Mostrando entradas con la etiqueta Elvis Presley. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Elvis Presley. Mostrar todas las entradas

miércoles, 14 de enero de 2015

Elvis


En tardes muertas, crepúsculos de tedio y noches de promesas perdidas, los dedos se acercaban al sintonizador de las radios y ahí, necesariamente, irrumpía la voz que lo decía todo: Are you lonesome tonight? 
Una voz que era un torrente de terciopelo, de impulsividad, de un lugar mestizo y perdido en la geografía de los tiempos. 
Una voz que todos conocían, una voz que hacía la pregunta exacta: ¿Estás solo esta noche? Suspirar y seguir oyendo a Elvis. Esa era la respuesta. Y lo sigue siendo.


¿Qué decir sobre Elvis Presley que no se haya contado, glosado o inventado ya? ¿Qué decir del hombre sin que hable el mito? ¿Qué decir de la leyenda sin que irrumpa la realidad? ¿Qué decir de las glorias del genio sin que surja la contrapartida de sus fracasos? ¿Qué decir de quién creemos saber tanto y conocemos tan poco?
Elvis es un icono, sí. Es un tótem de la cultura del siglo XX, promocionada, vendida, repetida, seriada, comercializada desde la delicia hasta la náusea. Elvis es esa cara que has divisado antes de saber quién fue realmente y mucho antes de saber lo que significa. Elvis es un axioma, o esa verdad evidente. Renunciar a ella es negar la mayor.
Despertar a Elvis es entender la Elvismanía. Es también difícil hablar del músico, de la estrella, de la cadera en descontrol sin aludir al inagotable seguimiento que ha motivado durante generaciones. Como decía, fue cuestión de sintonizar la radio en una velada solitaria: el mundo se volvió loco.
Entre giras y televisores, desde la carretera hasta las mansiones, de los harapos a la riqueza, con parada en Tupelo, Memphis, Hollywood y Las Vegas, saltando por todos los estilos musicales y definiendo aquel que vive en la personalidad, apareció Elvis Presley en las listas de éxitos y en los corazones generacionales.


Era un símbolo sexual cuando bailaba. Pocas personalidades del espectáculo norteamericano han usado su cuerpo con la potencia de Elvis. Como los grandes artistas, no sólo se conformaba con ofrecer una buena interpretación, sino que brindaba una experiencia.
Su voz era una joya, de esas que no sabes cuándo ha dejado de acariciarte y cuándo ha empezado a follarte. Elvis es puro dormitorio, pero también para las lágrimas, para las confesiones, para intentar conciliar el sueño.


Hubo muchos Elvis, desde el eléctrico rockabilly hasta el barroco crooner, pero nadie lo confundió con otro. No canto como nadie, dijo cuando empezaba. Y era cierto. 
Sus detractores dicen que le robó la música a los negros. Sus admiradores dicen que motivó el encuentro entre las razas segregadas, que abrió las aguas, que popularizó el estilo que lo iba a contar todo sobre nuestros deseos: el rock and roll
No fue el primero, pero cualquiera que lo oyera entraba en un estado de revelación. ¿Hay algo antes de Elvis? ¿Acaso hay algo después?


Presley es un artista extremadamente generoso en emociones y sensaciones. Elvis no gusta; a Elvis se despierta. Puede que te haya encantado toda tu vida. Puede que te mueras sin haberlo escuchado. Puede que, un día, simplemente descubras que estás solo esta noche. Y Elvis está ahí, en ese instante y para siempre.
Elvis era un romántico y un ingenuo. El sureño que trataba de "honey", daba besos en la boca a sus admiradoras y, si te gustaba algo suyo, es probable que acabaras siendo el inesperado dueño de un abrigo o hasta de uno de sus Cadillacs,
Elvis es una saga norteamericana, protagonizada por el que no se cree su increíble suerte, el que derrocha, el que se equivoca, el que vuelve a casa. Una y otra vez. 
Y, lleno de sorpresas y excesos, un día concedió la noticia más triste. Su muerte. Pero, ya desde su funeral, corría el rumor: Elvis está vivo.


La historia comenzó en Tupelo, un pueblo de Mississippi. "Éramos pobres, pero nunca nos faltó comida", dijo para hablar de su familia. 
Su madre esperaba gemelos, pero Elvis Aron fue el único que salió vivo del parto. 
En un cumpleaños, le regalaron una guitarra cuando él deseaba una bicicleta. Nunca supo leer música y tampoco lo aprendió todo el primer día. El talento estaba ahí. El trabajo y llegar a la cima fue cuestión de días, semanas, años, decepciones.


Había muchos que se reían de su excéntrico aspecto, de su música infectada de sonidos copiados del gospel, del rythm and blues y del country. Escenarios, grabaciones, concursos, pruebas fallidas. Su adolescencia fue abrir puertas y encontrar otras cerradas y, a bordo de las rutas que definen los escenarios de la América profunda, Elvis Presley, con sus patillas, su guitarra y su pelo engominado, apareció en la portada de un disco. Detrás su manáger, el Coronel Tom Parker, figura benefactora y malhechora al mismo tiempo. 
Era 1955 y fueron muchos quienes llamaban a las emisoras de radio para pedir que pusieran otro tema de "ese cantante negro".
Si hoy Elvis es un asunto tan asimilado como indiscutible, el estilo interpretativo desató la mayor de las controversias. 
También su asunción de la música negra, pero las caderas, oh, aquellas caderas. Había quien veía en esa furia al mismísimo Maligno y más aún cuando Elvis, por fin, llegó a la televisión.


Fue la lucha entre dos presentadores rivales - Steve Allen y Ed Sullivan - y la censura lo que, prácticamente, catapultó a Elvis Presley a su estatus de fenómeno de masas. 
Entre los dos programas, se contaron sus primeras apariciones televisivas y también la primera vez que su movimiento pélvico consternó a los jerifaltes hasta el punto de que la cámara sólo lo registró de cintura para arriba. Ed Sullivan lo había visto en los ensayos y, oh, se le marcaba la polla. Se le aprecia perfectamente y esto es un programa familiar, anunció y Estados Unidos conoció a Elvis fragmentado.
El movimiento de caderas, sus gestos espasmódicos y su libertad de movimientos al son de la música erotizaron al público juvenil y a toda la sociedad ultrareprimida de la década de los cincuenta. 
Elvis es uno de los símbolos de la era, quizá el más depurado, porque era el dios fálico en tiempos de monotonía. Los conciertos se convirtieron en acontecimientos de griterío, anarquía y caos. Las noticias y las opiniones de los bienpensantes sólo lo conjugaban con pernicioso.


La juventud ya tenía su más definitivo icono de rebeldía, traducido en una música que los aglutinaba en sus angustias y ambiciones, y Elvis, por entonces todo desobediencia, cuero y tupé, contaba que lo rockabilly había llegado para quedarse.
Rítmico, infernal, vaquero, era bello de un modo aniñado e insolente. Elvis gustaba a todos y todas, entre su falocracia y su ambigüedad.
Cuando el servicio militar llamó a su puerta, la fama era tal que se convirtió en un acontecimiento mayor que la publicación de cualquiera de sus discos. 
En el ejército, Elvis descubriría las anfetaminas, el kárate y a su Priscilla.


Volvió y hubo quien aseveró que nunca sería el mismo. Algo se había perdido, pero, en cualquier caso, entraban los planes de su mánager Tom Parker y sus propias ambiciones de convertirse en una estrella del cine. 
Elvis se mudó a Hollywood, donde protagonizaría una serie de películas muy rentables durante años. La mayoría fueron cordialmente destrozadas por la crítica, que, desde el primer día, aludió a sus limitaciones interpretativas. No obstante, sólo una perdió dinero. Y Tom Parker prefería la pasta a cualquier nuevo desafío de la figura elvispreslyana.
Aunque las películas de Elvis son un montón de comedias musicales de insignificante argumento, despuntaron honrosas excepciones. 
"Jailhouse Rock" resumía la figura contestataria de sus primeros años y la magnífica "King Creole" le dio una insólita oportunidad de lucimiento como actor dramático, mientras la más ligera "Viva Las Vegas" lo llevaba a un encuentro fastuoso con Ann-Margret. 


Todas se supeditaban a los números musicales y, en ellos, la película se elevaba por la simple personalidad del artista.
En todo caso, la imagen de Elvis se estaba convencionalizando y su música había cedido rebeldía. Pese a bordarlas, sus canciones dejaron de ser suyas. Él lo diría: se perdió en Hollywood.



Ninguna de sus cacareadas relaciones sentimentales significaron mucho - Natalie Wood, Candice Bergen, Cybill Shepherd - y se casaba finalmente con Priscilla en Las Vegas, allá por 1967, año clave de su carrera, precisamente por tocar fondo. 


Las ventas habían decaído, los críticos no lo tomaban en serio, las revistas ya no hablaban de él, los únicos leales eran sus fans acérrimos.
Entre su matrimonio y el nacimiento de su hija Lisa Marie, se preparó a conciencia para el regreso.
En un especial televisado, Elvis volvía a lo que sabía y de qué manera. 
La esencia aseguró el comeback del que nunca se había ido y su chaqueta de cuero con cuello napoleónico pedía mito para el mito. La música volvió a tomar el foco, el rey recuperó el trono.


Giras y más giras, con Las Vegas como centro gravitorio, definieron al nuevo Elvis, el setentero Presley, más exuberante que nunca, todo baladas, movimientos de kárate y con un vestuario desorbitante sugerido por Liberace. 
Elvis Presley ahora era monstruoso, camp, fascinante. Y su voz, enriquecida con la edad, parecía aún más vibrante. Volvía en cada concierto.


Pero se apagaba. La salud deteriorada, manifestada a ojos vistas con un acordeónico aumento de peso, desató las alarmas entre los que trabajaban con Elvis. Él desoyó hasta el último momento y se subía  a los escenarios cada vez peor, ante públicos más viejos y menos exigentes. Balbuceaba, acortaba sus apariciones. 
La adicción a los fármacos estaba detrás, animando enfermedades congénitas, proveyendo artificialmente el corazón del que no quiere parar su ritmo de trabajo.
En aquel cuarto de baño de Memphis, lo encontraron en el suelo. La arritmia cardiaca y el Demerol habían sido malos amigos. 
Tenía 42 años. No había quien se lo creyera, ni aunque desfilara su funeral, ni aunque apareciera la foto del cadáver en el catafalco, ni aunque se leyera su nombre en la lápida. 
Elvis había muerto.


Sobre sus últimas palabras, reina la discusión, como todo en Elvis. Pero la rueda de prensa previa a su fallecimiento concluyó con un perfecto epitafio: "Espero que no os haya aburrido".
Graceland se convirtió en el eterno lugar de peregrinaje, el sitio más visitado de los Estados Unidos después de la Casa Blanca. Ahí le lloran, cada año, cada día.
Era la mansión que dejaba a la altura de su exacerbada, contradictoria figura: el muchacho anónimo que llegó a ser el Rey. Era una tragedia americana, brillante de éxitos y con el final de esa bombilla que se atreve a brillar con demasiada intensidad.
Murió millonario y su nombre aún se contagia con millones. De dólares y de seguidores. Es una fiebre incurable, esa epidemia de la voz profunda y la media sonrisa. Recuperado en miles y miles de canciones, parodiado en tantas ocasiones, copiado, mirado, revisado y con una nómina de imitadores que irrumpen en sus celebraciones y recuerdan la máxima: para ser grande, hay que rozar el ridículo y, a veces, caer de lleno en él.
Elvis Presley está vivo, dice la leyenda. ¿Por qué tiene dos aes ese Aaron de su tumba si él era Aron?, preguntan los conspiranoicos, los que lo creen escondido en una playa desierta, los que aseguran haberlo visto, los que afirman que Elvis Presley es religión.


Quedaron las incógnitas, abundaron las anécdotas. Todos se cruzaron con él, muchas lo besaron en los labios, otros aplaudieron de pie en sus conciertos y tantísimos aún no han sintonizado ese hotel del descorazón. Are you lonesome tonight?
Elvis Presley es un estado mental. Es a lo que todos artistas deberían aspirar. A conseguir esa vibración personal, íntima y explosiva, sincera y sentimental, espectacular y tan privada de, por ejemplo, su "You've lost that lovin' feelin'" en Las Vegas. 
La canción no sería nada en otros labios. En Elvis, lo es todo.


Lo juro: cuando escriba una novela, Elvis sonará de fondo. Esa es la luz, la dirección, el objetivo. El encuentro de lo grande a través de lo pequeño, de lo romántico a través de lo sexual, de lo espectacular a través de lo personal.
Así que, amigo mío, si aún no lo ha hecho, sintonice esa radio y únase a lo insuperable. Eso que se graba en los muros de la memoria, de los que sueñan despiertos y de los que se atreven a desafiar la realidad y escribirlo, gritarlo, pensarlo, desearlo y sentirlo: Elvis está vivo.

martes, 17 de julio de 2012

La Decisión de Dolores


Cincuenta y tres años después, Dolores Hart volvía a pisar la alfombra roja de los Oscars. Sucedía el pasado mes de febrero.
Pocos la recordaban. Quizá, ella tampoco reconocía el escenario. 
Porque el tiempo había pasado. Y ella ya no vestía para la ocasión. Sólo llevaba sus estrictos hábitos de madre Dolores. 
Los periodistas revisaron sus notas, intercambiaron opiniones y todos supieron finalmente quién era. Dolores Hart, la actriz de Hollywood que se metió a monja.

Madre Dolores in da house

La educación de Dolores estuvo más plagada de pasión por el show-business que de ninguna clase de devoción católica. 
El espectáculo era cosa familiar, de un modo u otro, y Dolores no tardó en seguir el camino trazado.


Cuando tuvieron el gusto de conocerla, los espectadores decidieron amar a Dolores Hart, porque envidiarla era demasiado fácil. 
Fue la primerísima chica que besó a Elvis Presley en la pantalla. La leyenda se contagió por morreo y la rubia Hart se hacía cosa de la cultura popular.

Su muacs con Elvis en "Loving You"

Como recién llegada a la industria, Dolores era el prototipo de la starlet, lista para la gloria, fresca novia de los focos, rápidamente colocada en producciones de categoría.

Con el guapísimo Stephen Boyd en "The Inspector"

Sucedia entre finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. De guapa de segunda línea, la Hart pasó a ser protagonista.
Allí estaba, por ejemplo, en "Where The Boys Are", comedieta vacacional sobre un grupo de chicas adolescentes. 
La película, hoy puro camp, planteaba el despertar sexual de una manera quasipionera para una producción de esas características. El personaje de Dolores se debatía entre el ardor y la sensatez, sin perder un gramo de exquisitez.

Con George Hamilton en "Where The Boys Are"

Todos la comparaban con Grace Kelly; la Hart era una especie de versión juvenil de la rubia glacial y distinguida, que, a la vez, resultaba tan intensamente forniciable.
Como Grace, Dolores Hart también protagonizaría una alucinante historia de Hollywood. Si aquella se hizo princesa de Mónaco, Dolores quiso casarse con Dios.
¿Quién lo entendía? Dolores decía adiós a su carrera y rompía el compromiso matrimonial con su novio, el arquitecto Don Robinson. 
Le dijo: "Por supuesto que te quiero". Y él, anticipándose a sus palabras, contestó: "Pero no todo amor acaba en el altar". Mantendrían su amistad y, hasta su muerte, Robinson visitaría todas las Navidades a su perdida Dolores.
En 1963, Dolores Hart dejaba todas sus pertenencias terrenas y se preparaba para su papel definitivo en una abadía de Connecticut. Tenía 24 años.
En 1970, la novicia se convirtió oficialmente en Sor Dolores Hart. Hoy, es la Madre Superiora de la abadía.

Como Clara en "San Francísco de Asís"
¿Descontento profesional y personal? ¿Llamada divina? En la vocación de Dolores había sido esencial su visita al Papa Juan XXIII, mientras preparaba su papel de Santa Clara para la película "San Francisco de Asís".
El Papa la vio y le dijo: "¡Tú eres Clara!".
Dolores no volvió a ser la misma. 


Este 2012, Dolores Hart reaparecía en los Oscars. 
¿El motivo? Un cortometraje documental, nominado a la estatuilla aquella noche, que recogía su increíble historia, contada por ella misma, desde sus hábitos, desde sus rezos, desde sus recuerdos.
El título no puede ser más delirante y, a la vez, más perfecto, quizá la última justificación a la decisión de Dolores: "God Is The Bigger Elvis" (Dios es el mayor Elvis).


Ella asegura que nunca ha renunciado a su interés por el cine. 
De hecho, ha acudido a personajes de la industria para sufragar sus obras de caridad, ha estado detrás de muchos espectáculos organizados por su abadía y, actualmente, se la reconoce como la única monja que puede votar en la Academia de Hollywood. 

Con votantes así en la Academia, ahora entiendo porqué gana lo que gana

Insondable será tamaña renuncia al mundanal ruido, pero ella defiende su historia como la de una mujer que encontró el sentido a su vida y siguió el rumbo que llevaba hasta él. 
Sin mayores explicaciones, sin mirar atrás. Como quien ama.