jueves, 19 de diciembre de 2013

Mi Dulce, Triste 2013


Los años pasan, nosotros permanecemos. 
Fue la línea que escribí la medianoche en la que terminó 2012 y empezó 2013. 
Esa madrugada de Año Nuevo, volví a ver "Dulce Pájaro de Juventud", con la música del "Ebb Tide" mediada por el sonido de las gaviotas. Los años pasan, las películas permanecen, yo sigo siendo el mismo, con los ojos intactos y la misma emoción por las mismas tragedias.
Todas las mañanas - o, mejor dicho, mediodías - de 2013 desperté con la sensación de que el año podía ofrecerme más de lo que me estaba dando, despertara en una habitación de hotel, en mi casa, fuera capaz de conciliar el sueño o echara las cuentas del insomnio. 
Al final, de los sueños, sólo quedó la conclusión: menos ennervantes tazas de café con leche, más ejercicio.
En 2013, empecé a hacer footing y mi cuerpo mejoró. Más ligero y más guapo me vi en el espejo. Me dejé crecer el pelo hasta tal punto que descubrí con asombro que lo tengo rizado. 
Esos rizos era un punto de maravillosa complicación, otra pregunta qué hacerse al levantar: peinarse o no peinarse. 
La indecisión estuvo a la orden del día, los rizos se enrevesaron, los meses pasaron.


Si me pidieran un resumen exigente y culposo de 2013, diría que no ha pasado nada. Pero sería injusto conmigo mismo, con el año. 
Pequeños cambios y grandes hallazgos se han vivido en silencio, lentamente, entre tardes de invasiones de polillas, limpiezas generales y posts emocionales.
Las noticias decían cosas sobre campeonatos de balonmano que se ganaron, encuentros de fútbol que se perdieron, trenes que descarrilaron de dramática velocidad, amiguitas entrañables, princesas imputadas, jóvenes chechenos en Boston y muertes de celebridades. 
En 2013, se murieron hasta las que no se morían. Es decir, la Montiel y la Fontaine.


A todo, contesté con una cucharada de Carte D'Or y otra tanda de abdominales. 
Llegó Michelle, pronto, en enero. 
Michelle era mi primera televisión en HD y la culpable de gran parte de mi aislamiento durante los pasados doce meses. Había demasiado que ver en esos colores, en esas posibilidades del scope
Las películas ahora se respiraban de tal textura y brillo. ¿Cuántas películas habré visto en 2013? Cientos y cientos. Noche tras noche. Como mínimo, dos al día. Vi las que no había visto, volví a ver las que no recordaba. 
Ha sido una experiencia maravillosa, de esas que iluminan y no se olvidan, por todo lo que aportan, desde la simple paz a la inquietud por descubrir más. El cine, de nuevo, placer y perdición.


Desperté en dos habitaciones de hotel, aunque fue excepción. 
Los bares, medio vacíos por la crisis, mataron los 'juergues'. Y cada vez me era más costoso salir, en todos los sentidos. 
En plena muchedumbre de las noches de Chueca, me sentí como una Reina de las Nieves, allá arriba en mi castillo, frío de indiferencia. 
Volver a casa se hacía demasiado fácil, desde que la fiesta había perdido la convicción de otrora. Con la apatía y el remordimiento de la mano, puse la excusa:  
- Ya no quedan hombres como Jay Gatsby, esos que se hacen millonarios sólo por la ilusión de volver a besarte la mano.
Más Straciattella, mientras veía el drama y la comedia al alcance de la mano.
Sucedía en Michelle y sus hipnosis. Y también el drama y la comedia en los periódicos, que ilustraban cuentas tesoreras apuntadas en un papel, mientras el país se hacía cada vez más pobre, más triste, más desolado. No termina, no quiere terminar. Quizá mi estado de ánimo ha sido por solidaridad, por contagio. 
Quedó la rebeldía. Quedó decir, cual Reese Witherspoon detenida, aquello de: 
- ¡Usted no sabe quién soy yo!
Los años pasan, nosotros permanecemos, recordé, para poder asirme en plena caída.


El footing me llevó a través del frío, bajo el calor, después de escribir dolorosos posts que hablaban de mi familia, de la gente que quiero, de cierto maricón a la vida que acabó por superar todos sus miedos. 
Y también habló de aquella noche, donde Paloma apareció de la mano de Eva, me contaron que estaban enamoradas y me señalaron como su Cupido. Se habían conocido en mi muro del Facebook.
El muro del Facebook fue refugio y esclavitud. 
Fue donde conté mi operación de encías y mis paperas, donde expresé mi repugnancia por la basura que asolaba Madrid, donde eché pestes de las últimas ceremonias de premios, donde dije que mis vecinos me molestaban e intrigaban al mismo tiempo.
Mis vecinos vivieron por mí, mientras yo intentaba desoír aquello que simbolizaba su presencia. Vive, vive, vive. 
Preferí las pantallas, de Godard a Hitchcock, de Stephen Boyd a Franco Nero, de "ER" a "Sirens", de Scorsese a "The Story Of Film". 
Microcríticas y terceros secretos fueron tendencia, razón de ser y sinvivir. "Imitación A La Vida", mi obsesión, el lugar donde volví a encontrarte, intentando mejorar cada día, aprendiendo más de los tropiezos.


Cumplí 32 años en 2013 - ¡casi la edad de Cristo! - y hubo tiempo para reconectar con amigos, para comenzar proyectos, para avivar esperanzas. 
Al final, quedó la tristeza de no saber hacia dónde me dirigía y el arrepentimiento por malgastar el tiempo. 2013 fue el año donde me di cuenta de que tenía que cambiar de vida. No había otra opción. 
Dije en cierta ocasión que no quería planes ni me fiaba de su valía, pero para 2014 haré todos los propósitos del mundo, simplemente porque debo cumplirlos. 


El pelo se me rizaba aún más en agosto mientras la homofobia rusa me partía el corazón. 
Las noches se apagaban con la tristeza de ese descorazón y no acabó el verano sin que dijese que el amor se había venido abajo en mis planes. ¿Era anorexia emocional? ¿O es que la realidad no estaba a la altura de mi amada ficción?
En "Pierrot El Loco", un personaje dice que la realidad se parece más a la ficción de lo que la gente cree. 
Quizá porque nuestra necesidad de orden es tan profunda como nuestro deseo de sorpresa; en esa cuerda floja, es donde vivimos y también donde somos personajes. 
Siempre esperando que llegue aquello que nos haga felices hasta que llega la convicción de que hay que mover el culo para conseguirlo.


Tras soñar con mi muerte azul y sin poder ajustar las cuentas de 2013, volví a salir a la calle y entré otra vez en un bar, con la intención de quedarme hasta que cerrara. 
Fue el último viernes. 
Y un chico se me acercó, me preguntó el nombre, me habló de su vida, nos besamos, dormimos juntos y me miró como todos esperamos que nos miren. Como si no estuviera solo en este mundo. Como si no lo hubiese estado jamás.
2013 no quería acabarse hasta ese momento. Cuando he vuelto a sentir la ilusión, eso que creía perdido, eso ahora que me devuelve al mundo.


He dudado de muchas cosas durante este año y he renegado de ellas cual apóstol, pero ahora sé que sigo siendo el mismo. El incurable, a salvo, agarrado a un tronco en plena tempestad, ansioso por saber qué pasará a continuación. 
Los años pasan, nosotros permanecemos. 

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