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martes, 8 de julio de 2014

La Eternidad Según Olivia de Havilland


En su cuaderno vital, se escribieron muchas ambiciones, esas que vivirían a la altura de su delicada belleza, cual venida de un cuento de hadas. Ahí fue donde se rubricó: ser una gran actriz, destacar entre todos, vivir para siempre. 
Hace una semana, Olivia de Havilland le ganaba otro pulso a la vida y cumplía 98 años con la intención de cumplir el tercer propósito. 
Se impone la admiración, esa a la que está acostumbrada desde hace más tiempo del que llevamos nosotros sobre la Tierra. 
Aquel tiempo en el que se reveló como una actriz luchadora, siempre pendiente de un hilo, victoriosa, adicta a sorprender, premiada, querida.


Poco tenía que ver con las heroínas tranquilas de sus primeros años. Olivia emprendía y se la reconocía independiente. 
Como muchas actrices de Hollywood, las de nombre propio, las que buscaron mejor interpretación y menos glamour, Olivia es un símbolo de feminismo sin declararse nunca feminista. La alergia a conformarse, ahí estuvo la clave.


Aunque ahora las crónicas recuerden más la enemistad con su hermana Joan Fontaine que sus victorias interpretativas, Olivia de Havilland fue quien abrió aguas a otra manera de entender a los actores de Hollywood, para los que ganó el respeto y el cuidado que merecían. Su triunfo parecía puntuar lo evidente: las estrellas eran la llave de la emoción por el cine.
Esa llave la guardó Olivia en muchas de sus apariciones, desde adorables hasta magníficas, atravesando por momentos realmente memorables. 
Escrupulosa como pocas, su técnica actoral ha resistido mejor el paso del tiempo que los empeños de muchas de sus contemporáneas. Y, sin duda, resta la apreciación de siempre: a pesar de los honores y los premios, Olivia es una gran subestimada.


Quizá el mismo epíteto que se le puede poner a toda mujer que sale de la sombra de una segunda fila y se gana el pan con la fuerza de sus dorados ovarios. 
De delicada tenía sólo las facciones; de resistente, ahí lo demuestra soplando nonenagenarias velas cada primero de julio.


El primero de julio de 1916, nació Olivia Mary de Havilland en Tokio, de padres británicos asentados en la capital japonesa. La vena artística estaba en la familia, apaciguada, aplazada en los deseos de la madre, Lillian, que renunció a su carrera por seguir a su negociante marido, que le devolvió infidelidades como pago.
Al año siguiente de Olivia, nació Joan, y las dos niñas crecieron entre las crecientes disputas de sus padres. 
Lillian puso la excusa de la salud de sus hijas para mudarlas al cálido clima de California, y ese fue sólo el motivo del divorcio. El padre volvió a Japón con su amante, la criada japonesa, que se convertiría en su segunda esposa. Lillian se casó también por segunda vez, con el estricto George Fontaine.
El divorcio, la mala relación con su padrastro y la obsesión de Lillian por devenir a Olivia en la gran actriz que ella nunca fue se dijo la trastienda y causa freudiana para la rivalidad entre las hermanitas, que duraría de por vida y aún alienta crónicas fascinantes.

Con su hermana Joan Fontaine

Encamarada a una representación teatral, Olivia de Havilland fue cazada por Max Reinhardt, el primer cautivado por la naturalidad escénica de la nena, a quien llevó al teatro y luego a Hollywood.
El encanto fue inmediato, entre la distinción británica de Olivia, su impecable y envolvente voz y esa limpia hermosura de niña buena, de amplia frente, ojos tiernos y labios para besar y no parar.
La Warner le firmó contrato y la suerte llegó en 1935 cuando aceptó colocarse al lado de un desconocido actor tasmano. 
La película se llamaba "El Capitán Blood" y el tasmano era, por supuesto, Errol Flynn.
El público se enamoró de la pareja desde el primer momento. Él era el romántico pirata y ella, la distinguida dama que cierra el parasol para unirse a la aventura. Guapos a rabiar - él siempre más que ella, todo hay que decirlo - e ideales para acción de época y amor de los ayeres.
Ocho películas juntos, que los pasearon también por el western y la comedia, donde repitieron la química y fijaron una de las parejas más imperecederas del celuloide. 


¿Se repetía el amor detrás de las cámaras? Él escribió en sus deliciosas memorias que se enamoró de ella de inmediato. 
"Olivia era preciosa y distante", poco adicta a soportar sus bromas de seductor. 

Ideal Lady Marian en "Robín de los Bosques"
Ella, enterada mucho tiempo después, se sorprendió, reconocida que también deseaba a Errol, quién era ella para resistirse a los encantos de Flynn. 
Reconoció que hizo bien en contenerse - "lo contrario me hubiese arruinado" -, mientras aseguraba que el hecho de que Errol Flynn estuviese casado fue determinante.

Con Errol Flynn en "Dodge City"

Por entonces, Olivia ya pedía más carne dramática que la de gritar por ayuda al héroe del bigotito. 
La Warner se resistió desde el principio, porque, como buen estudio clásico, era fan de la repetición y el arquetipo. Conflictos similares había tenido con James Cagney y Bette Davis, que perdieron respectivas demandas y volvieron al trabajo.
Aún así, los jerarcas dijeron que sí la primera vez que Olivia quiso nadar a sus anchas. 
David O. Selznick buscaba a Escarlata O'Hara, decían los titulares, pero también a Melania Hamilton. 

Como Melania en "Lo Que El Viento Se Llevó"

Olivia dio su primer golpe de fuerza al perseguir incansablemente a Selznick para conseguir ese papel. Ella misma ha contado cómo se ganó el favor de Ann, la mujer de Selznick, y cómo aparecía de improvisto en cenas del productor para obtener el sí, mediado por el obligado préstamo del estudio.
"Lo Que El Viento Se Llevó" es la película que ha fijado a Olivia de Havilland en la Historia del Cine más que ninguna otra. 
Melania bien pudo ser mera comparsa del más estimulante rol de Escarlata, pero, como de costumbre en la De Havilland, hizo mucho con poco y su aparición en la película contiene muchas de las toneladas de emoción de la leyenda fílmica. 
Melania, la chica buena que se despide como una gran señora. No quedaron pañuelos.

Con Vivien Leigh en "Lo Que El Viento Se Llevó"

Convencida de que ganaría el Oscar a la mejor actriz de reparto, la sorprendente victoria de su compañera Hattie MacDaniel la rascó y, como buena obsesiva, se prometió que mejor lo recibiría otro año, como actriz principal.
De vuelta a la Warner, ésta pareció ignorar su victoria con Selznick y, de nuevo, sombrilla y tafetán al lado de Errol Flynn en "Murieron Con Las Botas Puestas". Fue su última película con él.
"Pasear por la vida a su lado, señora mía, ha sido el mayor de los placeres", le decía Custer a su esposa previo a misión suicida en la película, escena que cobra ahora una emoción al ser lo que le dice el viejo Errol a su Olivia antes de despedirse cinematográficamente.

Con Errol Flynn en "Murieron Con Las Botas Puestas"

1941 fue un arma de doble filo. La Paramount la demandaba para el primero de sus patitos feos: la profesora embaucada por el gigoló de "Si No Amaneciera", inusual melodrama, que la devolvía a la terna por el honor de la Academia. 

Con Charles Boyer en "Si No Amaneciera"

Que le ganara esa noche su hermanita Joan Fontaine no fue bueno ni para la difícil relación que tenía con la victoriosa ni con el imposible acuerdo que tenía con la Warner.
Llegó la demanda. Al final de su contrato de siete años, la Warner penalizó a Olivia por haber rechazado papeles y la obligó a extender su período con el estudio. Ella denunció y, al contrario de lo sucedido con Cagney y Davis, se salió con la suya.
Fue un hito, todavía señalado como "la demanda De Havilland", que impulsó parcelas de libertad creativa para los actores de Hollywood y los alivió de los asfixiantes estudios y sus rigurosos métodos de trabajo.
Para Olivia, fue cuestión de aguantar la respiración y esperar. Dijeron que no trabajaría más en el cine, pero a lo largo de tres años de parón, no hizo más que tomar impulso.
Cuando regresó en 1946, demostró que no había quien la hundiese. 
Estrenó cuatro películas en un solo año. Entre ellas, el simpático thriller de gemelas "The Dark Mirror", bien informada ella de disputas fraternales.

"The Dark Mirror"

Y, de manera más decisiva, el melodramón "To Each His Own", donde se entregaba por completo a la saga de una madre soltera a la espera de recuperar a su hijo.
La película, de llorar y no parar, colmó sus ansias oscarianas por primera vez y también fue la prueba del respeto que se había granjeado en la profesión con su actitud combativa.

Como Josephine Norris en "To Each His Own"

En los siguientes años, eligió con cuidado y desafío. 
Otra interpretación de elogio fue la chica que, de repente, se da cuenta que lleva mucho tiempo en un manicomio en la tremenda "Nido de Víboras", donde se desglamourizó para ofrecer impactante retrato de la locura femenina.

"Nido de Víboras"

Cuando ya se la elogiaba como la actriz más fina de los años cuarenta, remataba y terminaba la década con "La Heredera", otro patito feo que se las cobra al final, esta vez ante el bellezón de Montgomery Clift. 

Con Montgomery Clift en "La Heredera"

Se cuenta que el público femenino la odió por primera vez por rechazar en pantalla a semejante nene, pero ella se llevó su segundo Oscar y la acertada sensación de que lo había demostrado todo.



Desde entonces, se vistiera de época - "Mi Prima Raquel" - o de contemporánea - "No Serás Un Extraño" -, sus ansias se apaciguaron y sus apariciones cinematográficas se decían de excepción.
Que hubiese rechazado el papel de Blanche en "Un Tranvía Llamado Deseo", pudo ser elocuente para explicar su inevitable antigüedad. Para la actriz que había desafiado un modo de producción, resultaba irónico que pereciese a la par que éste, a lo largo de los años cincuenta, cuando nuevos vientos irrumpían por los cines. 
Cual vieja gloria en los sesenta, se permitió dos paseos por el terror. 

"Lady In A Cage"

El primero, como la mujer que se queda encerrada en un ascensor en "Lady In A Cage" y el segundo, cuando sustituyó a Joan Crawford, despedida y/o excusada del rodaje de "Hush.. Hush, Sweet Charlotte".
Olivia fue requerida expresamente por Bette Davis y brindó su única y verdadera villana para el cine: la hipócrita prima Miriam.

Con Bette Davis en "Hush... Hush, Sweet Charlotte"

La experiencia de participar en una película tan macabra e ir contra su arquetipo de buena no le gustó demasiado y confesó que lo hizo por Bette.
Porque Bette y Olivia se querían mucho, cosa excepcional. Entre toda la sarta de veneno que la loca genial de la Davis dedicó a sus compañeras de profesión, preguntada por la de Havilland, siempre dijo: "Olivia es una amiga". 


No se decían las cosas tan ideales con su propia hermana, Joan Fontaine, relación rota tras la muerte de su madre en 1975. Según cuenta la versión oficial, no volvieron a dirigirse la palabra.


Por entonces, Olivia de Havilland aparecía poco en pantalla y tras dos paseos por el cine catastrofista, se centró en la pequeña pantalla a lo largo de los ochenta.
Pese a cobrarse alguna aparición de renombre, se confesó descontenta con el medio televisivo y, en 1988, se retiró definitivamente.
Se la podía encontrar en París, residencia desde 1960, donde se había establecido con su segundo marido, el periodista Pierre Galante. Pese a separarse en cuestión de una década, siguieron en contacto y, de hecho, ella estuvo a su lado, cuidando y velando su largo cáncer hasta su muerte en los años noventa.
La temida enfermedad ya se había cobrado a su primer hijo, Benjamin, tristes escenarios donde Olivia demostró su fuerza, esta vez sin necesidad de focos y cámaras. 
Durante años rodeada de misterio y llamadas sin contestar, Olivia reaparece cuando quiere, deleitada por la eternidad de "Lo Que El Viento Se Llevó" - "durará para siempre", dice la experta en perdurar - y por el estatus irrepetible de los actores de su época. 


Acudiese a premios, homenajes, honores, con la llegada del nuevo milenio, Olivia de Havilland se ha permitido por penúltima vez su especialidad: dar la sorpresa, levantar el aplauso.


En los últimos años, la irresistible rivalidad con su hermana Joan, vieja historia favorita de la prensa de espectáculos, ha recobrado atención, especialmente cuando se despejaba la incógnita de quién moriría antes.
El pasado diciembre, fallecía Joan Fontaine a los 96 años, en California, muy lejos de su hermana. La familia informó que Olivia estaba "triste y en shock" por lo sucedido. 
Que Olivia haya tenido palabras más elocuentes tras el fallecimiento de Mickey Rooney evidencia que ni la vejez ni la muerte han curado las heridas entre las hermanas.


¿Queda algún último capítulo, mi querida Olivia de Havilland? ¿Una buena sorpresa como colofón? ¿O sólo esperar a la triste noticia? ¿Firmaste por cien? Dime que sí, por favor. Es la responsabilidad de ser la superviviente en mayúsculas. ¿Cómo te vas a morir ahora?
Dicen que cumplir tanto y llegar tan lejos está sobrevalorado por los que no hemos cumplido ni las tres cuartas partes, así que, con toda probabilidad, ya no tengas nada más que hacer que acurrucarte en tus recuerdos de vida, éxito, testarudez, alegrías y tristezas, y agradecer cada brillo del sol como un juguetón regalo divino.


Si era tu cumpleaños hace una semana, hoy has sido la invitada del segundo aniversario de "Imitación A La Vida", blog que ha estado encantado de celebrarlo con la co-protagonista de uno de sus primeros y más visitados posts - además, tu historia también nos ha traído a este día otros queridos míos como Errol Flynn, Bette Davis y Joan Fontaine - pero, sobre todo, con la última leyenda viva de la farándula en mayúsculas.
Que tu energía y supervivencia sean inspiración para más vida en "Imitación A La Vida". 


Se te quiere con locura, eterna.

martes, 14 de enero de 2014

Errol de Los Bosques


Entre su suave apostura y sus excesos privados, se erigió la leyenda de Errol Flynn, uno de los galanes más hermosos del celuloide hollywoodiense, quien encarnara a Robin Hood, el Halcón del Mar, el Capitán Blood, el General Custer y tantos caballeros de capa, espada, uniforme y pecho al viento. 
El mundo tuvo el placer de conocerlo como ese hombre de las aventuras cinematográficas, pero ninguna se igualó a su propia vida, la mayor de todas las posibles. 


Cuestión de atractivo antes que talento, no han sido pocos quienes han señalado que existía algo de genialidad bajo ese bigotito y a través de esa sonrisa. 
En cualquier caso, superar a sus genuinos héroes llegó demasiado tarde, al ritmo que arribaban todas las cuentas de sus fiestas y se lo llevaban, prematuramente envejecido. 
Errol Flynn fue un tipo que vivió cincuenta años como el que tiene la mayor prisa del mundo por disfrutarlos.


Robín de los bosques, de las camas y de los yates, se escribiría en enésima biografía para contarlo.
Restaron interrogantes, a pesar de lo famoso e infame que llegó a ser, entre juicios públicos sobre sus tropelías sexuales y a costa de la astronómica colección de enfermedades que venía arrastrando desde su juventud.
"Me gusta mi whisky viejo y mis mujeres, jóvenes", dijo, mientras atraía a todas las damiselas a su orgullo y alegría: el velero Zecca, que surcaba unos mares decididamente más babilónicos que los que atravesaban sus capitanes de Hollywood. 


Siempre jugó fuerte, porque no conocía otro modo de existir. "Hago lo que me gusta", insistía. 
Por encima de la hipersexualizada imagen que se le atribuyó, permanecen sus películas, síntoma de un cine mágico, que levantaba al público en el segundo climático en que Errol sacaba el espadachín y terminaba con los días de los malvados.
¿Él era de los justos o de los malvados? ¿Un sonriente fiestero o un demonio disculpado por ser rey de Hollywood? Quizá la distancia intermedia.


Cual demonio, nació en Tasmania, la isla australiana, bajo el nombre de Errol Leslie Thomson Flynn. Cuando llegara a Hollywood, se le insistiría que vendiera un presunto origen irlandés, por entonces más atractivo para el público que una procedencia antípoda. 
Pero su familia era tasmana de pro, aficionada al mar y decíase descendiente de Fletcher Christian. Bajo esas olas fue donde se crió el pronto incorregible Errol.
Peleas, mujeres y expulsiones se hicieron tónica conjugable desde sus años mozos. Se rebeló de las trabas de la educación y se lanzó a buscar oro y piedras preciosas, desempeñando a cambio los trabajos más variopintos posibles, desde marino hasta ovejero, pasando por policía y militar.


Emigró a Inglaterra huyendo de la ley y de maridos celosos y fue entonces cuando la interpretación le daría un golpe de suerte inesperado. 
Como todo en Errol, nunca estuvo sujeto a planes, sólo se improvisó. 
Cazado por su físico, Errol fue chico de acción también para el cine y Hollywood lo importaba definitivamente con "Capitán Blood", tan guapísimo y enérgico que se hizo una estrella de la noche a la mañana.

"Capitán Blood"

Fue también su primera reunión con Olivia de Havilland, quien fuera la dama de besable mano en tantas otras empresas, contrato estricto con la Warner.
Las revistas vendían que estaban juntos también en la vida real. Olivia ha asegurado siempre que aquello era platónico, porque él andaba casado con Lila Damita, como si el matrimonio fuese algún impedimento para Errol.

Con Olivia de Havilland

La Warner lo colocaría en películas de similar corte, donde, con bigote o sin él, Errol se haría la respuesta sonora a los viejos héroes de Douglas Fairbanks, siempre bien peinado, preferiblemente de época, aguantando muy bien el tipo frente a actores y actrices de categoría.

Con Bette Davis en "La Vida Privada de Elizabeth y Essex"

Su "Robín de los Bosques", en un prístino Technicolor, todavía despliega un serio factor maravilla y, entre su encanto y sus óptimos muslámenes, se cuenta el mejor príncipe de los ladrones que ha conocido la Historia del Cine.

Con Olivia de Havilland en "Robín de Los Bosques"

Aparte de sus nobles justicieros, Errol también fue el arribista convertido en boxeador de la maravillosa "Gentleman Jim", gran ejemplo de su magnetismo fílmico y de sus buenas carnes, también contada oportunidad para demostrar algo más que un perfecto desenvaine de espada.

"Gentleman Jim"

Desde que aterrizara en Tinseltown, su estatus de playboy llamó la atención de compañeros, productores y reporteros. Errol era encantador, aunque insaciable. Metido en peleas y debajo de faldas, cuando no arrasaba con la barra libre de los saraos o se ponía fino de drogas. 
De manera expresa, se le prohibió beber en los rodajes y él optó por inyectar vodka en sus naranjas, añadiendo un capítulo más a su picaresca.


Naturalizado estadounidense en los años cuarenta, Errol quiso luchar en la Segunda Guerra Mundial, pero su colección de enfermedades ya era para echarse a reír por no llorar. 
Tanto la Warner como Flynn se negaron a hacer público el motivo de que el actor no cumpliera en el frente, lo que traería tantas críticas como el inicio de cierta desconfianza. 


Nada se comparó con el gran fiasco de la vida pública de Errol Flynn. Sucedía en 1942 cuando era acusado de estupro por dos jóvenes y sometido a un juicio a la altura de las circunstancias.
Las chicas aseguraron que Errol las había seducido/violado en un hotel de Los Ángeles, mientras la defensa atacaba con eficacia y permitía que Flynn saliese libre de todos los cargos. 
El escándalo fue suficiente para desestabilizar la imagen ideal y benefactora de los personajes de Flynn en Hollywood y su carrera se resentiría notablemente en los años siguientes.


En la calle, la sordidez se trocó en cachondeo, como suele ser habitual, y todavía se puede oír la expresión "In like Flynn". Cuando un caballero tiene suerte y folla, debe estar "dentro como Flynn".
El "In like Flynn" llevó el interés hacia sus orgías, su politoxicomanía y todo lo que el velero Zaca era único testigo, allá donde caían actrices, aspirantes a actrices y toda la concurrencia.
"La tiene tan grande que toca el piano con ella", dicen que dijo Marilyn Monroe, al respecto de las dotes del señor Flynn.
Para los mandamases de la Warner, el revés no fue tan gracioso y se intentó sufragar con películas de corte propagandístico que lo vistieran de soldado; entre ellas, la memorable "Objetivo Birmania". 

"Objetivo Birmania"

El daño ya estaba hecho y el físico de Flynn empezaba a deteriorarse a marchas forzadas. En una apoteósica limpieza de estrellas a finales de los años cuarenta, la Warner prescindía de Errol Flynn.
Volver a Hollywood fue caballo de batalla, porque vida tan opulenta lo había dejado lleno de deudas. Apariciones puntuales, algunas de notorio esfuerzo dramático, no fueron suficientes para devolverlo al cine por la puerta grande.
Al final, su ruina ya buscaba comprador para Zaca, mientras enamoraba a la adolescente Patrice Wydmore, tercera esposa y compañera en sus últimos cinco años de vida. 

Con Patrice Wydmore

Cuando murió de un ataque al corazón en Vancouver, la autopsia desgranó una retahíla de afecciones coronarias, hepáticas y degenerativas, que sólo se podían entender en el cuerpo de un octogenario.
Era 1959, Errol tenía cincuenta años y había cumplido su promesa de vivirlos sin pedir permiso.
Sus últimas palabras fueron: "Me lo he pasado de puta madre y he disfrutado cada minuto". 


"Por instinto, soy un aventurero. Por elección, me gustaría ser escritor. Por pura suerte, soy actor".
Errol Flynn sigue siendo la definición de muchas cosas, desde el exacerbado mujeriego que las consigue aunque ellas se resistan hasta el epítome de la estrella follonera, preocupación de un día, condimento necesario del siguiente.
Fue espectacular por sencilla inercia y no hay duda de que el insensato brillo de Hollywood hubiese sido menor sin su Errol de los bosques.