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viernes, 3 de mayo de 2013

"El Fantasma y La Señora Muir"


Pocas películas representan a la perfección el clasicismo cinematográfico como "El Fantasma y la Señora Muir". 
Y pocas se erigen, a la vez, tan originales, liderada por un personaje femenino alérgico a cualquier etiqueta, casi forastero en la Historia tradicional de Hollywood.
He aquí una obra clásica, pero no convencional, tales son sus hallazgos dentro de esa profunda reflexión sobre la vida y los deseos nunca cumplidos, que desliza bajo su ingenuísta apariencia.
La brillantez es cosa de Joseph L. Mankiewicz, que servía en 1947 una de sus primeras películas como director para la Fox y lo hacía apuntándose a la corriente puesta de moda por "Rebeca": la irrupción del fantasma o la insinuación de que los muertos nunca se acaban de ir, mientras las olas rompen en el acantilado y las cortinas de las atmosféricas habitaciones ondean entre la vigilia y el sueño.

Rex Harrison y Gene Tierney

"El Fantasma y la Señora Muir" pide prestado el paisaje del melodrama gótico y asume la coordenada básica de la novela rosa: una mujer anhela otra oportunidad en la vida, en forma de aventuras, independencia y el despertar a la pasión.
Lucy Muir (Gene Tierney) es una viuda de buen ver que rechaza la compañía de su familia política y, voluntariosa como ella sola, forma un hogar frente al mar, junto a su hija y su criada favorita.
La casa está encantada para entusiasmo de la señora Muir, ávida de emociones. El residente es el Capitán Gregg (Rex Harrison), un marinero, o marino, como él prefiere denominarse. 
El fantasma del Capitán, vitalista, bravucón y de lenguaje incorrecto, intenta echarla de la casa en primera instancia, para luego aceptarla y establecer una entrañable relación.
Ante el peligro de que Lucy quede en la ruina, idean juntos escribir una biografía sobre las historias del marino. 
Con el manuscrito bajo el brazo y en el camino hacia la editorial, la Señora Muir se topa con Miles Fairley (George Sanders). Regresa la realidad.


Gene Tierney y George Sanders


"El Fantasma y La Señora Muir" es una película sorprendente por inesperada, por su riqueza de significados y su vibración emocional. 
Es una obra que sólo cobra todo su sentido dramático en los últimos minutos, cuando irrumpen las elipsis, cuando transcurren los años para la protagonista.
El esquema de la novela romántica se vuelve del revés. Lucy no consiguió lo que buscaba, sólo tiene los sueños a los que ampararse. El hombre de su vida había muerto antes de conocerlo.

"Lo que hemos perdido, Lucia..."

La resignación ante el fracaso personal y la necesidad de refugio en la memoria redondean el incisivo drama y su temática, irrastreable en otra película parecida de aquella época. 
Mientras, la irrupción de lo sobrenatural es perfecta, así como su disolución. 
El propio fantasma introduce la posibilidad de racionalizar su presencia como una idea febril de la protagonista, cayendo en romántica ambigüedad si el Capitán Gregg aparecía entre el catalejo y la siesta.

 

Pero es la aparición de Lucy Muir cuando el panorama, pareciendo tan reconocible, es otro. 
Se cuenta una de las heroínas más alegremente feministas de la Historia del Cine, que agradece que la llamen testaruda y lucha por librarse de la mojigatería propia y ajena, mientras sigue adelante, pese a sus familiares envidiosos y los hombres embaucadores.
La interpretación de Gene Tierney es el refrendo. 
Según parece, fue la propia actriz quien propuso ese lado cómico, tranquilo, casi screwball para incorporar a la Señora Muir. 
No pudo acertar más y, junto con "Que el Cielo la Juzgue", es la mejor actuación de la avasalladoramente hermosa Gene.


La apuesta por ese personaje femenino de gran alcance puede ser la pista de que "El Fantasma y la Señora Muir" sea una película especialmente afecta a las damas. 
En cualquier caso, expresa esa visión exquisita del señor Mankiewicz para los retratos de mujer, continuados en los años siguientes con sus aclamadas "Carta A Tres Esposas" y "All About Eve".
Como constantes de Mankiewicz, también entran en juego los diálogos ocurrentísimos y la búsqueda de elegancia. 
Quizá explique el gracioso casting del fino Rex Harrison como un rudo marino, que termina por conformar gran parte del encanto de la película. 
Rex, siempre seductor, forma una pareja preciosa con Gene. Y, de nuevo, entra otra rareza de la película, porque la historia de amor es sobrenatural, irrealizable, no se dan un beso. 
Esa irrealización es la llave del poder emotivo: lo que no ocurre, se siente aún más. 

"Será sólo un sueño..."

Así, debajo de la apariencia de comedia fantástica y la literatura de los diálogos de "El Fantasma y La Señora Muir", subyace un poso de melancolía y frustración, que se conjuga fuertemente en su parte final, y conduce a una conclusión muy emocionante.

A la izqda., Natalie Wood como Anna Muir

Nombrar "El Fantasma y La Señora Muir" suele propiciar un gran suspiro en todos los que la conocen, la aman y vuelven a ella con frecuencia.
Pese a los años transcurridos y su aspecto antigüito, sigue siendo ideal para los espíritus que se desvivan por mundos perdidos, amores posibles y ectoplasmas preferiblemente barbados.

viernes, 20 de julio de 2012

"Eva Al Desnudo"


De la pluma y visión de Joseph L. Mankiewicz, nació "Eva Al Desnudo" (All About Eve).
Para los cinéfilos, es un título que no necesita presentación. "Eva Al Desnudo" es más que una película; es un santo y seña del cine norteamericano.
No fue el primer drama sobre las interioridades del espectáculo, pero sí fue quien lo sofisticó hasta niveles indecibles. Y, en muchos aspectos, de modo irrepetible.


"Eva Al Desnudo" supuso la intelectualización del viejo backstage melodrama
Entre la acidez y la compasión, relató las vivencias de los actores y los profesionales artísticos, sus peleas, su obsesión por el éxito y su amargura por el paso del tiempo. 


En "Eva Al Desnudo", la función comienza a golpe de mujeres que se encuentran. 
Desde la bondad, se destapará la maldad. Desde la gloria, se contará la inseguridad. Desde la vida del teatro, se narrará el teatro de la vida.


Agazapada en las bambalinas, se encuentra Eve Harrington, la niña que admira a la gran diva Margo Channing. 
Introducida como una Cenicienta en la vida personal de Margo, Eve comienza a ascender socialmente mientras se va descubriendo su calculada ambición. 
Aquellos que la dejaron franquear el stage door serán sus primeras víctimas.

La exquisita Celeste Holm - actriz fallecida la semana pasada - como Karen

Esa mujer andrógina, esa Eva que, en realidad, es una serpiente, aspira a convertirse en Margo.
Entra la primera ironía que "Eva Al Desnudo" nos cuenta. La admiración por las celebridades no significa adoración, no supone entrega divina. 
Es sólo envidia. No queremos a nuestros divos; sólo queremos ser ellos. Destruirlos y suplantarlos.

"Aunque no haya nada más, está el aplauso"

Los atributos de la mujer son tema fundamental de "Eva Al Desnudo". No sólo desnuda a Eve, sino a todas las Evas del mundo. Especialmente, las que se sienten solas, las que son observadas, las que necesitan ser deseadas.
La tristeza de Margo Channing ante su inevitable caducidad, como mujer y como estrella, resulta universal, rematada por la incisiva interpretación de Bette Davis. 

Maravillosa Bette

Margo Channing es la que se contempla en demasiados espejos, la que ha de interpretar para siempre a una veinteañera, la que no renunciará nunca al romanticismo como forma de vida. 
Actriz, mujer, ¿acaso hay diferencia? Las actrices son mujeres y las mujeres han de ser un poco actrices. Repitiendo el mismo papel que les ha otorgado la sociedad, una y otra vez.

Eve vs. Margo

El teatro sube sus telones ante públicos tan generosos como despiadados. El aplauso fabrica glorias, la admiración crea monstruos, nos cuenta "Eva Al Desnudo".
Un actor avejentado califica de tierna a Eve, y un plano - irónico - se centra en sus manos pueriles, regordetas, diríase incapaces de matar una mosca. 
Allá sube Eve, y sus víctimas se prestan a contarlo todo sobre ella. 
Otra ironía: no la conocen. ¿Quién puede saber del misterio de una mujer, sea buena o mala?

Anne Baxter, impecable como Eve Harrington

Las propias mentiras de Eve fueron su mejor interpretación. Un pasado inventado, que construyó como su nueva identidad. No hubo mayor teatro que el vivido tras el telón.
El vitriólico columnista Addison de Witt les escupe todas sus patrañas, como clímax para destapar a la bruja. La Cenicienta perversa se queda sin máscara.


Eve ha usado la ambición para crecer, para ser lo que ella quería. Es una mujer que se ha valido de armas masculinas: la reinvención, el encanto, la manipulación, incluso la violencia. Eso que emplean todos los hombres que se construyen así mismos y se proclaman héroes.
Llamarla zorra es demasiado fácil, cuando Eve ha sido, ante todo, una suprema inteligente. A nuestros ojos, ya es un personaje más grande que la vida, justo cuando se le cae la máscara.
Irrumpe otra ironía: todo monstruo tiene su fascinación.
Al final, aparecen los espejos, esos definitivos irónicos. Recuerdan qué es el espectáculo, qué es la vida. Unos pierden, otros se proclaman vencedores, sin saber que el mismo drama se repetirá, una y otra vez.
Somos seres en un carrusel desbocado, desde donde nos caeremos algún día.


Señor clásico.
"Eva Al Desnudo" ganó muchos Oscars y se granjeó la reputación de los mejores.
El férreo guión es su secreto, de una estructura perfecta, casi demasiado, con una progresión y una construcción de personajes irreprochable.
El tratamiento del material desprende intuición, ambigüedad y detalle; tres cosas que no suelen abundar en la mayoría de los títulos de Hollywood. Ni tampoco en las múltiples imitaciones que ha tenido desde que viera la luz en 1950.

En una película de actrices, el intérprete oscarizado fue George Sanders

Los diálogos se mueven entre el exceso literario y la sublimación de la realidad, tal y como gustaba a Mankiewicz. No hay quien se los crea, pero, francamente, no importa; son una delicia.
 
Bette Davis y Gary Merrill se enamoraron durante el rodaje. Su hija se llamaría Margo

Como película sobre las actrices y las mujeres, las aludidas lo bordan, sabiendo conectar con las aristas de sus multifacetados personajes.


¿Una última ironía? 
Una película que cuenta tantos pecados humanos - el arribismo, la vanidad, la mentira, la mitomanía - resulta hogareña, cálida, rotundamente elegante. 
Una casa en la que tocar muchas veces, un cóctel con el que brindar otras tantas.


Salud, obra maestra.