jueves, 17 de julio de 2014

El Pasado Ha Llegado Para Quedarse


Contesta a la pregunta, hoy y para siempre. La pregunta de todas las preguntas, la que te haces todos los días, la que intentas averiguar de los otros. 
Sí, hablo de la pregunta, la que define si vamos por el buen camino, si necesitamos una tarde en la playa, un polvo rápido, una chocolatina, una visita exprés al psicólogo, un segundo de suspiro. Sí, hazte la pregunta, porque, a mí, hoy, ayer y mañana, me la hacen:
- ¿Eres feliz?
Oh, la felicidad. 
- Conteste a la pregunta, no retorice. 
¿Soy feliz? O como decía cierta canción de Diana Ross, ¿te gusta lo que la vida te está enseñando? 
Para esto último, sí que hace falta retórica. La vida me ha enseñado que existe Douglas Sirk y los atardeceres, pero también Vladimir Putin y las baterías de los smartphones.
Lo dejaremos en tablas, de momento.


En cierta ocasión, hace ya muchos años, una amiga muy sabia dijo algo así como:
- ¡Nos han engañado! La felicidad no se alcanza. Son momentos.
La felicidad son momentos, sí, y la vida es un parque de atracciones diseñado al pairo. A veces, nos sube a la montaña rusa. Otras, nos entretiene con algodón de azúcar. La mayoría, nos deja perdidos en medio de la muchedumbre.
¿Soy feliz? ¿Soy infeliz? He vuelto a casa y, de manera milagrosa, también he vuelto a mi hogar. ¿Era lo que tenía que hacer? Bah, quién sabe lo que tenía que hacer. Simplemente, lo hice.
¿Me entristece caminar y llegar al final de la pequeña ciudad en cuestión de media hora? 


Quizá, pero allí, por encima de las copas de los árboles, asoma un entramado de tubos metálicos verdes. Forman las atracciones de un parque de juegos, a lo lejos, tan solos. Paso por delante, como lo hacía cuando era niño, cuando los miraba desconsolado. Los ojos son iguales, la añoranza es idéntica. Soy el mismo, con la boca abierta. El que vive entre las mil cosas que no hace y los cien milagros que se permite. Mañana será otro día, dije. Quizá más feliz, tal vez cuando me decida a buscarte a ti.


Para saber que estoy en casa, he buscado entre sus cajones. ¿Por alguna respuesta? Sólo por hacer sitio. 
Ahí están los recuerdos, el menospreciado ayer, el pasado que, dicen, debes olvidar para seguir adelante. Quién olvida el pasado, quién lo supera. Nadie. El pasado, amigos, ha llegado para quedarse. No se va nunca, porque es la Historia. Y, hasta hace quince años, se escribía en papeles, se pintaba en dibujos, se mecanografiaba y se imprimía, se revelaba desde carretes y se colocaba en álbumes, en carpetas, en libretas, desordenadas, amontonadas en cajas, estanterías, baúles, trasteros. 
Las casas contienen la memoria de las personas y éstas las echan a un lado, las apartan de la vista, tapándolas al guardarlas. Todos nuestros recuerdos archivados, los que tienen una entidad física y los que sólo permanecen en nuestra mente. Son las cosas que oscurecemos, porque las consideramos primarias, pueriles, descartables.
Hay que seguir adelante, olvida lo viejo, ni para tomar impulso, rezan los esloganes.


Yo he abierto los cajones para encontrar los trabajos de amor perdidos. Y lo he encontrado todo. Las preguntas, las respuestas. Cuando desvelé el baúl. Diarios, cuentos, dibujos, pequeñas novelas, críticas de películas, revistas...
Siempre he tenido la sensación de que, a lo largo de mi vida, he escrito poco, pero, cuando he visto la cantidad de cosas, oh, Dios, no he parado de recoger por escrito todo lo que me preocupaba. De manera dispersa, desordenada, sí, pero tan valioso. 
Ha sido emocionante descubrir que siempre he estado como una cabra. Que siempre he querido lo mismo, con la misma ansia, con parecido miedo. 
Todos los complejos, la sensación de no hacerlo bien, ya desde entonces. Pero, también ya desde entonces, me esforzaba más de lo que pensaba, hilaba las frases, comunicaba las sensaciones. Lo hacía bien.
El contenido puede ser dudoso, pero la necesidad de mejorar, la urgencia de recoger lo que pensaba por escrito. Estuvo todo ahí desde el principio.


Con trece años, un prólogo mío comenzaba así:
"Marlene tejió en un mantel toda su vida. Recluida y olvidada en sus últimos años, reveló su historia en la costura para que sus descendientes la recordaran. En ella, tejió su época de rebeldía, los años dorados y la era de reclusión... Esta historia, además, transcurre en una isla imaginaria llamada Iraat".
Con catorce, escribí esto:
"Eva, ¿qué piensas hacer cuando salgas de aquí? Dentro de treinta años, iré a buscar a mi hermano. Tras morir mi madre, él desapareció. Empecé a visitar los suburbios, porque lo habían visto con gente extraña. Todas las noches sueño con él, lo veo triste y en una habitación azul, sentado en una cama. Su figura es rara, puede que lo esté pasando mal en alguna parte. Me dice que vive en las alturas y se pone a llorar. Ese sueño me persigue desde hace mucho tiempo. Creo que desde entré aquí".
Con dieciséis, sólo un párrafo que aseguraba:
"El viento susurraba desgracia entre los recovecos de la casa cuando la Señora Patrick oyó a lo lejos un grito de voz reconocida. ¡Señora Patrick, señora Patrick! Bajó rápidamente hasta llegar a la calle. El frío era insoportable. Se le acercó Lenore, una de las amigas de su hija. Se le notaba la excitación y la prisa de su corazón por hacer llegar la sangre hasta el último aliento y las tres palabras fatales: Harmony ha desaparecido".
Pero estas frases de historias inventadas, con elementos prestados, inundadas por la influencia del cine, la televisión y el raigambre melodrámatico, no me gustan tanto como cosas sueltas, que aparecen escritas en esquinas, que no sé lo que significan. Me encantan.
"Intentó reclinar el asiento, pero las piernas del pasajero de atrás se lo impidieron. Tenía sueño. El viaje había sido largo".
Superar la adolescencia. Toda la tristeza, las naúseas, el descontento, ahí recogido por escrito. La progresiva asimilación, el miedo a que fuera demasiado tarde, la sensación de que el mundo se paró durante el sopor. "Morí y volví a nacer", escribo en una página de un diario.
En otra, en pleno viaje de estudios, termino con: "Y, al día siguiente, con el semblante adormecido, pienso en lo que ha ocurrido y, a veces, no lo creo".
Mi favorita, cuando superé los miedos, afronté la vida por primera vez, me hice grande, acepté quién era.
"Sólo me falta un paso. Quizá el más importante. Puede que nunca lo consiga, pero puede que sí y que no sea muy tarde".
Puede que no sea muy tarde, dije con diecisiete años. Qué maravilloso bobo era. He leído eso y he llorado. Es lo mismo que pienso ahora. Puede que nunca lo consiga, pero puede que sí, que no sea muy tarde.
Además de escribir sobre mí, ahí está la increíble acumulación de escritos sobre cine.
Si buscaba algo que decir sobre el mundo, también he trabajado siempre por redactar algo personal acerca de las películas.
Mis primeras críticas no son buenas, la mayoría están influidas por los adjetivos y la perorata aprendida de las revistas y los programas de cine. Algunas se atreven a ser personales y, al menos, se ve el principio de mejores intenciones.
Todo significa la necesidad de contar lo que había visto. La diferencia es que, entonces, sólo me lo podía contar a mí. Nadie veía lo que yo veía, nadie sabía de qué estaba hablando. Los fanzines que elaboraba, los ficheros que armaba. Eran para mí. Jamás los leyó otra persona. 


La llegada de Internet mató la buena costumbre, pero he encontrado muchas páginas webs impresas de los primeros tiempos. 
Era el año de "Titanic", pero también cuando vi "El Valle de las Muñecas", que tiene una presencia inabordable en todos los tesoros que he encontrado. La película que cuenta un viaje de ida y vuelta, qué curioso.


Cuando descubrí todos esos escritos, ahora bien archivados, ordenados, llenos de besos, sentí una profunda tristeza. Quizá por aquello de la nostalgia, de cuando todo estaba a punto de empezar, pero también la sensación de que estoy en el mismo punto de locura, de cinefilia, de melodrama, de llamar en la oscuridad y recibir el eco.
"¿Qué quieres ser de mayor?", preguntaba un test que me hice a los 8 años. "Escritor", respondía. Hazme la misma pregunta a los treinta y dos, anda.
¿Qué ha cambiado? El público, Josito, el público. Ahora ya no te da vergüenza. Ahora lo posteas al mundo. Algunos aseguran leerlo. Otros, incluso emocionarse.


Seguí buscando en los armarios y encontré mucho más que la vanidad del alevín literato. Porque las palabras son palabras: las ordenamos, las enmascaramos.
Pero las imágenes, las fotos. Esas mienten poco. Y las fotos de tu vida son también el pasado que ha llegado para quedarse.
Los cumpleaños con los otros niños, los viajes, las vacaciones. Sonrían, niños, una foto. Mi familia, la bronceada, sonriendo a cámara. En las cenas, en los encuentros, en los brindis, con los primos, en las calles, paseando, con flores en la mano, con palos, con gatos, con los juguetes, con las muñecas - con valle o sin valle -, mirando por las ventanas, subiendo a los muros, encamarados a los árboles, jugando en los parques, balanceando en los columpios. Abraza a tu prima, dale un beso a tu hermana. 
Qué jodido vértigo da la vida. Es imposible ser consciente de ella, de lo que significa. Te obligan a amar desde el primer día y, un día, paf, te das cuenta de que lo han conseguido. Abraza a tu prima, dale un beso a tu hermana. El significado, por fin.
Nos hacemos mayores entre increíbles dolores y olvidamos las alegrías que nos mantienen vivos, que nos acercan para siempre, que nos hacen querer volver a casa. Sonrisas con aparatos en los dientes, muecas de desagrado ante fotos que recogían nuestra adolescencia. Qué feo me pensaba, qué guapo era. Qué niño era cuando me creía mayor. Qué niño sigo siendo ahora que soy mayor. Emocionado ante lo mismo, fastidiado ante lo de siempre. 
- No sé si necesito amor  - decía en uno de mis diarios.
Lo tenía para regalar. Ahí está, en las fotos de la vida maravillosa de la que he estado rodeado, besado por el sol, confortado por la seguridad, siempre con alguien que no dudaba en echar el brazo por encima de mis hombros.
La felicidad son momentos, pero también es el Paraíso donde nací y la droga a la que me acostumbré. Crecer fue descubrir que la mayor parte del mundo no ha tenido mi suerte y fue lo que me aterró. 
Hazme la pregunta ahora:
- ¿Qué quieres ser de mayor?
- Peter Pan.


Abro más cajones, más fotos, más recuerdos desordenados, más punzadas al corazón. 
- Pero si sólo era una niña - me digo, ahora, con la boca abierta, viendo a mi madre en esas fotografías. 
Sólo era una niña cuando nos tuvo, cuando nos crió, cuando nos vistió, hasta cuando nos dijo un adiós que se esperaba hasta pronto. 
Tan joven, ¿cómo lo hiciste, Lady Montez? Improvisaste, sí. Sonrían, niños, una foto.


El pasado ha vuelto para quedarse, con la intención de curar. Recuerda los recuerdos y quédate con los dulces, amigo mío, porque fueron los que ahora nos mantienen con los pies sobre la Tierra, con la esperanza en el mañana, con la cabeza bien alta, con los errores perdonados.


Quizá no lo consigamos nunca, pero quién sabe. Puede sí. Puede que no sea muy tarde.

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