donde la adolescencia seguía siendo una historia inacabable. 
Ahí nació la más bella de las alienadas: "Carrie", quien alumbrara el debut literario de Stephen King y el primer hit cinematográfico de Brian de Palma.
¿Noche de paz? ¡Furia del Infierno!

Sissy Spacek en "Carrie"

El mundo repugnante que se oculta tras las limpias fachadas es hoy un clásico del cine y la televisión, pero David Lynch le hizo una puesta de lujo de lo más virulenta con su enferma y enfermiza obra maestra, "Terciopelo Azul", donde un chico bien descubre una jungla de lo más mal. 
De nuevo, la duda sembrada, el universo tambaleado, la paz evidenciada.

Laura Dern, Isabella Rossellini y Kyle MacLachlan en "Terciopelo Azul"

Destapar qué se oculta tras la cortina que imprimen los medios de comunicación ha sido obsesión del cine posmoderno.
Ahí está la futurista "Brazil", que nos recordaba los efectos narcóticos y distrayentes de las pantallas, mientras cunden los procesos burocráticos y la tecnologización de la existencia.

"Brazil"

Llegamos a los rebeldes sin causa de los noventa: los chicos de "Trainspotting", herederos de fallos sistémicos, víctimas de dos curiosidades de la civilización de la estabilidad: el paro juvenil y la heroína.
¿De qué se quejan? ¡De todo!

"Trainspotting"

"El Club de la Lucha" provocaba desde su nihilismo bien aprendido y llamaba al nene cazador y testosterónico, ese que permanece encerrado entre las cuatro paredes de las oficinas de las grandes corporaciones.
El discurso era un tanto juvenil, pero el desvelo de otra alienación fin de siglo fue tan directo y efectivo, que novela y película conectarían inmediatamente con toda una generación.

Edward Norton en "El Club de la Lucha"

Antes de la llegada de la crisis y la decisiva puesta en evidencia del modelo de vida derrochador, alienante y aglutinador, la propia crítica del sistema ya se había tornado en gótico entretenimiento.
Cual heredera de "Peyton Place", "American Beauty" nos trasladaba al dorado suburb de fin de milenio y descubría infelicidad a raudales, con patológico miedo a los vecinos, obsesiones sexuales y pecados ocultados tras las ventanas.
Resortes de grandguignol bien aprovechados en títulos como "Little Children" o series como "Mujeres Desesperadas", que concluían la tesis de que los ricos también lloran y la paz no existe.

Kevin Spacey y Annette Bening en "American Beauty"

Quizá sí existiera esa paz, pero, en sí misma, contuviera la predicción del caos, intuido a través de sus fisuras, esas que ahora podemos entender en retrospectiva. 
Si nos ponemos pesimistas y clarividentes, diremos que la paz no fue más que una posguerra, que el progreso no significó más que un espejo ilusorio, conseguido en función de desigualdades y explotaciones, al borde de un ridículo equilibrio que no ha tardado en romperse.
¿Qué hacer? Podemos unirnos al club de la lucha, quemar el instituto a fuerza de miradas o huir con Natalie Wood y Sal Mineo. O bien, demostrar que somos buenecitos seres de nuestro sistema, sujetar bien el mando del televisor y confiar en que los happy days volverán otra vez.

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