jueves, 31 de julio de 2014

Obsesión


Obsesión:

1. Perturbación anímica producida por una idea fija.
2. Idea que con tenaz persistencia asalta la mente.


Mira. ¿No las ves? Te hablo de esas luces de entre las copas de los árboles, las que brillan al colarse por las hojas, las que llegan limpias hasta nuestros ojos. Desde tan lejos. 
Son hermosas, ¿verdad? ¿De dónde vendrán? 
Tal vez, de una hoguera, a cuyo calor se reúnen unos hombres para trazar un diabólico plan. O son las luces que vigilan una fiesta terminada, en la que queda una sola pareja, bailando después de que la orquesta se marchase. 
¿O serán esas luces el brillo de las luciérnagas tristes que arrullan la noche? ¿De dónde vienen esas luces?
Agudicemos el oído, entremos en el oscuro bosque, sin miedo, con prisa, porque, amigo mío, estamos oficialmente obsesionados con las malditas luces.
Ay, la obsesión. Tengo tanta obsesión por la palabra "obsesión". Pocas palabras proporcionan lo que significan. 
Ob-se-sión. Empieza elevada y arrogante, continúa susurrante y termina a lo grande, con acento, abierta. Ob-se-sión.
Pronunciar esa palabra es como conocer a alguien que nos resulta antipático al principio, luego nos convence entre suspiros que suenan a verdades y, al final, todo explota.
Como una O. Como la o de obsesión. La obsesiva palabra que se define a sí misma.


Tengo obsesión por la palabra obsesión.
Desde que tengo noción del mundo, me han dicho que me obsesiono con facilidad.
Cuando me gusta algo, me gusta de verdad y muevo Cielo y Tierra hasta que lo conozco, lo agoto, lo amo con desesperación.
Como la mayoría de las obsesiones, no significa más que la búsqueda continua de la satisfacción y la renovación de la fe.
Ande yo obsesionado, ríase el fantasma de Chesterton, ese que decía aquello de:
- Cuando el hombre dejó de creer en Dios, empezó a creer en todo lo demás.
¿Creo en todo lo demás? ¿Hay algo de ingenuidad en el obsesionado?
Busqué en los diccionarios el verdadero significado de la palabra obsesión y me remitieron a tratados psicológicos, donde mi pobre palabra aparece maltratada y considerada como un trastorno digno de terapia.
La obsesión viene de asedio, aseguran los etimólogos, y se cuenta terrible en aquellos que limpian mucho, que piensan en el sexo de manera continua o se enamoran locamente de la idea antes que de la persona.
Todos los obsesivos debieran ir al psicólogo, aseguran los tratados, porque su autoestima es baja, porque se engañan a sí mismos, porque la idea fija les impide superarse.
Conociendo al personal como lo conozco, deduzco que las consultas debieran estar abarrotadas a estas alturas.


La obsesión es nuestra historia y es la Historia.
Los conquistadores estaban obsesionados con poner la bota en terrenos nunca explorados, aunque significase prevalecer sobre las mil caricias de la Muerte.
Los científicos más alocados probaban sus propios bebedizos o se sometían a las radiaciones para refutar sus hipótesis. Grandes nombres del cine perdieron la razón en más de un rodaje.
Los vengativos, los héroes, los aficionados, los eruditos, los exploradores. Todos querían saber de dónde venían esas luces.
El asedio fue el precio, o esa fiebre consumidora que habla de nuestras fijaciones, de la simple necesidad de amar o de la convicción de que existimos por un motivo, para una llamada precisa, sea la de conquistar el mundo, curar la poliomelitis o contar las crónicas de nuestras derrotas.
La pasión, sí, esa con la que más te vale no cruzarte en esta vida si aspiras a la tranquilidad.


Yo tenía obsesión por escribir un post sobre la obsesión y tenía obsesión porque fuera emocionante, leído y comentado. Pero no puedo explicar nada sobre la obsesión, porque no se concreta en palabras, porque es la locura y, como tal, no tiene ningún sentido. No hay quien la ordene, no hay quien le ponga pies a esta cabeza. Tengo obsesión por terminar este post, tengo obsesión porque la sensación de que sea el peor que escribo en mucho tiempo.
¿Cómo pueden hablar los locos de la locura?
- Ya te dio por el color azul, ya te dio por las canicas, ya te dio por Walt Disney, ya te dio por los patines.
Ya me dio, sí. Eso es lo que me decía Lady Montez cuando era niño.
Aunque era señalado como un problema - y quizá lo sea -, siempre lo he considerado como una orgullosa prueba de apasionamiento. O lo amo o lo odio. No hay medias tintas ni breves recorridos. Si algo me gusta, piso a fondo y hasta el final.
- Ya te dio por el cine. - me dijo, cuando tenía catorce años.


De esa obsesión no me he curado nunca, quizá por retroalimentable.
- No sé si lo sabes, pero llevo un año súper enamorado de Errol Flynn - dije el otro día. 
La obsesión es una enfermedad, y yo he sentido sus fiebres, sus convulsiones, pero no se manifiestan explícitamente, ni nadie las ha visto ni las ha medido. A simple vista, si llegaran a mi puerta los hombres vestidos de blanco sólo verían a un tipo que ve mucho la televisión.
- No hay problema por aquí - dirían y se marcharían.
El tiempo pasa fuera, pero la mirada se fija en las pantallas del amor y la muerte, esas que seducen con la promesa de la vida.
Las buenas historias me obsesionan. Ocultan sus sorpresas para empezar a contarse, enseguida imponen una sensación de tranquilidad y, de repente, ¡pum! Galvanizan de manera canalla con el destapar de sus ebullentes ollas. 
Las buenas historias son casas oscuras con las ventanas cerradas en hermetismo, donde los cortinajes insinúan vidas privadas. Un grito en la noche será suficiente para obsesionarse.
¿Cuáles son tus obsesiones, amigo mío? Son las que te obligan a pintar lo que contemplas, esas que te llevan a coleccionar fotos de un actor hermoso, aquellas que te fuerzan a buscarte la vida desde tus propósitos, desde tu emprendeduría, desde tus simples ansias de mejorar.
Ojalá sean válidas, ojalá te hagan feliz.


Toca la pantalla, siente sus cosquillas. Esas cosquillas son lo único material de mis obsesiones. Lo demás, existe en mi cabeza.
¿A dónde me llevan mis obsesiones? La fijación, el engaño, las sombras en la cueva, las luces en la lejanía. Ojalá pronto me obsesione con algo productivo. Porque dudo que ver tantas películas y saber tanto de ellas sea igual que someterse a una radiación y propiciar una epifanía que haga sacudir al mundo.
Mis obsesiones son pasivas, cobardes, aunque se vistan con caros trajes y frases hermosas. Son luces que expresan oscuridad, representan el enigma de la vida que no entiendo, la misma que sólo encuentra el significado deseado por mí si viene imbricada en una historia congruente. 
Ojalá me obsesione mañana por algo más, ¿será posible? ¿Será bueno?


- Ya me dio por él - dije para mis adentros la primera vez que me enamoré, hace tantísimas lunas.
Lo buscaba en las listas de las notas, allí donde estaba él, inscrito en la clase a la que asistía en la universidad. Su nombre y sus apellidos.
Oteaba por las ventanas del aula sólo para mirarlo, para no olvidarme de su cara. Porque la obsesión era tal, que me costaba recordar su cara con exactitud. Fragmentos. El pelo caído sobre la frente, él sobre mí aquella noche. 
A partir de esa noche, habían llegado las otras noches, insomnes de necesidad, fantaseando con la relación, el amor, el matrimonio, la historia futura, respondiendo a una improbable entrevista, donde me harían las preguntas sobre la felicidad eterna que encontré. Oh, su cara, cómo era su cara. No podía dormir de la fuerza que hacía por recordarla.
Sucedió cuando me obsesioné por una persona y no por un actor, cuando me obsesioné por la vida y no por su imitación. 
Con nombre y apellidos de verdad, los mismos que buscaba en la guía telefónica y encontré. Sabía de memoria ese número del teléfono al que nunca llamé. 
Oh, la obsesión por descubrir al otro. Oh, la realidad de hacerlo. Ahí quedo, sin corresponder, para aprender, como el testigo de mi ingenuidad. En cualquier caso, significó más que las putas cosquillas del televisor.
Me he obsesionado con otros hombres, otros nombres, otras caras y cierta ceguera ha sido el indiscutible diagnóstico de la fijación, pero la realidad es tan temible que he aprendido a disimular un poco y dudar un mucho de la benignidad de los resultados.
 - Si no desea usted dolor ni ridículo, es mejor enamorarse de un actor o un personaje o un libro o cualquier cosa que no implique sangre de verdad - aconsejan los expertos.
Será por eso que siempre vuelvo a las cosquillas del televisor. Son infinitamente más cómodas, cómodamente más lejanas, lejanamente más sedantes. Ese plástico que evita contaminantes naturales.
- ¿Son esas cosquillas todo lo que tengo derecho a sentir? - pregunto, mientras baja el telón con pesadez sobre esta obra de teatro.
Ojalá me obsesione mañana con algo bueno, con algo productivo, con alguien con nombre y apellidos, con quien bailar cuando la orquesta se marche.
Y él devuelva la obsesión, y yo pronuncie la palabra obsesión sobre él. Que empiece elevada y arrogante, que luego susurre, que explote al final. Ob-se-sión.


Las obsesiones matan, debilitan, fagocitan, mierdean, son la locura que soy incapaz de explicar, yo, loco de mí.
Pero no renunciaré a ellas, porque es la única manera que concibo de entender la vida, de vivirla. Es lo esplendoroso y lo terrible. Que sólo sentir una verdadera fiebre inicie mis caminos. 
 - Ojalá mañana me obsesione otra vez - digo y apago la luz.
El conquistador, el científico, el cinéfago, el enamoradizo, todos nos preguntamos lo mismo, antes de dormir, para contar las cuentas de nuestra incurabilidad. 
A dónde vamos, qué significa todo esto, de dónde vienen esas malditas luces, hombre ya.

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